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Una meditación centrada en el cuerpo y con propiedades curativas. “La segunda forma en que Buda nos enseño a ser conscientes del cuerpo…es reconociendo todas sus partes, desde la coronilla hasta la planta de los pies. Si tenemos el pelo rubio, lo reconocemos y le sonreímos. Si es canoso, lo reconocemos y le sonreímos. Observamos si nuestra frente está relajada o si tiene arrugas. A través de nuestra atención sentimos la nariz, la boca, los brazos, el corazón, los pulmones, la sangre y todo lo demás. Buda describe la práctica de reconocer treinta y dos partes de nuestro cuerpo… Podemos practicarlo mientras meditamos sentados o mientras estamos tumbados. Escrutar de ese modo nuestro cuerpo con toda atención… Mientras observas cada parte del cuerpo, sonríeles. El amor e interés de esta meditación pueden realizar la labor de curar.” Thich Nhat Hanh. El corazón de las enseñanzas de Buda. Esta práctica es sencilla y agradable de hacer, ya que produce efectos muy beneficiosos sobre el cuerpo, que lógicamente emanan hacia todo el ser. Voy a escribir, a modo de ejemplo, una forma en que podrías realizarla. Puedes leerla y luego hacerla tú, recordando aproximadamente sus pasos, sin obsesionarte ni exigirte recordarlo todo o hacerlo perfecto. También puedes grabarla con tu voz y luego sencillamente escucharla. Sentado o tumbado, deja que tu cuerpo se acomode, muévete ligeramente hasta que sientas que la posición es cómoda y que podrás mantenerla mientras dure la meditación. Relájate ligeramente antes de empezar. Puedes hacerlo, sintiendo tu respiración e imaginando que cada vez que sueltas el aire, dejas ir fuera de ti, toda la tensión que pueda haber en tu cuerpo. Ahora lleva la atención hacia la parte más alta de tu cabeza, a tu pelo o a tu coronilla, siéntela durante un instante y sonríele. En esta sonrisa a tu cuerpo, hay implícitos: reconocimiento, a esa parte de tu cuerpo, “sé que estás ahí, cumpliendo tu función desde hace mucho tiempo, lo mejor que has podido, ayudando a mantener mi vida, aportándome muchas cosas” y un sincero agradecimiento, “ gracias por todo lo que has hecho y me has dado”. Ve llevando tu atención progresivamente a tu mente, a tu cerebro, y le sonríes, valorando todo el trabajo que ha realizado y le dices “gracias”. A tus ojos, que te han permitido ver y disfrutar de la belleza de tantas y tantas cosas, dile “gracias”. A tus oídos, gracias a los cuales has podido escuchar la música, el viento, la voz de tus seres queridos, “gracias”. Hemos de darnos cuenta de cuantos dones disfrutamos y que apenas valoramos. Solo cuando nuestro cuerpo enferma o falla, o nos duele algo, decimos “lo que daría por poder… (andar, ver, etc.) o porque no me doliera..”. Pero cuando estamos bien,… hemos de aprender a ver, a valorar y agradecer todas las circunstancias que ayudan a nuestro bienestar y a nuestra felicidad, si somos capaces de valorarlo, seremos capaces de ser más felices. Lleva tu atención a tu nariz, mantenla ahí un momento y aprecia sinceramente lo que te ha permitido sentir, explorar, disfrutar. Dile “gracias” por estar ahí y por funcionar siempre tan bien para tí. Siente los músculos y a la piel de tu cara, reconoce que te han permitido mostrar miles de emociones, expresarte y también recibir una caricia, un contacto. Diles “gracias”, sonríeles. Dirige tu atención a tu boca, ella te ha aportado tanto. Comunicarte con tus seres queridos, expresarte, cantar y también sentir la multitud de sabores que han llenado tu vida. Sonríe a tu boca y dale las gracias. Lleva tu atención a tu cuello, todos esos músculos, huesos, glándulas,… te han permitido infinidad de posibilidades, sonríe a tu cuello y dale las gracias. A tus hombros. A tus brazos y a tus manos. Vuelve al cuerpo, para seguir atendiendo tu espalda y tu columna vertebral, los músculos del pecho y también los del abdomen, pero también dirige tu atención a tus órganos internos, a tus pulmones, tu corazón, tu aparato digestivo y el excretor, a los órganos reproductores, a tu cadera, a tus piernas, tus rodillas y tus pies, que tanto te han permitido moverte, a todos ellos, conforme les llevas tu atención, reconoce su valor y diles gracias. Cuando hayas recorrido todo tu cuerpo, a tu propio ritmo, parándote tal vez algo más, en aquellas zonas que detectes molestas o doloridas. Haz unas pocas respiraciones lentas, suaves, profundas, disfrutando sencillamente de las sensaciones del aire, entrando y saliendo de tu cuerpo. Y abre tus ojos, vuelve tu atención tranquilamente al mundo exterior. Estiraza tu cuerpo, si lo deseas, para recuperar el tono muscular. Has terminado la meditación.