Download Cuadernillo 11
Document related concepts
Transcript
11 – Historia de la Iglesia Las primeras herejías Al mismo tiempo que al dolor de las persecuciones, los cristianos se enfrentan a los ataques de los herejes, hombres de cierta cultura, que intentan buscar en la predicación de los apóstoles un fundamento para la difusión de doctrinas de origen pagano o judío. El primer hereje de la historia de la Iglesia es Simón Mago. Se le llama de este modo, porque, mediante artes mágicas, sugestiona a muchas personas de Samaría. En el año 172 hace su acto de presencia otra herejía. Nace en Frigia, la región del Asia Menor donde se adoraba al dios de la vegetación Atis y a la diosa Cibeles. Montano — un sacerdote de esta divinidad— se convierte al cristianismo; pero no consigue olvidar las fantasías paganas, y empieza a atemorizar con absurdas visiones a las gentes de Pepuza, su ciudad natal. «¡Temblad! — grita—. El Espíritu Santo me ha elegido para deciros que el fin del mundo está cercano». Montano exige a sus seguidores una durísima disciplina. Esta herejía se llama montanismo, y sus predicadores trabajan intensamente en la provincia de Galla. Aquí Marco Aurelio ha encarcelado al clero de Lyon y de Vienne. Entre los prisioneros reina el descorazonamiento. El obispo Ireneo les pide que redacten un escrito que llevará él mismo a Roma. En él se detallan las falsas ideas que los herejes están predicando entre los fieles. Al mismo tiempo les avisa sobre los errores de Montano, contra quien luchará con la misma valentía con que había luchado antes contra el gnosticismo. Simón predica que el mundo fue creado por los ángeles; no por Dios. En Cesarea asiste a los milagros de los apóstoles. Convencido que son personas como él no duda en proponer a Pedro un acuerdo. «Véndeme el secreto de tu poder taumatúrgico —le dice—. ¡Te pagaré muy bien! Me gustaría mucho poder curar los enfermos como lo haces tú». San Pedro, profundamente indignado, rechaza la propuesta. No quiere saber nada con semejante tipo. Precisamente de este mago viene la palabra «simonía», que significa traficar con las cosas sagradas. San Ireneo se pone al lado de los Padres de la Iglesia (escritores eclesiásticos, que llevan una vida santamente empeñada en la defensa de su fe), que luchan con sus libros contra los herejes de todo tipo. El deshace la doctrina de los gnósticos con su libro Contra los herejes, y, después de haber gobernado durante veinticinco años la diócesis de Lyon, muere mártir en la persecución de Septimio Severo, hacia el año 202. Se le conoce universalmente como el padre de la doctrina católica. De sus falsas doctrinas tiene origen el gnosticismo, una herejía muy complicada, según la cual entre Dios y los hombres existiría un grupo de seres eternos, llamados «eones». ¡Jesús habría sido sencillamente un eón! Se trata de fantasías absurdas que no hacen mucha mella en la fe de los corazones puros, aunque durante casi medio siglo, entre el año 130 y el 180, se puede asistir a un desarrollo no pequeño de esta doctrina, predicada por hombres muy capaces. 50 51 Hacia el año 240, en Babilonia un cierto Manés, de origen persa, se presenta como «el apóstol del verdadero Dios», mensajero de una particular revelación divina. Después de haber viajado largamente por la India, es recibido por el rey persa, Sapor I. Manés le explica la existencia en el mundo de dos clases de hombres: unos forman el reino de la luz y otros el reino de las tinieblas. De este último reino nace Satanás, que lucha contra Dios, haciendo prisioneros a los hombres. Esta extraña concepción del mundo recibe el nombre de «maniqueísmo». Mientras tanto, sobre los cristianos cunden amenazas de muerte. El emperador Decio quiere destruir la religión de Cristo, y proclama el edicto de proscripción universal. «¡Antes de que yo muera no quedará ni un solo cristiano sobre la tierra!», dice. Sin embargo no podrá realizar su funesto sueño. Luchando contra los bárbaros, que intentan sobrepasar los confines del imperio romano, encontrará la muerte en el año 251. En vano había dicho que toleraba mejor un rival en el imperio que un obispo cristiano en Roma. Contra Manés —celosos del ascendiente de éste sobre los ingenuos idólatras— se desencadenan los magos, sacerdotes del culto del fuego, a quienes podemos reconocer sólo una buena cualidad: su ciencia astronómica. Manés huye. Aparece de nuevo en la India donde continúa predicando sus ideas que, de mercante en mercante, de marino en marino, llegan a oídos de los cristianos. El fundador sueña con la fundación de una religión a escala mundial para luchar contra el cristianismo. Pese a todo, el maniqueísmo sigue difundiéndose a pasos de gigante. En oriente se extiende hasta la China y en occidente hasta el África septentrional, donde el mismo san Agustín se hará secuaz, aunque sólo momentáneamente. Este movimiento preocupa a los emperadores, ya que quienes lo promueven son hombres violentos que no dudan en plantear revoluciones y desórdenes con tal de conseguir sus fines. De aquí la persecución de Diocleciano, la cual no puede hacer olvidar la feroz matanza sufrida por los cristianos, acusados de haber incendiado el palacio de Nicomedia. Pero la suerte de Manes no dura mucho. El rey le trata con benignidad durante cierto tiempo, participando en sus campañas de guerra. Pero finalmente, en el año 277, reinando Bahram I, muere crucificado por instigación de los magos. Sus seguidores sufren una violenta y larga persecución, no sólo en Persia sino también, por motivos políticos, en todo el imperio romano. Especialmente bajo Diocleciano y los sucesivos emperadores cristianos. El mismo Sisino, sucesor de Manes en el mando de la secta, sufrirá la misma suerte. Morirá crucificado. En medio de tanto horror, contra las peligrosas y falsas doctrinas heréticas, además de los padres de la Iglesia, luchan dos escuelas: la escuela de Alejandría, fundada por el ex-filósofo estoico Panteno de Sicilia, y la escuela teológica de Antioquía, fundada por Luciano. Entre los más ilustres alejandrinos recordamos a Orígenes, el mayor teólogo de su tiempo. En la escuela de Antioquía destacó san Juan Crisóstomo, «Boca de oro», una de las personalidades más ricas y más características de la Iglesia griega. 52 53