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Habitar la cesura Para pensar el arte y la política en Jacques Derrida1 Alejandro Fielbaum Schnitzler Licenciado en Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Chile Estudiante de Magíster en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile afielbaums@gmail.com Lo que interrumpe el orden del tiempo, el curso ordinario de la historia, lo que llamamos la revolución, esta cesura que viene de golpe, de forma a veces discreta, a veces espectacular, a perturbar el orden del tiempo: éste es el teatro del que hablo. El teatro que perturba, out of joint, desarticulado Derrida2 Pensar a Derrida en torno a la obra y la representación resulta necesario para indagar la articulación entre arte y política en su filosofía. Aquello no sólo resulta importante para situar su filosofía en torno a una articulación de ambas temáticas, tan fundamental en el pensamiento contemporáneo –al menos, claro está, en órbitas francesas. Sino también por las dificultades que tal pliegue ha suscitado en las lecturas de Derrida. Paul de Man señala, en efecto, que se suele leer a Derrida como filósofo en el que la El presente artículo corresponde a buena parte del segundo capítulo de la introducción de la tesis presentada al Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica para obtener el grado de licenciado en Filosofía, durante el segundo semestre del 2009. La tesis completa puede hallarse en la Biblioteca de la misma casa de estudios, bajo el título “La última escena: Reflexiones sobre teatro y comunidad en torno a la filosofía de Jacques Derrida. Aquí se busca introducir la centralidad de considerar, en la filosofía de Derrida, la relación entre teatro y comunidad para pensar la dimensión irreductiblemente política de su filosofía. 2 Derrida, Jacques, “Marx no es un don nadie”, en (De Peretti, Cristina, Comp.), Espectrografías.(Desde Marx y Derrida), Madrid, Trotta, 2003, p. 185 1 1 estética opera como principio de exclusión para pensar la política3. Así, por ejemplo, Vattimo describe las recientes recepciones de Nietzsche como interpretaciones derridianas, identificando aquello con la consideración del aspecto estético–literario despojado de su dimensión política4. Es claro que tal estructura disyuntiva se replica en las distintas críticas provenientes a la deconstrucción provenientes de un marxismo algo estrecho –por ejemplo en Ahmad5, Dews6 o Eagleton7. Si bien éstas podrían resultar justificadas contra recepciones despolitizantes de la deconstrucción en la crítica literaria angloamericana, acusar a Derrida en tal cuestionamiento crítica resulta erróneo. Más bien nos parece que lo que exige el pensamiento derridiano es la reconsideración de lo político. Desde tal gran política nos interesa comprender la filosofía derridiana, en tanto larga meditación sobre Nietzsche8 que recogería en tal punto la justeza de su herencia. Tal torsión filosófica permite repensar la política comunista desde una noción de comunidad sin el peso dialéctico que posee, de Marx en adelante, tal concepto. Aquello se erige desde una concepción de la política sin la miopía de reducir sus espacios a los otorgados por el Estado, mas asumiendo el límite ético de su condicionamiento coyuntural. Recurriendo a ciertas jergas recientes, podríamos así considerar a Derrida un pensador impolítico9, o bien como pensador de la política desde la intraductibilidad10 o la an–archía11. Y aquello, claro está, resulta impensable desde “aquellos que no reconocen la política sino es con ayuda de los paneles de señalización de antes de la guerra”12. La pregunta que nos parece que articula la reflexión derridiana sobre la política es aquella que refiere al límite de la representación: “¿Qué pasa con lo impresentable o lo de Man, Paul, “Lo sublime en Hegel”, en La ideología estética, Cátedra, Madrid, 1988, p. 152 Vattimo, Gianni, “Nietzsche entre la estética y la política”. Conferencia dictada en las Jornadas Nacionales Nietzsche, Buenos Aires, 1994. (El texto puede hallarse en el website Nietzsche en castellano 5 Ahmad, Aijaz, In theory: Classes, Nations, Literatures, Verso, Londres, 1994 Dado el auditorio del presente escrito, hemos optado por citar traducciones al español de los textos que no han sido escrito en tal idioma. De lo contrario, lo realizamos en inglés –o, en último caso, en francés. La responsabilidad por las traducciones en estas dos últimas lenguas es exclusiva de quien firma el presente artículo. 6 Dews, Peter, Logics of desintegration: post–structuralist thought and the claims of critical theory, Verso, Londes, 2006 7 Resulta difícil señalar en qué texto Eagleton se ocupa de criticar a Derrida, pues en ninguno da cuenta de una lectura medianamente cuidadosa –a diferencia, por cierto, de lo que acontece cuando ha escribo sobre Marx y Freud. De todas formas, las referencias más importantes parecen ser La estética como ideología (Trotta, Madrid, 2006) y Las ilusiones del posmodernismo (Paidós, Buenos Aires, 1997) 8 Marchant, Patricio, “Tiempo y presencia”, en www.philosophia.cl, p. 14 9 Esposito, Roberto, Categorías de lo impolítico, Katz, Buenos Aires, 2006 10 Bensussan, Gérard, “Lévinas et la question politique”, en Noesis, n°3, 2000 11 Schurmann, Reiner, Le principe d'anarchie : Heidegger et la question de l'agir, Seuil, Paris, 2002 12 Derrida, Jacques, “Kant: El conflicto de las facultades”, en La filosofía como institución, Juan Granica, Barcelona, 1984, p. 42 3 4 2 irrepresentable? ¿Cómo pensarlo?”13. Claro está, para responder aquello resulta antes necesario pasar por la pregunta por la representación. Permítasenos una breve detención en la conformación doble de aquella cita en torno a lo que acontece y a la condición de posibilidad de pensarlo. Tal doblez no debiese sorprender al tratar con filosofía alguna. Esto es, con un pensamiento que se interroga sobre los posibles orígenes cognoscitivos de su objeto –y, en función de aquello, qué trabajo conceptual requiere. Mas aquí, como en todo indagar filosófico derridiano, cualquier posible respuesta no podrá sino surgir desde el imperativo de la constitutiva excepcionalidad como posibilidad de pensar justamente lo singular. No sólo se pregunta por el pasar –antes que el ser– de lo impresentable, sino que la pregunta por su pensar se escribe tras aquella en torno a lo que pasa –su ausencia de paso. Así, ningún concepto podría anunciar, enunciar o renunciar a la consideración de lo que acontece. Sólo tras ello adviene la interrogación por lo acaecido. Pues lo caótico del acontecimiento exige su consideración desde la interrupción de toda normalidad que pudiese fácilmente integrarlo: la pregunta “¿qué hacer?” habrá siempre resonado al borde del abismo o del caos, en frente del horizonte más indeterminado, más angustioso, cuando se diría que todo debe ser repensado, re–decidido, re–fundado, de arriba abajo, y ahí donde tal vez el abajo, el fundamento y la fundación llegan a faltar”14. De ahí que nos interese considerar a Derrida desde la imagen de la cesura, retomada recientemente por Lacoue–Labarthe, mas pensada primeramente por Holderlin. Reflexionando en torno a la tragedia describe tal figura –y padecer– como aquello que interrumpe la regla segura de representaciones, su equilibrio. La cesura se inscribe en la propia representación, suspendiéndola. Se trata de una interrupción contrarrítmica, capaz de situar a la representación en el límite de su propia impotencia: “para hacer frente al arrebatador cambios de las representaciones en su cumbre de tal modo que entonces aparezca ya no el cambio de la representación, sino la representación misma”15. Allí, se desnuda entre los pasares el extraño estatuto al que se someten. Esto es, el experimentar la locura de maniobrar en el abismo, exponiendo tal constitutiva e insuperable fragilidad. No parece casual que tal experiencia de acercamiento al límite se deje pensar desde la figura del teatro. En concreto, en torno a su reparto físico entre la escena y la sala, y la separación entre ambas por parte de cierta fosa. Esto es, allí donde la exposición al límite no puede Derrida, Jacques, “Envíos”, en La desconstrucción en las fronteras de la filosofía: la retirada de la metáfora, Paidós, Barcelona, 1989 , p.104 14 Derrida, Jacques, “¿Qué hacer de la pregunta ¿Qué hacer?, en El tiempo de una tesis. Deconstrucción e implicaciones conceptuales, Proyecto A Ediciones, Barcelona, 1997, p. 35 15 Holderlin, Friedrich, “Notas sobre Edipo”, en Ensayos, Hiperión, Madrid, 1976, p. 135 13 3 sino ser la exposición del límite –y su transgresión, una caída brutal, anunciada e inmediata. No resulta necesaria la existencia de un reparto físico clásico como lugar donde caer para mantener aquella estricta separación. Basta con la significación de tal división para que tal reparto espacialice las partes cuya unión y o desunión la fosa amenaza. Pero tal escisión se da igualmente sobre el escenario, cuyo sentido la cesura pone en crisis. Pues la cesura es, precisamente, la destitución del sentido16. Se trata del sitio que constituye y amenaza la posibilidad de la representación. Según Kofman, en el teatro de Lacoue– Labarthe no se sitúa en la escena clásica y farmacéutica del teatro clásico y la lógica dialéctica que la funda –asociada, claro está, a lo teórico o especulativo. Al contrario, se trataría de una escena que desplaza singularmente el teatro a través de la dislocación singular de la representación inaugurada por el espacio de la cesura17. Es decir, se trata de un teatro del habitar la cesura, una vez que ésta ha invadido infinitamente toda la escena representativa, desdibujando cualquier límite decidible entre el adentro y el afuera de la representación. Ahora bien, nos parece que desde tal experiencia del pensar surge la deconstrucción. Casi al pasar, Derrida ha confesado sentirse asustado de que los elogios que le ha brindado Cixous lo sitúen tan alto que, pareciera, ya no hay borde 18. No obstante, todo su pensamiento podría leerse desde la ausencia tanto de fijezas como de temor para pensar tan temerosa ubicación –analogable, acaso, a la imagen de Arendt de la filosofía como pensar sin barandas19. Esto es, del pensar sin medida ni segura vigilia. Pues la cesura que sabe de su condición habita infamiliarmente la crítica y la escritura, a través de la ininterrumpida interrupción que, sin recomponer el sentido, lo sopesa en toda su suspensión: “La cesura de este otro despertar no cae entre el tiempo del sueño y los primeros momentos del despertar, sino que salta a realizar una interrupción en la interrupción que ordena el gesto de la vigilancia crítica, el tiempo diurno del acto literario propio”20. Ahora bien, no sólo el acto literario se piensa en Derrida desde tal gesto. Pues ninguna dimensión podrá pensarse desde un sentido previo a tal noctámbula temporización. Incluyendo, claro está, el teatro y la política. Ambos se hallan atravesados, según señala, Nancy, Jean–Luc, “The necessity of Sense”, en Multiple Arts. The Muses II, Stanford University Press, Stanford, 2006, p. 115 17 Kofman, Sarah, Mélancolie de l’art, galilée, París, 1985, p. 78 18 Derrida, Jacques, H.C. For life, that is to say..., Stanford University Press, Stanford, 2006, pagina 48 19 Arendt, Hanna, De la historia a la acción, Paidós, Barcelona, 1995, p. 139 20 Derrida, Jacques, Geneses, Genealogies, Genres and Genius. The Secrets of the Archive, Edinburgh University Press, Edimburgo, 2006, p. 44 16 4 por su malestar en la representación. Y con ello en la filosofía, si aceptamos con Heidegger que, desde Grecia, aquella se ha pensado como asimilación en el sentido de concordancia de la representación y lo presente21. Algo de aquello pareciese permitir la afirmación derridiana de que toda nuestra historia está marcado por la noción de representación22 – quizás habría que enfatizar que aquello resulta particularmente importante para la noción de “lo nuestro”. También Nancy insistirá en la representación como aquello que caracteriza a Occidente. Su propio límite y sujeto se basaría, precisamente, en la delimitación en lo que resulta propiamente representado o representable23. Ahora bien, no parece casual que los espacios que parecieran someterse más completamente a la lógica representativa resulten aquellos desde los cuales surjan los mayores malestares con tal lógica. Claro está, nos referimos al teatro y la política. Si bien podríamos pensar otras tantas prácticas que cuestionan la lógica representativa –por ejemplo, la pintura–, la crítica de ninguna pareciera tener un vínculo hacia la de otra tan cercana como el existente entre ambas dos. Quizás el trazo entre narración literaria e histórica pueda hoy regirse desde similar cercanía, pero por la indistinción de ambas escrituras antes que por su singular analogía. La velocidad de la mención al teatro y la política al pensar la representación no deja de resultar curiosa. Ningún otro término conecta tan directamente arte y política. Tal extrañeza es clara en la presentación que Azúa hace del término: “¿Por qué decimos “una representacional teatral” y también “el representante de la comunidad autónoma extremeña”, o incluso “la representación extremeña”?”24. De ahí la preocupación el arte de la política y política del arte desde la cesura de la lógica representativa. Jacques Ranciere ha desplegado largamente la reflexión sobre tal quiasmo en la delimitación de lo sensible y común, desde la presuposición del paradigma teatral sobre la escena y la audiencia –sus acercamientos y proximidades– como crisol de la política25. Lo que permite ponderar las torsiones políticas de la cesura insospechadamente. El cese del orden figurativo no deja de alterar la configuración del orden social, mediante selectivas operaciones cuya analogía con el orden sociopolítico afecta aquello que, Heidegger, Martin, “El final de la filosofía y la tarea del pensar”, en Tiempo y ser, Tecnos, Madrid, 2000 22 Derrida, Jacques, “Envíos”, en La desconstrucción en las fronteras de la filosofía: la retirada de la metáfora, Paidós, Barcelona, 1989, p. 88 23 Nancy, Jean–Luc, “Introduction: The Birth to Presence”, en The Birth to Presence, Stanford University Press, Stanford, 1993, p. 1 24 de Azúa, Felix, “Representación”, en Diccionario de las artes, Planeta, Barcelona, 1996, p. 251 25 Ranciere, Jacques, , The politics of Aesthetics : The Distribution of the Sensible, Continuum, Londres, 2004, p. 17 21 5 supuestamente, imita. La creación de la nueva escena se inserta directamente en la disputa sobre figuras políticas, antes que como mera metáfora de la misma. La inventiva del teatro –en tanto arte antifigurativo– sería así la de poder alterar las imágenes de la comunidad igual a sí que inauguraría, socavando en tal gesto cualquiera de sus unidades presupuestas, y así la leyes escópicas y discursivas que constituye el orden de las cosas y las palabras 26. Ahora bien, pareciera haber cierto desliz en la consideración derridiana de tal problemática, en torno a la cuestión de la ausencia. Ciertamente, parte de la potencia política del teatro se deja pensar en Ranciere como la donación de espacio y voz a cierta presencia que carece de parte en el reparto de lo común. Pues el orden establecido podría restar a los cuerpos subordinados cualquier presentación política. Su asedio, por tanto, resulta presente en torno a su propia materialidad. Al contrario, en Derrida tal asedio se erige precisamente por su inexistencia presente. Tal virtualidad torna imposible el cese de su escamoteo. De ahí que su rápida mención al trazo entre teatro y política insista, antes que en la inauguración de una nueva presentabilidad, en la espectralidad que acarrea, alterando en ello cualquiera de las presencias comunes. Derrida recuerda la imagen de quienes construyen un teatro con las ruinas de la Bastilla. Así, son los restos de la política los que montan un teatro cuya presencia no podría afirmarse. Pues el teatro resulta, para Derrida, el lugar de la mayor intensidad espectral. Al punto que señala, impúdicamente, que el espectro es el teatro 27. Ser, claro está, que consiste en restar al ser su propia consistencia y propiedad, desde la interrupción temporal de tal escena. Se trata, así, de un gesto irreductible a la pura reconsideración espacial de su escenario. Pues todo su sentido se suspende. Resulta difícil no pensar aquí en la lectura benjaminiana del extrañamiento ideado por Brecht 28, en tanto suspensión de la linealidad o el desenlace. Pues el gesto interrumpe la legalidad propia de lo oral. Para aquello, claro está, no queda sino pasar por la destituida voz: “El arte del contratiempo es también un arte de lo político, un arte de lo teatral, el arte de dar la palabra a contratiempo a aquellos que, en los tiempos que corren, no tienen derecho a la palabra”29. Alterando el tiempo en nombre de otra temporalidad, el teatro socava cualquiera de sus posibles continuidades. La porosidad de la escena allí montada impide la claridad del contorno de quienes asisten. Así, la desfiguración de la unidad de la obra teatral lleva al pensar sobre la deconstrucción de cualquier imagen de lo común. 26 Ibidem Derrida, Jacques, “Marx no es un don nadie”, en Peretti, Ob. cit., p. 184 28 Benjamin, Walter, “¿Qué es el teatro épico”, en Tentativas sobre Brecht. Iluminaciones III, Taurus, Madrid, 1998 29 Derrida, Ob. cit., p. 187 27 6 Impera, entonces, pensar esta última relación. Recientemente, Badiou ha analogado la contemporánea inoperancia en arte y política30 –claro está, sin particular simpatía al respecto. Mas aquello no le impedirá insistir, en otro texto, en la actual inoperancia de cualquier figura del “nosotros”31, asociada a la muerte de la representación32. E, incluso, en la figura del teatro como ironía de la comunidad33. Así, incluso en la más potente de las propuestas filosóficas contemporáneas hallamos indicios de la necesidad de repensar conjuntamente el teatro y la desobra de lo común. La tentativa deconstructiva resulta distinta a la de dicho autor, mas nos parece igualmente preocupada por la fidelidad al acontecimiento y el compromiso con la justicia. En tal sentido, resulta directamente pensable dentro de una discusión contemporánea sobre un pensamiento filosófico de izquierda. Y, en efecto, la deconstrucción de la comunidad ha sido así rescatada tanto en la discusión filosófica como en la artística. Lo primero, en Balibar. Tanto indirectamente –al pensar la posibilidad de la ciudadanía sin comunidad34–, como directamente al considerar el exceso necesario que trasciende cualquier figuratividad institucional de la emancipación35. Lo segundo, por Deotte, quien liga la comunidad inoperante a cierta sensibilidad extendida en torno a la desaparición. Ésta podría reconocerse en ciertas obras, mas éstas no resultan un soporte de tal comunidad36. Al contrario, su fragmentaria presencia antes expondría la incompletud de lo común producida por la imposible referencia de quien no restan siquiera sus restos. Nos parece, en tal sentido, interesante considerar más globalmente tales discusiones dentro de la contemporánea consideración crítica de Auschwitz. Pues ésta, siguiendo a Huyssen, ésta ya no discutiría sobre la posibilidad o deber de representar tal suceso, sino sobre los modos de hacerlo 37. Parece claro, que ninguna figura épica en la que la comunidad se reúna ante su historia presente parece posible. Y la suspensión de cualquier noción del monumento de lo común ya parece rastrearse en pensadores que escriben sobre Auschwitz. Ya poco después de la guerra, 30 Badiou, Alain, The Century, Policy, Londres, 2006, p. 152 Badiou, Alain, "¿La "muerte del comunismo"?", en De un desastre oscuro. Sobre el fin de la verdad de Estado, Amorrortu, Buenos Aires, 2006, p. 9 32 Ibid, p. 12 33 Badiou, Alain, Rapsodia por el teatro: Breve tratado filosófico, Málaga, Ágora, 1994, p. 64 34 Balibar, Etienne, “Citizenship without community?”, en We, the People of Europe? Reflections on Transnational Citizenship, Princeton University Press, Princeton, 2004, pagina 65 35 Balibar, Etienne, “Racism, Sexism, Univeralism(s)”, en (Gordon, Neve, Editor), From the Margins of Globalization. Critical Perspectives on Human Rights, Lexington, Londres, 2004, p. 58. 36 Deotte, Jean–Louis, “El arte en la época de la desaparición”, en (Richard, Nelly, Comp.), Políticas y estéticas de la memoria, Cuarto Propio, Santiago, 2000, p. 150 37 Huyssen, Andreas, “El holocausto como historieta. Una lectura de "Maus" de Spiegelman”, en En busca del tiempo perdido. Memoria y cultura en tiempos de globalización, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2002, p. 122 31 7 Jaspers da cuenta de la inexistencia de un suelo común entre alemanes. Entre la dispersión y el desamparo, les resulta imposible cualquier comunicación. Así, sólo contarían con la exposición de su desligamiento: “Tal vez los alemanes tenemos hoy en día en común fundamentalmente lo negativo... Común es la no comunidad”38. Por otra parte, Kofman expone tal figura en la experiencia colectiva de quienes fueron allí víctimas. Se hallaría entre los presos la más fuerte comunidad sin comunidad. Carente de universalidad o reconciliación, sólo expondría la separación y el abismo39. Es claro que con esto no intentamos equiparar la experiencia de ambas biografías y sus respectivos grupos, ni antes ni después de los campos. Sino simplemente dar cuenta de la afección que la catástrofe –en cualquiera de sus distancias– genera a cualquier posibilidad de lo común, y la necesidad de repensar desde allí toda futura figura del “nosotros” –sin futuro, sin figura y sin nosotros. Ni siquiera asociado a cierta comunidad que mantuviese la posibilidad de tal representar 40, posibilidad nostálgicamente rescatada por la lectura de Voegelin sobre Atenas. Tal autor señalaba que, cuando la acción ateniense dejó de ser representable en los héroes dramáticos, la representación se traspasó a la filosofía41. Mas la reciente densidad de la catástrofe impide siquiera tal resguardo en nombre de cierta reunión conceptual por venir. Al contrario, precisamente tal presente manifiesta su propio límite –así como de cualquier manifestación comunitaria. Precisamente desde tal ausencia de vínculo es donde, siguiendo a Nancy, se sitúa la política. Esto es, allí donde se ausenta cualquier lazo como principio o finalidad. La presencia en el teatro establecería un límite ante cualquier unidad que anticipe o concluya la desunión. Es tal posibilidad lo que funda la política, comprendida como espacio que desliga la separación de la dominación. Contra la tradición política idealista de lo inseparable –esto es, del pensar el lazo social como completa apropiación de toda esfera de existencia y de todo actor en el escenario42– la infinitud del escenario y la finitud de sus actores impediría tal relevo dialéctico. Mas tal ubicación de todo actor en un escenario establece, precisamente, el límite político de la ausencia en Nancy. No resulta casual, en efecto, que piense a Derrida desde la imagen del cine43 –contrapuesta a la del teatro–, en Jaspers, Karl, El problema de la culpa, Paidós, Barcelona, 1998, p. 47 Koffman, Sarah, Smothered words, Northwestern University Press, Ilinois, 1998, p. 71 40 Nancy, Jean–Luc, “Introduction”, en Nancy, Jean–Luc & Cavada, Eduardo & Connor, Peter (Editores), Who comes after the subject, Routledge, Nueva York, 1991, p. 2 41 Voegelin, Eric, La nueva ciencia de la política. Una introducción, Katz, Buenos Aires, 2006, p. 94 42 Nancy, Jean–Luc, “Around the Notion of Literary Communism”, en Multiple Arts. The Muses II, Stanford University Press, Stanford, 2006, p. 25 43 Nancy, Jean-Luc, “Derrida da capo”. Disponible en www.jacquesderrida.com.ar 38 39 8 tanto pensador de presentaciones de fluctuante montaje e imposible comunidad. La no simultaneidad de lo simultáneo impedirá, allí, incluso la figura de un escenario desfigurándose. Lo que obligará, claro está, a la consideración de la pátina de cualquiera de aquellas figuras. Y del vínculo asociado a ambas artes: “Hay que avanzar entonces prudentemente con esta idea de comunidad de visión o de representación. El cine –esta es su definición misma, la de la proyección en sala– requiere lo colectivo, el espectáculo y la interpretación comunitarias. Pero, al mismo tiempo, existe una desvinculación fundamental: en la sala, cada espectador está solo. Es la gran diferencia con el teatro, cuyo modo de espectáculo y arquitectura interior contrarían la soledad del espectador. Este es el aspecto profundamente político del teatro: la audiencia es una y expresa una presencia colectiva militante, y si se divide, será en torno de batallas, de conflictos, de la intrusión de un otro en el seno del público. Es lo que me hace a menudo desdichado en el teatro, y feliz en el cine: el poder de estar solo de cara al espectáculo, la desvinculación que supone la representación cinematográfica”44. Derrida, Jacques, “El cine y sus fantasmas. Entrevista con Antoine de Baecque y Thierry Jousse”, en Cahiers du cinéma, nª556, Abril del 2001. Utilizamos la traducción al español de Fernando La Valle, disponible en el website Derrida en español. 44 9 Bibliografía Ahmad, Aijaz, In theory: Classes, Nations, Literatures, Verso, Londres, 1994 Arendt, Hanna, De la historia a la acción, Paidós, Barcelona, 1995 de Azúa, Félix, Diccionario de las artes, Planeta, Barcelona, 1996 Badiou, Alain, De un desastre oscuro. Sobre el fin de la verdad de Estado, Amorrortu, Buenos Aires, 2006 Badiou, Alain, Rapsodia por el teatro: Breve tratado filosófico, Málaga, Ágora, Badiou, Alain, The Century, Policy, Londres, 2006 Balibar, Etienne, We, the People of Europe? Reflections on Transnational Citizenship, Princeton University Press, Princeton, 2004 Benjamin, Walter, Tentativas sobre Brecht. Iluminaciones III, Taurus, Madrid, 1998 Bensussan, Gérard, “Lévinas et la question politique”, en Noesis, n°3, 2000 Derrida, Jacques, El cine y sus fantasmas. Entrevista con Antoine de Baecque y Thierry Jousse. Disponible en www.jacquesderrida.com.ar Derrida, Jacques, El tiempo de una tesis. Deconstrucción e implicaciones conceptuales, Proyecto A Ediciones, Barcelona, 1997 Derrida, Jacques, Geneses, Genealogies, Genres and Genius. The Secrets of the Archive, Edinburgh University Press, Edimburgo, 2006 Derrida, Jacques, H.C. For life, that is to say..., Stanford University Press, Stanford, 2006 Derrida, Jacques, La desconstrucción en las fronteras de la filosofía: la retirada de la metáfora, Paidós, Barcelona, 1989 Derrida, Jacques, La filosofía como institución, Juan Granica, Barcelona, 1984 Dews, Peter, Logics of desintegration: post–structuralist thought and the claims of critical theory, Verso, Londes, 2006 Eagleton, Terry, La estética como ideología, Trotta, Madrid, 2006 Eagleton, Terry, Las ilusiones del posmodernismo, Paidós, Buenos Aires, 1998 Esposito, Roberto, Categorías de lo impolítico, Katz, Buenos Aires, 2006 Gordon, Neve, (Editor), From the Margins of Globalization. Critical Perspectives on Human Rights, Lexington, Londres, 2004 Heidegger, Martin, Tiempo y ser, Tecnos, Madrid, 2000 Holderlin, Friedrich, Ensayos, Hiperión, Madrid, 1976 Huyssen, Andreas, En busca del tiempo perdido. Memoria y cultura en tiempos de globalización, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2002 Kofman, Sarah, Mélancolie de l’art, galilée, París, 1985 Koffman, Sarah, Smothered words, Northwestern University Press, Ilinois, 1998 Jaspers, Karl, El problema de la culpa, Paidós, Barcelona, 1998 de Man, Paul, La ideología estética, Cátedra, Madrid, 1988 Marchant, Patricio, “Tiempo y presencia”, en www.philosophia.cl Nancy, Jean-Luc, “Derrida da capo”. Disponible en www.jacquesderrida.com.ar Nancy, Jean-Luc, Multiple Arts. The Muses II, Stanford University Press, Stanford, 2006 Nancy, Jean-Luc, The Birth to Presence, Stanford University Press, Stanford, 1993 en Nancy, Jean–Luc & Cavada, Eduardo & Connor, Peter (Editores), Who comes after the subject, Routledge, Nueva York, 1991 de Peretti, Cristina, (Comp.), Espectrografías.(Desde Marx y Derrida), Madrid, Trotta, 2003 Ranciere, Jacques, , The politics of Aesthetics : The Distribution of the Sensible, Continuum, Londres, 2004 10 Richard, Nelly, (Comp.), Políticas y estéticas de la memoria, Cuarto Propio, Santiago, 2000 Schurmann, Reiner, Le principe d'anarchie : Heidegger et la question de l'agir, Seuil, Paris, 2002 Vattimo, Gianni, “Nietzsche entre la estética y la política”. Conferencia dictada en las Jornadas Nacionales Nietzsche, Buenos Aires, 1994 Voegelin, Eric, La nueva ciencia de la política. Una introducción, Katz, Buenos Aires, 2006, 11