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EN PROFUNDIDAD los requisitos esenciales de una reforma del FMI Pere Puig i Bastard Catedrático de Economía ESADE/URL El conjunto de los Estados con representación en el Fondo Monetario Internacional (FMI) aprobaron el pasado 18 de septiembre en Singapur, por muy amplia mayoría, una reforma que parece pretender una fuerte redistribución de las cuotas de poder al más alto nivel político. A partir de ese momento algunos de los países que han ganado peso en la economía mundial, como Turquía, Corea del Sur, China y México, contarían con una mayor capacidad de decisión política. Más importante podría ser el hecho de que, en una segunda etapa, se produjese el anunciado cambio de la fórmula que reparte votos en el seno de la cúpula del FMI. Se afirma que ello podría producirse en el plazo de un año y que daría lugar a la entrada de un mayor número de países en vías de desarrollo (PVD). Es sabido que un cierto grupo de países contestatarios –entre los que figuran Brasil, Argentina, India, Egipto y Venezuela– se han manifestado abiertamente en contra de la actual reforma. Pero lo cierto es que no han sido capaces de lograr los apoyos necesarios para conseguir frenar o impedir los actuales acuerdos. La reforma ha generado sin duda mucha controversia y una serie de intensos debates y negociaciones. Lo que finalmente se ha alcanzado en Singapur ha sido un cierto compromiso que permite una mínima corrección de los desequilibrios preexistentes. A los representantes del mundo más de-sarrollado, sin duda abusivamente representados en cuanto a número de votos y cuotas de poder dentro del Fondo, se añaden ahora un cierto número de PVD de mayor tamaño o con mayor capacidad de influencia dentro del conjunto de la economía mundial, a los que se otorga un mayor poder para participar en las decisiones del Fondo. Lo que se ha acabado haciendo, según el acuerdo de Singapur, ha sido aumentar la capacidad de intervención en la toma de decisiones importantes de unos determinados países que son considerados potencias emergentes. Se ha dejado fuera, en cambio, a un número elevado de países de menor tamaño o con menor capacidad de influencia internacional, de los que quizá se espera una menor capacidad de generación de problemas “sistémicos” para el conjunto de la economía mundial. Han quedado fuera, en definitiva, un elevado número de países que con frecuencia van a verse afectados por las decisiones, iniciativas y programas del FMI. ¿Hasta qué punto podemos considerar que ha sido realmente acertada la actual reforma del FMI aprobada en Singapur? La respuesta es, sin duda, que la reforma tal como ha sido configurada tiene aspectos positivos, pero plantea importantes interrogantes y probablemente algunos efectos que podrían llegar a ser peligrosos. Es un principio del todo evidente que los Estados necesitan cooperar y preservar los grandes equilibrios comerciales y financieros de un mundo integrado por naciones de los más diversos tamaños, que poseen unas economías cada vez más interdependientes y que se enfrentan a mercados competitivos. Los objetivos realmente esenciales del Fondo en nuestros días, como tantas veces se ha dicho, consisten en preservar la máxima estabilidad monetaria y financiera internacional posible, en una economía mundial que se ve sometida a unos procesos intensos de integración económica y de mercados, tratando de ayudar y de impulsar los Estados miembros a cooperar en el logro de tales objetivos. El hecho es que los problemas que se encuentran asociados a la actual distribución de votos decisorios y a la provisión de ciertos altos puestos directivos en el FMI, tienen una doble vertiente. Es necesario reconocer que no resulta creíble hoy que la función de supervisión del Fondo sea del todo imparcial. Cuando nos situamos, por ejemplo, en las típicas operaciones de los llamados préstamos de emergencia, una cierta dualidad resulta casi inevitable. Aquellos países que cuentan con los votos suficientes para decidir son los que suelen no necesitar el dinero y aquellos que lo necesitan son casi siempre los que no poseen los votos para poder influir en unas decisiones que les van a acabar afectando. La legitimidad política, la transparencia y la credibilidad en los procesos de análisis de los problemas, de establecimiento de diagnósticos y de toma de decisiones, para decirlo brevemente, son –y deberían seguir siendo en el futuro– componentes esenciales de los trabajos del Fondo, aceptadas y reclamadas por todos. No cabe la menor duda de que el FMI es una organización que dispone de una elevada capacidad técnica. Cuenta con un potencial de capacidad a desarrollar que podría jugar un rol importante a la hora de dirigir la transición de la economía mundial hacia más altos grados de integración y de-sarrollo financiero, preservando al máximo la estabilidad y el buen funcionamiento de los mecanismos de ajuste del conjunto del sistema. Ciertamente, el ejercicio de ese poder no es nada fácil. Seguramente nunca podrá ser considerado del todo perfecto ni del todo “justo”. La clave para alcanzar el deseable objetivo del reforzamiento de la capacidad de toma decisiones y realización práctica de las labores que al Fondo le competen, se deben basar en unos pocos criterios muy claros y bien aceptados. Nos atrevemos a proponer los siguientes: el reforzamiento de la legitimidad que pueda derivarse de una mejora en los mecanismos de representatividad y participación en los altos órganos de decisión, el aumento de la transparencia y la eficacia de los procesos de gestión, y la preservación a ultranza de la independencia y el respeto por la profesionalidad y la labor del staff técnico y directivo de la organización.