Download Sí, solo quedan ya las minucias, que, sin embargo

Document related concepts
no text concepts found
Transcript
–Sí, solo quedan ya las minucias, que, sin embargo, tenían
una importancia esencial. Te recuerdo que, ocasionalmente, los niños teníamos lombrices, que nos martirizaban hasta
que hacía efecto el ricino. Y también había piojos, pulgas y
liendres, que nuestros padres trataban de exterminar y nunca exterminaban del todo. Luego estaba el ganado, que solía
dar cobijo a determinados parásitos incómodos y peligrosos,
como las gusaneras y las garrapatas, que había que eliminar
con zotal, un desinfectante de olores pestilentes. Toda esta caterva de bichos, y otros que quedan sin nombrar, no es exactamente cuantificable, pero tampoco ocupaban mucho espacio
que dijéramos…
–Ahora sí, ahora me has convencido totalmente: más juntos
no se puede vivir…
–Ni más revueltos tampoco.
–Tampoco, tampoco. Puedes decirlo bien alto.
–En tal caso, permíteme que insista: en el tiempo de mi niñez, del que los niños de ahora no saben demasiado, el mundo de las personas era indisociable del mundo de los animales. Pero ¿podía ser de otro modo? Creo que no. Más aún, creo
que esa convivencia era propiamente la vida. A los que en un
momento dado tuvimos que romper con ella, nos ha quedado
dentro una marca que no es posible borrar, por más que pueda
permanecer agazapada y silenciosa. En mi caso ha encontrado
un cauce de liberación o desahogo a través de las palabras plasmadas en este libro que, si bien están racionalmente ordenadas,
en realidad son borbotones atropellados nacidos a impulsos del
corazón. Porque es ahí, en el corazón, donde, en armoniosa convivencia con las personas, he llevado siempre a los animales.
Mariano Estrada, 25-09-2012
Mariano Estrada . Animales en el corazón
7
Mi corazón
Mi corazón está atado
al aldabón de la puerta;
paciente como una mula,
callado como una piedra
¿A quién espera?
A nadie.
Tan solo sueña.
Los fríos no lo entumecen,
los vientos no lo cimbrean.
Está montado en sus años
y no le duelen las piernas.
¿De qué se nutre?
Del aire.
De la más pura inclemencia.
De los templados calores
de la inocencia.
Mi corazón es el sueño
de una verdad de las buenas:
la juventud sin dinero,
la cuna, la adolescencia,
el hombre con la palabra
y no tan solo la lengua.
Por eso tengo amarrado
mi corazón a la puerta.
Aquí viví con los hombres
una verdad sin caretas.
¿Y qué hay más cierto que el sueño
de una verdad que es eterna?
Del libro «Trozos de cazuela compartida» (1991)
8
Animales en el corazón . Mariano Estrada
Lobos: del miedo a la admiración
Si mi cuerpo es de tierra suspirada, cuyo alimento es un agua de frío
manantial, ¿qué vegetación va a cubrirme si no es de brezo y de roble?
¿Qué sombra he de sufrir si no es víbora o lobo?
L
a primera noticia directa que yo tuve del lobo fue una tarde
de nubes y olor reciente de lluvia. Según calculo ahora, basándome en acontecimientos familiares de muy difícil olvido,
habrían pasado siete años desde el día de mi nacimiento. Por
un asunto de tratos en ganadería, de los que a mí me llegaba
únicamente el enternecedor balido de los corderos, mi padre
había ido a un pueblo de lo que para mí era entonces la ultramontana Cabrera, más allá de Velilla, donde había un lago
azul, un pico muy alto, llamado Vizcodillo –que en agosto conservaba intacta la nieve–, y un lejano tufillo de supersticiones
y fantasmagorías, no muy bien definidas, entre las que estaban
las historias espeluznantes del lobo y los mágicos ululares de
ciertas almas en pena, a cuya sombra se cobijaban los forajidos
y malhechores.
Podía haber ido a lomos de una yegua rojiza, que yo montaba a pelo entre galopes de temeridad y rozaduras, pero no había sido posible, pues la yegua estaba preñada y en la casa iba a
haber un parto inminente; un parto que, si realmente ocurría,
atendería con solvencia mi abuelo... Y ocurrió, fue un potrillo
salvaje y pelirrojo por el que, casi un año después, arrancado
de mis brazos por el tratante que lo había formalmente adquirido, yo sentí emociones elocuentes que terminaron en lágrimas.
De regreso, atravesando las cumbres de la Sierra de la Cabrera, desde las cuales se abarcan las amplias lejanías de la
provincia, pero también las cercanas laderas de Aguablanca,
el Ferradal, Tijeo..., la tarde mandaba su inminencia hacia una
noche cerrada. En ella estaban los miedos y las sombras, las
meigas y los lobos.
Mariano Estrada . Animales en el corazón
9
Mi madre, hecha de cariños y prudencias, me obligó a ir a
la cama, una cama de roble y de carcomas donde yo acosté mis
tímpanos despiertos... La habitación era un lóbrego vacío de
ferocidades, algo así como las fauces negras de un lobo. Yo tocaba el suelo con la mano para crear la realidad y los objetos,
porque mi madre se había llevado el candil y, en la tiniebla, el
espacio era un tinglado de burbujas desvanecientes atravesadas por lluvias abundantes y amenazadoras: las aguas de mis
ojos que plasmaban en el techo unos zarpazos de muerte...
Pero la muerte no vino. Yo crucé la mañana del domingo
en un letargo cansado y, al despertar, ya en las proximidades
de la comida, una risa grande y unos ojos alegres y despiertos
se estrellaron contra el rostro de mi padre que me miraba sonriente.
– ¿No te levantas hoy, Jeremías? –me preguntó.
–¿Por qué tardaste tanto? –le pregunté yo a mi vez, con
acento de recriminación más bien perdonable.
– Es que me salieron los lobos –dijo él, tan tranquilo.
– ¿Sí? ¿Y qué hiciste? –repliqué yo, entre admirado y temeroso.
– Muy fácil, me subí a un roble y esperé a que se hiciera de día.
– ¿Y los lobos, no intentaron cogerte?
– Pues claro, pero yo no los dejé... ¿Qué te habías creído?
– ¿Y por qué no llevaste la escopeta?
– ¿Para qué, si me bastó con la cacha?
Le fue suficiente con la cacha... Y la cacha era de roble, por
supuesto. Y el roble era magnífico y robusto, como mi padre.
Y yo, que siempre he amado a mi padre, amé también al roble.
Hoy amo al roble y a mi padre, que ya ha muerto. Pero también
a los lobos, que afortunadamente perviven en los montes de
roble de Velilla. ¿Qué sería de ellos si mi padre, aquella noche
oscura y tenebrosa, hubiera matado a sus desconsiderados antecesores?
10
Animales en el corazón . Mariano Estrada
La loba
Anduvo a rabiar por el monte
detrás de una loba parida,
con perros que siguen el rastro,
con ojos de acecho y vigilia.
Siguió los regueros del agua,
las cuestas abajo y arriba;
llevaba polainas de cuero
y postas de plomo y mochila.
Pegó con manadas de corzos
y dio con la zorra, que huía;
con tejos, con gatos monteses
y hurones que acaso no había.
De aquello que andaba buscando,
de aquello, ni loba ni cría.
De pronto, mirando a la luna,
se vio con la barba crecida.
Del libro «Tierra conmovida» (1987)
Mariano Estrada . Animales en el corazón
11
El gorrión desprendido
Para Guillermo (1), que tiene patria
en Muelas, con los pájaros.
F
ue en el lapso de tiempo que va de un sol pajizo y declinante
a la hora imprecisa de los murciélagos. En lógica correspondencia, las pizarras azules de los tejados y los sillares grises de
los edificios tenían sombra en el este, matizando así la uniformidad machacona de los colores.
Sobre un silencio esencial y una calma de densidades perceptibles, la tarde se extendía en un susurro de árboles y un piar
creciente de pájaros. La torre de la Iglesia, con su veleta de gallo
venturoso, apuntaba hacia un oscuro azul, un cielo extenso con
purezas de campo y de montaña. Finalmente, una brisa suave y
cadenciosa corría por las calles con las melazas de agosto.
En ese espacio adusto y apacible, casi íntimo, donde la belleza es sencilla y la naturaleza exhibe una semblanza armónica y
antigua, Guillermo pudo sentir con alterada sangre los pálpitos
de vida de un pequeño gorrión. Fue un instante mágico, por lo
que el hecho tiene de misterioso. Emancipado del nido antes
de hora, acaso desprendido por accidente, el gorrión se debatía
entre desesperados aleteos y conatos inútiles de fuga, hasta que
¡zas!, alguien lo cogió sin excesivas dificultades y, con meditada
delicadeza, se lo depositó en el asombro de los ojos y de las manos. Guillermo resistió con entereza los naturales intentos de
liberación del asustado pajarillo y, cuando este se tranquilizó y
abandonó los forcejeos, pudo percibir en su conciencia de niño
de seis años la suavidad de un plumaje virginal, la dulzura de
unos ojos desamparados y los latidos conmovedores de un corazón que, como el suyo, apenas había salido a la calle y a la vida.
Con la lógica de un niño pequeño y, dado que estaba en aquel
pueblo de visita, Guillermo quiso guardarlo en una caja de cartón
para llevarlo a su casa de Alicante, junto al mar y la luz y las gaviotas. Allí lo tendría para siempre, cuidándolo con hojas de lechuga,
12
Animales en el corazón . Mariano Estrada
con agua, con alpiste, con azúcar de multiplicada eternidad.
Su padre, en cambio, con la lógica aplastante de una persona mayor –si bien con el disgusto de tener que arrebatarle
a Guillermo una ilusión no solo comprensible sino en cierto
sentido incluso maravillosa–, le dijo con firmeza, aunque también con amor y con ternura, que su deseo no podía cumplirse
porque el gorrión se moriría de juventud y de pena, que necesitaba a sus padres y a sus hermanos, que necesitaba aquellos
árboles, aquel clima, aquellas aguas, que le era imprescindible
aquel paisaje, aquel ambiente. Que toda la grandeza del mar no
iba a ser bastante para salvarle la vida.
A los ojos de Guillermo acudieron las mareas del Mediterráneo, pero hizo un ejercicio de comprensión y logró ver que su
padre, por esta vez, había pensado las cosas con la lógica de los
mayores, pero en claro favor de los pequeños. Acaso el gorrión
no necesitaba una protección tan rigurosa como su padre le
había dicho, pero sí la compañía de sus ya añorados congéneres, la naturaleza amable de aquel concreto lugar, llamado
Muelas de los Caballeros, y la libertad que reclamaban sus alas
para tener apego a la vida.
De todos modos, para evitar unas lágrimas mayores que las
precedentes –y ya serían casi de dimensiones oceánicas–, su
padre tomó el pájaro en las manos y, en una distracción de Guillermo –de las que son tan frecuentes en los niños–, corrió a depositarlo amorosamente donde por fuerza había de encontrar
a los suyos: en el exacto lugar en que su libertad, si bien con intenciones muy nobles, había sido violentada e interrumpida.
Al saber lo sucedido, Guillermo –ahogando en su doliente corazón unos latidos muy grandes que huían hacia el pájaro–, decía
estar conforme mediante leves asentimientos de la cabeza, pero
miraba a su padre desde un hoyo de resignación, callada, pensativamente, con la voluntad y la fuerza necesarias para contener las
tempestades del mar, que otra vez se aproximaba a sus ojos.
(1) Guillermo es hijo de José Luís Ferris,
poeta, escritor y biógrafo de Miguel Hernández.
Mariano Estrada . Animales en el corazón
13