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La democracia en Grecia Por Juan David Otálora Sechague (*) Ríos de tinta han corrido sobre el asunto griego luego del acuerdo –si puede decirse de algún modo– al que llegaron los miembros del Eurogrupo y Atenas el mes pasado, y cuyas condiciones son más severas que las propuestas con antelación. La creación de un fondo de privatizaciones, la reforma en el régimen pensional y el endurecimiento en las leyes laborales, son sólo algunas de las medidas impuestas por la Unión Europea, liderada por Alemania y que el gobierno de Alexis Tsipras debe aceptar a regañadientes a cambio de una ayuda de 50 mil millones distribuida en tres años para solventar la deuda. De nada sirvieron los resultados del referendo que reflejaron la voluntad de la población de oponerse a las condiciones impuestas por la Troika y que Bruselas consideró como una afrenta a los acreedores. Parece ser que la democracia resulta incómoda para los cálculos económicos y los mercados bursátiles. En efecto, escribió Gideon Rachman en el Financial Times que “el eslabón más débil de la eurozona son los votantes”, sentencia que muestra con precisión cómo la economía ha solapado las funciones básicas de la política, reduciendo su función a una elección pragmática y periódica de líderes que persiguen una misma directriz. La cuestión griega demuestra que la democracia está pasando por una transición (quizás una noción más precisa sea crisis) epistemológica, pues en la actualidad pululan los estudios que relacionan la participación con la eficiencia o los que entienden el juego democrático como un simple método de elección. Las calidades en la participación e inclusión o los procesos de decisión deliberativos son tenidos en cuenta siempre y cuando no contravengan las nociones fundamentales de los mercados y sus delicados e ininteligibles equilibrios. Analistas han previsto que el tercer rescate a la golpeada economía griega es tan sólo la forma de prolongar lo inevitable: una catástrofe económica sin precedentes en la zona euro que expandirá la crisis a países como España y Portugal. Sin embargo, los prolíficos estudios y proyecciones en materia económica han hecho desviar la atención de la importancia que tiene la participación de la sociedad griega a la hora de decidir su destino, ocasionando que los asuntos democráticos resulten embarazosos para mantener a flote el proyecto económico de la Unión Europea. Por esta razón, debería cuestionarse el alcance de la democracia y su real función e impacto en las actuales dinámicas, toda vez que los gobiernos tecnócratas se han percibido como “un mal necesario” en aras de mantener las condiciones estables aún en detrimento de las decisiones adoptadas por los votantes. De hecho, la población que participa lo hace con la esperanza de expresar su voluntad y con el objetivo de transformar las condiciones de austeridad que pueden afectar su modo de vida. Aquí se trata de entender que la opinión ciudadana, al menos en la práctica de la democracia, es vital para encausar lo que se quiere como sociedad así esto vaya en contravía de los índices económicos. Cualquier manifestación de descontento frente a este tipo de políticas –que abogan por la protección de los capitales y la deuda– es vista como una forma de “populismo” que, según sus críticos, sólo busca movilizar a las personas a través de artilugios y promesas irrealizables. No obstante, más allá de este debate lo preocupante se centra en la percepción de algunos líderes europeos quienes conciben a la democracia como un obstáculo, como la forma más inoperante de gobierno, haciendo que ésta se convierta en la ficción legitimadora de los poderes económicos pues la comprensión alternativa de las problemáticas es percibida con desconfianza. La ironía aquí es apelar al gobierno del pueblo, pero sin el pueblo. Estos factores no excusan, sin embargo, al gobierno griego y el gasto desmedido que tuvo, al desbalance de pagos y a los acuerdos incumplidos, pues ello sería justificar la irresponsabilidad fiscal de Atenas. Empero, lo que sí debe considerarse es que las nuevas medidas impuestas por el ministro de Hacienda alemán, Wolfgang Schäuble, repercuten directamente sobre la población y pueden, contrariamente a lo que buscan, agudizar la crisis como se evidenció en la caída por debajo del 16% que experimentó la Bolsa griega el pasado 3 de agosto o el índice de actividad manufacturera que se desplomó a los 30,2 puntos en julio. Cabe recordar como una suerte de ejercicio histórico que las decisiones impositivas llevan a la emergencia de posturas extremistas. Las condiciones que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial sirvieron como caldo de cultivo para el surgimiento del liderazgo de Adolf Hitler, desatando las terribles consecuencias conocidas. Por ese motivo, profundizar las políticas de austeridad puede llevar a los radicalismos como el del partido Amanecer Dorado o, de otra parte, al surgimiento de una coalición tecnócrata que responda fielmente el mandato de Bruselas, estableciendo una especie de “estado de excepción” en el mandato popular al estilo de Mario Monti en Italia. Desde toda perspectiva, pierde la democracia. Así las cosas, la lección de Grecia es que la democracia resulta incómoda para el mantenimiento de la estabilidad financiera de Europa como quedó evidenciado con la inoperancia del referendo, pues el gobierno de Tsipras tuvo que cambiar su postura y aceptar las condiciones impuestas. La reflexión de fondo es que los procesos de participación y toma de decisiones se encuentran cada vez más supeditados a las variables económicas. Quizás más allá de la deuda, el problema real de Grecia sea la democracia y su supervivencia, hecho irónico que suceda en el lugar de nacimiento de esa forma de gobierno. (*) Joven Investigador y Profesor Auxiliar de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.