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Honestidad Ser honesto es ser real, genuino, auténtico, de buena fe. Ser deshonesto es ser falso, impostado, ficticio. La honestidad expresa respeto por uno mismo y por los demás. La deshonestidad no respeta a la persona misma ni a los demás. La honestidad tiñe la vida de apertura, confianza y sinceridad, y expresa la disposición de vivir a la luz. La deshonestidad busca la sombra, el encubrimiento, el ocultamiento. Es una disposición a vivir en la oscuridad. ¿Por qué alguien querría ser deshonesto? Es una pregunta que el satirista irlandés Jonathan Swift expone mordazmente en “Viaje a los houyhnhnms”, en Los viajes de Gulliver. Los houyhnhnms eran criaturas tan racionales que la deshonestidad les resultaba casi ininteligible. Como uno de ellos le explica a Gulliver, “el uso del lenguaje está destinado a lograr la mutua comprensión, y a recibir información sobre los hechos; si alguien dice cosas que no son [rebuscada locución de los houyhnhnms para referirse a la curiosa práctica de decir mentiras] se frustra esta finalidad”. La deshonestidad no tendría ningún papel en un mundo que reverenciara la realidad y estuviera habitado por criaturas plenamente racionales. Los seres humanos, sin embargo, no son plenamente racionales, como Swift se regodeaba en señalar. Los humanos, a diferencia de los houyhnhnms, abrigan una variedad de tendencias e impulsos que no armonizan espontáneamente con la razón. Los seres humanos necesitan práctica y estudio para convertirse en personas íntegras y benévolas. Y en el ínterin hacen muchas cosas que la prudencia les aconseja ocultar. Mentir es una "fácil" herramienta de ocultamiento, y cuando se emplea a menudo pronto degenera en un vicio maligno. La honestidad es de suma importancia. “Odio como las puertas de la muerte al hombre que dice una cosa pero oculta otra en el corazón”, exclama el angustiado Aquiles en la Ilíada de Homero. Toda actividad social, toda empresa humana que requiera una acción concertada, se atasca cuando la gente no es franca. La honestidad no consiste sólo en la franqueza, la capacidad de decir la verdad, sino en la honestidad del trabajo honesto por una paga honesta. Es la honestidad que buscaba el profeta Jeremías: “¡Recorre las calles de Jerusalén, mira en derredor y observa! Busca en las plazas y encuentra una sola persona que actúe justamente y busque la verdad”. Es la honestidad que el filósofo cínico Diógenes buscaba más tarde en Atenas y Corinto, una imagen que ha resultado ser notablemente duradera: “con vela y farol, cuando brillaba el sol, busqué hombres honestos, mas no pude encontrar ninguno”, como lo expresaba una compilación del siglo diecisiete. La nariz alargada del mentiroso Pinocho es una imagen que aún no tiene cien años, pero que también ha encontrado un lugar entre nuestras historias Populares más duraderas. ¿Cómo se cultiva la honestidad? Como la mayoría de las virtudes, conviene desarrollarla y ejercitarla en armonía con las demás. Cuanto más se ejercita, más se convierte en una disposición afincada. Pero hay una respuesta rápida que se puede dar en tres palabras: tomarla en serio. Se debe reconocer que la honestidad es una condición fundamental para las relaciones humanas, para la amistad, para la auténtica vida comunitaria. Pero se debe tomar en serio por sí misma, no “como la política más conveniente”. “La honestidad es mejor que toda política”, como señaló con perspicacia el filósofo Immanuel Kant. Hay una gran diferencia entre tomar en serio la verdad y no dejarse pillar. Los padres a menudo dicen “que no te pille de nuevo”, y es comprensible, pero una vida buena y honesta es más que eso. El desarrollo moral no es un juego de “píllame si puedes”. Conviene concentrarse en lo que importa de veras, la clase de persona que uno es. Volver a notas de Interés Volver a programa de formación de virtudes Volver a Narraciones sobre Virtudes