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Publicado el martes 23 de octubre del 2012
Soukhovetski y la Miami Symphony, concierto magistral
Daniel Fernández Especial/El Nuevo Herald
A pesar de la alta expectativa creada por la primera presentación en Miami del aclamado pianista
Konstantin Soukhovetski con la Miami Symphony (MISO), el Knight Concert Hall del Arsht
Center presentaba muchos asientos vacíos. Es cierto que hay crisis, pero es posible que los
melómanos de Miami no se enteraran a tiempo de este concierto tan importante.
Abrió la noche con el Concierto no. 3 en re menor, op. 30, de Rachmaninof. Este es uno de los
conciertos más difíciles y gustados del repertorio pianístico. Requiere del solista una sensibilidad
capaz de explorar dolorosos o nostálgicos sentimientos que encuentran su expresión en delicados
cantabiles, mientras que no faltan las carreras sobre el teclado en las que se atropellan las notas
de emociones muy distintas, donde se adivinan las profundas contradicciones que caracterizan el
“alma rusa” y, en particular, la de este compositor que aunque exiliado no perdió nunca la
conexión interior con su torturada patria. Quizás esos sentimientos de frustración, impotencia y
tormento son los que llevan esta obra a tan explosivos momentos.
Nacido en 1981, Soukhovetski cultiva un look algo extravagante, con gafas oscuras y zapatos de
multifacético brillo, sin embargo, en cuanto a la música no puede ser más serio, y el espíritu
romántico de Rachmaninof no le es ajeno. Ganador de numerosos premios, hizo gala de una
técnica envidiable y de una efectiva comunicación con la orquesta, aunque en los pasajes de
mayor “barullo” se le fueron algunas notas confusas –cosa bastante frecuente en este concierto de
exaltaciones febriles y fugaces. Con su director musical, Eduardo Marturet, en el podio, la MISO
demostró nuevamente la excelencia alcanzada en una obra que requiere un constante reajuste
dinámico para no perder los acentos bombásticos sin ahogar el sonido del solista. Esta es una rara
cualidad que muchos directores pasan por alto en esta y en muchas obras en las que piano y
orquesta establecen reñido debate. No obstante, al final, cuando la lucha es mayor, la orquesta se
fue un poco por encima.
Ante la larga ovación, el pianista ofreció en su propia trascripción la bellísima Morgen, de Ricardo
Strauss, dada con límpida delicadeza.
La segunda parte de la noche, ya con la orquesta en absoluto protagonismo, Marturet ofreció dos
joyas de la literatura orquestal, injustamente relegadas al olvido en las salas de concierto. Primero
la Sinfonía no. 7, en do mayor, op 107, de Sibelius. Prácticamente su testamento musical, guarda
en 20 minutos la exquisita sensibilidad del compositor finés. De la serenidad del helado fiordo a
las aguas primaverales, de las auroras boreales a los anocheceres de verano, la obra evoca el
lenguaje de la naturaleza. Refugiado en su finca, el creador aclamado por el mundo, prefería
componer en un retiro donde encontraba su voz en lo natural. El trabajo de Marturet y los
músicos fue tan encomiable por su impecable entrega como por haber rescatado tan hermosa
obra del injusto olvido.
Luego, en profundo contraste, Danzas de Galanta, de Kodaly, otro gran olvidado. A medio camino
entre Budapest y Viena, Galanta es una ciudad que lleva en las venas de sus danzas tanto el vals
como las czardas y en este extraordinario poema sinfónico, el genial compositor húngaro regala
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un muestrario de ritmos y motivos de jolgorio que volvió a poner a la MISO y a su director en el
candelero de un virtuoso exhibicionismo. Cerró la noche con una larguísima ovación que permitió
destacar solistas y familias de la orquesta por su especial labor en las obras ofrecidas. •
El próximo concierto de la Miami Symphony será el 10 de noviembre con Patric Jackson, chelo, y
Joshua Dos Santos, director invitado. (305) 275-5666 y www.themiso.org
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