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niños italianos presentaron una relación inversa de tales bacterias; es decir, la dieta produce cambios en la microbiota intestinal. Podemos concluir que las bacterias Bacteroidetes se han especializado en la degradación de fibras, mientras las Firmicutes lo han hecho en la utilización de azúcares simples y refinados, como son las harinas. Actualmente se sabe que dependiendo del grupo de bacterias dominante aumenta o disminuye el riesgo de obesidad. Ridaura et al. (2010) trasplantaron la microbiota fecal total de gemelos delgados y obesos a dos grupos de ratas delgadas libres de gérmenes; ambos se alimentaron con dieta baja en grasas y alta en fibras vegetales. Al final del experimento, las ratas trasplantadas con la microbiota de los gemelos obesos aumentaron la masa grasa de manera significativa, mientras que las del otro grupo se conservaron delgadas. La microbiota de las ratas delgadas digirió más fibras vegetales y produjo mayor cantidad de ácidos orgánicos volátiles reguladores de la producción de grasa corporal. Otro estudio demostró que el consumo de fibras fue significativo en personas delgadas con respecto a otras obesas: las delgadas tuvieron mayor proporción de bifidobacterias que las obesas, aun con dietas semejantes (Mayorga et al., 2015). Estos resultados son consistentes con los reportados por Yasir et al. (2015), quienes compararon la microbiota intestinal de personas obesas y normales residentes en Francia y en Arabia Saudita con dietas distintas. Los franceses presentaron bacterias asociadas al consumo de fibras, con mayor diversidad de géneros y concentración o riqueza de bacterias comparada con la población árabe obesa y normal. Esta última con mayor cantidad de bacterias asociadas a la obesidad, pero menor diversidad y riqueza de género de bacterias. Tales resultados permiten asegurar que la riqueza y diversidad de la microbiota intestinal está relacionada con una alimentación variada con alto contenido de fibras vegetales y, en consecuencia, con un mejor estado de salud de las personas. En México, la población en general ha transitado de una dieta con alto contenido de alimentos de origen vegetal —basada en legumbres, frutos secos, leguminosas y semillas— y un estilo de vida activo, a una dieta basada en un mayor consumo de harinas y azúcares refinados, edulcorantes calóricos y grasas saturadas. Este cambio ha tenido consecuencias: en el 2012 la prevalencia de obesidad en personas adultas fue de 32.4%, con mayor presencia entre el sexo femenino (INSP, 2012). En cuanto a obesidad infantil, puede llegar a manifestarse en 48% a 51% de los niños de zonas urbanas en edad escolar (Bacardí-Gazcón et al., 2007). Al aumentar el peso por el consumo de alimentos ricos en energía y el sedentarismo, se tiende a provocar una modificación de la microbiota intestinal con presencia de mayor número de bacterias que producen moléculas asociadas a la acumulación de grasas. La consecuencia es un aumento de la obesidad, que puede considerarse ya una epidemia mundial. Pero si se promueve el consumo de alimentos con mayor contenido de fibras vegetales, aunado a una mayor actividad física, la microbiota intestinal podrá modificarse y, en consecuencia, contribuir a reducir los niveles e intensidad de la obesidad. 46 ALEJANDRO AZAOLA, LINO MAYORGA-REYES