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LEÓN IX (1002-1054) Wenceslao Calvo (23-03-2010) © No se permite la reproducción o copia de este material sin la autorización expresa del autor. Es propiedad de Iglesia Evangélica Pueblo Nuevo LEÓN IX (1002-1054) León IX (Bruno, conde de Egisheim y Dagsburg en Alsacia) nació el 21 de junio del año 1002 en Eigesheim y murió el 19 de abril de 1054 en Roma. León IX (a la izquierda) consagrando el reconstruido monasterio de San Arnaldo de Metz, que le está siendo ofrecido por el abad Warinus de Metz, códice del siglo XI, en la Burgerbibliothek, Berna, Suiza.(Cod. 292, f. 72) Cuando era obispo de Toul ya se distinguió por su modélica administración, siendo elegido por mandato de Enrique III, a petición de los legados romanos, papa en la dieta de Worms en diciembre de 1048, sucediendo a Dámaso II. Dotado de talento, energía, experiencia y encanto personal, estaba altamente cualificado para el oficio que se le había encomendado. Tenía estrechos contactos con el movimiento para una reforma dentro de la Iglesia que emanaba de Cluny. Su bienvenida en Roma fue brillante y por propia petición volvió a ser elegido, asumiendo entonces el gobierno pontifical, siendo entronizado el 12 de febrero del año 1049. Hildebrando, quien había acompañado a Gregorio VI a Alemania, regresó a Roma para ayudar a León, siendo recibido en el cuerpo de cardenales. De mayor importancia fue el nombramiento de diversos cargos, como la sede episcopal de Silva Candida asignada al monje Humberto; Hugo el Blanco fue promovido como cardenal-sacerdote de San Clemente en Roma; Esteban de Lorena obtuvo un puesto de abad en Roma y el arzobispo Federico, hermano del duque Godofredo de Lorena, fue llamado a Lieja. Reformas de León. León convocó su primer sínodo romano en Letrán entre el 9 y el 12 de abril de 1049, donde puso los fundamentos y bosquejo de la política de toda su administración. Su primer intento de reforma fue la supresión de la simonía. El sínodo aprobó la destitución de los obispos simoníacos, pero con clamorosa protesta, rechazó la exigencia del papa para que todas las ordenaciones de los simoníacos fueran anuladas, al ser inviable. Se aprobó una ley sobre el celibato obligatorio en el sacerdocio, que en realidad no implicaba nada nuevo, pero demostró tener grandes consecuencias en cuanto a la batalla del papado contra el matrimonio de los sacerdotes. Poco después, León comenzó un viaje a Alemania, adelantándose al emperador en Sajonia y recibiéndole camino de Colonia a Aix-la Chapelle. En Reims (3-4 de octubre), celebró el gran sínodo que es de peculiar interés por la situación que le precedía y las consecuencias que tuvo. Hubo pocos asistentes franceses y León se comportó con mucha restricción. La cuestión del celibato no se tocó y el examen de las acusaciones hacia los obispos bajo sospecha de simonía se trató en una manera tibia. León también evitó hacer presión en sus rigurosas convicciones sobre las consagraciones simoniacas. Por otro lado, acometió con energía su propósito de dejar clara la autoridad del papado. El arzobispo de Santiago de Compostela, en Galicia, que había asumido el título Apostolicus, fue excomulgado. Muchos obispos franceses y abades que no habían asistido al sínodo fueron también excomulgados, mientras que otros fueron citados a Roma. Al acabar el sínodo se promulgó la primera ley para la reforma del papado. Dos semanas más tarde, hacia el 19 de octubre, León inauguró, en presencia de Enrique III, un brillante sínodo en Maguncia, que igualmente tomó medidas contra la simonía y el matrimonio de los sacerdotes. Luego regresó a Italia. En la primavera de 1050, León fue al sur de Italia donde celebró un sínodo en Palermo y en Siponto, al sur de Monte Gargano. El sínodo romano celebrado bajo su presidencia el 29 de abril continuó su actividad reformadora. Unas pocas semanas después estaba de nuevo en el sur de Italia, donde el avance de los normandos estaba inaugurando un nuevo escenario de combinaciones políticas. Luego el sínodo en Vercelli reclamó su atención en el norte. Este sínodo es uno de los que tuvieron importancia bajo León IX para la historia del dogma, porque aquí Berengario de Tours fue condenado de nuevo. También surgió otra vez la cuestión de qué dirección seguir en el difícil asunto de las ordenaciones simoníacas, pero una vez más el papa demostró que su política no era adoptada, es decir, que la demostración de una ordenación simoníaca exigía la anulación del sacramento mismo. En el otoño cruzó los Alpes una vez más camino de Francia. La invasión normanda. A principios de 1051 estaba en Alemania, entrevistándose con Enrique III en Colonia, Tréveris y Augsburgo. A su regreso a Roma, León dimitió finalmente de su obispado en Toul. El tercero de los sínodos celebrado en Roma se reunió en abril, después de la Pascua. Se discutió una vez más la cuestión de la administración de los sacramentos por los simoníacos, sin llegarse a un acuerdo. Durante los siguientes meses, la energía del papa se centró en el sur de Italia, donde el peligro lo constituía la invasión normanda. León intentó primero, mediante alianza con el príncipe Weimar de Salerno y el conde Drogo, jefe de los normandos apulianos, asegurarse la adquisición de Benevento por medios pacíficos, pero no lo logró. Las pretensiones sobre Benevento podían ser eficaces por la fuerza solamente y para ello el papa pidió la ayuda de Enrique I de Francia y del emperador Enrique III de Alemania. Posteriormente, a principios del verano de 1052 León intentó dirigir el conflicto con los normandos personalmente, pero no pudo mantener su ejército cohesionado. En esta difícil situación quería llegar a un entendimiento con el emperador alemán, y siendo solicitado en ese mismo momento por el rey Andrés de Hungría como mediador en la guerra con Enrique III, se apresuró a ir al campo imperial en Pressburgo. Aunque su intervención no procuró ventaja para el imperio alemán y aunque la expedición húngara se resolvió desfavorablemente, el buen entendimiento entre Enrique y León no salió perjudicado y regresaron juntos a Alemania. Mientras el papa y el emperador estaban celebrando la Navidad juntos en Worms, se llegó al acuerdo por el que Enrique cedía Benevento y otros derechos en el sur de Italia al papa, a cambio de que León renunciara a los derechos de la Iglesia de Roma a cierto número de fundaciones y monasterios en Alemania (el obispado de Bamberg, la abadía de Fulda, etc.). El valor de esta oferta para León dependía de si el emperador alemán le otorgaría la ayuda del imperio para mantener esos territorios contra los normandos. La intención de Enrique era ésa al principio. Pero el obispo Gebhard de Eichstadt hizo que el ejército, ya en marcha hacia Italia, fuera llamado de regreso. Sin embargo, un contingente de tropas alemanas, especialmente de Suabia, se puso del lado del papa cuando éste regresó a Italia en febrero de 1053. Mapa de las invasiones normandas, húngaras y musulmanas de los siglos VIII al X El tiempo de los éxitos de León había pasado. Cuando reunió al episcopado lombardo, que no se había mostrado partidario de sus esfuerzos reformistas, en un sínodo en Mantua el 24 de febrero de 1053, se sucedieron turbulentas escenas que hicieron imposible cualquier acuerdo e incluso pusieron en peligro la vida del papa. Tras el cuarto sínodo romano celebrado en abril, León hizo preparativos para enfrentarse decididamente a los normandos. La batalla de Civitate en la Apulia normanda el 18 de junio, tuvo como resultado que el ejército papal quedó casi aniquilado y León mismo cayó en manos del enemigo. Durante nueve meses estuvo preso en Benevento como cautivo de guerra, aunque sin restricciones para estar en comunicación con el exterior. Quebrantado, exhortó al imperio oriental y a Alemania a una gran acción contra los normandos, aunque no logró su propósito. Tras caer gravemente enfermo se le permitió regresar a Roma. Tras salir de Benevento el 12 de marzo, murió en Roma el 19 de abril de 1054. Mapa del imperio germánico bajo los emperadores francos (sálicos) 1024-1125 Logros de León. El pontificado de León IX cubre pocos años, pero en tan poco espacio de tiempo pudo ganar una posición de mandato en lo que respecta al primado romano en la cristiandad occidental, señalando nuevas y universales directrices para el mismo y al adoptar las Decretales pseudo-Isidorianas en la vida práctica de la Iglesia pavimentó el camino para la posterior supremacía del papado bajo Gregorio VII. Sus extensos viajes fueron una manera escogida de entrar en contacto personal con las diversas partes de la Iglesia y sus visitas para la consagración de iglesias fueron ocasiones en las que grandes multitudes vieron al cabeza de la Iglesia católica, lo que repercutió en popularidad no solo para León mismo, sino para el papado como institución. De no menor importancia fue el avivamiento y posterior desarrollo de los sínodos eclesiásticos. Bajo León, los sínodos se convirtieron en grandes medios y centros de la vida eclesiástica, demostrando su fuerza para ser un vínculo entre el episcopado y la iglesia de Roma. Esto también se consiguió mediante los múltiples honores que León obtuvo con ocasión de sus viajes, siendo acompañado en los mismos por devotos prelados, como el arzobispo Halinard de Lión, el arzobispo Hugo de Besançon y el abad Hugo de Cluny. No hay duda de que todas esas medidas fueron parte de una política determinada por el papa. Sin embargo, esta tendencia a la centralización de la Iglesia no tuvo efectos apaciguadores sobre los contemporáneos de León, al estar asociada con un enérgico procedimiento contra el vicio de la simonía y la costumbre del sacerdocio matrimonial, en los que el círculo de Cluny discernió los más grandes peligros para la vida eclesiástica. Cuando León ascendió al papado era el defensor de la causa de este grupo, cumpliendo totalmente las esperanzas que habían sido puestas en él sobre esas cuestiones. No hay duda de que bajo León la independencia del episcopado experimentó un menoscabo y de que hubo un movimiento agresivo contra el Estado temporal, pudiéndose señalar ya las semillas de complicaciones notorias, si bien con referencia a Enrique III no existía todavía un antagonismo radical. Es cierto que los logros de León quedan equilibrados por una atención demasiado decidida en la política territorial italiana y por la iniciación del Cisma de Oriente. Sin embargo, no debe pasarse por alto que esta catástrofe fue la culminación de un desarrollo que abarcaba cientos de años, no pudiendo hacerse responsables a las personalidades que entonces estaban en el escenario de tales sucesos en su totalidad, no siendo tanto León IX quien incurrió en la culpa, sino sus representantes.