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Muerte en el hogar o muerte hospitalaria. Tendencias globales y factores asociados. Natalia Luxardo palish@hotmail.com Centro Argentino de Etnología Americana/ CONICET y UBA Uno de los aspectos relativos al proceso de enfermar y morir es el ámbito en el que ocurre. El cuidado en el final de la vida puede ser provisto en una multiplicidad de ámbitos (Tamir, Singer y Shvartzman, 2007). Aunque este lugar sobre dónde morir no siempre sea una preocupación para el moribundo1, el lugar dónde ocurra puede afectar la calidad de la misma (Brazil, Howell, Bedard et al., 2005). En este sentido, morir en casa es definido como lo ideal, tanto en la literatura académica como para los tomadores de decisión, equipo de salud, pacientes y cuidadores (Starjdubar y Davies, 2005) y también para el público general (Yun, Young Ho, Kyoung et al., 2006). Sin embargo, proveer el cuidado correcto en el lugar correcto no es simple, especialmente cuando se trata de moribundos (Wilson, Northcott, Truman et al., 2001) y, por lo tanto, la mayoría de las personas en países desarrollados terminan falleciendo en hospitales. Esto genera que exista una falta de congruencia entre el lugar en el que los pacientes eligen morir y dónde realmente mueren (Fukui, Kawagoe, Masako, Noriko, 2003). Desde los Cuidados Paliativos existe una crítica de la hospitalización de la muerte y un fomento del cuidado en el hogar. Los argumentos de tal actitud se apoyan en que permite evitar el encarnizamiento terapéutico de las instituciones de salud, así como la soledad de la hospitalización, fomenta la autonomía del paciente, fortalece lazos sociales y familiares en los momentos finales de la vida, le permite al paciente continuar inserto en más espacios de su mundo social previo, todo ello sin que se descuide la atención provista por los servicios de salud, tales como enfermería domiciliaria (De Simone y Tripodoro, 2004; Abt, 2006). La presente ponencia forma parte de una investigación posdoctoral (CONICET) realizada durante los años 2007-2009 sobre el cuidado en el hogar y el lugar de la muerte de personas con enfermedades que amenazan la vida. En esta ocasión planteamos como objetivo general brindar un panorama global de cuáles son las Debemos destacar que en un ranking establecido en una investigación sobre qué era aquello que el equipo de salud, el paciente y el cuidador consideraban como lo más importante, coincidían que era no sentir dolor, mientras que el hogar como lugar para la muerte aparecía en el décimo puesto (Agar, Currow, Shelby-James, et al., 2008). 1 1 tendencias en el nivel internacional y local del lugar en el que ocurren estos decesos de pacientes con enfermedades "terminales". También se propone indagar a qué factores está asociado este lugar de muerte. Se realizó una indagación basada en fuentes secundarias: desde la base de datos Sage fueron seleccionadas 50 investigaciones publicadas en los últimos 15 años sobre el lugar de muerte de los pacientes con enfermedades que amenazan la vida. Se identificaron en estos estudios qué factores aparecían asociados al lugar de muerte. Estos artículos fueron incorporados a una de base de datos, compuesta por una matriz que identificaba el tipo de revista, los objetivos del estudio y las conclusiones a las que llegaban. La descripción local de esta situación estuvo basada en entrevistas a efectores de salud y a datos de Estadísticas Vitales (2006). El hogar, lugar elegido por pacientes y cuidadores Tanto los pacientes moribundos como sus familiares prefieren el cuidado en el hogar (Starjdubar y Davies, 2005) antes que el cuidado en una institución, ya que es visto como un espacio que otorga confort, intimidad y seguridad al enfermo. Cuando se trata de imaginar el lugar en el que elegirían para morir, el deseo de los pacientes es que dicho momento no ocurra en un hospital (Cohen, Bilsen, Addington-Hall et al., 2008) sino en su propia casa. Existe consenso en la literatura académica sobre esta preferencia del lugar en donde las personas esperar recibir los cuidados en el final de la vida (Docherty, Owens, Asari-Ladi, et al., 2008; Brazil, Howell, Bedard et al., 2005; Townsend, Frank, Fermont et al. 1990), si es que el soporte apropiado estuviera disponible (AhinerElnquist, Jordhoy, Jannet, et al., 2004). Los motivos para elegir morir en el hogar es que este ámbito les permite gozar de más privacidad que el hospital, así como les posibilita la conexión con los otros integrantes de la familia (Proulx y Jacelon, 2004), además de estar conectado con la comunidad y el medio social cotidiano del enfermo y, de alguna manera, les permite continuar con la sensación de tener una “vida normal”2. Numerosas encuestas sobre este aspecto han sido realizadas tanto en población sana como en pacientes de paliativos (Howat, Veitch y Cairns, 2007). Higginson y Sen-Gupta (2000) reportaron que la preferencia de morir en casa pasó del Como vemos, son todos factores asociados a las ideas que existen sobre “una muerte digna”: autonomía, auto-control, confort, privacidad, comunicación con los demás, entre otros (Proulx y Jacelon, 2004). 2 2 59% al 81% en la población general y del 49% al 90% entre pacientes con cáncer (Gruneir, Mor, Weitzer et al., 2007). Los pacientes con cáncer avanzado, en su mayoría también prefiere morir en su casa (Foreman, Hunt, Luke y Roder, 2006). Docherty, Owens, Asari-Ladi, et al. (2008) sistematizaron estudios realizados en Inglaterra en los que surge que el 64% de los pacientes con cáncer (n=2000) elegiría su casa como lugar para morir. Otra encuesta publicada en el BMJ (2003) indicó que el porcentaje de los que habían elegido sus hogares era del 74% (n=1500). En una encuesta nacional entre la población general de Japón surgió que dos tercios de las personas encuestadas expresaron la preferencia de morir en sus casas si fueran diagnosticados con una enfermedad terminal, resultado semejante a lo encontrado en otros países (Fukui, Kawagoe, Masako, Noriko, 2003). El estudio de Foreman, Hunt, Luke y Roder (2006) realizado en el sur de Australia señal que el 58% de los pacientes con cáncer desearían morir en sus hogares, pero que sólo el 14% efectivamente lo hace. En otro estudio centrado en las díadas cuidador-paciente (n=138) sobre las preferencias para el lugar de muerte, la preferencia por el hogar fue del 54%, mientras que la preferencia por hospitales fue del 27% y al 19% restante el tema no le interesaba (Higginson y Sen Gupta en Stajduhar, Allan, Cohen y Heyland, 2008). Las diferencias entre los que tenían cáncer y los que no fueron similares, pero de los 82 pacientes que no tenían cáncer 21 (26%) prefirieron más el hospital para morir, mientras que de los 56 pacientes con cáncer, 17 (30%) lo hicieron (Stajduhar, Allan, Cohen y Heyland, 2008). En definitiva, la revisión de la literatura (encuestas poblacionales) confirma que la mayoría de las personas prefieren no sólo ser cuidadas sino también morir en sus propias casas (Higginson y Sen Gupta, 2000). Esta elección no siempre permanece estable durante el transcurso de la enfermedad, y a medida que la misma progresa algunos cuidadores y algunos pacientes manifestaban las preferencias por ámbitos institucionales. Sin embargo, fueron los cuidadores aquellos que preferían que los pacientes murieran en el hospital (Brazil, Howell, Bedard et al., 2005). También encontramos que existe un grupo de pacientes que no quieren morir en las casas, pero sí quieren ser cuidados en ellas y permanecer en las mismas tanto tiempo como les sea posible (Brink y Smith, 2008). Foreman, Hunt, Luke y Roder (2006) también observaron que los pacientes cambiaban de opinión sobre dónde querían morir durante el transcurso de su enfermedad, al igual que el estudio de Starjdubar y Davies (2005), quienes sugieren que se requieren estudios longitudinales para identificar tales cambios. 3 A pesar de estas observaciones sobre los cambios de opinión que se podían presentar con el tiempo, el peso de los mismos en las preferencias sobre el lugar de la muerte no fueron significativos, de acuerdo a estudios como el de Agar, Currow, Shelby-James, et al. (2008). Estos autores encontraron que la casa era la opción preferencial, tanto para pacientes (87-71%) como para cuidadores (85-66%). Aunque algunos cambiaron después de opinión, el 68% mantuvo sus preferencias constantes: el hogar como lugar ideal para morir (Agar, Currow, Shelby-James, et al., 2008). En definitiva, existe una idea del hogar como el lugar ideal de muerte, algo que también piensan los proveedores y los tomadores de decisión. Pero sin embargo esta idea puede no reflejar lo que piensa otra gran cantidad de personas, por lo tanto se deberían contar con decisiones personalizadas según cada caso antes de tomar/recomendar una decisión. Además, no siempre coinciden las decisiones de cuidadores y pacientes, por lo que deberían ser tenidas en cuenta ambas perspectivas (Stajduhar, Allan, Cohen y Heyland, 2008) El lugar en dónde efectivamente mueren los pacientes Las muertes en el hogar bajaron notablemente durante el último siglo, con una tasa del 20% durante la década de los ´90 en los países desarrollados (Yun, Young Ho, Kyoung, et al. 2006). Si bien en las últimas en décadas la introducción de cuidados paliativos permite que menos gente muera en hospitales de agudos, los valores sobre los que mueren en sus casas permanecen estables (Howat, Veitch y Cairns, 2007). Específicamente, la proporción de aquellos que realmente mueren en sus casas oscila entre el 28 y el 47% en los países industrializados (Addington Hal, McDonald, Anderson, 1991). De manera general, podemos señalar que en los países occidentales el 70% de los pacientes muere en hospitales y lo hace a pesar de que la mayoría de ellos preferiría el hogar (Yun, Young Ho, Kyoung, et al. 2006). Aunque conserva determinados patrones comunes, esta tasa de muerte hospitalaria se distribuye de forma diferencial según el país del que se trate. En el Reino Unido, en el año 2000 sólo el 23% de los pacientes falleció en sus hogares, a comparación del 55,5% que murió en hospitales, el 16,5% de hospicios y el 5% en otros lugares (Docherty, Owens, Asari-Ladi, et al., 2008). En el estudio de Cohen, Bilsen, Addington-Hall et al. (2008) sobre las muertes hospitalarias ocurridas en seis países europeos arribó a los siguientes porcentajes: Holanda, 40%; Bélgica, 52%; Inglaterra, 58%; Escocia, 59%; Gales y Suecia, 63%. 4 En la revisión realizada por Gruneir, Mor, Weitzer et al. (2007) sobre el lugar dónde morían los norteamericanos, aproximadamente el 50% de las muertes ocurrieron en facilidades de atención de agudos (año 2001). Notaron además que en la década del 80 hasta el inicio del siglo XXI, la proporción de muertes en casa pasó del 16% al 23%. En concordancia con el resto de los análisis, destacan que a pesar de las preferencias documentadas de morir en casa, la mayoría de las muertes de los norteamericanos todavía ocurre en hospitales. Wilson, Northcott, Truman et al. (2001) evaluaron las tendencias sobre el lugar de muerte en Canadá, durante el período comprendido entre los años 1950 hasta 1997. Concluyeron que las muertes hospitalarias son comunes en Canadá. Observaron una pronunciada y mantenida hospitalización de la muerte. El lugar de muerte se distribuía de la siguiente manera: el 68,7% en hospitales y el 31,3% en otros ámbitos (hogares, hospicios, etc.). Esto coincide con los resultados que encontraron distintos autores sobre lo que ocurre en otros países desarrollados (Grande et al 1998; Brock y Folley, 1998) pero no con el estudio realizado también en Canadá (Ontario) por Brazil, Howell, Bedard et al. (2005), quienes encontraron que el 56% de los pacientes pudo morir en sus casas. Debemos aclarar que dicho estudio se basó en una muestra pequeña (n=216). Factores asociados al lugar en dónde ocurre el deceso En consonancia con el tipo de estudios que sistematizamos para explicar la incongruencia que existe entre el lugar elegido para morir y el lugar en el que efectivamente mueren las personas –muchos de ellos basados en diseños correlacionales- exponemos cada factor que aparece asociado al lugar de muerte por separado, destacando la cantidad de estudios que encontraron dicha asociación. De acuerdo al peso que señaláramos, los factores asociados o determinantes que aparecieron fueron los siguientes: el deseo del paciente, las condiciones de salud generadas por la enfermedad, disponibilidad y acceso a dispositivos de atención domiciliarios, factores relativos a los cuidadores y factores socio-demográficos. a) El deseo del paciente El principal determinante de una muerte en casa fue la preferencia del propio paciente (Brink y Smith, 2008; Brazil, Howell, Bedard et al., 2005), o bien el deseo de la díada paciente-cuidador de permanecer en el hogar (Fukui, Kawagoe, Masako, Noriko, 2003; Agar, Currow, Shelby-James, et al., 2008). 5 Cuando elegían el hospital, esta elección en ocasiones se relacionaba con el propósito que tenía el paciente de disminuir el peso de las tareas de cuidado hacia la persona amada (Gruneir, Mor, Weitzer et al., 2007; Brazil, Howell, Bedard et al., 2005). Es decir, el paciente elegía el hospital pensando en cuidar al cuidador y no porque pensara que era lo mejor para él. De manera similar, el estudio de Agar, Currow, Shelby-James et al. (2008) y el de Foreman, Hunt, Luke y Roder (2006) asociaron la preferencia de los pacientes por morir en hospitales con la sensación que tenían éstos de ser una carga para su familia. b) Las condiciones de salud generadas por la enfermedad A medida que avanza la enfermedad, las condiciones físicas del paciente se deterioran. Tang señala que estos cambios clínicos acaecidos durante la enfermedad también hacen que cambien las preferencias de los pacientes por el lugar de muerte (Fukui, Kawagoe, Masako y Noriko, 2003), ya que se vuelve necesaria la utilización de cierta tecnología que en muchas ocasiones es difícil de implementar fuera del hospital, o bien con la que los hogares no cuentan.3 Ante la falta de este equipamiento los cuidados en el final de la vida se vuelven complicados para poder ser realizados por la familia, quien no encuentra la manera de brindar una asistencia óptima al enfermo (Brazil, Howell, Bedard et al., 2005). De este modo, esta preferencia sobre el lugar de muerte está asociada a circunstancias tales como la posibilidad de los cuidadores de controlar el dolor del paciente, el manejo de los síntomas, etc. (Brazil, Howell, Bedard et al., 2005; Gruneir, Mor, Weitzer et al., 2007). Así, a medida que la enfermedad avanza y dichos problemas se agudizan, se suelen producir cambios sobre el lugar elegido para morir, siendo muchas veces la opción institucional la preferida (Stajduhar, Allan, Cohen y Heyland, 2008; Brazil, Howell, Bedard et al., 2005). Las representaciones que los enfermos tienen sobre los analgésicos y los tratamientos que prolongan la vida también inciden en los deseos que manifiestan algunos para ser internados. Por ejemplo, muchos pacientes o sus cuidadores piensan que en el hospital van a recibir un mejor tratamiento para el dolor, o les van a brindar tratamientos que permaneciendo en sus casas se perderían. En el estudio realizado por Miyashita, Sato, Morita y Suzuki (2008) se destaca que los pacientes querían realizar a toda costa el tratamiento que prolongaba la vida, el tratamiento curativo. Por lo tanto, elegían métodos de nutrición y alimentación artificial aunque afectara su 3 Por nombrar algunos ejemplos de este equipamiento requerido en muchas ocasiones por el enfermo podemos citar los equipos oxigenadores, concentradores, aspiradores, nebulizadores, oxímetros de pulso, monitores de apneas, etc. 6 calidad de vida y las posibilidades de mejoría fueran ínfimas. O bien sucede lo contrario, los pacientes consideran que los opioides acortan la vida, producen adicción, tienen efectos nocivos, etc. y por lo tanto rechazan los tratamientos propuestos. Brink y Smith (2008) encontraron que el dolor no estaba asociado a una muerte en el domicilio, pero sí lo estaba un pobre estado funcional y cognitivo, bajos niveles de dolor y el sexo femenino. El tipo de diagnóstico también incide en las preferencias por el lugar de muerte. Algunos estudios sugieren que los pacientes con cáncer tuvieron más chance de fallecer en casa que otros. Tal es el resultado del estudio de Gruneir, Mor, Weitzer et al. (2007), quienes sostienen que los pacientes con cáncer (norteamericanos) tenían una probabilidad mayor de morir en casa que otros enfermos. c) Disponibilidad y acceso a dispositivos de atención domiciliarios En concordancia con el factor previo, el acceso a dispositivos de atención domiciliarios que preparen a los hogares con la infraestructura indispensable básica constituye un factor que incide en la muerte en el domicilio. La disponibilidad de servicios –así como sus políticas de admisión- tales como los de enfermería domiciliaria, cuidados paliativos, acompañantes terapéuticos y demás recursos de salud algunos de los factores más importantes asociados al lugar de fallecimiento (Cohen, Bilsen, Addington-Hall et al., 2008). Por lo tanto, se vuelve clave incorporar al contexto geográfico del individuo, como un factor para tener en cuenta a la hora de analizar el lugar de muerte del paciente (Gruneir, Mor, Weitzer et al., 2007). Estas premisas son sostenidas por diversos estudios. Fukui, Kawagoe, Masako y Noriko (2003) encontraron entre pacientes diagnosticados con cáncer terminal, que el 65% de aquellos que recibían atención domiciliaria moría en su casa. En otra investigación fue la accesibilidad del médico de familia el predictor de la muerte en la casa. Así como también la accesibilidad del equipo de salud tratante, que incluía cuestiones tales como visitas permanentes al domicilio, disponibilidad de llamados a cualquier hora, etc. (Fukui, Kawagoe, Masako y Noriko, 2003). También Yun, Young Ho, Kyoung, et al. (2006) destacan que el área de residencia y las facilidades locales, así como las opciones disponibles (Agar, Currow, Shelby-James, et al., 2008) están asociadas con la proporción de muertes en hospitales. Foreman, Hunt, Luke y Roder (2006) mencionan que el acceso al servicio de Cuidados Paliativos y la frecuencia de las visitas domiciliarias se asocian a una mayor probabilidad de morir en casa. Otros estudios circunscriben la muerte en el hogar a la presencia del médico de familia (Brazil, Howell, Bedard et al., 2005). 7 d) Factores relativos a los cuidadores Los cuidadores juegan un papel crucial en la provisión de estos cuidados. Estudios coinciden en señalar que hay relación entre el lugar de muerte y el factores de soporte de la familia -como el número de cuidadores- (Fukui, Kawagoe, Masako y Noriko, 2003) y cohabitar con el enfermo (Brink y Smith, 2008). Gómes y Higginson (2006) mencionan que la provisión de cuidado en el hogar es un factor predictor de la muerte en el hogar, como también lo es la disponibilidad de un cuidador en la familia (Stajduhar, Allan, Cohen y Heyland, 2008). Otro indicador de la muerte en casa fue la presencia de un más de cuidador (Gruneir, Mor, Weitzer et al., 2007; Fukui, Kawagoe, Masako y Noriko, 2003; Brink y Smith, 2008). Algunos factores que influyen en la decisión de los familiares de brindarle cuidados domiciliarios a sus enfermos en sus casas son las siguientes (Starjdubar y Davies, 2005): prometérselo al paciente (quedan prisioneros de sus propias promesas), el deseo del cuidador de que el enfermo pueda permanecer en su propio ambiente, tratar de evitar el cuidado institucional, el hecho de sentir que así pueden controlar mejor la situación (deciden ellos los horarios de las comidas, de las visitas, el tiempo del descanso, se sienten con mayor privacidad, etc.) y por último, por experiencias negativas con internaciones anteriores. Sin embargo, los cuidadores se manifestaron preocupados sobre si serían capaces de resolver aspectos relacionados con el control del dolor, cómo reaccionar ante los efectos colaterales de los medicamentos, la tolerancia a los mismos, etc. De hecho, la habilidad en el manejo de síntomas y el mantenimiento de la dignidad y el confort del moribundo también fueron asociados a las posibilidades de una muerte en casa (Agar, Currow, Shelby-James, et al., 2008). Al respecto, debemos hacer notar que hay una asociación entre indicadores como la edad y el grado de instrucción de los cuidadores con el nivel de preocupación que le producían tales aspectos. La asociación encontrada en los estudios fue que a mayor edad y menor educación del cuidador sentían una mayor preocupación sobre tales (Docherty, Owens, Asari-Ladi, et al., 2008). En otros estudios pudo apreciarse que los cambios que pacientes y cuidadores hicieron sobre el lugar para morir que elegían muchas veces se debía directamente a cambios producidos en la disponibilidad y calidad de la atención recibida en la casa (Brazil, Howell, Bedard et al., 2005). De igual manera, la salud de los cuidadores y las características de la familia también aparecieron asociados al cuidado y la muerte en el domicilio (Brink y Smith, 2008). Howat, Veitch y Cairns (2007) coinciden en la asociación de la muerte en el hogar con el parentesco en primer grado, gozar de buena salud y –especialmente- pertenecer al género femenino. 8 En otros estudios, la asociación entre soporte social y sitio de muerte fue menos significativa, pero los investigadores que llegaron a tales resultados advierten que probablemente haya sido porque el indicador elegido era menos consistente, ya que se utilizó el estado civil como proxy de apoyo social (Gruneir, Mor, Weitzer et al., 2007). e) Factores socio-demográficos Mientras que algunos estudios no encontraron relación entre el lugar de muerte y los factores socio-demográficos (Fukui, Kawagoe, Masako, Noriko, 2003), otros sí especifican este tipo de correlaciones. Weitzen, Teno, Fennell et al., (2003) y Foreman, Hunt, Luke y Roder (2006) mencionan que el estatus socio-económico está asociado al lugar de muerte, a mayor estatus socio-económico mayores probabilidades de morir en la propia casa. Howat, Veitch y Cairns (2007) encontraron que tenían más probabilidades de morir en el hogar si se trataba de jóvenes, masculinos y estaban casados. En el mismo sentido, Wilson, Northcott, Truman, et al. (2001) también mencionan esta asociación de la hospitalización de la muerte con el género femenino: notaron que las mujeres de su investigación morían más a menudo en hospitales que los hombres. Estos autores también asocian la muerte en casa con el estado civil: las personas separadas tenían más probabilidades de morir en hospitales que las casadas. Foreman, Hunt, Luke y Roder (2006) también encontraron que ser casado es un predictor de morir en casa, pero para los hombres, no para las mujeres, resultado que asocian al tradicional rol de cuidadoras de las mujeres o bien porque los hombres mueren antes. Como última variable demográfica, Gruneir, Mor, Weitzer et al. (2007) asociaron el grupo étnico con las mayores probabilidades de una muerte en domicilio. Sin embargo no puede ser generalizado, ya que por ejemplo Wilson, Northcott, Truman et al. (2001) encontraron en su investigación que las personas no nacidas en Canadá tuvieron mayores probabilidades de morir de un hospital. Implicancias para los sistemas de salud La importancia de contar con políticas y dispositivos de atención que favorezcan que las personas puedan morir en el lugar elegido está fundamentada, en primer lugar, porque es identificado como un importante indicador de calidad de 9 cuidado en el final de la vida4 (Gruneir, Mor, Weitzer et al., 2007). Diversos estudios sostienen que el home paliative care mejora la satisfacción y el control del dolor (Tamir, Singer y Shvartzman, 2007). Pero además de que se trata de la voluntad de las propias personas involucradas (pacientes y familiares) también es un asunto que compete a la Salud Pública, ya que existe una fuerte presión fiscal para bajar los costos del sistema de salud y la muerte en hospitales está asociada a gastos de salud más caros, situación que condujo a que en países industrializados haya un intento por des-hospitalizar la muerte (Cohen, Bilsen, Addington-Hall et al., 2008). Las muertes en los hospitales son problemáticas para los gobiernos por el alto costo de la hospitalización y porque se usan camas de hospitales de agudos para el cuidado cuando en muchas ocasiones esta atención podría ser provista desde otro lugar (National Forum on Health, 1997 en Wilson, Northcott, Truman et al., 2001). Esto representa un aumento del gasto significativo si se considera que existe un incremento de la utilización de los servicios de salud de entre el 10 y el 12% durante el último año de vida del paciente. Los home hospice care les hacen ahorrar a los gobiernos entre el 31 y el 64% de los costos de atención médica (Tamir, Singer y Shvartzman, 2007). Otros estudios de economía de la salud como el realizado por Docherty, Owens, Asari-Ladi, et al. (2008) también sostienen que los costos del cuidado a moribundos se reducen a la mitad en el hogar en comparación con lo que se gasta en hospitales. Por todo lo expuesto, diversos autores señalan que hace falta destinar más recursos para a la atención domiciliaria, para el entrenamiento de los profesionales y para el cambio de actitudes que incrementen el tiempo de permanencia en casa y las muertes en ella (Ahiner-Elnquist, Jordhoy, Jannet, et al., 2004). De este modo, como indican Yun, Young Ho, Kyoung, et al. (2006), un sistema que integre el cuidado en el final de la vida entre áreas de hospitales y servicios de cuidados paliativos domiciliarios permitiría aumentar el porcentaje de muerte en casas. En países como Inglaterra, fomentar los Cuidados Paliativos como parte de una estrategia para que más gente pueda morir en sus hogares es una política pública clave (Docherty, Owens, Asari-Ladi, et al., 2008) La calidad del cuidado en el final de la vida evalúa que tratamientos y procedimientos se realizaron para el paciente y cuáles eran los que éste habría querido (Phipps y Braitman, 2004). 4 10 Argentina Simplemente presentaremos algunos datos de lo que ocurre en el país con respecto a este tema sobre lo que no existe demasiada bibliografía. Posteriormente expondremos algunos resultados de un estudio realizado en la Ciudad de Buenos Aires sobre Cuidados Paliativos. Exponemos en el cuadro 1 las defunciones según lugar en dónde ocurren y los grupos de edad de los fallecidos (re-distribuidos en cinco categorías). Respecto a los lugares posibles, son los establecimientos de salud, el domicilio particular y otros (esta última categoría engloba, por ejemplo, las muertes en la vía pública). Cuadro 1. Defunciones registradas por local de ocurrencia según grupos de edad de los fallecidos. Grupos de edad Establecimiento Domicilio de salud particular 292.313 177.189 69.187 21.914 24.023 25 a 39 años 10.252 5.480 1.759 1.889 1.124 40 a 54 años 24.621 15.177 5.171 2.093 2.180 55 a 69 años 61.601 39.664 13.885 2.946 5.124 70 a 84 años 114.520 71.070 28.171 6.282 8.997 85 y más 62.858 33.591 17.757 6.464 5.046 Total general Total Otro lugar Sin especificar Fuente: Elaboración propia en base a Estadísticas Vitales. República Argentina. Año 2006. Como puede apreciarse, el 61% de todas las personas fallecidas en la República Argentina lo hace en establecimientos de salud, el 54% de los mismos son establecimientos no oficiales. Sólo el 24% fallece en su domicilio particular, mientras que un 8% lo hace en otro lugar (por ejemplo, en la vía pública) y del restante 8% no se tienen datos. Analizamos estos datos según grupos de edad, considerando que en todos los grupos entre un 8-11% no está especificado el lugar de ocurrencia del deceso. El primer grupo (25-39 años) tiene el 53% de muertes en establecimientos de salud. También es el grupo que tiene el menor porcentaje de muertes domiciliarias (17%) y el mayor porcentaje de muertes en otros lugares (18%). Esto último puede explicarse por 11 la mayor cantidad de muertes debido a causas externas (entre las que figuran los accidentes de tránsito) en grupos jóvenes. En el segundo grupo (40 a 54 años) las muertes en establecimientos de salud se elevan a 62% y las muertes en el domicilio a 21%, mientras que disminuyen a la mitad (9%) las muertes en otros lugares. El tercer grupo (55-69 años) tiene un 64% de muertes en establecimientos de salud, 23% de muertes en domicilios y 5% en otros lugares. El cuarto grupo tiene 62% de muertes en establecimientos de salud, 25% en el domicilio y 6% en otros lugares. Por último, las personas de 85 años y más tienen el porcentaje más alto de muertes en domicilios (28%), el 53% fallece en establecimientos de salud y el 10% en otro lugar. En el cuadro 2 exponemos el lugar de ocurrencia del fallecimiento según la jurisdicción de residencia del mismo. Si bien analizamos los datos de las 23 provincias del territorio, así como la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en el cuadro sólo incluimos una o dos provincias por cada región (NOA, NEA, centro, patagonia, litoral y cuyo). Cuadro 2. Defunciones registradas por local de ocurrencia según jurisdicción de residencia del fallecido. Jurisdicción de Total residencia Establecimiento Domicilio Otro Sin de salud particular lugar especificar Argentina 292.301 177.189 69.187 21.914 24.023 Ciud. Aut. De 32.949 20.751 7.965 3.724 509 119.197 65.547 24.489 5.953 23.208 74.727 42.537 17.241 3.404 11.545 Buenos Aires Buenos Aires Partidos GBA Córdoba 25.006 15.573 7.169 2.247 17 Corrientes 5.907 4.081 1.497 325 4 Chubut 2.564 1.803 532 228 1 Formosa 2.875 1.733 946 191 5 Jujuy 3.489 2.519 634 335 1 Mendoza 12.001 6.699 3.719 1.572 11 Salta 5.929 3.980 1.526 395 28 Santiago del 4.808 3.352 1.131 319 6 8.406 6.241 1.819 342 4 Estero Tucumán 12 Fuente: Estadísticas Vitales. República Argentina. Año 2006. El rango de las muertes en el domicilio oscila entre el 18 y 33%, con el porcentaje más bajo en Jujuy y el más alto en Formosa. La media de todo el país, como ya señalamos, es de 24%. Tucumán tiene uno de los porcentajes más altos de muertes en establecimientos de salud (74%), seguido por La Rioja (73%), Jujuy (72%), Neuquén (71%), Catamarca (70%), Chaco (70%), Chubut (70%), Santiago del Estero (70%) y Tierra del Fuego (70%). Por el contrario, Buenos Aires tiene uno de los porcentajes menores de muertes en establecimientos de salud (55%), como también lo tienen Mendoza (56%) y Misiones (59%). La Ciudad de Buenos Aires La Ciudad Autónoma de Buenos Aires tiene una pirámide poblacional particularmente envejecida, con un patrón de morbi-mortalidad con un mayor peso de enfermedades crónico degenerativas. Como bien señalan Dulitzky, Schtivelband y Azcárate (2007: 21) “este perfil epidemiológico requiere una revisión de los paradigmas de atención de la salud y una adecuación de las estructuras del subsistema público de salud de la ciudad (…) la ausencia de programas específicos conduce a que el 20% de las camas de hospitales de agudos estén ocupadas por pacientes con estas patologías”. Sin embargo, son pocos los hospitales de agudos que están en condiciones de realizar intervenciones “extramuros”, es decir, en condiciones de implementar dispositivos de atención domiciliaria congruente con las modalidades de Cuidados Paliativos. Dulitzky, Schtivelband y Azcárate (2007) exploraron la situación de la modalidad asistencial de Cuidados Paliativos en el contexto de los hospitales dependientes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Para ello indagaron en la estructura y funcionamiento de los dispositivos de Cuidados Paliativos (o bien de las alternativas que implementan aquellos que no cuentan con los mismos) de una muestra intencionada de 13 hospitales generales de agudos de la ciudad. Entre las conclusiones a las que arriban a partir del análisis de las entrevistas realizadas a directores y profesionales responsables del área, mencionan que aunque todos los dispositivos ofrecen atención ambulatoria, sólo el 9,09% ofrece asistencia domiciliaria. Según los entrevistados, el 27,27% informa realizar visitas domiciliarias en forma eventual y en función de la disponibilidad y predisposición de cada profesional particular. 13 En este mismo estudio realizaron una encuesta dirigida a los directores de hospitales que preguntaba sobre la viabilidad de implementación de un servicio de asistencia domiciliaria. El 66,66% entendió la viabilidad como referida a las condiciones concretas de implementación, y dentro de este grupo más de la mitad consideró que sus instituciones no contaban con las condiciones necesarias para instaurar este tipo de dispositivos, aduciendo falta de recursos. El 33,33% entendió la pregunta como referida al acuerdo conceptual sobre la conveniencia de implementar este tipo de dispositivos, algo con lo que acordaron todos. La investigación realizada les permite sostener a los investigadores que “ninguno de los hospitales dispone de un servicio de internación domiciliaria que posibilite asegurar una adecuada continuidad de los cuidados de aquellos pacientes cuyas condiciones clínicas impidan la concurrencia al hospital. La falta de respuesta unificada, estructurada desde una política hospitalaria, se observa también respecto de lo que sucede con la Internación Domiciliaria (..) La posibilidad de que la asistencia pueda realizarse en el domicilio del paciente está legalmente asegurada por las Normas de Organización y Funcionamiento de los Servicios de Internación Domiciliaria que se incluyen en el Programa Nacional de Garantía de Calidad de la Atención Médica del Ministerio de Salud de la Nación5 (…) esta realidad de derecho no se traduce en acciones políticas concretas que impulsen la incorporación de la asistencia domiciliaria” (Dulitzky, Schtivelband y Azcárate, 2007: 132). Panorama ante el que responden desde todo tipo de estrategias basadas en la disponibilidad, compromiso y creatividad de cada profesional. Como habíamos señalado anteriormente, los estudios realizados en países desarrollados muestran que la inversión en equipos de Cuidados Paliativos domiciliarios permite disminuir la utilización de camas de agudos, aspecto que no es considerado en las entrevistas a efectores de salud que aparecen en la investigación mencionada (Dulitzky, Schtivelband y Azcárate, 2007). Algunas observaciones De manera esquemática podemos señalar que las condiciones que se requieren para el cuidado y la muerte en el hogar son las siguientes: el deseo del En éste se la define como una modalidad de atención de la salud mediante la cual se brinda asistencia al paciente-familia en su domicilio, realizada por un equipo interdisciplinario que intenta, entre otros fines, acompañar a los pacientes de acuerdo a su diagnóstico y evolución en los aspectos físico, psíquico, social, espiritual, manteniendo la calidad, el respeto y la dignidad humana. 5 14 paciente de ser cuidado en el hogar, además del deseo del familiar de cuidarlo; la disponibilidad de más de un cuidador; el acceso a más de un proveedor paliativo; recursos económicos de la familia y que los síntomas puedan ser controlados en casa (Starjdubar y Davies, 2005). Se debe contemplar, además del estatus clínico, funcional y cognitivo del paciente, así como sus necesidades y preferencias, factores relacionados con el sistema de salud. Las discrepancias entre el deseo del paciente y el lugar en el que efectivamente mueren están influidas por el (no) acceso a la atención profesional, la disponibilidad de camas, el interés de las familias y las posibilidades de cuidar, factores relacionados al cuidado en el hogar en el sistema de atención de la salud y en la sociedad en general (Ahiner-Elnquist, Jordhoy, Jannet, et al., 2004). Si bien existe consenso que la muerte en el hogar es el ámbito preferencial para los propios pacientes, sus cuidadores, el equipo de salud y el resto de la sociedad, se presentan diversos matices en este “acuerdo” que deben ser cuidadosamente analizados para evitar caer en generalizaciones simplistas que reflejan sólo parcialmente lo que ocurre con este fenómeno. Por ejemplo, Phipps y Braitman (2004) identificaron en un estudio que evaluaba la satisfacción de los cuidadores de acuerdo al lugar de fallecimiento de los pacientes, que si bien los cuidadores de aquellos que habían muerto en sus domicilios opinaban que los pacientes habían estado en paz (en cuestiones concernientes a lo espiritual y lo religioso), estos mismos cuidadores se mostraban menos satisfechos sobre otros aspectos. Manifestaron que les había resultado problemático resolver cuestiones sobre sus propios deseos de cuidar (o no) al paciente, el soporte emocional que tanto ellos como los pacientes habían recibido de parte del equipo de salud y la menor satisfacción que sentían con la comunicación que habían tenido con los efectores de salud. De este modo, los investigadores concluyen que si bien la muerte en casa brindaba mayor paz a los pacientes, dejaba a los cuidadores con la sensación de estar más solos y distanciados de los profesionales de la salud. Otro aspecto problemático es el relativo a los gastos. A pesar de que el hecho de que las personas mueran en sus casas permite una reducción de costos para el sistema de salud, esta situación requiere detenerse a analizar cómo afecta económicamente al hogar en el que se produce el deceso. Es decir, los asuntos financieros también son problemáticos en el final de la vida, y diversos estudios identificaron que tantos pacientes como cuidadores necesitaban mayor soporte e información sobre en aquellos elementos en los que tenían que gastar. Hanratty, Holland, Jacoby y Whitehead (2007) analizaron la percepción que tenía la gente sobre sus circunstancias financieras y la distinguieron de medidas que 15 denominaron “objetivas” sobre la carga financiera que representa la enfermedad y la opresión que este estrés financiero representa para las familias en las que viven personas con enfermedades terminales. Los autores sugieren que se realicen más estudios sobre estas cargas financieras concretas para los hogares a partir de la enfermedad de uno de sus miembros, ya que esta carga financiera afecta directamente la calidad de vida de estos pacientes y de los cuidadores (Hanratty, Holland, Jacoby y Whitehead, 2007). Sin embargo, no queremos cerrar la ponencia sin dejar planteados algunos interrogantes y desafíos pendientes. Como bien sostiene Abt (2006), pensar que automáticamente estas tareas del cuidado de enfermos graves –en la etapa final de su vida- puedan ser delegadas como responsabilidad de las familias para que las realicen sin considerar las nuevas condiciones de las mismas implicaría una visión reduccionista de la complejidad del fenómeno. Deben ser consideradas estas nuevas condiciones de las familias, tales como el hecho de que los hogares permanezcan deshabitados la mayor parte del día, la competitividad creciente e ininterrumpida del mercado laboral, los hogares que cuentan nada más que con uno o dos integrantes, la enorme masa de personas que se encuentran dentro del mercado de trabajo informales –sin goce de licencias para el cuidado de un familiar enfermo y sin la posibilidad de flexibilizar su horario de trabajo, por ejemplo- entre muchos otros aspectos que podrían determinar la necesidad de no seguir cargando a las familias con algo que escapa a sus posibilidades de sostener. Por lo tanto, si bien sostenemos la importancia de respetar los deseos de los pacientes sobre el lugar que eligen para ser cuidados, el deseo de los familiares de brindarle aquello que el paciente desea y la necesidad de los sistemas sanitarios de reducir y optimizar sus costos, acordamos con Abt (2006) sobre la necesidad de pensar otros a partir de interrogantes tales como: ¿Sobre qué modelo de familia se sustenta la promoción de la muerte en casa? ¿Se está trasladando e individualizando el problema de la atención de los enfermos como responsabilidad de la familia? ¿Cuáles son las posibilidades reales y las condiciones de esas familias? 16 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Abt, A. (2006). “El hombre ante la muerte: Una mirada antropológica”. Disponible en www.socargcancer.org.ar. Fecha de consulta: 02 de marzo de 2009. Addington-Hall, J., L. Mac Donald, H. Anderson y P. 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