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Una experiencia en la enseñanza de filosofía provoca un desacuerdo que origina algo más que la emancipación intelectual: inicia la buena noticia de que la fuerza callada del deseo no es menos poderosa que el silencio del desinterés. Palabras clave: filosofía, desacuerdo, enseñanza, libertad. An experience in teaching philosophy causes disagreement originates more than intellectual emancipation. It launches the good news that the quiet force of desire is no less powerful than the silence of indifference. Keywords: philosophy, disagreement, education, freedom. ¿Qué origina el desacuerdo en la enseñanza de la filosofía a nivel medio? Franco Torres cmf Misionero Claretiano, Profesor en Filosofía (CEFyT) y Licenciado en Filosofía (Universidad Nacional Córdoba). Cursa el Bachillerato Teológico en el CEFyT. Anatéllei Agua viva Agua en el interior de la palabra, agua o rocas, depende de qué digas; rareza de lo raro hecha sonido y grafía también, un poco como si en nuestra lengua oyeses latín. ¿Te basta el nombre, al agua-pensamiento? Agua que sacia el fondo de la sed de mirar, de tocar agua-materia convertida en imagen. Dudé tanto de su virtud. Ahora me bautizo con ella, nazco en ella, en ella viajo por un cañón de rocas silencio como un cisne dariano creando el sueño de los confines: aguas de visiones. 40 años del CEFyT 1975 - 2015 40 años del CEFyT Ricardo H. Herrera 200 años de poesía argentina Alfaguara Buenos Aires – 2010 40 años del CEFyT 1975 - 2015 40 años del CEFyT 40 años del CEFyT 1975 - 2015 40 años del CEFyT 1975 - 2015 1975 - 2015 1975 - 2015 40 años del CEFyT 40 años del CEFyT 40 años del CEFyT 1975 - 2015 1975 - 2015 1975 - 2015 Agua que sacia el fondo de la sed de mirar... La pregunta que da título a este texto es ambigua y compleja. En primer lugar, es ambigua porque no se interroga simplemente por el origen del desacuerdo sino también por aquello a lo que el desacuerdo da origen. Si el desacuerdo se toma como objeto del verbo originar, entonces la pregunta se orienta a las razones o causas en virtud de las cuales aquél aparece. Si, en cambio, el desacuerdo es tomado como sujeto del verbo originar lo que se busca son las consecuencias, los efectos, las posibilidades abiertas o provocadas por dicho desacuerdo. Hay, por tanto, dos sentidos posibles en que puede ser interpretado el interrogante en cuestión. En segundo lugar, la pregunta es compleja porque no busca comprender qué origina el desacuerdo en general sino en el ámbito específico de la enseñanza de la filosofía a nivel medio y, en este sentido, incluye otros interrogantes: ¿es posible enseñar filosofía? ¿Puede algo que es esencialmente un deseo (philein-sophia) ser entendido como una de las disciplinas que se enseñan en un secundario? Parece que la pregunta inicial no sólo alberga una ambigüedad respecto de lo originario y lo originado sino que además parte de un presupuesto cuestionable, a saber, que la filosofía es, de por sí, algo susceptible de ser enseñado y, de un modo particular, que esa enseñanza puede tener lugar en la educación media. Será preciso, entonces, comenzar nuestra búsqueda poniendo en cuestión este presupuesto a fin de comprender el interrogante en su complejidad. Luego, ya en el marco de la “enseñanza” de la filosofía a nivel medio, intentaremos elucidar qué origina el desacuerdo, en los dos sentidos reunidos por la pregunta en su ambigüedad. Con todo, cabe advertir que lo siguiente no es tanto una propuesta pedagógica como una reflexión poetizante. Es simplemente el desarrollo de la admiración ante el hecho de que una estudiante de nivel medio haya tomado la palabra para expresar su desacuerdo. Ayudados principalmente por los aportes de Rancière y Lyotard intentaremos abonar la idea de que, hasta ese momento, en esa clase, no había tenido aún lugar la enseñanza de la filosofía. Cabe advertir que lo siguiente no es tanto una propuesta peda gógica como una refl exión poetizante. La enseñanza del deseo versus el embrutecimiento pedagógico La acción de enseñar suele identificarse con la explicación, exposición, evaluación y otras actividades propias de la tarea docente. Sin embargo, ninguna de ellas queda exenta de la posibilidad de encubrir la lógica del embrutecimiento. Según Rancière, la enseñanza embrutecedora comienza cuando «aparece el maestro, que toma la palabra para explicar el libro»: como si las palabras de un texto no necesitaran de un lector que las lea sino de un explicador que las traduzca al vulgo de un modo accesible. De este modo, el maestro crea una distancia entre el alumno y el saber; una distancia que “despliega y reabsorbe en el seno de su palabra”. Por eso, “es el explicador quien necesita del incapaz y no a la inversa; es él quien constituye al incapaz como tal. Explicar algo a alguien es, en primer lugar, demostrarle que no puede comprenderlo por sí mismo”.1 Jacques Rancière, El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, Zorzal, Buenos Aires, 2007, 20. 1 Franco Torres, ¿Qué origina el desacuerdo en la enseñanza de la filosofía a nivel medio?, 37-46. 39 oEn el caso de la filosce ha ña fía, quien ense squeda, aparecer una bú un deseo. Esta “lógica de la explicación” es la que justifica la utilización del manual pero también la que, al mismo tiempo, “conlleva el principio de la regresión al infinito”. Por ejemplo, leemos el Mundo de Sofía para saber qué pensó Aristóteles sobre la realidad, la razón, la prudencia, el bien, la finalidad, la causa…porque parece que una narración breve, de un experto, en forma de novela sobre lo que pensó el Estagirita debería resultar más comprensible que aquello que él mismo nos dejó en sus textos. Pero como “el explicador es el único juez del punto en que la explicación misma ha sido explicada”,2 creemos que, a su vez, el profesor debe explicar lo que Gardner dice en su novela y así sucesivamente hasta que la explicación resulte satisfactoria. Ahora bien: ¿satisfactoria para quién? ¿no es acaso más importante que esta novela sobre supuestas doctrinas, saber qué significa hoy para nosotros lo real, la felicidad, el vivir bien, el actuar con otros, la verdad y la justicia, el deseo y las pasiones…? ¿No consistirá la filosofía precisamente en la búsqueda de ese saber, en este deseo de lo humano? Sin embargo, lo que el alumno termina reproduciendo al final del mecanismo explicador es un conjunto de frases cuyo significado ignora sobre lo que el profesor dijo acerca de un libro que relata doctrinas. Así, un espacio curricular destinado a pensar se ha convertido en un ámbito de embrutecimiento. Afortunadamente, éste no es el único modo de entender la enseñanza. Una connotación diferente del verbo “enseñar” es la de mostrar, dejar que algo se vea. Enseñar es también exponer algo para que sea apreciado; dejar que algo aparezca. La enseñanza consistiría entonces en la acción por la cual algo aparece, se muestra, se expone para ser visto y apreciado. Pero lo primero que muestra el docente es a sí mismo, su rostro, su cuerpo, el lugar que ocupa en el espacio áulico. Porque el estar ahí juntos es lo que en primer lugar percibimos. En este sentido, quien enseña siempre hace aparecer algo de sí, porque enseñar es ante todo, mostrar. En el caso de la filosofía, quien enseña hace aparecer una búsqueda, un deseo. Quien enseñe filosofía intentará mostrar el propio deseo de sabiduría, poner a la vista cómo se la busca, cuánto se ama lo que se busca; y con ello, quien busca se pone a sí mismo en cuestión, se expone. En efecto, el deseo nunca hace referencia sólo a lo deseado sino también a quien en cada caso desea. Por otro lado, este deseo hace aparecer la sabiduría que busca, como una ausencia y no como algo que se tiene. De allí que nadie pueda enseñar filosofía como sí se enseña una doctrina o un saber que se tiene. Sin embargo, cualquiera puede poner en evidencia que es posible aprender a filosofar: basta con desear y volver sobre ese deseo a través de la palabra, es decir, saber de él.3 El deseo en el origen del desacuerdo Un diálogo suscitado a partir de la pregunta por lo humano, en una clase correspondiente al desarrollo de la unidad “antropología filosófica” nos sitúa de lleno en la enseñanza del deseo como propiciación del desacuerdo: Profesor: El ser humano se hace humano. Se humaniza o se deshumaniza en sus prácticas, en sus opciones y, sobre todo, en sus acciones. ¿Qué les 2 3 40 Idem, 19. Cf. Jean F. Lyotard, ¿Por qué filosofar?, Paidós, Barcelona, 1989. Anatéllei nº 34, diciembre 2015. Agua que sacia el fondo de la sed de mirar... parece? ¿Qué cosas nos humanizan, nos hacen más humanos y qué cosas nos deshumanizan, nos hacen menos humanos? Estudiante: No entiendo ¿qué es “más humano”? O sea, sí entiendo pero no estoy de acuerdo con lo que decís. Nadie puede ser más humano que otro. Profesor: ¿Por qué te parece que no podemos ir haciéndonos cada vez más humanos? ¿No te parece que podemos ser cada vez más humanos? ¿Y no nos ayuda el estudio y el trabajo a ir haciéndonos cada vez más humanos? En el fondo, creo que todo depende de qué entendemos por ser humanos. ¿Qué te parece?, ¿tenés alguna respuesta a esto? Estudiante: Sí, que está mal usada la frase “más humanos”. Todos somos humanos, por más que hayamos estudiado o no. Si seguimos en tu opinión, estás diciendo que vos sos más humano que yo…y no creo así. Vos serás más capaz, o tendrás más conocimiento en filosofía que yo…pero no más humano. Estudiar nos hace más capaces y calificados, no más seres humanos… Ese es el concepto que para mí está errado. El diálogo anterior es un caso típico en que “los interlocutores entienden y no entienden lo mismo en las mismas pala bras”. El diálogo anterior es un caso típico en que “los interlocutores entienden y no entienden lo mismo en las mismas palabras”. Es el tipo de situación de habla que caracteriza el desacuerdo. En efecto, “el desacuerdo no es el conflicto entre quien dice blanco y quien dice negro. Es el existente entre quien dice blanco pero no entiende lo mismo o no entiende que el otro dice lo mismo con el nombre de la blancura”.4 De modo similar, la situación planteada no es la de alguien que dice “estudiar nos humaniza, nos hace más humanos” y otra que refuta “No, estudiar nos deshumaniza, nos hace menos humanos”. El desacuerdo existente en la situación anterior consiste en que los/as profesores/as decimos “humano” pero no entendemos que las/os estudiantes quieren decir algo completamente distinto a lo que decimos nosotros al nombrar lo humano. Ahora bien, este desacuerdo: ¿es el malentendido que descansa en la ambigüedad de las palabras o es la incomprensión que surge del desconocimiento de aquello sobre lo cual el otro habla? Tal vez no sea ni una cosa ni la otra. Según Rancière, no llegaríamos a entender la naturaleza del desacuerdo si nos restringiéramos a cualquiera de las dos alternativas planteadas en este dilema. El desacuerdo entre la estudiante y el docente no estaría dado por el hecho de que ella ignore el sentido que yo le estoy dando a la palabra “humano”. Tampoco en el hecho de que tal palabra sea lo suficientemente ambigua como para que cuando ella la pronuncie yo entienda algo diverso a lo que ella quiere decir. Afirmamos, entonces, que el desacuerdo planteado no es un malentendido ni una incomprensión por desconocimiento, pero tampoco la suma de ambos. Es cierto que no hemos explicitado aún lo que cada uno de los interlocutores entiende por el concepto de humanidad. Sin embargo, “tanto el argumento del desconocimiento como el del malentendido exigen dos medicinas del lenguaje que consisten, de manera semejante, en aprender qué quiere decir hablar”.5 Es preciso ir más allá de la explicitación de 4 Jacques Rancière, El desacuerdo. Política y filosofía, Nueva Visión, Buenos Aires, 2010, 9. 5 Ibidem. Franco Torres, ¿Qué origina el desacuerdo en la enseñanza de la filosofía a nivel medio?, 37-46. 41 Por eso el desacuerdol ra refiere, en gene “a la situación de ”. quienes hablan se sentidos y del intercambio mutuo de información para llegar a la raíz del desacuerdo. Necesitamos, entonces, ubicar el desacuerdo como aquella situación de habla que nos remite indefectiblemente a la pregunta sobre qué significa, en cada caso, hablar: ¿qué nos dice el hecho de que tanto a quien se le asigna el rol de enseñar como a quien se le asigna el de aprender tomen la palabra? Hablar es decir palabras; tomar la palabra para decir algo. Pero Platón decía: las palabras no copian (mimesis) el ente –al modo de la pintura–, sino el eidos, y en base a ello se hace posible la verdad del logos.6 El término griego logos significa palabra o discurso, pero también sentido y razón. El término eidos, por su parte, significa lo que ha sido visto, lo contemplado y de allí viene nuestro vocablo “idea”, con el cual se traduce generalmente al castellano el término eidos. De modo que hablar no es reflejar un estado de cosas sino poner en palabras lo que ha sido visto. Por eso, el sentido de una frase, una opinión o un discurso remite siempre a quien lo enuncia. Pero, en la medida en que las palabras pronunciadas hacen que otro pueda ver lo que ha sido visto por quien las dice, ellas originan la verdad o el desocultamiento (a-letheia) del sentido o la razón (logos) por la cual se habla. No es ninguna novedad que lo visto depende directamente de la situación en que se encuentran quienes están mirando, es decir, de la perspectiva que asuman. Por eso el desacuerdo se refiere, en general “a la situación de quienes hablan”. Las últimas frases de la estudiante lo explicitan: ella contrapone su situación a la del docente y precisamente en base a la disparidad de las situaciones saca las consecuencias que se seguirían de acuerdo a la opinión del profesor. De modo que el desacuerdo “concierne menos a la argumentación que a lo argumentable”. No preocupa tanto la afirmación en sí sobre lo humano cuanto lo que de humano hay implicado en ese debate. Es decir, si lo humano es equiparable a esas otras condiciones que nos ponen en una situación de desigualdad o si, por el contrario, lo humano es algo radicalmente diverso a ello; algo en virtud de lo cual somos necesariamente iguales. Es el reconocimiento o la negación de esa humanidad implicada en los interlocutores lo que realmente les importa. El hecho de que algo sea importante para alguien nos indica el origen del desacuerdo, porque sólo se da importancia a aquello que al mismo tiempo se desea. Nada nos importa tanto como aquello que amamos, aquello que de verdad queremos; y si nos damos cuenta de que algo nos importa, es porque el deseo dejó su rastro. Al respecto, el siguiente párrafo de Heidegger nos dará una comprensión más originaria sobre lo que significa que tanto el profesor como la estudiante tomen la palabra. Por eso mismo, este pensamiento nos señalará un camino para ir del deseo de decir lo propio al origen del desacuerdo: “Adueñarse de una ‘cosa’ o de una ‘persona’ en su esencia quiere decir amarla, quererla. Semejante querer es la auténtica esencia del ser capaz, que no sólo logra esto o aquello, sino que logra que algo se presente mostrando su origen, es decir, hace que algo sea. La capacidad del querer es propiamente aquello en virtud de lo cual algo puede llegar a ser. Esta capacidad es lo auténticamente ‘posible’, aquello cuya esencia reside en el querer”.7 Platón, Cratilo 439ab. Cf. Fabián Mié, “Acerca de la palabra en Cratilo”, Nombres 2 (1992) 146. 7 Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo, Alianza, Madrid, 2000, 261. 6 42 Anatéllei nº 34, diciembre 2015. Agua que sacia el fondo de la sed de mirar... Tomar la palabra es apropiarse de ella; pero tomar la palabra para pensar es adueñarse de ella en su esencia. La esencia de la palabra es mostrar lo que ha sido visto por alguien y, en esa manifestación, hacer posible la verdad del logos, o sea, el des-cubrimiento de un sentido. Quien piensa, abre la posibilidad propia de la palabra al tomarla. Al querer decir lo que piensa, cada estudiante hace posible lo que es esencial a la palabra: la apertura de un sentido, el des-ocultamiento de una verdad. Por eso, semejante querer es la auténtica esencia del ser capaz. La palabra es capaz de la verdad o la hace posible, porque hay alguien que quiere dar su opinión, es decir, quiere hacer ver a otros lo que ha sido visto por él. En este sentido, quien toma la palabra, la desea; y quien la desea, al apropiarse de ella, regala su esencia. El deseo de cada estudiante, al querer tomar la palabra para pensar, no la hace a ésta –a la palabra– capaz de verificar la comprensión de un contenido, o de corroborar el adiestramiento en determinada habilidad sino que logra que algo se presente mostrando su origen. La palabra que brota del pensar hace que algo sea. La frase “No entiendo, ¿qué es más humano? O sea, sí entiendo pero no estoy de acuerdo con lo que decís” hace aparecer el desacuerdo sobre lo humano, hace que haya un desacuerdo, lo origina. Pero no sólo da origen al desacuerdo, sino que hace aparecer lo más originariamente humano: el pensarse. El deseo de lo humano vuelve sobre sí a través de la palabra. Lo humano se busca, se quiere y la prueba de ese interés o de ese amor es que no permite que se diga que es lo que no es ni que se deje de decir lo que verdaderamente es. El deseo de mostrar lo humano en su verdad es la razón por la cual profesor y estudiante han querido tomar la palabra y han entrado en desacuerdo. La posibilidad de mostrar una verdad sobre lo humano es propia de la palabra, pero el querer mostrar lo humano en su verdad hace que esta posibilidad sea aprovechada. El querer de la estudiante que toma la palabra transforma la mera posibilidad de lo que podría decir la palabra “humano” en la capacidad real de esta palabra para desocultar un sentido que aún no había sido visto. Y sólo cuando lo humano aparece en su verdad llega a ser lo que es. Por eso, la capacidad del querer es propiamente aquello “en virtud” de lo cual algo puede llegar a ser. Lo mismo que nos hace ser humanos es lo que nos lleva al desacuerdo: el deseo de lo humano en su verdad. El deseo de lo humano vuelve sobre sí a través de la palabra. El desacuerdo en el origen de la filosofía y su enseñanza Sólo el deseo explica por qué alguien toma la palabra y por qué alguien es incluso capaz de dar la vida por la misma razón que lo lleva a tomar la palabra para decir lo que ha visto. Nadie reivindica a Sócrates por su sabiduría sino por el modo en que buscó la verdad, la deseó… y porque en esa búsqueda compartida con otros cabía su vida entera. Aún el hecho de que haya asumido las consecuencias del desacuerdo con aquella mitad más uno de los atenienses que lo condenó a muerte se explica por ese mismo deseo, por su búsqueda de verdad. En efecto “Sócrates sabe muy bien que tener razón él solo contra todos no es tener razón”.8 La razón que él ha descubierto, tiene que 8 Jean F. Lyotard, ¿Por qué filosofar?, 94. Franco Torres, ¿Qué origina el desacuerdo en la enseñanza de la filosofía a nivel medio?, 37-46. 43 ser vista por otros. Pero sólo aceptando las consecuencias injustas de su acusación pudo hacer ver, tras de sí, la verdad de la justicia que buscaba. Por eso, “lo que quiere el filósofo no es que los deseos sean convencidos o vencidos, sino que sean examinados y reflexionados”. A Sócrates no le importaba en realidad ganar un juicio sino que se comprendiera la razón de su búsqueda; quería hacer ver a los atenienses de su tiempo, la importancia que tenía desear la verdad y amar el pensamiento como él lo amó. Su apología no fue tanto una defensa de sí, como el último intento de hacer ver lo que él había visto a través del diálogo. Fue también su último gesto de amor: tomar la palabra para pensar, es decir, para regalar su esencia a quien quisiera tomarla. Platón fue uno de los que retomó la palabra de Sócrates y con ella su deseo, su amor al diálogo y también su crítica, su ironía, su modo de buscar la verdad a fondo. No es casual que los primeros diálogos platónicos sean aporéticos, es decir, que no conducen a ninguna respuesta definitiva a los interrogantes que lo suscitaron. Es en estos diálogos, por cierto, donde el personaje Sócrates es más fiel al Sócrates histórico. Luego, en los diálogos posteriores, Platón va a poner cada vez más su pensamiento en labios de Sócrates. Tal pensamiento, en su desarrollo, va alcanzando un carácter cada vez más propositivo y adquiere una mayor unidad. Sin embargo, tampoco en esta instancia, la sabiduría o las verdades que se creen haber encontrado son más importantes que el deseo que motivó su búsqueda a través del diálogo: “…hay más de un filósofo, Platón precisamente, o Kant, o Husserl, que en el transcurso de su vida, efectúa él mismo esta crítica, vuelve sobre lo que ha pensado, lo deshace y vuelve a comenzar, ofreciendo la prueba de que la verdadera unidad de su obra es el deseo que procede de la pérdida de la unidad y no la complacencia en el sistema constituido, en la unidad recobrada. Lo que es cierto de un filósofo lo es también de la serie de todos ellos…y mientras deploramos o ridiculizamos la torre de babel filosófica, alentamos a la vez la esperanza de una lengua absoluta, estamos a la expectativa de la unidad”.9 No es casual que los os primeros diálog aporéticos, platónicos sean conducen a es decir, que no sta definitiva a ninguna respue s que los interrogante lo suscitaron. Lo característico de esta palabra filosófica es que siempre desea la unidad perdida, tal como aparece en todo desacuerdo, en toda crítica. En la consigna dada por el docente, lo humano tenía un sentido único; un sentido que se quiebra al intervenir la estudiante. Todo el diálogo posterior es la búsqueda de recuperar esa unidad, pero ya no será la unidad unilateral de la que partió la consigna sino la unidad propia de la verdad. Del desacuerdo procede el deseo de una unidad que ya no es la totalidad del sentido sino el develamiento que hace ver a otros un sentido nuevo a través de la misma palabra que antes lo encubría; y en esta torsión de la palabra hacia una nueva verdad consiste su carácter filosófico. De modo que así como el deseo de la verdad sobre lo humano origina el desacuerdo, la pérdida de la unidad propia del desacuerdo da ahora origen a la palabra filosófica. La filosofía comienza con un quiebre de sentido y por eso su origen siempre puede estar en el día hoy.10 El desacuerdo sobre el sentido de lo humano generó en la clase esa ruptura de la que procede el 9 Idem, 116. Idem, 101,118. 10 44 Anatéllei nº 34, diciembre 2015. Agua que sacia el fondo de la sed de mirar... filosofar. Lo que estoy proponiendo pensar es que hasta el momento en que irrumpió la intervención de una estudiante para manifestar su desacuerdo, en esa clase y quizás en varias más, no había habido aún ocasión para la filosofía. Ahora bien, el hecho de que la palabra filosófica no haya sido provocada por el docente sino por los estudiantes nos remite al problema de la enseñanza: ¿hay alguien que enseña filosofía a otro, o aprendemos unos con otros a filosofar? Este interrogante nos da la oportunidad no sólo de repensar la enseñanza de la filosofía a partir del desacuerdo sino también de entender la relación docente y alumno desde una igualdad que le es propia a lo humano: la igual posibilidad de tomar la palabra para pensar, Decíamos que filosof reflexionar, volver sobre el deseo…, en fin para filosofar. ar es el deseo de reco brar una Decíamos que filosofar es el deseo de recobrar una unidad perdida y ese deseo es lo que le da a la filosofía su unidad en la historia. Sin unidad perdida y ese deseo es lo que le da embargo, en su devenir histórico el aprendizaje de la filosofía hizo que el deseo que llevó a Platón a aprender de Sócrates, a Wittgenstein de Russel a la filosofía su unidad y a Dussel de Marx se independizara de la enseñanza de la filosofía. Al en la historia. instituirse ésta como parte de una política educativa la relación entre el deseo (philein) y la sabiduría (sophia), por un lado y la relación maestrodiscípulo por otro, ya no remiten a dos opuestos unidos por el interés vital de filosofar sino a dos pares conceptuales cuyos términos constitutivos son autónomos, independientes unos de otros.11 En la historia de la enseñanza de la filosofía es la misma unidad del deseo la que se ha roto y sólo él puede recuperarla. El genitivo “de” en la expresión “enseñanza de la filosofía” no significa que alguien pueda transmitir contenidos filosóficos a otro; cuando esto sucede, la enseñanza deviene embrutecimiento, o sea, sometimiento de una inteligencia a otra. Por el contrario, que la enseñanza sea de la filosofía quiere decir que le pertenece y sabemos que esta pertenencia, pensada de un modo más originario, es donación de la propia esencia: el deseo constitutivo del filosofar regala a la enseñanza lo que le es más propio, se da a sí mismo en ella. Por eso la enseñanza de la filosofía es la manifestación del deseo en busca de un sentido y aprender a filosofar es el acto por el cual, en virtud de ese mismo deseo, alguien toma la palabra para descubrir el sentido buscado. Aprender a filosofar a partir de la manifestación del deseo tiene mucho en común con la enseñanza emancipadora pero, a diferencia de esta, no justifica que una voluntad esté sometida a otra con tal de que la inteligencia no obedezca más que a sí misma.12 De modo que, aprender a filosofar no sólo presupone la igualdad de las inteligencias sino también la libertad anárquica del pensamiento y del deseo. Que la libertad sea anárquica (an-arkhé) quiere decir que no reconoce un principio determinante más originario que ella misma. Al igual que a la poesía, a la palabra filosófica y al deseo o al querer que le es inherente, no le es propio ningún sometimiento; 11 Hay una sabiduría, ya sea entendida como doctrina o como habilidad que debe ser aprendida y un docente que debe enseñarla; pero tanto la sabiduría como la enseñanza son independientes del deseo constitutivo del filosofar. 12 Cf. Jacques Rancière, El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, 29. Franco Torres, ¿Qué origina el desacuerdo en la enseñanza de la filosofía a nivel medio?, 37-46. 45 ni en una dirección ni en otra. En tal sentido, la libertad que presupone aprender a filosofar es tan anárquica como impolítica.13 Sin embargo, desde su mismo origen impolítico, la palabra filosófica abre en la enseñanza un ámbito político. Mientras el docente pregunta qué nos humaniza y los estudiantes responden “vivir en sociedad” o “el lenguaje aprendido con otros” o “las prácticas sociales como el estudio y el trabajo…” permanecemos en una asignación social de los roles según la cual el docente enseña y los alumnos aprenden: el docente dicta una consigna y en esos mismos términos los estudiantes responden. Por el contrario, el desacuerdo respecto de los términos mismos en que se plantea una consigna abre un ámbito político en la clase porque “la política existe cuando el orden natural de dominación es interrumpido por una parte de ió un El desacuerdo estableccuanto los que no tienen parte”.14 ad en ámbito de iguald Efectivamente, hasta el momento en que se planteó el desacuerdo sobre ófico y fil al carácter os lo humano, los estudiantes no habían tenido parte en un doble aspecto: el . a de la palabr docente del uso filosófico, porque no habían determinado el sentido de los términos del problema; y tampoco habían tenido parte en la tarea de enseñar, porque es en la intervención donde se hizo patente el deseo que provocó la palabra filosófica y la necesidad de responder nuevamente qué es lo humano. El desacuerdo liberó al docente y a los estudiantes de un rol que los mantenía en la desigualdad y, al poner de manifiesto a través de la palabra la igualdad de lo humano, los hizo a unos y a otros tomar parte como educadores en la enseñanza de la filosofía y a todos como educandos en el aprendizaje del filosofar. El desacuerdo estableció un ámbito de igualdad en cuanto al carácter filosófico y docente del uso de la palabra. Por eso, la intervención de la estudiante para argumentar sobre la igualdad de lo humano fue, al mismo tiempo, una metáfora de esa igualdad a favor de la cual se argumentó.15 Así, la palabra filosófica originada a partir del desacuerdo de una estudiante posibilitó al deseo recuperar la unidad que la filosofía muchas veces perdió a lo largo de una historia de enseñanzas embrutecedoras. Desde la libertad del pensar, el desacuerdo origina algo más que la emancipación intelectual: inicia la buena noticia de que la fuerza callada del deseo no es menos poderosa que el silencio del desinterés. 07-08-14 / 20-08-14 46 13 Empleamos aquí el término “impolítico” en el sentido en que lo desarrollo Espósito. 14 Jacques Rancière, El desacuerdo. Política y filosofía, 25. En una “situación extrema de desacuerdo”, el docente no ve el objeto común que le presenta el estudiante “porque no entiende que los sonidos emitidos por éste componen palabras y ordenamientos de palabras similares a los suyos”. Idem, 10. El término “similares” aquí quiere decir “igualmente válidos” o “igualmente susceptibles de verdad”. El reconocimiento de esta igualdad es imposible cuando el docente cree que su razonamiento es el correcto y que a lo máximo que puede llegar el alumno es a entenderlo y reproducirlo. 15 Idem, 77. Anatéllei nº 34, diciembre 2015.