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CUADERNO DE ORIENTE IV EL VIEJO CRISOL CHINO Taoísmo y confucionismo, como yin y yang, se nutren y compensan mutuamente. Su pensamiento es la cristalización de una corriente espiritual asociada a tradiciones milenarias. Viejo crisol en lenta y prolongada decocción al que se iba a incorporar el budismo meditativo y austero de la secta dhyana para transformarse en budismo Chan. El Zen, en Japón, bebería de estas fuentes. Históricamente se concreta en dos figuras enclavadas alrededor del siglo VI aC, una, Lao Tsé, instalada en una nebulosa entre la mitología y la historia, la otra, Kung Tsé, o Confucio en su denominación latina, netamente ubicada en la historia. Ambas figuras se entramarán, entre diferencias y coincidencias, para configurar un fondo común de pensamiento que ha sido una constante en el transcurrir chino desde los primeros tiempos hasta nuestros días. El viejo crisol viene de tiempos remotos. La cosmogonía taoísta alude a un principio primario, el Tao, que se escinde en dos, el cielo (yang, energía clara) y la tierra (yin, energía oscura). Entre cielo y tierra, el hombre: ‘el Uno genera el dos, el dos genera el tres, el tres genera todas las cosas’ (Tao Te Ching, XLII). El Tao Te Ching (TTC) es la referencia escrita del taoísmo y se atribuye a Lao Tsé y a sus seguidores. El taoísmo disfrutó de momentos de elevada espiritualidad que facilitaron su convergencia hacia el budismo entonces emergente. La ‘flor de oro’ (asimilable a la iluminación budista) sería para el movimiento neotaoísta el medio de retornar al Tao. El pensamiento taoísta, presente ya antes de Lao Tsé como una fuerza primigenia de la tradición china, se proclama a sí mismo como esencialmente esotérico, orientado al interior del hombre, más allá de cualquier responsabilidad del individuo con la sociedad. Estrictamente hablando, y a pesar de que en diferentes momentos fueron proclamadas religiones en China, ni taoísmo ni confucionismo (tampoco el budismo) son religiones propiamente dichas: ‘El Cielo y la Tierra no son benevolentes, para ellos los seres humanos son como perros de paja’ (TTC, V). Frente a la proyección individual taoísta, y como reacción, surge Confucio que, sin renunciar a la espiritualidad, proclama como objetivo la organización de la sociedad. La sociedad, para Confucio, no es una suma anárquica de individuos indiferenciados sino que es una estructura superior organizada y estratificada en un sistema conocido como las cinco relaciones: padre-hijo, esposo-esposa, hermano mayor-hermano menor, amo-criado, amigo-amigo, o sus equivalencias sociales. La familia es el centro y el modelo, de hecho considera a la sociedad como una unidad inter-familiar. Lao Tsé, por el contrario, propone un radical retorno a la naturaleza, ser parte consustancial de ella sin cuestionarla ni pretender conocerla. Su discurso ético arranca de la idea de que el conocimiento es una perversión negativa que genera deseos y activa una reacción en cadena que acaba por definir una moral de vicios y virtudes y por reclamar leyes que acabarán con la libertad y la independencia del hombre. A los gobernantes recomienda mantener al pueblo en la ignorancia, ‘si el pueblo es difícil de gobernar es porque sabe demasiado’ (TTC, LXV), ‘en vez de emplear la escritura que use de nuevo las cuerdas anudadas’ (TTC, LXXX), ‘que el pueblo no tenga conocimientos ni deseos’ (TTC, III). ‘Conocer el no conocimiento es lo más elevado’ (TTC, LXXI), ‘sabiduría natural’ (TTC, LXXXI). 1 CUADERNO DE ORIENTE IV Es el discurso social lo que más aleja a Confucio de Lao Tsé pues aquél quiere generar una cultura de compromiso social que éste desdeña, ‘conciencia de la igualdad’ que se traduce en el amor al prójimo como esencia de la moralidad, ‘no hagas a los demás lo que no deseas para ti’. Sin embargo, comparte con Lao Tsé el autoconocimiento, ‘conciencia del centro’, sabiduría esencial por la que cada persona debe buscar la verdad y alcanzar en su vida la perfección sin más compensación moral que la virtud en sí misma, la virtud por la virtud. Condición sine qua non, vivir la vida serenamente y buscar la paz interior. El Tao Te Ching despliega un amplio abanico de virtudes personales que hace plenamente suyas el pensamiento confuciano: desprendimiento, ‘el hombre sabio no quiere nada personal’ (TTC, VII), generosidad, ‘retirarse una vez acabada la obra’ (TTC, IX), ‘crear sin poseer’ (TTC, X). Diseña un hombre modelo de alma pura que, como espejo, capta todo y nada retiene, un superhombre para seguir la Ley del Tao: ‘quién respeta al mundo en su propia persona es digno de que se le confíe la humanidad’ (TTC, XIII). ‘Para Confucio, los mejores hombres han de dirigir a los pueblos y, respondiendo a un modelo ético intachable, promover la virtud de la sociedad. Las cinco virtudes cardinales del gobernante: 1) benevolencia, 2) rectitud, 3) corrección, 4) conocimiento y 5) buena fe. Ideales que no eran para él un postulado teórico sino que propugnaba una decidida voluntad para llevarlos a la práctica: conocer y obrar. Es la teoría del ‘hilo continuo’. ‘El hombre sabio obra sin actuar’ (TTC, II). Taoísmo y confucionismo hacen suyo el principio de no-actuar. La no-acción, como principio de gobierno y de decisión, no responde a un principio de pasividad sino que propone contemplar la libre manifestación de los fenómenos de la vida sin inmiscuirse, sin forzar, dejando que fluya el Tao. El Tao, concepto indefinible (por definición), sin nombre, y por ello con demasiados, -Sentido, Vía, Camino, el Uno, el Todo-, tiende a la armonía, al equilibrio, y cualquier acción contraria a su fluir será, dice el taoísmo, necesariamente contrarrestada por una acción compensadora de dimensión cósmica cuando el movimiento cíclico está en su apogeo. Un principio de sabiduría sería estar alerta para detectar los cambios de ciclo e, intuyendo su tendencia, inducir transformaciones actuando sobre el ‘germen’. El I Ching, libro de los Cambios o de las Mutaciones compendiado por Confucio y sus seguidores, es otro libro de sabiduría de la tradición china que ha de merecer nuestra atención. Desde los Tang, dinastía tras dinastía, las escuelas de pintura del norte, más académicas y formales, convivieron y se confrontaron con las escuelas del sur, de expresión más libre, intimista y espontánea y más proclives a la técnica de la aguada de tinta china. Confucionismo y taoísmo, norte y sur, convivencia y confrontación, dos polaridades que, como yin y yang, se nutrieron mutuamente. José A. Giménez Mas Imágenes “PÁJARO PROFETA” COLECCIÓN DE ARTE ORIENTAL 2