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ESPECIES INVASORAS. Las especies invasoras son animales, plantas u otros organismos que se desarrollan fuera de su área de distribución natural, en hábitats que no le son propios o con una abundacia inusual, produciendo alteraciones en la riqueza y diversidad los ecosistemas. Cuando son transportados e introducidos por el ser humano en lugares fuera de su área de distribución natural, consiguiendo establecerse y dispersarse en la nueva región se les denomina especies exóticas invasoras resultando normalmente muy dañinas. Que una especie invasora resulta dañina, significa que produce cambios importantes en la composición, la estructura o los procesos de los ecosistemas naturales o seminaturales, poniendo en peligro la diversidad biológica nativa (en diversidad de especies, diversidad dentro de las poblaciones o diversidad de ecosistemas). Debido a sus impactos en los ecosistemas donde han sido introducidas tales especies son consideradas ingenieros de ecosistemas. Los cambios naturales o causados por los seres humanos en los ecosistemas de todo el planeta han redistribuido las especies vegetales y animales de forma accidental o voluntaria. Como consecuencia de estos cambios ciertas especies tienen un comportamiento invasivo en su localidad natural o de introducción, siendo más susceptibles los hábitats alterados o degradados. Estas invasiones llevan asociadas varios problemas: A nivel ecológico destaca la pérdida de diversidad autóctona y la degradación de los hábitats invadidos. Económicamente son importantes los efectos directos sobre las actividades agropecuarias y la salud pública. Una vez detectada la invasión, su control y erradicación son costosos y no siempre posibles. Identificar los invasores potenciales y evitar su establecimiento es el mejor camino para frenar un problema que incrementa al mismo ritmo que la globalización. Carpobrotus edulis(uña de gato): En origen era una oriunda de Sudáfrica, pero hoy día se encuentra prácticamente en todas las áreas templadas del mundo, sobre todo en las zonas costeras. Su carácter invasivo ha provocado dicha expansión. Una de las causas de su introducción fue su empleo como enmienda en obras públicas para asentar taludes; no obstante, hoy se emprenden medidas de control para evitar la afectación de la flora autóctona. Carpobrotus edulis en la Costa Cantábrica. El carácter invasivo de la especie no sólo es pernicioso por agotamiento de los suelos o, simplemente, por el hecho de imposibilitar el arraigamiento de especies autóctonas en zonas muy ricas en biomasa de la especie alóctona, sino que se ha demostrado la competenciapolínica: estas especies, productoras de polen en grandes cantidades, atraen selectivamente a los insectos polinizadores, que no desempeñan adecuadamente su rol ecológico con las especies menos abundantes, locales, que ven mermada su reproducción. Medidas correctoras Puesto que las zonas en las que se plantea el interés de su erradicación son de especial valor botánico, no se suelen emplear herbicidas de menor o mayor espectro: en cambio, sí se realiza la retirada mecánica, manual o mecanizada. Su fácil dispersión hace necesaria la incineración in situ de las plantas arrancadas para garantizar que no se va a favorecer la dispersión de las semillas con el transporte o depósito de los restos tras su eliminación en una zona determinada.1 Ilustración. Especie invasora en España Debido a su potencial colonizador y constituir una amenaza grave para las especies autóctonas, los hábitats o los ecosistemas, esta especie ha sido incluida en el Catálogo Español de Especies exóticas Invasoras, aprobado por Real Decreto 630/2013, de 2 de agosto, estando prohibida en España su introducción en el medio natural, posesión, transporte, tráfico y comercio. Espartinas: LIMPIEZAS DE RIOS Cada vez que asistimos a la crecida de un río emergen las voces de los habitantes ribereños −alcaldes, agricultores y cualquier persona de la calle− reclamando la “limpieza” del cauce y asegurando, además sin ningún género de duda por su parte, que la inundación está siendo grave “por culpa de que el río no está limpio”. Esta interpretación popular de los hechos, tan errónea como abrumadoramente unánime, resulta muy llamativa y se manifiesta en ríos grandes y pequeños y en cualquier rincón de la Península. Los medios de comunicación, además, no la ponen en duda, y constituyen un altavoz permanente de esta demanda. La idea de que “hay que limpiar el río” está, por tanto, profundamente enraizada. Quizás provenga de esa mentalidad ancestral de tantas labores de manejo tradicionales, como eliminar la maleza y mantener “limpios” los bosques para que no se quemen. Quizás sea porque en el pasado los cauces se “limpiaban” con frecuencia y sin contemplaciones, sabiendo que no servía de nada, a modo de “actuación placebo”, pero se hacía para mantener callado y agradecido al personal y para ganar votos. En una encuesta reciente en Francia solo los mayores de 65 años siguen planteando esta medida para luchar contra las inundaciones (“es algo simbólico, la tradición, aunque no sea efectivo”). Quizás sea porque en España aún se sigue haciendo cuando se puede, es decir, cuando se pueden evitar o regatear las normativas ambientales. Así, los gestores públicos se acogen a los procedimientos de emergencia (sinónimo de ausencia de control ambiental) tras cada crecida para meter las máquinas “limpiadoras” en el río. Quizás sea que hay intereses económicos en estas prácticas, dinero público disponible para ello y fuerte presión desde las empresas del sector a los organismos de gestión. Quizás sea también porque es difícil para los afectados convivir con las inundaciones y se aferran al recurso de pedir, que es gratis, y si la “limpieza” se aprueba saben que no les va a costar un euro. Sea cual sea la causa, no hay crecida en la que no se demande la “limpieza del río”, incluso con mayor intensidad que otras típicas frases recurrentes como “si no fuera por los embalses esto habría sido una catástrofe”, “qué pena, cuánta agua se va a perder en el mar” o “vamos a eludir las trabas ambientales para ayudaros”, pronunciadas sin rubor por políticos y gestores de turno. El tinglado está montado así. Y, desde luego, las aseveraciones de los científicos contra estas malas prácticas poco o nada se tienen en cuenta. ¿En qué consiste realmente limpiar un río? Habría que poner siempre “limpiar” entre comillas, porque es una expresión inexacta aunque sea tan tradicional. Realmente limpiar es eliminar lo que está sucio, por lo que en este caso este verbo debería restringirse a eliminar la basura (residuos de procedencia humana) que pueda haber en los ríos. Pero cuando se pide ”limpiar un río” no se pretende liberarlo de basuras, sino eliminar sedimentos, vegetación viva y madera muerta, es decir, elementos naturales del propio río. Se demanda, en definitiva, agrandar la sección del cauce y reducir su rugosidad para que el agua circule en mayor volumen sin desbordarse y a mayor velocidad. Este es uno de los objetivos de la ingeniería tradicional, por lo que hay abundante teoría y experiencia al respecto, y se basa en una visión del río muy primaria y obsoleta, simplemente como conducto y como enemigo, en absoluto se contempla como el sistema natural diverso y complejo que realmente es. Técnicamente, por tanto, “limpiar” es intentar aumentar la sección de desagüe y suavizar sus paredes o perímetro mojado, es decir, dragar y arrancar la vegetación. Y para ello se destruye el cauce, porque se modifica su morfología construida por el propio río, se rompe el equilibrio hidromorfológico longitudinal, transversal y vertical, se eliminan sedimentos, que constituyen un elemento clave del ecosistema fluvial, se elimina vegetación viva, que está ejerciendo unas funciones de regulación en el funcionamiento del río, se extrae madera muerta, que también tiene una función fundamental en los procesos geomorfológicos y ecológicos, y se aniquilan muchos seres vivos, directamente o al destruir sus hábitats. En definitiva, el río sufre un daño enorme, denunciable de acuerdo con diferentes directivas europeas y legislación estatal. EL SAPO CORREDOR El sapo corredor (Epidalea calamita) es una especie monotípica del género Epidalea. Es un anfibio anuro de la familiaBufonidae, nativa de áreas arenosas de Europa central y occidental. Se encuentra en una amplia variedad de hábitats, siendo capaz de sobrevivir en zonas bastante secas siempre que disponga al menos de alguna charca para reproducirse. De hecho, es uno de los anfibios más comunes en gran parte de su área de distribución. Los adultos miden unos 6 cm de longitud. Se distingue del sapo común por una línea amarilla o verde claro longitudinal en la mitad de la espalda. Cuerpo rechoncho y muy verrugoso; glándulas parotídeas paralelas. Tienen patas relativamente largas que le dan su distintivo andar en contraste con los movimientos de salto de muchas otras especies de sapos. Sapo de entre 5 y 6 cm de longitud, con máximos en las hembras de 9,5 cm y en los machos de 9 cm. Muy raramente alcanzan los 12 cm. Las tallas de las poblaciones ibéricas son algo mayores que las centroeuropeas, a excepción de la población de Doñana donde se observa un fenómeno de enanismo. Es de aspecto robusto, con las pupilas horizontales, el iris verdoso y las glándulas parotídeas muy marcadas y paralelas. Poseen una línea vertebral amarilla o verdosa clara muy conspicua característica de la especie y que se aprecia ya en los renacuajos recién metamorfoseados. Las patas posteriores son cortas y robustas adaptadas a la marcha y no al salto. Dorso con manchas verdes de contorno no bien definido sobre fondo ocre mostrando un diseño de «camuflaje». Los machos tienen los brazos más robustos y las patas más largas que las hembras, además, durante el celo presentan callosidades en los dedos y un saco vocal desarrollado de tonalidades violáceas o rojizas. Los renacuajos nacen con 0,35 cm y alcanzan los 3 cm al final de su desarrollo. Tras la metamorfosis su longitud merma hasta los 1,3 cm, momento en el que abandonan el agua, pudiendo ser menores si la charca se deseca antes. Son de color negro por el dorso y grisáceos por el vientre, con manchas blanquecinas al final del desarrollo debido a la transparencia de los intestinos. El espiráculo es recto, dirigido hacia atrás y se encuentra en el lado izquierdo. La distancia entre los ojos es el doble que la distancia entre las narinas. La segunda serie de dientes labiales superiores poseen un diastema central ancho. La cola es redondeada. Vive más de 12 años y se alimenta de insectos y otros invertebrados. De noche se mueve a lo largo de terrenos abiertos con vegetación; recorre considerables distancias cada noche, posibilitando a la especie la colonización de nuevos hábitats muy rápidamente. Su llamada de apareamiento es muy fuerte y distintiva que se repite sin descanso, amplificada por el saco vocal bajo el mentón, que les permite reunirse a pesar de encontrarse en poblaciones pequeñas. Además poseen un grito de suelta que se emplea entre machos que se han acoplado por error.6 En la península ibérica, su fenología reproductiva es muy amplia, dependiendo de los periodos de lluvia. Así, puede comenzar en otoño en levante y terminar en junio en las poblaciones del centro peninsular en altitudes por encima de los 1000 m.6 En el resto de su zona de distribución se reproducen desde finales de abril a julio, con acoplamiento axilar. Cada hembra puede depositar varios miles de huevos, formando «ristras» en charcas. La puesta en la charca necesita tener un ligero gradiente de profundidad, con vegetación rala en las orillas y en el agua. Frecuentemente son charcas temporales, a veces tan efímeras como roderas de vehículos, y en ocasiones las larvas mueren cuando aquellas se secan. Este riesgo se compensa con el dilatado periodo de apareamiento realizado por distintos individuos, de forma que se pueden encontrar juveniles en septiembre con uno o cuatro meses de edad. De hábitos terrestres ocupa casi cualquier hábitat, evitando las regiones eurosiberianas más húmedas y los bosques densos con abundante sotobosque. Requiere de charcas someras o temporales para reproducirse.7 Se distribuye por Europa Occidental, Central, Islas Británicas y Escandinavia, desde Portugal a los países bálticos. En la península ibérica falta en la línea costera cantábrica (Cantabria y Asturias) y en algunas zonas de Pirineos, Aragón y Extremadura.8 Desde el nivel del mar hasta los 2500 m de altitud. Se encuentra catalogada en la lista roja de especies amenazadas de la UICN bajo preocupación menor —LC—. Sus mayores amenazas son la pérdida de hábitat en general y la reducción del hábitat de ribera por construcción de diques y escolleras y acidificación del medio acuático por lluvia ácida y otros factores de polución.