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David Ogilvy (1911-1999) nació en Inglaterra y murió en Francia tras una larguísima etapa de su vida en los Estados Unidos donde, se puede decir con seguridad, forjó su brillantísima base como teórico de la publicidad y publicista. De hecho, su obra Confessions of an advertising man sobre publicidad se llegó a convertir en un auténtico best seller. Su técnica publicitaria, frente a la de sus coetáneos y rivales Bill Bernbach y Rosser Reeves, se alejaba de los criterios racionalistas del primero y de los imaginativos del segundo. Buscaba el elemento identitario, no tanto en el propio producto anunciado como en las sensaciones que el entorno de aquél, su ubicación, su posesión, etc., podía provocar en el receptor. En definitiva, buscaba acentuar características poco racionales y más subjetivas del potencial cliente estimulando su ego humano. La publicidad de la marca de automóviles Rolls Royce, de la que decía en su spot que lo único que se escuchaba a 60 km/h. era el ruido del reloj electrónico, es buena muestra de ello. No habla de las virtudes mecánicas, de su comodidad, de su exclusividad… Lo resume todo en un simple complemento como es ese humilde reloj: traslada silencio finura, arquitectura mecánica única. Y no necesita entrar en comparaciones con otros vehículos de alta gama de la época, como Jaguar. Sencillamente, el receptor se traslada a un mundo soñado en el que se desplaza en el interior de un vehículo como si lo hiciera en una alfombra mágica. Ogilvy, como gran creador, también dejó grandes frases que han acabado siendo un icono en el mundo de la publicidad: “las grandes ideas suelen ser las ideas simples”, o “nunca deje de probar y su publicidad nunca dejará de mejorar”, que nos recuerda a la famosa campaña de la marca de detergentes Colón, interpretada por su director general Manuel Luque, con su famosa frase de “busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo”.