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á VOCES En los periódicos de los Estados Unidos (EE.UU.) y prácticamente de todo el mundo, se está haciendo un balance de los primeros 100 días del gobierno de Donald Trump que se cumplen hoy 29 de abril. Es una tradición estadounidense hacer la primera evaluación de un nuevo gobierno 100 días después de que se inauguró. La costumbre la comenzó el presidente Franklin D. Roosevelt en 1933, cuando EE.UU. enfrentaba la crisis económica conocida como la Gran Depresión. Roosevelt se comprometió a ejecutar en el término de 100 días una serie de medidas para enfrentar la crisis. En ese período el Congreso aprobó al menos 15 leyes que sirvieron para frenar el pánico bancario, facilitaron la creación de trabajo público para centenares de miles de desocupados y sentaron las bases de la estrategia gubernamental de recuperación llamada el Nuevo Trato. Se considera que no es del todo justo juzgar a un gobierno por lo que ha realizado o incumplido en ese corto período, considerando que el mandato presidencial (en EE.UU.) es de cuatro años. Sin embargo, se ha establecido y se tiene como un hecho que el balance de los primeros 100 días permite medir el avance de los compromisos de campaña de un presidente y proyectar el rumbo que seguirá a continuación. Poco antes de cumplir sus primeros 100 días en el poder, Trump aseguró que él ha hecho “más que ningún otro presidente de EE.UU. en los primeros 100 días”, aunque opinó que estos son una “barrera artificial”. Pero la verdad es que el mismo presidente Trump se comprometió durante su campaña electoral —en lo que llamó un “contrato” con los votantes—, a que durante los primeros 100 días de su administración realizaría 38 acciones de suma importancia, de las cuales, al hacer hoy el balance, los analistas aseguran que apenas pudo cumplir 10 y algunas al parecer nunca las podrá realizar. Entre los compromisos que Trump no cumplió en estos 100 días, se señala que no pudo ejecutar sus órdenes ejecutivas para restringir la entrada a los EE.UU. de extranjeros procedentes de países musulmanes; tampoco pudo hacer que México se comprometiera a pagar la construcción del muro de contención migratoria a lo largo de la frontera; no logró desmantelar el programa de salud de Barack Obama; y no aplicó las represalias que prometió contra China, por sus políticas comerciales que considera lesivas a los intereses estadounidenses. Pero es en la política exterior que Trump se lució en este lapso, al restaurar un poco la autoridad de EE.UU. en el mundo con acciones drásticas como el castigo a Siria por usar armas químicas contra la población civil, plantarle cara a la dictadura comunista de Corea del Norte y destruir un cubil terrorista en Afganistán con la llamada “madre de todas las bombas”. Cabe destacar que la administración Trump no ha nombrado aún al nuevo subsecretario de Estado para asuntos hemisféricos, de modo que no se sabe, aunque se pueda intuir, cuál será su política para Nicaragua. Los primeros 100 días de Trump é Su misericordia no se agotó en la cruz u llegada al calvario no pudo ser peor, fue humillado, golpeado, escupido, traicionado y colgado en una cruz por su pueblo, bajo el liderazgo de las autoridades religiosas y políticas. Nadie podía ni siquiera imaginar que todo ello era para que se cumpliera las profecías anunciadas. En el libro del Éxodo se explica que durante la Pascua cada familia judía debía ofrecer un cordero sin mácula como sacrificio, Isaías profetizó sobre Jesús que, “como cordero, fue llevado al matadero; como oveja, enmudeció ante su trasquilador”. Luego Juan el Bautista reconoció a Jesús como el cordero que quita el pecado del mundo. La crucifixión se produjo durante la celebración de la Pascua, de acuerdo a lo que narran los evangelistas. “Entonces Jesús, cuando hubo tomado el vinagre, dijo: ¡Consumado es! E inclinando la cabeza, entregó el Espíritu”, escribe Juan. Para ese momento, todo estaba hecho, porque el Hijo del Hombre pagó la deuda por el pecado, y para los que en Él crean, la salvación está asegurada. S á La maldición de Fílide ílide era hija de Fileo, uno de los reyes de Tracia, los que se consideraban descendientes directos de Hermes, el dios mensajero. Se dice que los tracios introdujeron el concepto de que los seres humanos están dotados de un alma inmortal, la que trasciende después de la muerte física. De allí que sus funerales eran solemnes y en las tumbas ponían objetos valiosos, inclusive tesoros, al lado de los cuerpos de los difuntos, sobre todo de los más pudientes. El rey Fileo y su hija Fílide vivieron en tiempos de la Guerra de Troya, en la cual participaron los atenienses Acamante y Demofonte, entre muchos otros príncipes griegos. Acamante y Demofonte eran hijos de Teseo —el mítico rey de Atenas que venció al Minotauro— y de Fedra, quien se enamoró de su hijastro, Hipólito, pero como este la rechazó lo acusó de que había intentado violarla. Al ser descubierta su mentira, Fedra terminó suicidándose. Cuando Troya fue ocupada por los griegos Acamante y Demofonte encontraron allí a su abuela, Etra. Ella había sido raptada por los Dióscuros (Cástor y Pólux) y llevada a Esparta, donde fue esclava de la reina Helena, quien, cuando se fue a Troya con el príncipe Paris, se llevó a Etra y la tuvo a su servicio hasta que al terminar la guerra la esclava fue rescatada por sus nietos. Viajando de regreso hacia Atenas, la nave en que viajaban Acamante y Demofonte fue azotada por una furiosa tempestad que la hizo naufragar y arrastró a los náufragos a las costas de Tracia, donde pidieron hospitalidad al rey Fileo. Acamante siguió el viaje rumbo a Atenas después de recuperarse y aprovisionarse, pero fue acompañado solo por Etra, porque Demofonte se enamoró de Fílide y decidió quedarse en Tracia para casarse con ella. Pero Demofonte no pudo acostumbrarse a las costumbres de los tracios, muy distintas a las de los atenienses. De manera que pronto decidió marcharse pero engañando a Fílide a quien dijo que solo haría un corto viaje y en breve estaría de regreso. Fílide acompañó a Demofonte hasta un lugar llamado “los nueve caminos” donde se despidió de él y le dio un pequeño cofre, diciéndole que contenía objetos sagrados de la diosa madre Rea, que lo protegerían. Sin embargo, le advirtió que solo debía abrirlo en el caso de que decidiera no regresar. Demofonte se fue primero a Chipre y fijó allí su residencia, pero algún tiempo después se marchó hacia Atenas donde llegó a ser el décimo segundo de sus reyes. Entre tanto, Fílide, al pasar el tiempo sin que Demofonte regresara, cayó en un estado de grave depresión y se suicidó, pero antes maldijo a su ingrato esposo por no cumplir su juramento. Poco a poco de Fílide solo fue quedando un piadoso recuerdo y fue olvidada inclusive por el mismo Demofonte. Un día, hurgando entre objetos antiguos Demofonte encontró el pequeño cofre que le dio Fílide cuando se separaron y recordó la recomendación de la muchacha, de que solo debía abrirlo en el caso de que decidiera no regresar. Movido por la curiosidad, Demofonte abrió el misterioso cofrecito y lo que vio en su interior lo aterrorizó de tal manera que perdió la razón. Enloquecido, montó su caballo y emprendió una carrera desenfrenada hasta que el animal se precipitó en un barranco. El cuerpo del caballo cayó encima de Demofonte y la espada que colgaba de su cintura y le atravesó el cuerpo, causándole la muerte. De esa manera, tarde pero ineluctablemente, se cumplió la maldición de Fílide. En una versión ligeramente diferente de este mito, se cuenta que Fílide para suicidarse se colgó de un árbol y este perdió completamente las hojas y se secó por la tristeza de haber sido escogido por la princesa tracia para quitarse la vida. Algún tiempo después Demofonte regresó a Tracia, preguntó por Fílide y al conocer su trágico fin fue a ver el tronco pelado y muerto, lo abrazó con pesar y en ese instante el tronco renació y se convirtió en el árbol que desde entonces es conocido como almendro. F La prueba de amor más grande dada a la humanidad fue la crucifixión de nuestro señor Jesús. Sin embargo, no todo acaba en la cruz, la misericordia de nuestro Salvador no se agotó en el calvario, tres días después derrama nuevamente su amor sobre la humanidad porque nos regaló la victoria sobre la muerte. Fue el primero en resucitar, para demostrarnos que en Él tenemos vida eterna. Desde el día de la resurrección del Señor, para el cristiano la muerte no es el fin de nuestro tiempo, sino el paso a una vida en Cristo. Su resurrección es lo insigne de la fe cristiana, el apóstol Pablo lo dijo: “Y si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también la fe de ustedes”, 1 Corintios 15:14. Una vez resucitado, Jesús nos regala su paz. En el evangelio de Juan, nos dice: “Paz a ustedes; como el Padre me ha enviado, así también Yo los envío”. Él es el Emmanuel, ¡Dios con nosotros!, vino a la tierra para padecer todo dolor y miseria humana, conoce nuestro interior, y sabe que en el mundo padecemos distintas aflicciones, pero nos dice: “Confíen en mí, yo he vencido al mundo”. En Él podemos encontrar la paz que sobrepasa cualquier adversidad humana. Jesús resucitado nos desborda su misericordia y nos da su poder, diciendo a todos aquellos que lo seguimos con amor y cumplimos sus mandamientos: “Reciban al Espíritu Santo”. Es Su Espíritu mismo el que entrega para que todo aquel que lo siga se convierta en templo del Espíritu de Cristo. Nos prometió dar su Espíritu para hacer las obras que Él mismo hizo, e incluso obras más grandes. Su misericordia no se agotó en la cruz, fue el inicio de todo un caminar junto a aquellos que deciden reconocerlo como Señor y Salvador. Jesús en la cruz marca la pauta para la proclamación de su mensaje, la buena nueva que murió y resucitó para darnos vida y en abundancia. Jesús resucitado es el gozo más pleno de todo cristiano, por ello, debemos dar gracias a Él, porque es bueno y porque es eterna su misericordia. Ó Ú Á