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La química de las estrellas Por Mónica Rodríguez Guillén (INAOE) Una de las meteduras de pata más famosas de la historia de la ciencia se debe al filósofo Auguste Comte, quien en 1835 afirmó que nunca podríamos determinar la composición química de los cuerpos celestes; sólo 24 años más tarde, dos después de la muerte de Comte, Gustav Kirchhoff mostró que un componente de la sal común, el sodio, está presente en el Sol. La técnica usada por Kirchhoff, la espectroscopia, descompone la luz emitida por una fuente en sus longitudes de onda o energías, formando su “espectro” (como sucede con el arcoíris, donde cada color corresponde a una energía); a continuación, se identifican las bandas oscuras o brillantes que aparecen sobre el fondo de luz. Cada átomo o molécula emite o absorbe luz a unas energías específicas, que sirven como su huella dactilar y permiten identificarlo. El descubrimiento de Kirchhoff inspiró a otros científicos a obtener espectros http://www.ucm.es/info/Astrof/users/jaz/TRABAJOS/COLOR/info.html de fuentes astronómicas: estrellas, nebulosas, cometas. Hoy en día la espectroscopia sigue siendo una de las herramientas más poderosas de los astrónomos, pero su resultado más impactante fue el que encontró en primer lugar: todas las estrellas (nebulosas y cometas) están formadas del mismo tipo de partículas que nosotros y nuestro planeta; esto es, estamos hechos del material que conforma a las estrellas; sólo cambian las proporciones. Una estrella típica consiste en unas tres cuartas partes de hidrógeno y una cuarta parte de helio. Esto deja poco, alrededor de dos por ciento, para el resto de los elementos, incluidos los más comunes en la Tierra y en nuestros cuerpos, como carbono, oxígeno, nitrógeno, silicio y hierro. El predominio de los átomos de hidrógeno y helio en el Universo se debe a que son los más sencillos y pudieron formarse fácilmente tras el Big Bang http://es.wikipedia.org/wiki/Teoria_del_Big_Bang, la gran explosión en la que se originó el Universo. Con respecto a los otros elementos, el descubrimiento de sus orígenes es uno de los grandes triunfos de la ciencia del siglo XX. Y tiene que ver con lo que fue en su día un misterio: ¿por qué brillan el Sol y las estrellas? Durante el siglo XIX se exploraron posibles respuestas a esta pregunta. ¿Podría el Sol estar quemando algún tipo de combustible químico, como carbón o petróleo? ¿O tal vez la energía emitida era gravitacional y el Sol estaba contrayéndose y calentándose? Estas explicaciones tenían el siguiente problema: predecían para el Sol unos millones de años de vida, después de los cuales se agotaba su energía. Pero los geólogos de entonces estimaban que la Tierra tenía al menos unos mil millones de años. Y no parecía probable que la Tierra fuera más vieja que el Sol. La solución a este problema tuvo que esperar al siglo XX; tiene que ver con la fórmula de Einstein, E = m c2, la cual nos indica que materia y energía son equivalentes: una se puede transformar en la otra. Algunos científicos notaron que juntando cuatro núcleos de los muy abundantes átomos de hidrógeno, podría producirse un núcleo de helio. Además, como los cuatro núcleos de hidrógeno tienen más masa que el de helio, la diferencia en masa puede convertirse en energía. A su vez, los núcleos de helio pueden servir de base para construir otros elementos más pesados. Las altas densidades y temperaturas que se alcanzan dentro de las estrellas permiten que sucedan estas “reacciones nucleares”. Esta fuente de energía es más eficiente que las anteriores, permitiendo tiempos de vida para el Sol y las estrellas de miles de millones de años. Así, podemos explicar tanto la energía emitida por las estrellas como el origen de elementos como el hierro, los cuales se forman dentro de las estrellas. Pero entonces, ¿cómo salen al exterior para formar planetas como el nuestro? Esto tiene que ver con el ciclo de vida de las estrellas. Las estrellas nacen en condensaciones de grandes nubes de gas http://es.wikipedia.org/wiki/Nebulosa_de_Orión. Las condensaciones se contraen por la gravedad hasta que su interior es tan caliente y denso como para que sucedan las reacciones nucleares que hacen brillar a la estrella; la energía producida empuja el material estelar hacia afuera y detiene la contracción. Ahora bien, cuando se acaba el combustible y la estrella ha convertido su material interior en elementos pesados, no puede producir más energía, empieza a contraerse de nuevo. Y a partir de ahí, algo tiene que ceder. Algunas estrellas al final de sus vidas expulsan sus capas exteriores http://observatorio.info/2009/12/la-nebulosa-ojo-de-gato-4/; lo que queda de la estrella se calienta y luego va enfriándose muy lentamente. Esto es lo que le sucederá al Sol en unos cinco mil millones de años. Pero las estrellas más masivas tienen un final más violento: sus vidas acaban en una gran explosión http://www.youtube.com/watch?v=0J8srN24pSQ, aunque parte de la estrella puede comprimirse y formar un objeto exótico, como una estrella de neutrones http://observatorio.info/2011/03/una-estrella-de-neutrones-enfriandose/ o un agujero negro http://es.wikipedia.org/wiki/Agujero_negro. Entonces, al final de sus vidas las estrellas devuelven al medio parte del material con el que se formaron, enriquecido en nuevos elementos formados en su interior. Este material estelar se mezcla con el gas existente, de donde surgirán nuevas estrellas y sus planetas. Es lo que sucedió en nuestro caso. Nuestro Sistema Solar se formó a partir de material enriquecido por estrellas que nacieron y murieron mucho tiempo atrás. Y ese es el origen de la mayoría de los átomos que forman nuestros cuerpos. No solo estamos formados del mismo material que las estrellas; estamos constituidos de material que procede de estrellas que ya murieron, estrellas que hace más de cinco mil millones de años brillaron en cielos que ningún ser humano contempló. O, visto de otra forma, no somos más que material reciclado.