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Ciencia y cultura ciencia y cultura por Roberto Rova sio Doctor en Medicina y Biología del Desarrollo, investigador del Conicet Mitos y realidades de las neurociencias E ciudad x Encuentro en el ccec El próximo miércoles 3 de octubre se desarrollará un encuentro de neurociencias titulado “Del pasado y presente hacia el futuro”, en la sede del Centro Cultural España Córdoba (Entre Ríos 40). Empezará a las 18 y constará de cuatro charlas: “Origen y primeros pasos de las neurociencias”, a cargo de Roberto Rovasio; “Avances en el conocimiento básico de las neurociencias”, por Alfredo Cáceres; “Alcohol durante el embarazo y la capacidad de aprendizaje fetal e infantil”, por Juan Carlos Molina, y “Neurociencias y filosofía de la mente”, por Carolina Scotto. La entrada es Un error común: comparar el cerebro con una computadora, cuando son muy distintos. gratuita. Los cinco sentidos que son más E n la lectura de textos o en el diario coloquio hacemos referencia a nuestros “cinco sentidos” (vista, oído, gusto, olfato y tacto). En realidad, son muchos más... y quizás otros por descubrir. Hay muchas formas de percibir el mundo. La propiocepción (sentido de posición), la nocicepción (sentido del dolor), el sentido del equilibrio, de la temperatura corporal, de la aceleración, del paso del tiempo. Por no ha- blar de especies cercanas o lejanas, cuyos sentidos los humanos perdimos o nunca desarrollamos, como la ecolocación (murciélagos y delfines), la visión en el espectro ultravioleta (pájaros e insectos), el registro en la banda infrarroja (serpientes), el sentido espacial y la recepción del movimiento (ratas, gatos, focas), de los campos eléctricos (tiburones), de los campos magnéticos (pájaros, tortugas, bacterias), etcétera. ¿Por qué persiste aún este mito? En parte, porque los cinco sentidos “clásicos” y su funcionamiento estuvieron bajo la lupa desde hace mucho tiempo. Quizá también por un innato conservadurismo del ser humano. Es muy probable que si muchos de los “otros sentidos”, menos conocidos, no existieran, muchas especies (incluida la humana) hace tiempo se hubieran extinguido. El cerebro adulto no cambia (y las neuronas no se reproducen luego del nacimiento) D ¿usamos un 10 por ciento de nuestra capacidad cerebral? ¿Las neuronas no se reproducen? ¿Nuestro cerebro funciona como una computadora? Estas y otras leyendas son analizadas y refutadas en esta nota. l complejo campo de las neurociencias abarca disciplinas que convergen hacia el mejor conocimiento de la estructura y función del sistema nervioso en su sentido más amplio, desde la anatomía hasta el nivel submicroscópico, en la salud y en la enfermedad. Los enfoques comprenden áreas tan diversas como la evolución, el desarrollo pre y posnatal, el envejecimiento, la composición química, los mecanismos moleculares de sus funciones, la acción de drogas, las bases del comportamiento, los aspectos psicológicos y los nuevos enfoques sobre teorías del conocimiento, la memoria y el aprendizaje. Se acepta como nacimiento de las Neurociencias los trabajos de Santiago Ramón y Cajal (1852-1934). Este pionero decimonónico hizo importantes contribuciones sobre la estructura y funciones del sistema nervioso a partir de su gran capacidad para integrar observaciones realizadas con las únicas herramientas disponibles en su época: preparaciones histológicas estudiadas con rudimentarios microscopios. En las últimas décadas, los avances de las Neurociencias derivan de asociar a las áreas tradicionales de la biología (anatomía, cito-histología, bioquímica y fisiología), disciplinas que estudian la biología celular y molecular, genética, física, matemática, estadística, informática, filosofía, neurolingüística, redes neuronales, etcétera. Esta complejidad interdisciplinaria, apenas esbozada es uno de los fundamentos de la creación del Doctorado en Neurociencias en nuestra Universidad Nacional de Córdoba en 2010. Con este panorama académico, se podría esperar que el elevado nivel científico y tecnológico alcanzado en el estudio del cerebro se haya “derramado” desde los selectos círculos de iniciados hacia una transferencia a la sociedad global. Pues bien..., todavía estamos lejos de eso. A poco de conversar con el ciudadano común (y, a veces, hasta con colegas), surgen con toda naturalidad los mitos y creencias profundamente arraigados. l 12 La inteligencia se asocia con el tamaño Pese a esta imagen del cerebro de Homero Simpson, no hay relación comprobada entre tamaño e inteligencia. C asi todos los mitos pueden tener una pequeña base de verdad, pero casi siempre asociada con una cita errónea, una mala interpretación de datos, o la pura ignorancia de los trabajos científicos. En este tema, la búsqueda de fundamentos para afirmar que el “rey de la creación” es el más inteligente de los seres vivos pasó por varias etapas. La propuesta del “peso/tamaño absoluto del cerebro” fue desechada ya que, puestos en una tabla, el cerebro humano (1.400 gramos), aunque supera al del gorila (500 gramos) y el macaco (95 gramos), está muy por debajo del cerebro del elefante (4.200 gramos) o de la ballena (5.800 gramos). Cuando se propuso el “tamaño relativo de la corteza cerebral” como determinante de la capacidad cognitiva, tampoco quedamos muy bien parados porque, aunque el ser humano encabezó la lista con un porcentual de 75, no nos ubicamos con mucha ventaja del segundo puesto que ocupa el caballo (74 por ciento), ni del tercer lugar ostentado por nuestro primo el chimpancé (73 por ciento). Ni estas, ni otras mediciones propuestas, favorecieron la idea de que el mayor tamaño del órgano cerebral se relaciona con una ventaja cognitiva. Este panorama se empezó a aclarar cuando, en una época sorprendentemente reciente, se realizó la primera determinación directa del número de células cerebrales. Las tablas que resumen estos estudios comparativos nos muestran que el cerebro del ser humano posee 86 billones de neuronas, el gorila 33, el elefante 23, la ballena 21, el macaco 6 y la marmota un billón de neuronas. Otro dato importante es que la proporción de células no-neuronales (glía) de la corteza cerebral es significativamente mayor que la de neuronas, y que en todo el cerebro estas células no-neuronales igualan el número absoluto de neuronas. Sin embargo, el dato más relevante, sorprendente y difícil de imaginar, es que el número de contactos (sinapsis) entre neuronas es de aproximadamente 100 billones, considerando que cada neurona de muchas regiones del cerebro o cerebelo hace contacto con otras 10 mil neuronas diferentes. En los últimos años, gracias al aporte del premio nobel Gerald Edelman también se acumularon evidencias que fundamentan la “selección natural” a nivel neuronal. Se sabe que normalmente el ser humano sufre una primera gran pérdida de neuronas hacia los dos años de edad, etapa en la cual se produce la estabilización de grupos neuronales “bien conectados”, así como la muerte de cientos (¿miles?) de neuronas que forman parte de un “cableado” incorrecto. No nos asustemos, nuestro cuerpo tiene mecanismos para hacer esos ajustes... A la pérdida normal de neuronas ha sido atribuida la falta de memoria de los primeros años de vida del ser humano. Volviendo a considerar el título de esta sección, y admitiendo que es necesario que aún corra mucha agua bajo el puente, hoy podríamos reconocer que estamos más cerca de intentar explicar la asociación entre las características básicas del cerebro y los procesos cognitivos. Como en casi todos los sistemas complejos, no se podrían atribuir las funciones intelectuales a un área determinada del cerebro, como se pensó durante mucho tiempo. Tampoco se sostienen las propuestas de bases intangibles o puramente culturales de estos procesos. En una estrecha síntesis de factores cerebrales involucrados en procesos cognitivos, podemos mencionar el número absoluto de células cerebrales, así como el número de contactos intercelulares (sinapsis) y la precisión de las conexiones entre neuronas. Estos parámetros son modulados por el aporte adecuado de una gran familia de moléculas llamadas factores tróficos. Además, se sabe que la neurogénesis se inicia en la etapa embrionaria y continúa luego del nacimiento. Las propiedades citadas, tomadas globalmente, definen la plasticidad del cerebro, que le permite remodelarse en respuesta a diversos estímulos. Y en la base del control de todo este sistema encontramos la regulación genética y epigenética, todavía escasamente conocida. os mitos asociados al precio de uno. Y aquí también vale el análisis de su historia. Hacia fines del siglo XIX, la microanatomía esbozó los lineamientos de la estructura del cerebro. Luego se agregaron las disciplinas quimio-fisio-farmacológicas, que establecieron las funciones asociadas a diferentes áreas y definieron las principales vías de conexión entre las regiones del cerebro. Varias generaciones estudiaron en los mismos libros de neurología porque durante años no se produjeron innovaciones significativas. Recién en las últimas décadas, los avances tecnológicos y los enfoques interdisciplinarios hicieron aportes importantes y novedosos sobre temas fundamentales que contradicen este mito. Uno de ellos es el concepto de redes neuronales, resultante de la capacidad de conexión (sintonía) fina entre millones de neuronas y el desarrollo de un número de contactos astronómicamente grande. Otra innovación fue la idea de la plasticidad neuronal (cerebral), que permite cambios espacio-temporales adaptativos, no sólo durante el desarrollo embrionario sino también en la etapa adulta, como respuesta a diversos estímulos endógenos y exógenos. Estos hallazgos explican, por ejemplo, que en una persona ciega, las áreas del cerebro asociadas a la visión comiencen a procesar el sonido, o que en una persona que aprende a tocar el violín, o a leer Braille, se produce un re-cableado del área de su cerebro que controla los movimientos finos. Hasta no hace mucho tiempo, los profesores de Biología recitaban: “las neuronas no se reproducen”, “se nace con un número de neuronas, que luego de un tiempo empiezan a morirse”. Incluso llega a decirse “las pérdidas de neuronas son irrecuperables”, con la obvia idea de que las neuronas muertas no pueden resucitar. Pero hoy sabemos que, en muchos casos, las neuronas muertas pueden ser reemplazadas por nuevas neuronas. Y este concepto, que anula un dogma largamente sostenido, se lo debemos a un científico argentino, Fernando Nottebhom (1940), quien trabajando en la Rockefeller University La actividad neuronal, según una obra de arte digital. (Estados Unidos), comenzó a investigar las células del “centro cerebral del canto” en canarios que sólo cantan en una época del año. Este neurocientífico dudaba de que esas neuronas “se durmieran” durante meses y luego “se despertaran” con el cambio de estación. Así descubrió que esas células cerebrales se morían, y en la estación siguiente nuevas células del cerebro, que se habían mantenido en estado indiferenciado desde la etapa embrionaria, se reproducían y empezaban a funcionar regulando el canto del canario, de la misma forma que lo hacían las que habían muerto en la temporada anterior. Estas células indiferenciadas que se reproducen en el cerebro en respuesta a señales climáticas exteriores, son conocidas actualmente como “células madre” (o stem cells). Luego de ese enorme descubrimiento, fueron identificados otros sitios del cerebro en donde normalmente se produce reproducción o proliferación de neuronas en la etapa adulta, tales como el hipocampo y el bulbo olfatorio. Este tema de investigación en neurociencias es uno de los más significativos en la actualidad global, ya que se espera lograr sistemas para prevenir o tratar enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson o el Alzheimer, entre otras. ciudad x 13