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UNIDAD III Movimientos sociales y políticos del siglo XIX (1814-1871) En esta unidad se describe y analiza un panorama general del “mundo occidental” en los primeros dos tercios del siglo XIX. Destacan los progresos de la economía capitalista, así como la lucha por las libertades individuales Política Lucha entre liberalismo y conservadurismo. Restauración ( 1815 – 1848) Revoluciones y guerras ( 1848 – 1871). Sociedad Lucha por las libertades individuales: carbonarios europeos, abolicionistas estadounidenses, liberales latinoamericanos. Economía Expansión del capitalismo industrial. Europa occidental. Estados Unidos. Predominio comercial de la Gran Bretaña. Ideología Nacionalismo. Liberalismo. Conservadurismo. Socialismo. Ecosis Creciente explotación de los recursos naturales. Expansión demográfica y depredación del medio en Norteamérica. 1. Principales corrientes ideológico - culturales europeas en el siglo XIX Nacionalismo. Los numerosos pueblos europeos que al terminar las guerras napoleónicas no contaban con un territorio definido y un gobierno propio, desarrollaron (con diferentes grados de intensidad) el propósito de constituir su propio estado nacional. Entre los intelectuales más representativos del nacionalismo se contaban el italiano Giuseppe Mazzini y los alemanes Fichte y Herder. Liberalismo. Este movimiento fue continuación directa del pensamiento ilustrado. Los liberales consideraban que el bienestar del individuo humano era el propósito esencial del orden social. Para ellos, los derechos individuales están por encima de toda legislación o convención colectiva. Los gobiernos tienen como objetivo central el garantizar el respeto a las libertades naturales de todo individuo. En lo político social, la persona tiene como derecho natural el respeto de su vida y su integridad física. Debe gozar de una total libertad de pensamiento, de creencias, de expresión, de participación política y de asociación. Estas libertades no tienen otro límite que el respeto a las libertades de los demás individuos, que son jurídicamente iguales entre sí. En el aspecto económico, la teoría liberal fue fundada (al igual que la ciencia moderna de la economía) por el inglés Adam Smith con su trascendente obra La riqueza de las naciones (1776). Según Smith, la clave para lograr la prosperidad de un país es garantizar un marco de total libertad de trabajo, de comercio y de iniciativa empresarial a los individuos. Smith consideraba que de esa forma cada persona, al perseguir su enriquecimiento personal en una libre competencia, cooperaría al bienestar general. Conservadurismo. Los restos de la nobleza feudal que existían aún en algunas regiones de Europa, los monarcas con pretensiones absolutistas, y los altos jerarcas de la Iglesia católica, rechazaron frontalmente las ideas liberales, antes, durante y después de las guerras napoleónicas. Los conservadores sostenían que sólo mediante el mantenimiento de la disciplina y el orden podrían contenerse las rebeliones populares que amenazaban de un modo u otro las tradiciones y la civilización que ellos conocían. Por ello combatían las libertades individuales y la idea de la soberanía popular. Socialismo. Existen muchas tendencias diferentes del movimiento socialista. El elemento común que las define es el propósito de que el sistema económico de un país funcione en beneficio justo de todo el pueblo trabajador, y no sólo es una minoría privilegiada de capitalistas. El arranque de la industrialización fue acompañada de una fuerte explotación y una gran pobreza obrera en todos los países europeos en que se desarrolló. En consecuencia, a lo largo de todo el siglo XIX hubo movimientos sociales que pretendían mejorar en una forma u otra la vida de los trabajadores. El obrero inglés Ned Ludd dirigió un intento infructuoso de destruir las máquinas, a las que creía las culpables del sufrimiento de los trabajadores. Los cartistas dirigieron peticiones al Parlamento inglés para que legislara en favor de los obreros, sin obtener respuesta. Las asociaciones mutualistas buscaron promover una cooperación organizada entre los trabajadores, con escasos resultados. Robert Owen, Charles Fourier, el conde de Saint-Simon y otros empresarios altruistas intentaron que los propios patrones elevaran el nivel de vida de los trabajadores. Además de cumplir un deber moral, beneficiarían a sus empresas porque los obreros trabajarían mejor. Se les llamó socialistas utópicos. El periodista y economista alemán Karl Marx (1818-1881) realizó un profundo estudio del sistema capitalista para llegar a la conclusión de que la explotación del obrero es un factor indispensable para la acumulación del capital. Por lo tanto, el socialismo científico o marxista postula que los obreros deben organizarse en sindicatos y partidos políticos para ganar la lucha de clases a los capitalistas. Es necesario conquistar el poder político y, sólo entonces, establecer un sistema de propiedad colectiva de los medios de producción, capaz de beneficiar equitativamente al pueblo trabajador. III.2. Europa en el siglo XIX El período de la restauración (1815-1848). Al terminar las guerras napoleónicas, los vencedores convocaron a un gran congreso en Viena, Austria, con representantes de todos los pueblos europeos para ajustar las condiciones de paz. Gran Bretaña, Rusia, Prusia y Austria fueron los únicos Estados con auténtico poder de decisión en el Congreso de Viena, si bien moderados por la capacidad diplomática del canciller austríaco Klemens von Metternich. Gran Bretaña se consolidó como primera potencia marítima. Rusia obtuvo ganancias territoriales y el predominio sobre lo que hoy son Finlandia y Polonia. Prusia se confirmó como el mayor de los reinos alemanes, mientras Austria se aseguraba la influencia decisiva sobre la Península Itálica. Francia fue devuelta a sus fronteras de 1792 (es decir, perdió todas las conquistas logradas por Bonaparte y sus ejércitos). En el Congreso de Viena predominó la ideología conservadora. Se pretendía regresar al orden político previo a la revolución francesa, y por lo tanto se consideró que todos los pueblos debían tener gobierno monárquico y autoritario. Para asegurar este estado de cosas, los tres grandes reinos cristianos del continente: Rusia, Austria y Prusia, se coaligaron en la Santa Alianza, que se confirió a sí misma el derecho de intervenir dondequiera que esta restauración monárquica se viera amenazada. Sin embargo, sobrevinieron tres grandes oleadas de movimiento liberales. Las revoluciones de 1820. Las asociaciones liberales (o carbonarias), muy presentes en todo el sur de Europa, promovieron sublevaciones populares en España, Italia y Grecia. La rebelión del coronel Rafael de Riego en Espa-a restableció por breve tiempo la constitución liberal de 1812, y facilitó la independencia de las colonias hispanoamericanas. Los liberales italianos intentaron establecer nuevas leyes, pero (al igual que los españoles), fueron aplastados finalmente por la Santa Alianza. No sucedió lo mismo en Portugal, ni en Grecia, pueblo cuya independencia provocó la disolución de la alianza. La revolución de 1830. Fue un movimiento específicamente francés. La rebelión popular derrocó definitivamente a la dinastía de los Borbón. Fueron coronados los Orléans. Sobre todo, este movimiento dio inicio a la revolución industrial en Francia. Las revoluciones de 1848. Se trató de movimientos tanto liberales como nacionalistas y (en algunos casos) socialistas. Sobrevinieron en toda Europa, excepto Gran Bretaña y Rusia. Señalan el fracaso definitivo del intento restaurador de 1815. Nuevo período de revoluciones y guerras (1848-1871). En Francia fueron derrocados también los Orléans. Luis Napoleón Bonaparte instauró una república liberal pero expansionista. A fines de 1852 se hizo nombrar emperador, con el título de Napoleón III. Sus campañas y guerras se desarrollaron en Europa (Crimea e Italia), África (Argelia), Asia (Indochina) y América (intervención en México). Unificación nacional de Italia y Alemania. El reino de Piamonte y Cerdeña, bajo la hábil dirección de Camilo Benso, conde de Cavour, se convirtió en el núcleo de la Italia unificada. Las campañas militares de Giusseppe Garibaldi incorporaron las regiones del sur de la Península. Víctor Manuel II de Saboya fue proclamado rey de Italia en 1861, aunque Venecia no se incorporó sino hasta 1866, y los dominios pontificios en 1870. Entre tanto, Prusia había ido congregando a su alrededor a los principados alemanes. Desde 1850 se comenzó a formar la Zollverein, o unión aduanera, que consolidó el predominio económico de Prusia. El canciller Otto von Bismarck inició entonces importantes campañas militares. En 1864, venciendo a Dinamarca, se anexó los ducados de Schleswig-Holstein. En 1866 venció a Austria. Luego enfrentó a la Francia de Napoleón III. En esta guerra francoprusiana (1870-1871) los franceses fueron completamente vencidos. París quedó ocupada por los prusianos y en el palacio de Versalles Bismarck proclamó la fundación del Imperio Alemán, bajo la soberanía del rey de Prusia, Guillermo I Hohenzollern. La “bella época” (1871-1914). Período de expansión industrial y financiera; y relativa paz. ( Véase la Unidad IV) III.3. Los Estados Unidos hasta 1860 Pese a su victoria en la guerra de independencia, y a su constitución como república democrática y federal, a principios del siglo XIX los Estados Unidos distaban de ser una potencia respetada en el mundo. Las guerras entre Gran Bretaña y la Francia napoleónica perjudicaban el comercio marítimo estadounidense, y los ingleses llegaban incluso a registrar por la fuerza los barcos norteamericanos y obligar a sus marineros a servir en la flota de guerra británica. El presidente Jefferson decretó un embargo comercial en 1809, con el que sólo se consiguió perjudicar a toda la economía los Estados Unidos. Los norteamericanos, con la esperanza de conquistar el Canadá, iniciaron entonces la guerra de 1812 - 1814 contra Inglaterra. Lograron varias victorias navales, pero en tierra se les hizo retroceder más al sur de Nueva York. Finalmente, se firmó el Tratado de Gante, en el que ambas partes se devolvieron mutuamente los territorios conquistados. Gran Bretaña se comprometió a detener los abusos de su flota. Así, la guerra contribuyó a afirmar el nacionalismo estadounidense. Expansión territorial y demográfica. La inmigración europea continuó a todo lo largo del siglo, combinándose con un rápido aumento de la población angloamericana: entre 1812 y 1852 se pasó de unos 7 millones de habitantes a más de 23 millones. La presión para expanderse hacia el oeste resultó irresistible. Sus principales episodios fueron: 1803: El presidente Jefferson negocia con la Francia napoleónica la adquisición de la inmensa Luisiana por 15 millones de dólares. 1818: Por un nuevo tratado de límites con Gran Bretaña, E.U.A. obtiene las Dakotas. 1819: Se firma con España el Tratado Adams-Onís, que fija los límites de los E.U.A. con el virreinato de Nueva España. Como parte del tratado, los estadounidenses adquieren la Florida. 1836: Los estadounidenses apoyan un movimiento de sus colonos contra el gobierno de México. En consecuencia, Tejas se separa y se constituye durante un tiempo como república independiente. 1845: Texas es admitida como estado de la unión americana. 1847-1848: Se provoca y se gana la guerra contra México. En el Tratado de GuadalupeHidalgo, el perdedor cede los inmensos territorios de California, Arizona y Nuevo México, a cambio de la promesa de una compensación por 15 millones de pesos. 1848: Se negocia con la Gran Bretaña la adquisición del territorio del Oregon. 1853: Se negocia con México (mediante el Tratado de Gadsden) la adquisición del territorio de “La Mesilla”, que desde entonces forma el sur de los estados de Arizona y Nuevo México. Esto completó el perfil continental del territorio, aunque la expansión continuaría posteriormente. Desarrollo económico-social. Los estados del noroeste iniciaron desde principios del siglo una intensa industrialización: ahí existían grandes centros urbanos, manufactureros, comerciales y bancarios, como Boston, Pittsburgh y Nueva York. En el sureste florecieron los cultivos de exportación (como el algodón), cuyo comercio daba grandes ganancias mediante la combinación de maquinaria agrícola importada con la explotación del trabajo de más de cuatro millones de esclavos afroamericanos. El proceso político. Se enfrentaron dos grandes tendencias. Thomas Jefferson y sus seguidores favorecían las libertades individuales y la soberanía de cada estado. En cambio, Alexander Hamilton y los suyos consideran necesario el fortalecimiento de la autoridad central del presidente. Esta corriente se fue fortaleciendo por la necesidad de dirigir la expansión territorial y financiera del país. La ideología. La gran mayoría de los estadounidenses tenían una fe religiosa en que el destino manifiesto de su nación era extenderse por toda América. Esta doctrina religiosa inspiró la doctrina Monroe: el presidente James Monroe (1817-1825) afirmó públicamente que Europa no tenía ya ningún derecho a intervenir en los asuntos de América. Al principio esta era una advertencia defensiva contra la Santa Alianza, pero más tarde se convirtió en justificación del intervencionismo estadounidense. III.4. Los Estados Unidos: la guerra de Secesión (1861-1865) Los orígenes del conflicto Norte-Sur. Las diferencias económicas y sociales entre una y otra región de Estados Unidos se había acentuado desde el momento de la independencia. El Norte era ya una de las más industrializadas del mundo, con grandes centros urbanos, un vigoroso comercio interno y externo, una red bancaria notable, y una agricultura que proporcionaba abundantes materias primas. En cambio, el Sur funcionaba de manera similar a las colonias o países agroexportadores de Iberoamérica. Una pequeña minoría de plantadores poseía grandes propiedades de tierra, donde prosperaba con el cultivo de materias primas como el algodón. Obtenían atractivas ganancias aprovechando al mismo tiempo la maquinaria moderna y el trabajo forzado de los afroamericanos. Unos cuatro millones de ellos vivían en las plantaciones sureñas, sujetos a la esclavitud. Fueron tres los principales motivos de conflicto entre las dos grandes porciones de Estados Unidos: 1) La política comercial.- Los del norte querían un fuerte proteccionismo fiscal que impidiera la competencia de las manufacturas europeas. En cambio, los sureños favorecían el libre comercio, para competir ventajosamente en el mercado de materias primas, y al mismo tiempo importar maquinaria europea sin que se incrementaran los costos. 2) La esclavitud.- En el Norte se abolió casi desde principios del siglo XIX, ya que era completamente inútil para el desarrollo del capitalismo industrial (que emplea a trabajadores asalariados), e incompatible con los postulados de la independencia y la constitución. En cambio, en el Sur resultaba indispensable para el negocio que sustentaba a la clase dominante (la oligarquía de plantadores). 3) El problema de la autoridad federal.- Los norteños (como Alexander Hamilton) deseaban un presidente con gran autoridad, que impulsara y coordinara a nivel nacional las medidas necesarias para dar continuidad a la industrialización. En cambio, los sureños querían un mero representante simbólico, que respetara la autonomía de los estados y su peculiar institución esclavista. Las elecciones presidenciales de 1860. La disputa entre regiones había estado a punto de estallar en varias ocasiones. En 1860 sucedió que el candidato del flamante Partido Republicano, Abraham Lincoln, ganó la presidencia pese a la debilidad de sus partidarios en el Sur. Los plantadores y líderes políticos del Sur supusieron que Lincoln ejercería una política favorable sólo a los norteños, por lo que se negaron a obedecerlo. En abril de 1861 varios de los estados de la costa del Golfo proclamaron la secesión o separación, formando la Confederación de Estados de América (bando sudista o esclavista). El resto permaneció fiel al nuevo presidente (bando nordista o unionista). Las fuerzas enfrentadas. Los sudistas tuvieron al principio de su lado a la mayor parte del ejército profesional; sin embargo, su carencia de industria les hizo depender de un apoyo económico y político europeo que nunca llegó. Los nordistas tardaron en adaptar su economía a las necesidades de la guerra, pero cuando lo hicieron, su ventaja numérica y estratégica se hizo decisiva. Desarrollo de la guerra. Hasta 1863, los ejércitos sureños obtuvieron constantes victorias. Lincoln ordenó un bloqueo marítimo: poco a poco, la Marina de la Unión fue cerrando la navegación de los sudistas, impidiéndoles vender su algodón y cortándoles los envíos de armas y municiones europeas. La primera guerra moderna. Se ensayaron armas, tácticas y estrategias que anunciaron claramente lo que serían las grandes guerras de nuestro siglo: armas de fuego de tiro rápido, ferrocarriles, barcos acorazados impulsados por vapor, devastación sistemática de la base económica del enemigo. Victoria del capitalismo industrial. Desde la emancipación de los esclavos decretada por Lincoln (ene. 1863), la batalla de Gettysburgh (jul. 1863) y la conquista de Nueva Orléans por el almirante Farragut, la victoria de los nordistas se hizo inevitable aunque muy lenta. El bloqueo naval asfixió la economía sureña y la Confederación se rindió en abril de 1965. Lincoln murió asesinado una semana después. III.5. Iberoamérica en el siglo XIX El panamericanismo y su fracaso. Simón Bolívar había postulado la unificación de todas las naciones iberoamericanas como un ideal que daría su plena culminación al proceso de independencia. A finales de 1824 extendió una invitación para un gran Congreso Panamericano que se realizaría en Panamá. Sin embargo, los regionalismos y la fuerza de los caudillos locales eran demasiado intensos. La conferencia se realizó en 1826, pero sin la asistencia de los gobiernos del Cono Sur (hoy Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Brasil). Los acuerdos para crear una confederación política y un ejército integrado nunca se cumplieron. El ideal panamericano de Bolívar quedó en ruinas, y las nuevas naciones hicieron frente a sus problemas en medio de la más profunda división. Desarrollo económico. Las guerras de independencias trajeron algunos cambios de cierta importancia. La desaparición de las autoridades españolas facilitó la prosperidad de las minorías privilegiadas criollas. Así, los grandes terratenientes y dueños de minas, libres del control burocrático colonial, generalmente aumentaron su riqueza e influencia. En el aspecto comercial el proceso es más complejo. Las guerras terminaron de resquebrajar por completo el monopolio español, facilitando la penetración británica y estadounidense. Gran Bretaña, en especial, fue la potencia de mayor influencia comercial en todo el continente durante el siglo XIX. En muchos casos, las grandes casas comerciales pasaron a manos de ingleses o de otros extranjeros. Durante el primer medio siglo de vida independiente no hubo grandes inversiones directas de capitales extranjeros en Iberoamérica: el capitalismo industrial apenas comenzaba a consolidarse en Europa, y las condiciones de inestabilidad política en América desalentaban a los capitalistas. Las actividades primarias (agricultura y minería) continuaron siendo las más importantes, pero su progreso se estancó en casi todos los países cuando menos hasta la mitad del siglo. Las manufacturas, que España había entorpecido, se vieron ahogadas ahora por la competencia europea, superior en técnica y en precios. Nuestra región importaba casi siempre mucho más de lo que podía vender al exterior, lo que generó las condiciones para un endeudamiento progresivo y muy dañino. Aspecto social. Las guerras de independencia no transformaron radicalmente la estructura social, pero sí trajeron algunos cambios que poco a poco cobrarían importancia. La esclavitud de los afroamericanos comenzó a desaparecer paulatinamente, ya que los caudillos regionales con frecuencia les ofrecían su libertad para atraerlos a sus filas. La esclavitud se prohibió en Hispanoamérica entre 1824 y 1850 (excepto en Cuba), pero en Brasil prosiguió hasta 1888. La legislación que protegía pero en realidad discriminaba a los indígenas comenzó a desaparecer también. Lejos de favorecerlos, esto facilitó el despojo de sus tierras comunales por los hacendados. Los mestizos aumentaron su porcentaje e importancia en el conjunto de la población. Los criollos (o al menos, los que poseían haciendas, minas u otros negocios) se consolidaron como la oligarquía dominante en todos los países iberoamericanos. Aspecto político. Como consecuencia de las guerras independentistas, casi todas nuestras naciones sufrieron la militarización y el caudillismo: los jefes militares se convirtieron con frecuencia en dictadores autoritarios y represivos. Los gastos militares pesaron excesivamente sobre los presupuestos de todos los gobiernos. La lucha de liberales y conservadores motivó constantes guerras civiles. Además, se presentaron diversos enfrentamientos entre las nuevas repúblicas. La más grave de ellas fue el enfrentamiento del Paraguay contra Brasil, Uruguay y Argentina entre 1864 y 1870. Pese al heroísmo legendario de los paraguayos, su país quedó completamente arruinado. Una excepción notoria a este panorama fue Chile, donde la guerra independentista había sido breve y poco destructiva. La oligarquía criolla, aliada con la Iglesia católica, conservó el control y la paz interna. Diego Portales, empresario y político, dictó la Constitución de 1833, que concedió algunas reformas liberales, propiciando un desarrollo económico casi ininterrumpido.