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Especial 6 Testimonios de adoración Obispado de San Bernardo la condición, evidentemente, de no disociarla en nuestros espíritus de la celebración eucarística, de la que es la prolongación. La Presencia real, en efecto, no nos es dada primeramente para esta forma de plegaria, sino con el objetivo de hacer presente el sacrificio de Cristo entre nosotros y asociarnos a él mediante la comunión. Por esto, uno de los primeros deberes del cristiano es participar en la Eucaristía y comulgar. Establecido esto, si se consideran los dos últimos siglos, se constata lo siguiente: la vitalidad de la Iglesia tiene una profunda relación con la adoración. Muchos testigos de nuestra época han sido grandes adoradores: el Padre Foucauld, la Madre Teresa, Pierre Goursat (fundador de la Comunidad del Emmanuel). El Padre Voillaume se apoya en esta experiencia de los creyentes en este pasaje de un retiro predicado en el Vaticano: “A la vista de la espontaneidad de la devoción eucarística entre los santos y en las numerosas almas de fe a través de los siglos, creo que se puede afirmar que entraba en las intenciones del Señor, cuando instituyó la Eucaristía, que fuera para nosotros, más allá de la celebración del sacrificio litúrgico, una presencia de consolación, de sostén de la fe de los fieles, una llamada del mundo invisible, en fin, una invitación a adorarlo y a unirnos a su plegaria perpetua”. Jesús escogió el pan y el vino para su sacrificio y para la comunión de los fieles. Con este objetivo se hace presente sobre el altar durante la Misa. La adoración nació, en el corazón de los creyentes, de un profundo deseo de venerar la presencia eucarística conseguida en la acción litúrgica, dejando a salvo la prioridad de esta última (véase el Catecismo de la Iglesia católica, núm. 1378). “Necesito reflexionar sobre este misterio, necesito meditarlo, porque es grande; me introduce directamente en el Corazón de Cristo en la Cena, con todos los sentimientos que este Corazón contiene hacia nosotros, para cada uno de nosotros, para su Iglesia, me permite detenerme un momento para penetrar en él por la contemplación, mientras que en la misa, llevado por la acción litúrgica, no tengo tiempo de contemplar todo esto” (padre Voillaume). La adoración y el Corazón de Jesús Pío XII había declarado: “La Eucaristía es el don más eminente del Corazón de Jesús”. En Montmartre, el 1 de junio de 1980, Juan Pablo II confirmó la relación entre la adoración eucarística y el Corazón de Jesús: “Es el misterio de la Santa Eucaristía, centro de nuestra fe, centro del culto que rendimos al amor misericordioso de Cristo, manifestado en su Sagrado Corazón, es el misterio que es adorado aquí noche y día”.Y en el mensaje dirigido desde Varsovia a la Iglesia universal, el 11 de junio de 1999, escribió: “La devoción al Corazón de Jesús, en todas sus manifestaciones, es profundamente eucarística... y se profundiza en la adoración”. ¿Cómo adorar al Santo Sacramento? -Fijémonos un tiempo determinado, y cumplámoslo fielmente. -Invoquemos al Espíritu Santo: Sólo él nos hace capaces de reconocer a Jesús como nuestro Señor y nuestro Dios (1 Co 12,3). -Depongamos nuestras cargas, nuestras miserias, como las multitudes que seguían a Jesús: “Venid a mí todos cuantos estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré (Mt 11,28-30). -Participemos en la acción de gracia. No dediquemos nuestro tiempo a lamentarnos. En lugar de considerar lo que nos falta, demos gracias a Dios por lo que tenemos, por lo que somos, por gracia.