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34 Expansión Lunes 10 abril 2017 Opinión Melios y atenienses en el año 2017 Marco Bolognini U n divorcio nunca es plato de gusto, con o sin cuernos de por medio (que diría el Sr. Fabián Picardo). Supone un pisito donde mudarse, empaquetar fotos, camisas, recuerdos, subirlos a una furgoneta... Hay que dar explicaciones a los hijos y a los padres, tratando de minimizar el impacto emotivo. También repartirse los amigos, porque casi nunca es posible mantener una salomónica equidistancia con los dos sujetos en “estado” de separación (o con los dos sujetos separados). Se establecen nuevas reglas que rigen actos y tiempos, se buscan nuevos estilos de vida, nuevos ritmos, nuevos códigos comportamentales y nuevos entornos sociales. Todos los europeos, por culpa del Brexit, estamos sumidos en este proceso de elaboración del duelo y de búsqueda de nuevos esquemas de funcionamiento continental. España, sin embargo, afronta este trance con más pathos y líos que sus socios europeos. El entuerto gibraltareño y la situación catalana, vinculados entre sí en la distancia, complican las decisiones y las posturas que quiera mantener el Ejecutivo presidido por Mariano Rajoy. Se miran con cara de perro las dos monarquías constitucionales que antaño dominaron los mares de Europa. Ambas tienen que lidiar con toros bravos internos, Cataluña y Escocia, y no está claro cuáles serían las hojas de ruta adecuadas para evitar estruendosos desenlaces que podrían encontrar alguna especie de peligrosa interconexión, incluso jurídica, entre sí. Cualquier paso en falso en la gestión política del asunto en cualquiera de los territorios tendría, sin lugar a dudas, un efecto directo en la otra situación, convirtiéndose en un precedente bien aprovechable a nivel demagógico por parte de quien toque. En este marco nada alentador y muy complejo de divorcios comunitarios y ansias vivas secesionistas, se ha colado por (relativa) sorpresa la cuestión gibraltareña. Los dos ejecutivos saben que están inmersos en una partida de ajedrez en la que participa, como tercer jugador, la Unión Europea. Al problema interno catalano-escocés se suma ahora un frente de derecho internacional con la territorialidad, el control y la (in)dependencia como temas de fondo a debatir. En lo que a Gibraltar se refiere, se da por descontado el apoyo de la Comisión Europea a la estrategia que quiera plantear España, y bastante claras han sido, en este sentido, las declaraciones de los representantes europeos. Las negociaciones del Brexit recogen, de momento, los planteamientos españoles, al menos en su parte procedimental. No obstante, los equilibrios existentes son inestables y la debilidad del conjunto europeo es patente. En particular, no se puede confiar a ciegas en la energía y firmeza con la que los negociadores comunitarios abordarán las reuniones con sus homólogos británicos. Mucho dependerá de los mensajes que éstos reciban de los gobiernos de los principales Estados miembros. Su actuación será fiel espejo de ello. Es precisamente en este ínterin, en esta travesía, en esta tierra de en medio, donde se van delineando los perfiles de las estrategias en la subcontienda entre España y Reino Unido. Muchos han tomado por una ocurrencia cuasi senil, las estrambóticas declaraciones del exlíder del Partido Conservador Michael Howard sobre un posible escenario de guerra, en pos de la defensa de los intereses británicos en el Peñón. Muchos colegas suyos le han desautorizado, otros han ironizado, otros más se han callado. ‘Realpolitik’ Yo, en cambio, desconfío de las rápidas descalificaciones y me acuerdo de Tucídides y su Diálogo de los Melios, pasaje perteneciente al Libro V de La Historia de la Guerra del Peloponeso. En éste, el historiador griego cuenta cómo los atenienses, sumidos en su guerra contra Esparta, envia- ron dos emisarios a la rica isla de Melos, que se había mantenido independiente y neutral durante el conflicto entre ambas potencias. El propósito de Atenas era anexar a sus dominios también Melos, y el fin de la misión era precisamente convencer a los jefes melios para que aceptaran, sin esparcimientos de sangre, esta sumisión. El diálogo, que el autor construye en formato teatral, se ha convertido en un caso paradigmático de la sempiterna dicotomía entre la realpolitik y la Justicia (en sentido ético y jurídico) en las diatribas de política y derecho internacionales. Los melios, al rechazar la propuesta ateniense, oponen sus razones basadas en la pura Justicia: Melos se mantuvo neutral y no declaró la guerra a nadie, por ello no debe rendirse ni entregarse, pues sería sumamente injusto e ilógico. Atenas, sin embargo, les responde con una postura emblemática de realismo político: los melios no deben preocuparse por quién tiene la razón, pues ése es un dilema que habría que descifrar si las fuerzas que están en juego fueran paritarias o equivalentes. Al no ser así, puesto que Atenas es militarmente más poderosa que Melos, si los melios rechazan el ofrecimiento para una sumisión pacífica, el único desenlace posible será la guerra y la rendición final de Melos. En la actualidad, es evidente que el entuerto gibraltareño no ha llegado ni llegará a unas consecuencias tan extremas. Pero las palabras pronunciadas por el Sr. Howard, que yo sospecho no tan casuales, junto con algunos silencios inquietantes, nos pueden hacer pensar que, a nivel puramente negocial, alguien quiera jugar en este caso a melios y atenienses. Y esto no sería aceptable bajo ningún concepto. Abogado Infernal utopía socialista Carlos Rodríguez Braun E n el paraíso socialista que imaginó Edward Bellamy en su novela de 1888 Mirando atrás no hay mercados, ni dinero, ni compras, ni ventas. Existían antes, explica el Dr. Leete, “porque la producción era privada”, pero ahora “la nación es la única productora de todo, con lo que los intercambios entre los individuos no son necesarios”. Hay almacenes públicos donde la gente consigue lo que quiere, presentando una tarjeta de crédito, “correspondiente a su cuota en el producto anual del país”. No hay publicidad, ni vendedores “que induzcan a la gente a comprar lo que no nece- sita”. Todo el mundo cobra lo mismo y nadie ahorra “porque la nación garantiza la alimentación, educación y vida confortable a todos los ciudadanos, desde la cuna hasta la tumba”. Una burocracia organiza “científicamente” toda la economía, la producción y hasta el comercio exterior: “Una nación no importa lo que su Gobierno cree que no es necesario para el interés general”. El edén socialista, la concreción “del viejo sueño de la humanidad: libertad, igualdad y fraternidad”, se alcanza suprimiendo el capitalismo, ese “sistema de empresas no organizadas y antagónicas, un sistema económicamente absurdo y moralmente abominable” marcado por el egoísmo y el despilfarro. Hay un cura cuyo sermón haría las delicias de la Teología de la Liberación, porque despotrica contra el capitalismo de- En el paraíso socialista que imaginó Edward Bellamy no hay mercados, dinero, compras ni ventas La organización de la sociedad busca abiertamente su militarización completa cimonónico: “La sociedad comercial e industrial era la encarnación del espíritu anticristiano”. Desde el punto de vista económico, lo más notable es cómo tantos incautos pudieron creer que la supresión del capitalismo daría lugar a la prosperidad general, en vez de a millones de muertos de hambre. En cuanto a la dictadura política, la otra faceta del socialismo, en la novela se nos asegura que bajo el nuevo sistema prácticamente no hay prisiones: “Todos los casos de atavismo son tratados en los hospitales”. Y tampoco hay crímenes, porque ya no estamos en el capitalismo, cuando las fechorías “eran consecuencia de la desigualdad en las posesiones de los individuos”. Sólo en una ocasión se habla abiertamente de represión, y es cuando el visitante pregunta qué sucede si al- guien no quiere trabajar lo que el Estado le demanda, y la respuesta es: “Si rehusa hacerlo de manera persistente, se lo sentencia a prisión en solitario a pan y agua hasta que cambie de actitud”. En el resto del libro la violencia es a apenas sugerida, pero resulta aún más escalofriante. Así, se explicita que la organización de la sociedad busca abiertamente su militarización completa, apelando al patriotismo para que todos hagan lo que el Estado espera de ellos. “Es obligatorio para todos, supongo”, dice Julian West. Y la explicación del Dr. Leete resume la peor tiranía colectivista: “Más que obligatorio, se da por hecho. Se considera que es algo tan absolutamente natural y razonable, que la idea de que nos están obligando es algo que ya nadie piensa”.