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II. LA COMUNICACIÓN COMO CIENCIA Y COMO OBJETO DE ESTUDIO Pues de otra manera el discurso sería largo e ilimitado y dejaría simplemente sin respiración al orador. Demetrio, Siglo I d. C. LA MIRADA TEÓRICA Recurrimos en una primera aproximación al concepto de “teoría” a la etimología griega, sin pretender por ello otorgar un especial valor legitimador a la etimología, pero bien es cierto que los griegos la inventaron, así como su opuesto, la “praxis”. Antes de la “teoría“ podían existir acciones sobre el medio o sobre los demás hombres, “prácticas”, pero no existía “la praxis”. En griego, teoría significa “ver”. Ese “ver” dista absolutamente del concepto moderno de “punto de vista” que implica unas connotaciones epistemológicas radicalmente diversas de las existentes en el mundo griego. Y la posibilidad misma de ver, está en íntima relación con un trabajo sobre los conceptos, que pueden ser definidos como ventanas abiertas —o mirillas, o incluso pequeños agujeros furtivamente practicados— sobre lo real. Toda teoría es ante todo un trabajo de conceptualización. Louis Althusser en un breve ensayo del año 1967 titulado Sobre el trabajo teórico: dificultades y recursos escribía acerca de la necesidad de establecer claramente la diferencia entre los sentidos usual y conceptual de las palabras. Dificultad tanto más acuciante cuando una palabra comparte usos teóricosconceptuales y cotidianos —tal es el caso de “comunicación”— 24 Teoría de la Comunicación Mediática la de discernir o avistar el concepto tras la evidencia común de la palabra: “cuando es acertada, es decir, cuando está bien fijada, una terminología teórica asume la función precisa de impedir las confusiones entre el sentido usual de las palabras y el sentido teórico (conceptual) de las mismas palabras” (Althusser, 1967: 11). Althusser definía el discurso teórico como “Un discurso que tiene por resultado el conocimiento de un objeto, de un objeto concreto, real, singular” (Althusser 1967: 12). Conocimiento que no es un dato inmediato, ni simple abstracción, ni la imposición de conceptos generales a lo particular. Althusser rechaza las posiciones empirista e idealista extrema. El conocimiento de dichos objetos sería el resultado de “todo un proceso de producción del conocimiento”, que traería la síntesis o conjunción de dos tipos de elementos: “conceptos teóricos” y “conceptos empíricos”. Ha de prestarse atención al hecho de que el adjetivo “empíricos” no sigue a “hechos” sino a “conceptos”; lo empírico en este caso no es del orden de lo factual, de lo referencial, sino que es ya concepto, teóricamente mediado. Los conceptos empíricos agregarían a los teóricos las determinaciones de la existencia de los objetos concretos. Los conceptos empíricos no son puros datos, son el resultado de un proceso de conocimiento: “expresan, ciertamente, la exigencia absoluta según la cual ningún conocimiento concreto puede pasarse sin la observación y la experiencia, por lo tanto de sus datos … pero al mismo tiempo son irreductibles a los puros datos de una investigación empírica inmediata. Una investigación o una observación no es en efecto nunca pasiva: ella sólo es posible bajo la conducción y el control de los conceptos teóricos que en ellas actúan, sea directamente, sea indirectamente, en sus reglas de observación, de elección y de clasificación, en el montaje técnico que constituye el campo de observación o de la experiencia. Una búsqueda y una observación, incluso una experiencia no proporcionan en principio más que materiales que son en seguida elaborados en materia prima de un trabajo ulterior de transformación que producirá finalmente los Pilar Carrera 25 conceptos empíricos. Bajo el nombre de conceptos empíricos tenemos en cuenta no el material inicial, sino el resultado de sus elaboraciones sucesivas; tenemos en cuenta el resultado de un proceso de conocimiento, el mismo complejo, proceso en el cual el material inicial, por lo tanto la materia prima obtenida es transformada en conceptos empíricos como resultado de la intervención de los conceptos teóricos” (Althusser, 1967: 16). La tentativa acometida es la de controlar y asignar su lugar a la tan debatida cuestión de la “referencialidad”, a una introducción ideológica del referente como instancia última de validación teórica, aunque ya desde Saussure éste había sido excluido de la relación propiamente teórica —en Saussure lo que tradicionalmente se venía considerado como instancia relativa al referente, el “significado”, es intelectualizada y declarada autónoma respecto al referente material —. Esta comprensión de la teoría como la relación de los conceptos teóricos con los conceptos empíricos no es por lo tanto una relación de exterioridad; los “conceptos empíricos” no están inmediatamente referidos a los datos empíricos, sino a los “conceptos teóricos”. Por otra parte, una teoría no quedaría nunca reducida a los ejemplos reales que se invocan para ilustrarla, “puesto que la teoría sobrepasa todo objeto real dado” (Althusser, 1967: 16). Whitehead sostenía que “la dinámica entre lo abstracto y lo concreto caracteriza a la ciencia y al trabajo teórico, dando lugar a la paradoja de que “las abstracciones máximas son las verdaderas armas para controlar nuestro pensamiento sobre hechos concretos” (Whitehead: 1925: 49). A. Moles redundaba sobre el mismo principio: “cuanto más práctico es un espíritu, más abstracto es”. El inicio de una nueva teoría está marcado por la apropiación de un determinado campo conceptual, un universo de conceptos y palabras preexistente; es decir, toda teoría esta obligada a “pensar y expresar su novedad radical” (Althusser, 1967: 17) en conceptos viejos, aunque precisamente su fin sea conmover esos viejos 26 Teoría de la Comunicación Mediática conceptos. Toda teoría empieza por lo tanto por ser una labor de trabajo conceptual: conceptos y definición de los mismos. K. Popper en La lógica de la investigación científica definía las teorías como redes lanzadas sobre el mundo para racionalizarlo, explicarlo y dominarlo. Se trataría de que la malla fuese cada vez más fina y más selectiva (Popper, 1934). Ferrater Mora define la teoría recurriendo en primer lugar a su significado etimológico: “mirar, observar” (sin participar), que aplicado a un objeto “interior”, resultaría “contemplar” (F. Mora, 1994: 3474). P. Bourdieu incidía en el hecho de que la relación teórica con el objeto implica un “sesgo”, el derivado del olvido por parte del teórico de que “los parientes reales no son posiciones en un diagrama, una genealogía, sino relaciones que hay que cultivar, que hay que mantener” y proclamaba la necesidad de una teoría “bien fundada en la realidad” (Bourdieu, 1987: 116). Una teoría puede ser definida como un conjunto estructurado de hipótesis. Respecto a la generación de las hipótesis tradicionalmente se han mantenido dos posturas: inductivista, es decir, las hipótesis se derivarían de una observación más o menos exhaustiva de los hechos y deductivista o silogística, en la que la hipótesis, de raigambre argumentativo-silogística solo más tarde, en su demostración, entraría en una relación metódica (verificacionista o falsacionista) con el tribunal de lo fáctico. Peirce, sin embargo, establecía una distinción entre hipótesis e inducción: “Mediante la inducción, concluimos que hechos similares a los hechos observados son verdaderos en casos no examinados. Merced a la hipótesis concluimos la existencia de un hecho muy diferente de todo lo observado, del cual, según las leyes conocidas, resultaría necesariamente algo observado. El primero es un razonamiento de los particulares a la ley general; el segundo del efecto a la causa. El primero clasifica, el segundo explica” (Peirce, 1878: 79). Es decir, una buena hipótesis no sólo explicaría la fórmula, sino las desviaciones de la fórmula. Para Peirce hay cierta justicia en el desprecio que va unido a la palabra “hipótesis” como aproximación más o menos especu- Pilar Carrera 27 lativa: “Pensar que podemos sacar de nuestra propia mente una preconcepción verdadera de como actúa la naturaleza es una mera fantasía” (Peirce, 1878: 87). Muy frecuentemente los hechos inferidos por el razonamiento hipotético no son susceptibles de observación directa. La deducción, por su parte, nada añade a las premisas, se limita a seleccionar uno de los varios hechos representados y atraer hacia él la atención. Así la define Peirce. Una hipótesis es, según Mario Bunge, “un enunciado fáctico general susceptible de ser verificado” (Bunge, 1960: 46). En su origen todas las hipótesis y teorías habrían sido meras conjeturas abductivas. La hipótesis se define como “enunciado fáctico referido a hechos”, entendiendo los hechos como “el fruto de un primer proceso de abstracción teórica sobre lo concreto” (Bunge, 1960: 47). La producción de hipótesis se puede llevar a cabo por vía inductiva o por vía deductiva como antes se ha indicado. Según Bunge hay muchos principios heurísticos, pero el único invariante es el requisito de verificabilidad. Hay que tener en cuenta que la posibilidad misma de verificabilidad implica la creación de nuevas condiciones para el objeto, que ya no son sus condiciones naturales de existencia. La verificabilidad misma implica una manipulación del objeto (caso típico sería el del experimento con el aislamiento artificial de determinadas variables). TEORÍA Y CIENCIA ¿Cual es la relación entre los conceptos de “ciencia” y “teoría”? Se puede sostener que el conocimiento científico es un compendio de teorías o afirmar que una ciencia particular “alberga” diversas teorías más o menos encontradas acerca de un objeto de estudio. Pero aquí ya estamos de nuevo en el plural. La teoría, que esencialmente puede ser definida como una relación de conceptos de un grado de abstracción variable derivados de distintas reglas de “conversión” de lo concreto, puede considerarse científica o no según si esos procesos de conversión han sido llevados a cabo de manera acorde con la metodología propia de 28 Teoría de la Comunicación Mediática la ciencia o no. Lo que en la actualidad se conoce como ciencias naturales o físicas y las llamadas ciencias humanas, que deben justificar necesariamente la relación, más o menos evidente, de su aparato conceptual con los hechos, con la empiria (base de todo proceso de verificación, forma de denominar la prueba científica), no son sino una de las formas de conocimiento teórico. No estamos sosteniendo con esto que otras formas de conocimiento teórico queden exoneradas del arduo comercio con los hechos. Esta exención solo afectaría en todo caso a las ciencias puras, las matemáticas y la lógica, pero no por ejemplo a la filosofía, que como sostenía Foucault, está ya —y solo así puede legitimarse— plenamente volcada sobre el mundo —esto y no otra cosa significaba para la filosofía el “Dios ha muerto” de Nietzsche—. Por lo tanto la ciencia es, desde otra perspectiva, una forma de teoría, que en el caso de las ciencias de la naturaleza o las ciencias humanas, se debe a los hechos de una manera específica, identificada esta última con un proceder metodológico encaminado a la verificación. Escribía Whitehead que “el siglo XVI de nuestra era vio el desgarramiento de la cristiandad de Occidente y el surgimiento de la ciencia moderna” y califica este último advenimiento de “el más íntimo cambio de visión que la raza humana haya experimentado. Desde el nacimiento de un niño en un pesebre, no hay quizá suceso tan grande que se haya realizado con tan poco ruido” (Whitehead, 1925: 14-15). Y caracterizaba la mente moderna en los siguientes términos: “el nuevo matiz de la mente moderna es un interés vehemente y apasionado por la relación entre los principios generales y los hechos irreducibles y obstinados … la unión del interés apasionado por los hechos de detalle con idéntica devoción a la generalización abstracta es lo nuevo de nuestra sociedad actual … la ciencia moderna nació en Europa, pero su hogar es todo el mundo … cada vez resulta más evidente que lo que el Oeste puede ofrecer al Este sin vacilar es su ciencia y su visión científica” (Whitehead, 1925: 15). Según Bunge, en referencia a las ciencias fácticas, la ciencia es “un “mundo artificial” construido por el hombre, fruto de su Pilar Carrera 29 afán de entender el mundo, y que puede caracterizarse como conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable, y por consiguiente falible” (Bunge,1960: 9). Racionalidad, enunciados verificables en la experiencia, directa o indirectamente. La prueba de verificación empírica es condición sine qua non de cientificidad, incluso de verdad: “por esto es que el conocimiento fáctico verificable se llama a menudo ciencia empírica” (Bunge, 1960: 14). Bunge enumera los principales atributos del conocimiento y la investigación científicos: fáctico (y al mismo tiempo trasciende los hechos), analítico, especializado, claro y preciso, comunicable, verificable, metódico, sistemático, general, legal, explicativo, predictivo, abierto y útil (Bunge, 1960). Rasgos esenciales del tipo de conocimiento que alcanzan las ciencias de la naturaleza y de la sociedad, ambas supuestas ciencias fácticas, —recordemos el axioma fundacional de la sociología según Durkheim “los hechos sociales deben ser tratados como cosas” (Durkheim,1895: 37)— serían la racionalidad y la objetividad. El conocimiento racional se define en un principio como el opuesto al conocimiento “común”, por cuanto excluye la apreciación subjetiva del objeto o la apreciación basada en prejuicios, para intentar abordarlo de manera desapasionada y de acuerdo con categorías susceptibles de una apropiación general —que permitan asegurar la reproductibilidad del conocimiento—, en tanto objeto y no en tanto “objeto para un sujeto”. Los conceptos, juicios y raciocinios propios del conocimiento racional, permiten ser combinados de acuerdo con ciertas reglas lógicas, para generar nuevos conocimientos o ideas, que a su vez se organizan en sistemas de ideas o teorías. La objetividad propia del conocimiento científico está asociada a la pretensión universal del juicio racional, “que concuerda aproximadamente con su objeto; vale decir, que busca alcanzar la verdad fáctica” (Bunge, 1960: 16), que verifica la adaptación de hechos e ideas, recurriendo a lo que Bunge denomina “un comercio peculiar con los hechos (observación y experimento)” intercambio que es controlable y hasta cierto punto reproducible. Greimas definía la investigación científica como una forma de actividad cognoscitiva que se caracterizaría por lo que él 30 Teoría de la Comunicación Mediática denominaba “cierto número de precauciones deónticas” o “condiciones de cientificidad” adoptadas por el sujeto cognoscente. La actitud científica busca el saber y renuncia a él en favor de lo que Greimas denomina “Destinador social”. La especificidad del discurso científico radica en “una forma especial de transmisibilidad, que garantice la transparencia del sujeto científico gracias al uso de un metalenguaje de términos definidos y unívocos.” (Greimas-Courtés, 1979: 53). Como sostenía S. Mill “el lenguaje es algo así como la atmósfera de la investigación filosófica y debe hacerse transparente”1. Bunge establece una primera distinción entre ciencias formales (lógica y matemáticas) y ciencias fácticas. Las primeras demuestran o prueban, las segundas verifican hipótesis. Las ciencias fácticas comprenden a las ciencias de la naturaleza y a las ciencias humanas, las primeras se ocupan de hechos físicos, las segundas de “hechos sociales”. Es evidente que la palabra “hecho” comprende según se aplique a uno u otro tipo de ciencias, distintas determinaciones. Pero tanto los “quanta” como las “clases sociales” son abstracciones, conceptos teóricos que no se dan en estado puro en la experiencia, aunque su razón sea dar cuenta de lo concreto. Bunge establece la diferencia entre demostración y verificación: “La demostración es completa y final; la verificación es incompleta y por ello temporaria. La naturaleza misma del método científico impide la confirmación final de las hipótesis fácticas” (Bunge, 1960: 14). La corriente central de la investigación científica consistiría en la búsqueda, explicación y aplicación de las leyes científicas, es decir, en el establecimiento de relaciones de causalidad. La mayoría de las categorías de las ciencias fácticas como ya ha sido precisado no son categorías experienciales. Nadie “experimenta” un “campo magnético”, un “sistema social” o un “cuanta”, o una “función”. La ciencia trabaja con conceptos, abstracciones, cuyo vínculo con la experiencia es complejo pero 1 S. Mill, La naturaleza, Madrid, Alianza, 1998, pág. 34. Pilar Carrera 31 necesario. Por otra parte, el concepto mismo de verificabilidad está en íntima dependencia con la imposición de una metodología sobre la multiplicidad factual. El método se presenta como el nexo, el puente, el camino que une dos regiones; la de los “conceptos teóricos”, “los inobservables distinguidos” de los que hablaba Bunge, y la de los “conceptos empíricos” que representan el acercamiento máximo a los hechos: “el método que estaría en el origen de las hipótesis se confunde con el proceso de legitimación —verificación— de las mismas” (Bunge, 1960: 47). Bunge define el método científico como “el conjunto de procedimientos por los cuales a) se plantean los problemas científicos b) se ponen a prueba las hipótesis científicas” (Bunge, 1960: 50-51). El método científico se refiere a la comprobación de hipótesis, a su legitimación o bien, como en el caso de Descartes o de los positivitas lógicos, la enunciación misma de las hipótesis es dependiente del primado metodológico. Es decir, sirve para comprobar la adecuación a los hechos de los enunciados teóricos, para verificarlos, o bien para producir enunciados teóricos. Esa ambigüedad recorre la teoría de la ciencia. El problema es que en la observación misma de los singulares ya entra un componente teórico. Sin embargo la paradoja no queda resuelta con un “against method” (Feyerabend, 1975) que borre las fronteras entre la ciencia y el arte y vea en un principio incondicionado de “creación” el origen de toda teoría.La creación misma nunca es incondicionada. La cuestión del método va más allá de la del conjunto de reglas monolíticas que coartarían el avance científico por la imposición de un fárrago procedimental, tal y como la formula Feyerabend. La importancia capital dada al procedimiento, es decir, al método, es un rasgo estructural de la ciencia moderna, tal como sostenía Bacon en El avance del saber: “Sería insensato y contradictorio en si mismo, pensar que es posible hacer lo que hasta ahora nunca se ha hecho por procedimientos que no sean totalmente nuevos”2. 2 F. Bacon, El avance del saber, Madrid, Alianza, 1988, pág. 16 32 Teoría de la Comunicación Mediática Greimas definía el método como “una serie programada de operaciones encaminadas a obtener un resultado conforme a las exigencias de la teoría” (Greimas-Courtés, 1979: 260). En la definición que Ferrater Mora da del método, hace hincapié en la idea del método como camino a seguir para alcanzar un determinado fin propuesto de antemano (el subrayado es nuestro); es decir, ese fin que es un fin teórico estaría más allá, antes de los dominios del método. La relación entre teoría y método es compleja. Ferrater Mora considera el método como un proceder no privativo de la ciencia, así la felicidad podría ser un fin entre otros del proceder metódico: “el método se contrapone a la suerte y al azar, pues el método es ante todo un orden manifestado en un conjunto de reglas” (Ferrater Mora, 1994: 2400). El debate en torno a la “traducibilidad” interteórica y al concepto de “progreso” en ciencia, entre K. Popper y T. S. Kuhn, estaba asentado precisamente en qué debe entenderse por “hechos”. Para Popper, el científico, sea teórico o experimental, propone enunciados y los contrasta paso a paso. En particular, en el campo de las ciencias empíricas, construye hipótesis, o sistemas de teorías, y los contrasta con la experiencia mediante observaciones y experimentos. Mientras, Kuhn cuestionaba los hechos como tribunal de la teoría y criticaba el inductivismo, situando el origen del conocimiento teórico en “creaciones imaginativas inventadas de una sola pieza para aplicarlas a la naturaleza … No hay reglas para inducir teorías correctas a partir de hechos” (Kuhn,1970: 93). Conceptos como el de “prueba”, “demostración” o “verificación” ocultan bajo su simplicidad aparente un magma de controversia que se ha extendido por los terrenos de la ciencia a lo largo del siglo XX. La tabla de salvación lanzada por el falsacionismo popperiano a los conceptos de “progreso” —aplicado a la ciencia y a la sucesión de teorías— y primado empírico, encontraría en los conceptos de “inconmensurabilidad” y “revolución” en torno a los que Kuhn articulaba su teoría de la ciencia, su caballo de batalla. Como Lakatos especificaba respecto al conocimiento Pilar Carrera 33 científico, “durante siglos, por conocimiento se entendió conocimiento demostrado; demostrado o bien por el poder del intelecto o bien por la evidencia de los sentidos … actualmente son muy pocos los filósofos o los científicos que todavía piensan que el conocimiento científico es o puede ser, conocimiento demostrado … no se puede trasvasar simplemente el ideal de verdad demostrada —como hacen algunos empiristas— al ideal de “verdad probable” o —como hacen algunos sociólogos del conocimiento— a la “verdad por consenso (consenso que es cambiante) … los enunciados no pueden derivarse a partir de hechos” (Lakatos, 1970: 204). Como escribía Althusser: “Juzgar, en historia, es comparar la verdad de una época en función de las condiciones de esta época. Este nuevo criterio permite evitar dos escollos: – una ilusión retrospectiva de la historia; – el puro relativismo histórico: la historia sin criterio de juicio. Esta teoría del juicio histórico contiene una concepción dialéctica del error: éste sólo es tal si es tomado por la verdad. Pues el error no es sino retrospectiva, no es más que una verdad superada: esto permite comprenderlo como verdad y como error. “Sin contradecirlos podemos decir lo contrario de lo que ellos decían”, dice Pascal de los antiguos” (Althusser, 1955-1956: 33-34) “ACTO FILOSÓFICO” Y CIENCIA Conviene hacer un breve inciso, para pasar a ocuparse de las tortuosas relaciones entre ciencia y filosofía que están, en buena medida, con la inevitable dosis de vulgarización conceptual, presentes en la división “teoría crítica vs. investigación administrativa” o “Europa vs. América” en el terreno de las teorías sobre los medios de comunicación de masas. El punto de partida, en el que se asentaría la crítica positivista del Círculo de Viena contra la filosofía, era el desprecio hacia 34 Teoría de la Comunicación Mediática los hechos de la actitud metafísica y su compromiso con el más allá de los hechos. Sin embargo, existían notorias excepciones filosóficas a esta actitud de desprecio por lo sensible: Nietzsche se ocupaba de lo “humano demasiado humano” y Schopenhauer reivindicaba la experiencia como fundamento de la filosofía: “La filosofía es esencialmente sabiduría del mundo, su problema es el mundo: solo con él tiene que ver, y deja a los dioses en paz, esperando a cambio que también ellos le dejen en paz a ella”3. El ataque a la metafísica desde el positivismo lógico, bien ilustrado por el título del ensayo de Carnap “La superación de la metafísica por medio del análisis lógico del lenguaje”, se consideraba implícito en la definición misma de positivismo tal y como la daba Schlick que resumía “el legítimo, inatacable elemento nuclear de la teoría positivista” en el principio de que “el sentido de toda proposición se halla totalmente contenido en su verificación mediante lo dado … el empirista no le dice al metafísico ‘lo que tu afirmas es falso’ sino ‘lo que tu afirmas no dice nada en absoluto’” (Schlick, 1959: 113). La tarea de la filosofía para Russell sería el análisis y la síntesis lógicos, la relación de las diferentes ciencias y los posibles conflictos entre ellas, sugerir hipótesis y no certezas inmutables. La parte fundamental consistiría “en la crítica y clarificación de nociones tradicionalmente aceptadas de modo acrítico, como “mente”, “materia”, “conciencia”, “causalidad”. Russell defiende la superación de metafísica, asignándole a la filosofía un trabajo de “análisis lógico, seguido de la síntesis lógica”. La filosofía se interesaría por “las relaciones de las diferentes ciencias y los posibles conflictos entre ellas” (Russell, 1959: 53). Junto a la epopeya lógica de un Carnap y su crítica al universalismo metafísico y al flatus voci en el que se perpetuaban ciertos conceptos metafísicos ahora declarados no significantes, mera humareda; Foucault aludía a una lógica relacional entre filosofía y ciencia de consecuencias bien distintas, aún tomando como 3 A. Shopenhauer, El mundo como voluntad y representación, Vol. II, Madrid, Trotta, 2004, pág. 226 Pilar Carrera 35 punto de partida el cambio radical de la situación de la filosofía desde hacía un siglo, al haberse “aligerado” de toda una serie de cuestiones de las que habían pasado a ocuparse las ciencias humanas, y habiendo perdido el monopolio del conocimiento con el desarrollo de la ciencia. La “adaptación” de la filosofía se habría consumado según Foucault en los siguiente términos: “la filosofía ha dejado de ser una especulación autónoma sobre el mundo, el conocimiento o el ser humano. Se ha convertido en una forma de actividad comprometida en un cierto número de dominios … Si es verdad que las ciencias humanas han descendido a la calle e impregnan cierto número de nuestras acciones, han encontrado en esta misma calle, instalada mucho antes que ellas, a la filosofía” (Foucault, 2000: 680). El lugar de la filosofía no sería, como sostenían los positivistas, el análisis lógico de los enunciados científicos y la consiguiente supeditación de la filosofía para mayor gloria de la ciencia. Lo que Foucault denomina “acto filosófico” indica ese lugar relacional o estructural entre ciencia y filosofía, alejado del reduccionismo positivista: la superación de la crisis de las matemáticas a comienzos del siglo XX, la fundación de la lingüística o el psicoanálisis, que estarían en la base del avance científico, tendrían en sus orígenes los respectivos “actos filosóficos” fundacionales. TECNOCIENCIA Al lado de esa primera dualidad estructural y estructurante entre ciencia y filosofía, puede ser establecida otra relación binaria así mismo relevante, la que se establece entre “ciencia” y “tecnología”, que habrá de dar cuenta de la progresiva interpenetración entre ambas y del papel cada vez más destacado de la tecnología, como uno de los pilares de la ciencia, en el proceso de verificación. Proceso que cada vez requerirá de técnicas más y más sofisticadas para poder aportar su valor legitimante y constitutivo al conocimiento científico. El desarrollo tecnológico, en estricta dependencia con el desarrollo económico, se integra, a modo de cuña, como condición de posibilidad de la 36 Teoría de la Comunicación Mediática propia ciencia, que requiere de él para legitimarse a través de la prueba. Esa cada vez más estrecha dependencia entre ciencia y tecnología, está en la base de la metonimia socialmente consolidada por la que la parte más visible de la ciencia, la tecnología, asume la representación del todo, de la ciencia en su totalidad y de su estado de evolución. Los medios de comunicación de masas son por su parte frutos de la técnica, son artefactos técnicos, por tanto resulta relevante esta puntualización, puesto que la naturaleza de la comunicación de masas estriba en ser un modo de comunicación técnicamente mediado. Ya Benjamin puntualizaba el papel esencial de la técnica en su ensayo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”. Por otra parte la influencia de la ciencia en lo social se produce a través de la tecnología, es esta la que da visibilidad o representa socialmente el avance científico. Whitehead sostenía que lo genuino y nuevo del siglo XIX era su técnica: “El invento más grande del siglo XIX fue el invento del método del invento”. La profecía de Francis Bacon se había cumplido: el hombre servidor y ministro de la naturaleza: “Un factor del nuevo método fue precisamente el descubrimiento de como podía lanzarse un puente que salvara el precipicio entre las ideas científicas y el producto definitivo” (Whitehead, 1925: 121). La llamada “revolución industrial” arranca precisamente de ahí, de la realización de las posibilidades de la técnica, y del consiguiente desarrollo del profesionalismo. Los grandes inventos técnicos del XIX evidenciaban que el puente entre lo abstracto y lo concreto había sido por fin tendido, al tiempo que instauraban una forma de legitimación tecnológica —sobre todo desde el punto de vista social— de la actividad científica. Generar enunciados científicos con valor de verdad cuesta dinero. Esto no es desconocido en el análisis de la comunicación de masas. El alto poder legitimador de la investigación empírica especialmente desarrollada en los USA implicaba necesariamente una investigación administrativa, financiada por Pilar Carrera 37 fundaciones y empresas o por el gobierno, y la posibilidad de recurrir a técnicas de medición y de análisis lo más sofisticadas posibles, con el consiguiente incremento del valor veredictorio de la teoría. La “cientificidad” de la teoría se convertirá en la piedra de toque. HUMANO ¿DEMASIADO HUMANO? Popper fue un crítico pertinaz de lo que el consideraba una pretensión espuria de cientificidad por parte de las, a su entender, mal llamadas “ciencias humanas”, y de la pretensión por parte de la sociología de erigirse en metateoría respecto de las ciencias naturales: “Para mí la idea de volverse hacia la sociología y la psicología … con objeto de aclarar los objetivos de la ciencia y su posible progreso, es sorprendente y decepcionante. De hecho, la sociología y la psicología, si se las compara con la física están asaetadas por modas y por dogmas no sujetos a control. La indicación de que en ellas podemos encontrar algo que sea “descripción pura y objetiva” es claramente errónea. Además, ¿cómo es posible que retroceder hasta estas ciencias frecuentemente espurias pueda ayudarnos en esta dificultad particular? ¿No es a la ciencia sociológica (o psicológica o histórica) a la que se quiere recurrir para decidir cuál es la respuesta a la pregunta “Qué es la ciencia?” Porque está claro que no es a los ribetes de locura sociológica (o psicológica o histórica) a quienes se quiere apelar. ¿Y a quién se ha de consultar: al sociólogo (o psicólogo o historiador) “normal” o al “extraordinario”? … la Lógica del Descubrimiento tiene poco que aprender de la Psicología de la Investigación, ésta tiene mucho que aprender de aquélla” (Popper, 1970: 157). Respecto a nuestro objeto de estudio, considerado como objeto de conocimiento científico, es evidente que los fenómenos comunicativos corresponden en gran parte al ámbito de las ciencias humanas o sociales. Por lo tanto a ellas, con todas sus limitaciones y logros en el campo de la “cientificidad” corresponde tratar el objeto. Las “reglas del método sociológico” según 38 Teoría de la Comunicación Mediática Durkheim, expresaban bien esa voluntad de transponer a las ciencias humanas las disposiciones mentales y procedimentales que regían en las ciencias naturales: el famoso y programático “considerar a los hechos sociales como cosas”, como un objeto del mundo físico: la “ciencia de las realidades” opuesta al “análisis ideológico”. Orientar la acción hacia los hechos, definir claramente el objeto de manera tal que permita el control por otros observadores y la equiparación de descubrimientos. Esta construcción de conceptos y terminología bien delimitados en oposición a la noción común se considera básico para la construcción de una ciencia. Durkheim rechazaba el psicologismo y el caso excepcional en el estudio de lo social; el tipo medio se constituye en objeto de estudio por excelencia. Enunciaba los siguientes principios fundamentales para garantizar la pretensión de cientificidad de ciencias sociales: – Los sentimientos lejos de ser fundamento de la organización colectiva serían su resultado (Spinoza: “El alma es un autómata espiritual”) – La coerción es el rasgo característico de todo hecho social —pero coerción sin confabulación, sin intención, sin voluntad—: La reflexión no puede hacer otra cosa que revelar las razones de la subordinación. – El razonamiento experimental es aplicable a la sociología. – Independencia del método respecto de toda filosofía. – Objetividad: No se trata de buscar explicaciones totales, leyes supremas ni teorías generales sobre lo social. (Durkheim, 1895) La legitimidad científica de la apropiación por parte de las ciencias sociales de la metodología y principios estructurantes propios de las ciencias naturales o físicas y de la matemática, no ha dejado de ser objeto de polémica. Desde la firme identidad postulada por Durkheim a principios de siglo hasta la radical diversidad defendida por Popper, que, como hemos Pilar Carrera 39 dicho, consideraba espuria la pretendida cientificidad de ciencias sociales, quizá sea interesante traer a colación la defensa crítica de Bourdieu de la cientificidad de las ciencias humanas: “Hay sistemas coherentes de hipótesis, conceptos y métodos de verificación, todo lo que se relaciona ordinariamente con la idea de ciencia … Una de las formas de desembarazarse de las verdades molestas es decir que no son científicas, lo que equivale a decir que son “políticas”, es decir suscitadas por el “interés”, la “pasión” y por lo tanto relativas y relativizables … Si el sociólogo logra producir siquiera un poco de verdad, no es porque tenga interés en producir esta verdad, sino porque le interesa. Y esto es muy exactamente lo contrario del discurso un tanto beatífico sobre la “neutralidad” … En resumen, no hay una Inmaculada Concepción. Y pocas verdades científicas habría si se tuviese que condenar tal o cual descubrimiento con el pretexto de que las intenciones o los métodos de sus descubridores no eran muy puros … en física es difícil triunfar sobre un adversario recurriendo al principio de autoridad o, como todavía sucede en sociología, denunciando el contenido político de una teoría. Las armas de la crítica tienen que ser científicas para ser eficaces. En cambio, en sociología, toda propuesta que contradiga las ideas establecidas está expuesta a la sospecha de toma de partido ideológica, de toma de partido política … Y cada descubrimiento de la ciencia desencadena un inmenso trabajo de crítica” retrógrado que tiene a su favor todo el orden social (los presupuestos, las plazas, los honores, y por tanto la credibilidad) y que tiende a volver a ocultar lo que se ha descubierto” (Bourdieu, 1980: 62-64). Este énfasis puesto sobre el carácter “cualitativo”, “distorsionado” de los acontecimientos sociales, resulta a veces demasiado enfático, como bien sostenía Bourdieu, sobre todo cuando lo cualitativo se convierte en sinónimo del irreductible individuo: “Todos los prestigios de la individualidad, dónde la crítica, hasta estos últimos tiempos, había arropado su inconsistencia”4. Igual 4 M. Foucault, De lenguaje y literatura, Barcelona, Paidós, 1996. 40 Teoría de la Comunicación Mediática de sospechosa resulta la devoción “cualitativista” actual (el new look de los “nuevos medios”) metamorfosis del mismo espíritu reaccionario que décadas atrás sostenía que solo la mensurabilidad separaba las “verdaderas” teorías sobre los media de las engañosas totalidades metafísicas. Popper hacía residir las (espurias) pretensiones de proximidad de la sociología con las ciencias de la naturaleza en la explicación y predicción de acontecimientos, y desde el concepto de “ley” deslegitimaba las pretensiones de cientificidad de las ciencias sociales. Obviaba un punto importante y privativo de las ciencias humanas, que tienen que entendérselas con el pasado, con la historia, con el poder, antes que con el futuro, que tienen un carácter prospectivo o arqueológico antes que predictivo. La inevitable historicidad de los “hechos sociales”, no conduce a una refutación general. En ese sentido también las ciencias de la naturaleza son en alguna medida ciencias históricas. En otras ocasiones se entiende que lo cualitativo es lo que está sujeto a interpretación, es decir, lo que ya no es “hecho” sino “texto”. Estamos en el terreno de la hermenéutica como método de aprehensión textual: “Es precisamente una pregunta hermenéutica básica como puede ser superada la distancia entre el sentido de un discurso fijado por el que escribe y el lector que lo entiende. Para los tiempos modernos esto es, como digo, muy en especial, el problema de la hermenéutica … romper de alguna manera la circularidad de la disociación entre escritura y lectura … como puede ser superada la distancia entre el sentido de un discurso fijado por el que escribe y el lector que lo entiende” (Gadamer, 1983: 133-135). Cómo abordar metódicamente el objeto texto. La hermenéutica dará una respuesta basada en la historicidad del lector, la semiótica plantea sin embargo que no hay necesidad de salir del texto hacia ninguna instancia personal y que esa distancia ni puede ser superada ni es teóricamente pertinente tal pretensión de superación y la subsiguiente pretendida consecución de algún tipo de “identidad referencial”. Pilar Carrera 41 La cuestión de la interpretación o de la descodificación “no aberrantes” de un mensaje, que cobra su importancia al considerar la interpretación no solo como una actividad contemplativa sino como la antesala de la praxis, nos trae a la memoria el proceso interpretativo que ya Quinto Curcio Rufo ponía de manifiesto en su Historia de Alejandro Magno: “Ante esto, los adivinos, con sus interpretaciones contradictorias del sueño, no hacían más que acosar la angustia del rey: unos decían que el sueño le era favorable desde el momento que había ardido el campamento enemigo y que Darío había visto cómo Alejandro, dejadas a un lado sus vestiduras reales, había sido llevado a su presencia en indumentaria persa corriente; otros pensaban lo contrario: predecían, en efecto, que la visión del resplandor del campamento macedonio profetizaba el fulgor de Alejandro; en cuanto a que se apoderaría del reino de Asia no había la menor duda ya que, cuando Darío fue proclamado rey, llevaba esa misma ropa5”. La decisión que debía tomar Alejandro en base a estas interpretaciones contrapuestas era si atacar o no. Pero supongamos que la decisión estaba tomada, entonces la interpretación conocida por todos podía determinar la marcha de los hechos en el sentido de la propia interpretación (profecía en este caso) o en otro caso, cuando hace referencia a un error de interpretación de consecuencias dramáticas, basado en la interposición de dos conjeturas o futuribles y en el retraimiento de la acción: “Sísenes, como es natural cuando se es inocente, intentó muchas veces entregar la carta a Alejandro, pero, viendo al rey acosado con tantas preocupaciones y por los preparativos de la guerra, se mostraba siempre a la espera de una ocasión más propicia, con lo que dio pábulo a la sospecha de que andaba tramando el asesinato. En efecto, la carta antes de llegar a sus manos, había llegado a las de Alejandro, quien, después de leerla y de sellarla con el sello de un anillo que nadie conocía, había dado orden de entregársela a Sísenes a fin de poner 5 Quinto Curcio Rufo, Historia de Alejandro Magno, Madrid, Gredos, 1986, págs. 84-85. 42 Teoría de la Comunicación Mediática a prueba su lealtad. Comoquiera que iban pasando los días y este no comparecía ante el rey dio la impresión de que había hecho desaparecer la carta con intención criminal y, durante la marcha, fue asesinado por unos cretenses, sin duda por orden de Alejandro”6. El “problema” de “lo cualitativo” ha sido sin duda uno de los caballos de batalla en el debate acerca de la cientificidad de las ciencias sociales, donde el valor, la connotación, forman parte del objeto de estudio a partes iguales con su condición objetiva y denotada. Al contrario de lo que ocurre con la naturaleza, lo normativo forma aquí parte del objeto de estudio. Por otra parte encontramos la postura del rechazo moral de la cientificidad de las ciencias sociales por querer reducir éstas a puro número lo irreductible humano. Ya Durkheim a principios de siglo, relativizaba el valor de estos argumentos casi teológicos, reconvertidos actualmente a “humanistas”: “El primero de esos obstáculos era el dualismo religioso o metafísico, que hacía de la humanidad un mundo aparte, sustraído, no se sabe en virtud de qué oscuro privilegio, al determinismo cuya existencia constatan las ciencias sociales en el resto del universo. Para que pudiera fundarse la nueva ciencia era preciso, pues, extender la idea de las leyes naturales a los fenómenos humanos … No bastaba con haber establecido que los hechos sociales están sometidos a leyes; había que añadir que tienen leyes específicas que les son propias y que son comparables a las leyes físicas o biológicas, pero sin que se las pueda reducir directamente a estas últimas” (Durkheim, 1895: 246-247). Gadamer planteaba la siguiente pregunta:”¿Qué lugar ocupan las humanidades, las ciencias del espíritu, en el cosmos de las ciencias?” Y desde una perspectiva hermenéutica rechazaba la cientificidad de las ciencias humanas. En ese debate acerca de la legitimidad de las ciencias humanas, Gadamer, remontándose a Grecia explicaba como la ciencia estaba representada para 6 Quinto Curcio Rufo, Op. cit., págs. 102-103. Pilar Carrera 43 los griegos esencialmente por la matemática, considerada “la auténtica y única ciencia de la razón”, que trata de lo inmutable “y solamente donde hay algo inmutable puede saberse algo sin ver en ello cada vez algo nuevo”. La ciencia moderna según Gadamer habría tenido que atenerse a este mismo principio de inmutabilidad para entenderse como ciencia; parece obvio que bajo este modelo “las cosas humanas tienen escasa participación en la cientificidad” (Gadamer, 1983: 59). La “cientificidad” de las ciencias del hombre quedaría establecida entonces esencialmente a un segundo nivel, el de la aprehensión metódica de los hechos, y no ya el de la universalidad del objeto. La ciencia se confundiría entonces con el método, sin necesidad de presuponer la inmutabilidad de un orden extraprocedimental —orden que quedaría ejemplificado por ejemplo por el supuesto “Dios no juega a los dados”, base de las teorías físicas mecanicistas—: “La confianza de Europa en la escrutabilidad de la naturaleza estaba justificada lógicamente hasta en su propia teología” (Whitehead, 1925: 33). Orden inmutable y prefijado de una vez y para siempre que cada vez más, empezando por las ciencias físicas, fue puesto en entredicho, dando lugar a algo que podemos denominar una sustitución del álgebra por la danza o el juego, en palabras de Bourdieu. De la estricta relación de causalidad se ha pasado a considerar la “estrategia”. Las ciencias humanas, y por lo tanto la comunicación, a diferencia de las naturales, que se ocupan de los hechos del mundo físico no humano, es decir, de la naturaleza, deben incluir precisamente el hecho de que a diferencia de los fenómenos puramente físicos las interacciones humanas están mediadas por el lenguaje, esto es, incluyen un componente comunicativo que introduce un factor de indeterminación en los fenómenos sociales, de manera que conceptos como el de “ley” propio de las ciencias naturales han de ser relativizados, desde el momento en que el sujeto y el objeto de estudio confluyen y el concepto mismo de ley puede resultar en ocasiones más semejante de lo que sería deseable al de profecía que se autocumple, al legitimar 44 Teoría de la Comunicación Mediática científicamente decisiones políticas. En otras ocasiones se cumple, especialmente en el caso de las ciencias humanas, aquella paradoja enunciada por Valente, la de la teoría devorada por su propio método. Pero estas limitaciones no invalidan en absoluto la práctica científica en el terreno de lo social. Habiendo realizado estas matizaciones, o restricciones al concepto, es evidente que la búsqueda de regularidades en los fenómenos sociales, base de un conocimiento científico, es legítima y necesaria, desde el momento en que, como sostenía Durkheim a principios del pasado siglo, cada uno de nosotros no reinventa su pasado, ni los usos que ha adoptado ni las formas de vida que le han sido transmitidas, y por lo tanto j’est un autre, principio de posibilidad de toda ciencia social, que nos lleva a concluir que toda ciencia social, y también la comunicación como ciencia tiene mucho más que ver con el pasado que con la futurología. Un approche científico a la comunicación implica la despersonalización de su objeto y la generalización conceptual, es decir la progresiva abstracción y universalización de los componentes del proceso comunicativo. La ciencia consiste precisamente en el abandono del particularismo, que posibilita la generalización conceptual. Recordemos que para Durkheim y Saussure, incluso el sujeto concreto, con todo su carácter único, el individuo, es solo en parte “inconmensurable”, hay algo en él de general, y eso es precisamente lo que permite la constitución de las ciencias humanas. Nadie habla de la idiosincrasia de una rosa. Se supone que lo relevante es la clase, no el ejemplar concreto, no se plantea la existencia de diferencias con otros especimenes de la misma clase. Es obvio que este esquema no se aplica en el caso de los individuos; pero tenemos que suponer una base común operativa (es decir, no excesivamente general hasta el punto de que resulte inútil) en los individuos pertenecientes a determinados sistemas sociales y culturales. Finalmente la comunicación tiene mucho que ver con ese elemento transpersonal, común, elemento constitutivo de la propia vida subjetiva. ¿Qué significa, entonces, ese “respeto debido a los hechos” del que viene hablándose como elemento fundacional del co- Pilar Carrera 45 nocimiento científico en el caso de las ciencias humanas? No se trata de una defensa del inductivismo a ultranza ni de una visión positivista ingenua, pero obviamente se sitúa en las antípodas de una visión demiúrgica del teórico. Más allá del callejón sin salida del “sueño del lenguaje” o de un kantismo de recetario, ese debido respeto a los hechos sigue siendo la base del conocimiento científico y manifiesta cierta forma fundamental de honestidad intelectual. Bourdieu reflejaba bien esta fortaleza teórica de los hechos en un poderoso y bello prólogo a uno de los primeros escritos de P. Lazarsfeld sobre el problema del paro en la Alemania de Weimar: “Pero por una extraña revancha, la ausencia casi total de construcción consciente y coherente que aboca al investigador a la huida compensatoria en un esfuerzo frenético de recolección exhaustiva y sin duda responsable de lo que constituye el valor más precioso de esta obra: la experiencia del paro se manifiesta en él en estado bruto, en su verdad casi metafísica de experiencia del desamparo … ese terrible reposo que es el de la muerte social …. es que el trabajo es …uno de los fundamentos mayores de la illusio como compromiso en el juego de la vida, en el presente, como presencia en el juego, entonces en el presente y en el futuro, como entrega primordial que —todas las sabidurías siempre lo han enseñado identificando el sustraerse al tiempo con el desarraigo del mundo— hace el tiempo, que es el tiempo mismo … Profesionales de la interpretación comisionados sociales para dar sentido, razón, poner orden, los sociólogos, sobre todo cuando son los adeptos conscientes o inconscientes de una filosofía apocalíptica de la historia, atenta a las rupturas y a las transformaciones decisivas, no son los mejor situados para comprender este desorden por nada, sino por el placer, esas acciones hechas para que ocurra algo, para hacer algo mejor que nada cuando no hay nada que hacer, para reafirmar de manera dramática —y ritual— que se puede hacer algo …. Quizás existe, diga Marx lo que diga, una filosofía de la miseria que está más cerca de la desolación de los ancianos vagabundos y paródicos de Beckett que del optimismo voluntarista tradicional asociado al pensamiento progresista” (Bourdieu, 1981:13). 46 Teoría de la Comunicación Mediática Bourdieu planteaba la cuestión del particular estatuto de las ciencias humanas, cuyo objeto de conocimiento, a diferencia de lo que ocurre con las matemáticas o con la física, está traspasado por relaciones de poder que no pueden ser depuradas y que influyen en la propia actividad científica. El en apariencia “apacible” objeto de la física se convierte en el caso de las ciencias sociales en un objeto escurridizo y difícil de asir. Las teorías de la comunicación, a lo largo de su historia, han tenido que lidiar con la dificultad de teorizar el poder desde el momento en que se abandona la limitada perspectiva personalista, el príncipe maquiavélico, insuficiente ya para dar cuenta de las formas en que se articula el poder en las sociedades actuales, y se intenta abordar la pregnancia del poder social, que se extiende como una red. Nos encontramos también, sobre todo en las teorías que postulan la retirada del espacio físico, material, fronterizo —categoría sine qua non para conceptualizar el poder— y el advenimiento del ciberespacio como una “omnipresente tendencia a expurgar la noción misma de poder” en palabras de A. Mattelart, tendencia que florece en lo civil y en lo personal, que parecen ser los grandes lugares de la “sociedad de la información”, concepto político que, en línea con los tiempos, ha sido “privatizado” por la fuerza (económica y política). El énfasis en el poder, brillando en el horizonte de la comunicación, cuestión capital, claramente infravalorada por las teorías conflagracionistas que lo analizaban desde la metáfora del Big Brother y desde conceptos como el de “maldad” individual, al margen de toda perspectiva interaccional y estructural, ha ido disminuyendo progresivamente en favor de una vuelta a “las maravillas del hogar”. En el caso de las ciencias humanas la teoría está obligada a contar y a dar por descontado el carácter histórico de la materia que es su objeto. Ya no solo la historicidad del marco teórico, que también debe ser considerada en el caso de las ciencias naturales, sino la historicidad del objeto. Y por supuesto las ciencias humanas tienen que vérselas con ese fenómeno estructurante y capital: el poder. Fenómeno estructurante que está presente incluso de manera isomórfica en la esquematización Pilar Carrera 47 de los modelos de comunicación, que responde a principios de jerarquización, en el que la fuente o emisor encarna a esa instancia de poder, que en ningún momento se ve negada, sino incluso implementada por la incorporación del feed-back o conocimiento de las reacciones del receptor (lo cual permitiría precisamente un acrecentamiento del poder de la fuente desde el momento que conoce lo que “el público desea”). La “gran cuestión moral del feedback” planteada desde el inicio de la comunicación de masas, ha hecho que Internet con su plétora de retroalimentación y un supuesto mayor potencial entrópico (siempre en términos de “contenido individualísimo privadísimo”) en la emisión que el resto de los media, haya redimido de alguna manera a la comunicación mediática del estigma secular de la comunicación unidireccional. Aún existe otro vínculo fundamental entre comunicación y poder que no permite ser soslayado, el hecho de que el poder en las sociedades democráticas occidentales está legitimado —cada vez más— comunicativamente. En este sentido, a diferencia de otras formas de poder no democráticas basadas en la restricción informativa y en la censura, el poder en las democracias occidentales se legitima comunicativamente y en nombre de la “pluralidad de opiniones”. Aunque es obvio que estos principios solo se demuestran viables en el caso de discrepancias “menores” que no afectan a las bases mismas del sistema o las ponen en cuestión, de ahí la problemática de aplicar a lo multicultural el mismo paradigma comunicativo que sólo puede mantenerse sin estallar en los límites de un sistema capitalista y democrático. La entropía —nunca ilimitada— en la fuente (equiprobabilidad en términos de elección, presupuesto del “libre mercado”), base legitimante del sistema democrático, debe necesariamente situar como “ruido” aquellas informaciones que de emplazarse en la fuente, acabarían destruyéndola, puesto que no se basan en el concepto abstracto de “información”, sino en el de “Mensaje” concreto (contenido específico que para sobrevivir no puede entrar en contradicción con otros contenidos), puesto que atacan precisamente el concepto mismo de fuente entrópica. 48 Teoría de la Comunicación Mediática La no universalidad del objeto es innegable en el caso de las ciencias sociales, pero no constituye la negación de su cientificidad. Es evidente que sólo se puede generalizar sobre aquello que ofrece una base común para generalizar. Los modelos de comunicación de masas están formulados a partir de la universalización de lo que podemos denominar, con toda la vaguedad implícita que conlleva, “cultura occidental”, de corte grecolatino, esencialmente modelada por el cristianismo, y siglos más tarde por la progresiva implantación de las democracias, la economía de mercado y el desarrollo científico y tecnológico, que también está en la base del desarrollo de los medios de comunicación. Por ello solo se dejan traducir con gran dificultad a otros marcos sociopolíticos y a otras tradiciones. Lo normal es que al ser implantados en marcos radicalmente divergentes, las modelizaciones y los diversos paradigmas, occidentales y en buena medida en el caso de la comunicación, norteamericanos, necesiten ajustes o simplemente una absoluta inversión. Un modelo no es la captación de un universal, del “Hombre Eterno”, sino del hombre histórico, concreto, perteneciente a una sociedad —a un entramado comunicativo— concreta. Los modelos comunicativos clásicos se han gestado siguiendo la evolución de las sociedades occidentales. Por lo tanto son de alguna manera su espejo, y la imagen que reenvía ese espejo cuando otras tradiciones se miran en el, necesariamente ha de estar distorsionada. Como objeto de análisis científico, la “comunicación” puede calificarse como una invención de Occidente. Obviamente todos los hombres se comunican en cualquier parte del globo. Pero la comunicación como ciencia no nace de intercambios lingüísticos entre individuos, ni siquiera de intercambios masivos puntuales, sino más justamente de la inserción de la comunicación en la economía de mercado y en el consumo cotidiano de la misma. Es decir, de la comunicación como negocio y de su consumo masivo como mercancía. Ello sin olvidar su relevancia política (recordemos que el auge de los estudios científicos sobre comunicación es inseparable de las dos grandes guerras mundiales que asolaron al continente europeo, Pilar Carrera 49 a las democracias occidentales, capitalistas). El estudio de la comunicación se debe a las democracias capitalistas. Recordemos que los países en los que el Estado tenía el control de los medios de comunicación se preocuparon en escasa medida de teorizar acerca de la comunicación mediática, más allá de sus ventajas o desventajas para la planificación estatal. Pero el estudio científico de la comunicación solo se produce en aquellos lugares en los que este estudio puede redundar en interés de alguna instancia ya no sólo política, sino económica, sumamente interesada en tener a la opinión pública de su parte y, por lo tanto, sumamente interesada en conocer cientificamente, esto es, operativamente, how communication works. De ahí que el florecimiento de los estudios sobre la comunicación en los USA, productor del mayor corpus de teorías mediáticas, esté inextricablemente ligado a su naturaleza administrada. Hecho que en Europa ha ocurrido solo en mucha menor escala. Podemos decir que la comunicación fue en sus inicios un invento del capitalismo y la democracia, y hoy ambos son reinventados por la comunicación. El concepto mismo de “sociedad de la información” es una huella entre otras de esta grandiosa sinécdoque, en la que puede parecer que el todo ha sido devorado por la parte. LA COMUNICACIÓN COMO CIENCIA Y EL AXIOMA MULTIDISCIPLINAR Hemos apuntado a que es característico del objeto “comunicación mediática” atraer la mirada de disciplinas diversas, ser un objeto en proceso de continua reapropiación disciplinar. Esa confluencia de miradas —recordemos el origen etimológico de teoría: “ver”— cargadas de su correspondiente marca disciplinaria, construye necesariamente un objeto polimorfo y plantea el problema de una compleja síntesis teórica haciendo especialmente controvertido el concepto de “progreso” aplicado a la sucesión en unos casos, a la cohabitación en la mayor parte, de las distintas teorías de la comunicación. Los descubrimientos de unas disciplinas no necesariamente son traducibles y reapro- 50 Teoría de la Comunicación Mediática piables por otras, puesto que las conclusiones están en estricta relación de dependencia con una determinada metodología que obviamente ha aislado una “región” o parte del objeto a la que se ha propuesto iluminar, dejando el resto en la sombra. Nunca se da una identidad total de zonas entre los distintos estudios y las distintas teorías que permita generar un saber propiamente acumulativo. Entonces el saber y los conocimientos acumulados sobre los media son difícilmente comparables o lo son solo en parte, solo parcialmente convertibles. De ahí que el concepto de progreso resulte heurísticamente limitado a la hora de dar cuenta de la sucesión de teorías de la comunicación. No se trata tanto de que se alcancen resultados contradictorios sobre un en apariencia idéntico objeto de estudio, sino de que realmente el objeto de estudio no es el mismo, el concepto no es el mismo, aunque la palabra empleada sea idéntica. El “efecto” en la teoría de la aguja hipodérmica no es lo mismo que el “efecto” postulado en las teorías acerca de la “construcción social de la realidad”. Un mismo término recubre en este caso al menos dos conceptos distintos: “Por ahora, los estudiosos de los media poseen un limitado vocabulario compartido para describir exactamente lo que están estudiando sobre los medios en general o sobre un medio en particular. Esta situación … representa un problema evidente para los estudios mediáticos porque, aparte de otras diferencias, no tenemos una comprensión común de lo que sea el asunto fundamental del campo … términos como “estructura”, “forma” y “latente” se usan de manera tan distinta en diferentes estudios sobre los media que muchos investigadores se malinterpretan … a menudo no queda claro como los descubrimientos de estos diferentes campos se relacionan unos con otros o contribuyen a construir un corpus más vasto de conocimiento acerca de los media” (Meyrowitz, 1993: 55). Kuhn sostenía la imposibilidad de definir todos los términos de una teoría en el vocabulario de la otra (inconmensurabilidad). Problema de “traducción” que está en el núcleo mismo del debate en torno al progreso científico en el ámbito de la comunicación, que inevitablemente requiere ciertas condiciones Pilar Carrera 51 de transmisibilidad y equiparabilidad conceptuales. Para Kuhn un cambio de teoría supone un cambio de gestalt. Es decir, lo que aparece, tras una “revolución científica” bajo un concepto en apariencia idéntico ya no es lo mismo. Por lo tanto, un desplazamiento conceptual provoca un salto “inconmensurable”. Esas dos teorías ya no son comparables. Lo que está implícito tras la postura kuhniana es una concepción “creacionista” del lenguaje. Este no representa al mundo, sino que, directamente lo crea. El problema que se puede plantear es ¿cómo se producen esas discontinuidades? Si el saber “da saltos”, ¿cómo se suicidan los paradigmas?, o ¿cual es la estructura lingüística en la que se opera dicho “salto” y que no corresponde con los conceptos de la teoría revolucionada ni de la revolucionaria? Y además ¿cómo se puede reconocer lo radicalmente nuevo? Desde la perspectiva de Kuhn el pasado mismo es una entelequia y la historia no es sino una procesión de identidades no causadas. La tradición solo transmite presentes intransitivos. Un total solipsismo, que ni Descartes se habría atrevido a soñar. Pero que ha tenido gran éxito en el terreno sociológico y por extensión en el comunicativo y está en la base de todas las doctrinas sociológicas en torno a la “construcción social de la realidad”. La multidisciplinariedad forma parte de la naturaleza de la comunicación mediática en cuanto disciplina científica. En este caso puede ser definida como una condición de posibilidad de una Teoría de la comunicación, y ello debido a la específica naturaleza del objeto de estudio, naturaleza multifacética y pervasiva. En este sentido la dominante sociológica o de otro signo, la existencia de cierto imperialismo sectorial en el abordaje del objeto de estudio “comunicación mediática” y la reclamación de derechos teóricos sobre el objeto por parte de disciplinas sectoriales, debe ser considera con cuidado y tenida muy en cuenta a la hora de transmitir conocimientos sobre la materia, de manera que una mirada sectorial no aparezca como la mirada, exclusiva o continente del resto de las approches teóricas como pretenden ciertas formas de pansociologismo sistémico, sino como una más de las disciplinas que se ocupan del objeto: 52 Teoría de la Comunicación Mediática “Quienes sostienen que la investigación comunicativa debería orientarse hacia la teoría social afirman claramente que no hay necesidad de una teoría de las comunicaciones de masas, sino de una teoría de la sociedad” (McQuail, 1983: 30). El peligro que conlleva esta subsunción de lo comunicativo en lo sociológico es el radical empobrecimiento de la teoría de la comunicación. Como ya se ha indicado, no se trata simplemente de defender un enfoque multidisciplinar en nombre de la mayor riqueza teórica, sino de que, fuera de esa multidisciplinariedad el objeto mismo no existe como objeto teórico y pasa a convertirse en un campo de investigación más dentro de las disciplinas que se ocupan de él. Es decir, se desvanece dentro de otros objetos como “sociedad”, “psique”, “estructura económica”… de cuyo estudio se ocupan las respectivas disciplinas. La multidisciplinariedad no es cuestión de elección en el enfoque, no es una elección metodológica, sino que forma parte de la naturaleza del objeto mismo, viene impuesta por él. Ahí radica su fuerza y su debilidad, cifrada mayormente esta última en la ineficiencia para procurar un progreso lineal sobre la base de una definición universal del objeto y de los conceptos teóricos y prácticos que sobre él se articulan. Si dirigimos nuestra mirada al ámbito de la investigación sobre la comunicación y especialmente al ámbito universitario, correspondería como ya se ha dicho a las Facultades de Periodismo y Comunicación ser guardián celoso de esa multidisciplinariedad, no permitir que la comunicación mediática sea considerada patrimonio exclusivo en cuanto objeto de conocimiento de una única disciplina, y mucho menos colonizada por una teoría cuyos orígenes históricos precisos han caído momentaneamente en el olvido y que reclama para sí el rango de “metateoría”, ocultando, intencionadamente o de manera inconsciente, su condición de una más entre otras. El conocimiento procurado por las teorías de la comunicación de masas más que ser progresivo o lineal, posee una naturaleza cíclica, que procede del hecho de que al abarcar distintos territorios o geografías del objeto, las teorías no se Pilar Carrera 53 invaliden unas a otras. Por poner un ejemplo, diríamos que más que ante una carrera de relevos nos encontramos ante una danza en la que las teorías adoptan unas respecto a otras distintas posiciones relativas, siendo unas veces unas las que marcan el paso y otras veces las otras, según los requerimientos de las circunstancias. La comunicación como ciencia es deudora de un sinfín de disciplinas: tecnológicas, sociales, lingüísticas, clínicas, psicológicas, bellas artes, artes aplicadas, historia y filosofía de la ciencia, disciplinas comerciales… Cuando nos ocupamos de la comunicación como disciplina científica y como objeto de conocimiento, es necesario prestar atención a dos aspectos: en primer lugar, a si la connatural heteronomía de la comunicación como objeto de conocimiento, en el sentido de que su apropiación se lleva a cabo desde distintas disciplinas, impediría a la comunicación constituirse en disciplina autónoma más allá de ser un compendio de aportaciones provenientes de distintos campos; en segundo lugar a la definición misma del objeto “comunicación”, que lejos de atenerse a los requerimientos de cientificidad peircianos en el uso de conceptos, deja pasar significados diversos bajo idéntica denominación: “¿Quienes somos, miembros de una disciplina o una confederación dispersa de estudiosos, poseyendo cada uno ciertas pretensiones sobre la palabra comunicación?” (Wiemann-Hawkins-Pingree, 1988: 304). Moles sostenía: “La comunicación constituye ya una ciencia autónoma con sus reglas propias” (Moles-Zeltmann, 1971: 119). En cuanto disciplina es una disciplina de disciplinas, esto es, unifica una pluralidad disciplinaria, con sus correlativos enfoques, en torno a un mismo objeto: la comunicación (mediática). Respecto a la constitución de la comunicación como campo de estudio o disciplina científica autónoma, a la cuestión de si una disciplina puede fundarse sobre ese lugar “vacío” —en el sentido en que su propia identidad no es sino el cruce de otras identidades disciplinarias y depende precisamente de la inexistencia de una disciplina “dominante” y del mantenimiento del principio 54 Teoría de la Comunicación Mediática multidisciplinar en la transmisión por encima de todo— de la confluencia de disciplinas, la respuesta es que probablemente sí: el objeto unifica el campo, y el papel de la comunicación como ciencia es precisamente mantener, salvaguardar esa aproximación multidisciplinar, y no permitir que la comunicación se convierta en coto privado de una sola disciplina —sociología, psicología…— que reivindicaría sobre ella sus derechos patrimoniales. La comunicación mediática es en cierto sentido una Niemansland y la existencia de la comunicación como disciplina autónoma depende de la capacidad para evitar que esta tierra de nadie sea colonizada unilateralmente. Otros autores se mostraban menos convencidos del estatuto de la comunicación como ciencia: “La Comunicación se ha desarrollado como una disciplina universitaria. Pero, ¿ha producido un cuerpo central, interrelacionado de teorías en la que los profesionales de dicha disciplina puedan construir y unificar su pensamiento? ¿Están las piezas de una teoría general de la comunicación fuera de nuestro alcance en la actualidad?” (Schramm, 1983: 17). D. McQuail que sostenía que “resulta del todo improbable que una “ciencia de la comunicación” llegue a ser independiente y autosuficiente, dados sus orígenes en numerosas disciplinas y el amplio ámbito de la comunicación” (McQuail, 1983). Dándole el nombre de “Ciencias de la comunicación”, Berger y Chafee describieron este campo como “la ciencia que “intenta” comprender la producción, procesos y efectos de los sistemas de símbolos y signos, desarrollando teorías comprobables que incluyan generalizaciones legítimas, susceptibles de explicar los fenómenos asociados a la producción, procesos y efectos” (Berger-Chafee, 1988). El plural usado por Berger y Chafee, indica esa condición problemática de la “comunicación como ciencia” desde el momento en que resulta paradójico definir la supuesta unidad de una ciencia que no es sino la suma de aportaciones de distintas ciencias ya constituidas, entre las que no existe una integración interdisciplinar: “Uno de los mayores obstáculos para alcanzar una integración interdisciplinaria en comunicación es que “comunicación” en las teorías de un área Pilar Carrera 55 puede ser muy diferente de “comunicación“ en las teorías de otra” (Wieman-Hawkings-Pingree 1988: 306). Quedando el concepto comunicación acotado por lo mediático hay que procurar adaptar con todas las consecuencias el discurso a la naturaleza del objeto. Bien es cierto que si la “comunicación mediática” es solo parte del concepto más amplio de “comunicación”, no se le puede negar su papel fundacional en la aplicación de una perspectiva científica a la comunicación. Definido el nivel de comunicación que nos ocupa que, desde el punto de vista de la aplicación del paradigma científico a los procesos de comunicación no se deja definir como un nivel más, puesto que la constitución de la comunicación como objeto de ciencia está íntimamente ligada a la emergencia y al desarrollo de una forma concreta de comunicación, la comunicación mediática o comunicación de masas en la que a diferencia de otras formas de comunicación los rasgos políticos y económicos están muy marcados y son sustanciales. MECÁNICO, SISTÉMICO Suele conceptualizarse la “evolución” de la teoría de la comunicación mediática o de masas como el paso de lo mecánico a lo sistémico. Como todas las simplificaciones, el denuesto implacable de “lo mecánico” y “lo atomístico”, comporta sus peligros, que más adelante esbozaremos: “El modelo de la mecánica con su brazo extendido en el infinito está basado en ilusiones. La ciencia conoce hoy en día otro modelo que es más adecuado a la actual situación de la humanidad, el modelo de la biología, es decir, de la autorregulación del organismo. Es el principio del círculo de reglas cuya función ha empezado a explicarnos la moderna cibernética” (Gadamer, 1983: 87). Ya Whitehead reivindicaba en 1925 “una línea de argumentación paralela, que conduciría a un sistema de pensamiento basando la naturaleza en el concepto de organismo y no en el de materia”. N. Wiener, el conceptualizador de la cibernética, quién de alguna manera introdujo su axiomática, constantemente recor- 56 Teoría de la Comunicación Mediática daba que en el origen estaba la guerra. El desarrollo técnico al servicio de la guerra, “la gran mecanización que se dio tras la Segunda Guerra Mundial” (Wiener, 1948: 55), poniendo continuamente de manifiesto el hecho de que detrás de todo gran avance en el campo de la comunicación estaban el Estado y la fuerza, detalle muy importante y que progresivamente se iría diluyendo en el universo sin restricciones de lo “imaginario” o entre el más claro ejemplo de supuesta “sociedad sin Estado” como es la llamada “sociedad red”, adjetivada “transnacional” y “global”. Wiener hacía hincapié en el giro que se dio tras la Segunda Guerra Mundial, proceso bélico que marcó un punto de inflexión en el uso de la técnica con fines comunicativos: de hecho la noción misma de “homeostasis”, que Wiener entendía bajo mínimos en las sociedades capitalistas deriva precisamente de una reflexión sobre la guerra. Contra lo que puede parecer el libro de Wiener, Cybernetics, es en mucha mayor medida un libro sobre política que un libro sobre técnica, pese a que haya quedado firmemente asociado a una forma de desarrollo tecnológico, con la popularización de la informática y el código binario. La cibernética rompe con la concepción mecánica de progreso ilimitado y hace hincapié en el límite más allá del cual no hay vida posible. El concepto de homeostasis es mucho más radical que el de “crecimiento sostenible” que parece indicar meramente una ralentización de un proceso en si no objetable, el del continuo —aunque ahora ralentizado, siempre in crescendo— Wiener objeta: todo in crescendo tiene sus límites absolutos, sobrepasados, el organismo o el sistema se autodestruyen. Uno de los ejes fundamentales de la cibernética es la concepción de la unidad esencial de “los problemas centrados en la comunicación, control y mecánica estadística tanto en la máquina como en el tejido humano” (Wiener, 1948: 19). El concepto de comunicación va más allá de la comunicación consciente o inconsciente y pasa a los mecanismos fisiológicos. No solo el espíritu, sino la materia están comunicativamente estructurados. Sea a nivel neuronal, hormonal o celular. Wiener hace de la fisiología comunicación y solventa el dualismo espíritu vs. Pilar Carrera 57 materia haciendo del ser humano en su totalidad física y espiritual un único ens comunicante. El concepto de comunicación se amplia de forma definitiva: “Decidimos llamar “Cibernética” —gobernalle, control— al campo entero de la teoría del control y la comunicación, tanto en la máquina como en el animal” (Wiener, 1948: 19). El ideal de la mecanización del proceso del pensamiento, constituye el ideario cibernético, a la manera de un modelo ideal de funcionamiento del sistema nervioso, en íntima relación con el paso del ensamblaje mecánico al eléctrico y de la escala de diez a la escala de dos. Con el fondo de la computadora a imagen y semejanza de un sistema nervioso central ideal, Wiener confronta dos revoluciones industriales, la primera revolución industrial, asociada a la mecanización, y la segunda, vinculada con la computerización. Califica la primera como la devaluación del brazo humano en competencia con la máquina, y la segunda como la devaluación del cerebro humano al menos en sus decisiones más rutinarias: “El pensamiento de cada época está reflejado en su técnica” (Wiener, 1948: 49). En consonancia se da el paso del concepto de energía al de información como elemento motor, como posibilitador de todo cambio, las nociones cardinales pasan a ser, tras este desplazamiento, las de mensaje, ruido, cantidad de información, técnica de codificación… El código binario, base de la cibernética, será fundamentado por Wiener biológicamente como una analogía con la actividad neuronal basada en el todo o nada, en la descarga o la inhibición: “Las probabilidades uno y cero son nociones que incluyen la completa incertidumbre y la completa imposibilidad, pero incluyen mucho más que eso” (Wiener, 1948: 55). Wiener contempla series discretas de tiempo en lugar de series continuas, metaforizando la diferencia entre la física newtoniana y la mecánica cuántica. En la primera, la secuencia de fenómenos físicos estaría completamente determinada por su pasado. En la mecánica cuántica la totalidad del pasado de un sistema individual no determina el futuro de ese sistema, únicamente la distribución de posibles futuros. El uso de la es- 58 Teoría de la Comunicación Mediática cala de dos o código binario tendría un fundamento biológico, mientras que para Wiener el uso de la escala decimal era resultado de tener un determinado número de dedos en las manos. El funcionamiento de las neuronas se conformaría al principio del todo (1) o nada (0). La cuestión de la memoria tanto en el sistema nervioso como en las máquinas computadoras es definida como “la habilidad para preservar los resultados de operaciones pasadas para su uso futuro” (Wiener, 1948: 145). La cibernética opera con el concepto de feedback informativo como garantía de la consecución de un estado homeostático necesario para evitar la autodestrucción del sistema. Por lo tanto se opone de raíz a una concepción lineal y acumulativa de la comunicación. En este caso el fin no es la acumulación sino el equilibrio. Otra de las corrientes teóricas que se propuso analizar la comunicación, desde una perspectiva sistémica y opuesta al atomismo mecanicista, situando en un lugar central no el esquema de causa-efecto sino el relacional, fue el pragmatismo americano. Desde la corriente pragmática norteamericana se llevó a cabo la tentativa de establecer una axiomática sobre la que pudiese levantarse una ciencia de la comunicación humana (ya no exclusivamente mediática). Greimas definía así el advenimiento de la perspectiva pragmática: “Se fue perfilando la base conceptual del modelo interaccional o pragmático de la comunicación humana, centrado ya no en el estudio de las condiciones ideales de comunicación sino en el estudio de la interacción tal cual se da de hecho entre los seres humanos” (Greimas-Courtés, 1979: 12). Los principales promotores de esta iniciativa, asociados a la Escuela de Palo Alto, fueron Watzlawick, Jackson y Bavelas, que dedicaban su “manifiesto” Teoría de la comunicación humana a Gregory Bateson, hombre de gran elegancia teórica y “discurso salvaje” y al que, como a Flaubert, le preocupaban especialmente las palabras: “Sociología”, “economía”, “estructura social” y todas las demás palabras designan sólo maneras que tienen los científicos de armar el rompecabezas. Estos conceptos teóricos Pilar Carrera 59 tienen un orden de realidad objetiva. Son realmente descripciones de los procesos de conocer adoptados por el hombre de ciencia … luego estas palabras no pueden emplearse para explicar fenómenos ni puede haber categorías de fenómenos etológicos o económicos. Las personas no pueden estar influidas por la “economía”7. En una entrevista con C. Wilder, Watzlawick ponía de manifiesto la concepción sistémica de la comunicación inherente a la perspectiva pragmática, lo que el llamaba su orientación cibernética, contrapuesta a una perspectiva monádica: “Una epistemología que podría ser denominada sistémico-orientada o cibernética, mientras que la perspectiva clínica ortodoxa es monádica” (Wilder, 1978: 36). La perspectiva pragmática de la comunicación que Watzlawick liga a la figura de Bateson al que nombra como mentor —aunque Bateson, como todos los outsiders del pensamiento, ni hizo escuela ni dejó discípulos— se desarrollaría dentro del marco clínico con los estudios sobre la comunicación esquizofrénica del llamado Palo Alto Group. El paradigma de la interactional view defendida por dicho grupo se oponía a la concepción solipsista o intrapsíquica que identificaban con el freudismo, dónde el individuo era el elemento último de explicación y de análisis. Watzlawick oponía la “perspectiva ortodoxa”, que tomaba la mente como unidad última de estudio, y la perspectiva de Bateson, que tomaba en cuenta lo que ocurría entre las personas y su influencia en la conducta. El paso del esencialismo freudiano y de la explicación inmanente, a la heteronomía y a la perspectiva relacional o sistémica, al “nexo interaccional”: “El comportamiento de una persona solo puede ser comprendido en términos del comportamiento de los otros significantes o relevantes que le rodean, de sus relaciones y del contexto en que todo esto tiene lugar” (Wilder, 1978: 37). 7 G. Bateson, Una unidad sagrada. Pasos ulteriores para una ecología de la mente, Barcelona, Gedisa, 2006, pág. 89. 60 Teoría de la Comunicación Mediática La primacía de los sincrónico ya postulada por Saussure como propia de una epistemología sistémica y la consiguiente relativización del potencial explicativo del pasado, es retomada por Watzlawick, que oponía el causalismo diacrónico propio de la teoría freudiana a la perspectiva interaccional, centrada en la situación comunicativa contemporánea y concreta: “No es necesario retrotraerse al pasado y comprender todas las causas”. Procedimiento cuya necesidad resulta solo de la asunción de una epistemología basada en la causalidad lineal, una asunción teórica entre otras. Ante la necesidad de una base teórica alternativa se recurrirá desde la perspectiva pragmática a la teoría matemática de los tipos lógicos, y a un modelo basado en la teoría de grupos, especialmente en lo relativo al estudio de los efectos comportamentales de la paradoja. La comunicación paradójica constituye uno de los grandes centros de interés para Watzlawick: la amplificación de la dificultad o el problema, derivada de una búsqueda obsesiva de la solución/es mediante la articulación de un metadiscurso (por ejemplo bajo la forma de la racionalización) sobre el problema en cuestión, hace que finalmente problema y solución se conviertan en una cadena de retroalimentación en la que la búsqueda de soluciones y la adopción de las consecuentes medidas, paradójicamente, no hace sino agrandar el problema: “Se aplican soluciones más y más elaboradas que solo tienen el efecto de convertir la dificultad en un problema y hacer el problema más y más complejo” (Wilder, 1978: 38). La intención de Watzlawick es “mostrar que en la naturaleza de la paradoja hay algo que encierra importancia pragmática inmediata” (Watzlawick-Bavelas, Jackson, 1967: 173). La patología según Watzlawick se origina en una incapacidad para metacomunicar: existe la necesidad de un cambio en el sistema familiar, pero la familia es incapaz de cambiar las reglas porque es incapaz de comunicar acerca de esas reglas, de las que desconoce la estructura —lo que Ortega llamaba desconocimiento del origen, en que se cifraba para él la esencia del “hombre masa”—, es decir, no puede comunicar porque su perspectiva es infrasisté- Pilar Carrera 61 mica, no puede producir las reglas para cambiar las reglas. La función del terapeuta sería proporcionar la evidencia de ese metalenguaje, evidenciar la estructura disfuncional y propiciar el cambio dentro del sistema. Watzlawick parte de que existen dos partes o hemisferios claramente diferenciados del cerebro, idea retomada por McLuhan, o lo que el llama dos cerebros, el primero, el hemisferio izquierdo, digital, lógico, gramatical, que procesa más fácilmente la información lógica, racional, intelectual; el segundo el hemisferio derecho, que relaciona con las totalidades, con lo sintético, lo no analítico (por ejemplo el pensamiento aforístico). Watzlawick cuenta, no sin cierta ironía, como en Europa se atacaba la “privatización” del concepto de relación y de sistema en la teoría pragmática al centrarse en la familia como sistema prototipo, en nombre de sistemas más amplios que rebasaban a la familia, como el social y el económico, y que para Watzlawick resultaban finalmente inoperantes para tratar el caso concreto por su generalidad: “Si quieres puedes reducir cada problema humano a Adán y Eva”, al tiempo que traía a escena el fantasma del nazismo —Watzlawick era de origen austriaco— como ejemplo de adonde puede conducir el pensamiento puramente especulativo. Nos detenemos en esta acerada acusación porque da cuenta de una perspectiva sintomática del “pensamiento americano” sobre el “pensamiento europeo”, en la que se pone en juego como arma arrojadiza la tópica de la metafísica y de los universales: “Acabas en fosas comunes y campos de concentración. En el momento en que sacrificas lo posible por lo deseable estás en un curso de acción inhumana … Y algunas de las más grandes escuelas de terapia ortodoxa operaron y operan con metas de este tipo, absolutamente fantásticas” (Wilder, 1978: 39). Aunque paradójicamente Watzlawick reconocía que sus libros se vendían mucho más en Europa que en USA, en un principio la perspectiva pragmática fue aceptada incluso por la izquierda, que luego la rechazaría como una forma de conservadurismo, una teoría legitimadora del statu quo. 62 Teoría de la Comunicación Mediática Watzlawick se acerca a la teoría de la comunicación desde las patologías de la comunicación en Teoría de la comunicación humana, libro escrito en colaboración con Bavelas y Jackson, que trata sobre los efectos pragmáticos (en la conducta) de la comunicación humana y en el que se enuncian los célebres “axiomas metacomunicacionales”. Aunque el objeto de estudio no es el restringido de “comunicación mediática” sino el más vasto de “comunicación humana”, los resultados se dejan extrapolar en parte, representando una excelente muestra de la perspectiva pragmática sobre la comunicación. En el adjetivo “humana” se está estableciendo ya un discurso renuente a generalizar el concepto de “comunicación” englobando bajo el mismo la comunicación humana y la comunicación entre máquinas —equiparación que encuentra su mejor exponente en la definición de comunicación dada por Shannon y Weaver y muy presente en toda la teoría cibernética— y a restringir el concepto a la comunicación “humana”. El punto de partida es el desplazamiento del foco teórico desde la mónada artificialmente aislada hasta la relación entre las partes de un sistema más amplio. Es decir, abandonar el principio de causalidad, unidireccional, y las explicaciones que de la aplicación de este principio derivan acerca de la comunicación, así como del inmanentismo y del solipsismo explicativos basados en categorías no relacionales como la de “personalidad”, glosada por Borges: “Quiero abatir la excepcional preeminencia que hoy suele adjudicarse al yo: empeño a cuya realización me espolea una certidumbre firmísima y no el capricho de ejecutar una zalagarda ideológica o atolondrada travesura del intelecto. Pienso probar que la personalidad es una trasoñación consentida por el engreimiento y el hábito, más sin estribaderos metafísicos ni realidad entrañal”8. A cambio se adoptan desde una perspectiva sistémica conceptos cibernéticos como los de “retroalimentación” —contrapuesta al determinismo lineal—, o el de “sistema 8 J. L. Borges, Inquisiciones, Barcelona, Seix-Barral, 1994, pág. 93. Pilar Carrera 63 autorregulado”, “en la que los conceptos de configuración e información son tan esenciales como los de materia y energía lo fueron a comienzos de este siglo” (Watzlawick-Bavelas-Jackson, 1967: 34), enunciando la “discontinuidad entre la teoría de los sistemas y las teorías tradicionales monádicas” y defendiendo la existencia de isomorfismos entre los principios de la cibernética y los de la comunicación humana: “La pragmática como fenómenos de interacción … la mayoría de los estudios existentes parecen limitarse sobre todo a los efectos de la persona A sobre la persona B, sin tener en cuenta que todo lo que B hace influye sobre la acción siguiente de A, y que ambos sufren la influencia del contexto en que dicha interacción tiene lugar y, a su vez influyen sobre él” (Watzlawick-Bavelas, Jackson, 1967: 36). Desde el pragmatismo se realiza una interesante interpretación de la teoría de la información no desde la perspectiva de la “señal entrópica” (comunicación ideal) sino desde la del “ruido” y la “redundancia”, que revelarían configuraciones o límites de la entropía. Los llamados procesos estocásticos que muestran redundancia o constricción, “estas configuraciones no tienen ni necesitan tener ningún significado explicativo o simbólico … ello no excluye que puedan estar correlacionados con otros sucesos” (Watzlawick-Bavelas-Jackson, 1967). Es decir, considerar la redundancia como un objeto de estudio de pleno derecho, no en la versión meramente instrumental o supeditada que le otorgaba la teoría de la información. Se trata de otorgar todo su peso teórico a los componentes del proceso comunicautivo que hasta ese momento se habían considerado secundarios o negativos. El ruido, la redundancia, la paradoja, aparecen ahora como elementos teóricamente relevantes y funcionales en el proceso comunicativo. Watzlawick destacaba el hecho de que estamos en comunicación constante y sin embargo somos incapaces de comunicarnos acerca de la comunicación. La búsqueda de “configuraciones” constituiría la base de toda investigación científica: qué configuraciones siguen los sujetos habitualmente, o, en otras palabras qué reglas de conducta han establecido entre ellos. Las redundancias pragmáticas no 64 Teoría de la Comunicación Mediática son magnitudes estáticas, sino configuraciones de interacción funcionales, que se sustraen a la explicación genético causal. Se da el paso desde la explicación de fenómenos como objetivo de la ciencia a la “identificación de una configuración compleja de redundancias” (Watzlawick-Bavelas-Jackson, 1967). En la búsqueda de configuraciones las causas asumen una importancia secundaria. La comunicación se define como un sistema interaccional. Se pasaría del “¿por qué?” al “¿para qué?”. Si los modelos comunicativos lineales entendían la comunicación como poseyendo un principio y un fin, estos términos —“comienzo” y “fin”— carecerían de sentido según Watzlawick en los sistemas con circuitos de retroalimentación. Propone dividir el estudio de la comunicación humana en tres áreas: Sintáctica (campo fundamental del teórico de la información), Semántica (significado como preocupación fundamental) y Pragmática (la comunicación como afectando a la conducta) y propone ocuparse de la tercera de las áreas: los efectos de la comunicación sobre la conducta. No solo interesa el efecto que una comunicación tiene sobre el receptor, sino el efecto que la reacción del receptor tiene sobre el emisor: “Ocuparnos menos de las relaciones emisor-signo o receptor-signo y más de la relación emisor-receptor que se establece por medio de la comunicación” (Watzlawick-BavelasJackson, 1967: 24). Es obvio que el campo por excelencia de la pragmática es el de la comunicación interpersonal; pero ¿qué ocurre allí donde receptor y emisor están solos frente al signo, caso de la comunicación mediática? Tarde con su concepto de “conversación” incidía sobre la importancia pragmática (relacional) de la comunicación mediática. Las dificultades para establecer una axiomática, es decir, para determinar unos principios metacomunicativos, estriban en el hecho de que lenguaje y metalenguaje usan idénticos sistemas de signos; utilizar la comunicación para comunicar acerca de la comunicación, a diferencia por ejemplo de los matemáticos que poseen dos lenguajes, el de los números y símbolos algebraicos y el lenguaje natural para referirse a las metamatemáticas. Pilar Carrera 65 Los axiomas metacomunicacionales (de la pragmática de la comunicación) quedan enunciados como sigue: 1. No es posible no comunicarse 2. Toda comunicación tiene un aspecto de contenido y un aspecto relacional tales que el segundo clasifica al primero y es, por ende, una metacomunicación (lo referencial y lo conativo en Bateson, toda comunicación no solo transmite información sino que impone conductas) 3. La naturaleza de una relación depende de la puntuación de las secuencias de comunicación entre los comunicantes 4. Los seres humanos se comunican tanto digital como analógicamente. El lenguaje digital cuenta con una sintaxis lógica sumamente compleja y poderosa pero carece de una semántica adecuada en el campo de la relación, mientras que el lenguaje analógico posee la semántica, pero no una sintaxis adecuada para la definición inequívoca de la naturaleza de las relaciones. 5. Todos los intercambios comunicacionales son simétricos o complementarios según que estén basados en la igualdad o en la diferencia. (Watzlawick-Bavelas, Jackson, 1967). Desde la perspectiva pragmática la comunicación queda definida como un sistema, adoptando la definición que Hall y Fagen dan de sistema como “un conjunto de objetos así como las relaciones entre los objetos y entre sus atributos”. Puede distinguirse entre sistemas abiertos y sistemas cerrados: “Los sistemas orgánicos son abiertos entendiéndose que intercambian materiales, energías o información con su medio … los sistemas vivientes tienen tratos cruciales con su medio” (Watzlawick-Bavelas, Jackson, 1967: 138). Los objetos pertenecientes a un sistema pueden considerarse como parte del medio de otro sistema y así en una progresión especular ad infinitum. Las propiedades de los sistemas abiertos y del sistema de la comunicación serían la totalidad, que implica que un cambio en una de las partes del sistema afecte a todas las demás; la retroalimentación, es decir, 66 Teoría de la Comunicación Mediática el cambio conceptual desde la energía y la materia a la información, operado ya por la teoría cibernética, que centraría la atención no en el origen y el resultado de la comunicación, sino en el proceso mismo y su naturaleza circular, sin principio ni fin; la equifinalidad, enunciada por Wiener como propia de los sistemas homeostáticos, es decir, idénticos resultados pueden tener orígenes distintos: Se describe la interacción humana como un sistema de comunicación caracterizado por las propiedades de los sistemas generales: el tiempo como variable, relaciones sistema-subsistema, totalidad, retroalimentación y equifinalidad (Watzlawick-Bavelas-Jackson, 1967: 139). Los sistemas interaccionales se consideran el foco natural para el estudio del impacto pragmático a largo plazo de los fenómenos comunicacionales. Tras la crítica al modelo causal-lineal y monádico desde la cibernética y la perspectiva pragmático-sistémica conviene detenerse brevemente en este modelo tan denostado y criticado como resistente. La noción de causalidad lineal constituyó el eje implícito o explícito de buena parte de las teorías sobre los media hasta el advenimiento de la cibernética y del estructuralismo —aunque el concepto de lo sistémico, de lo orgánico como opuesto a la perspectiva monádica, viene de antiguo. La perspectiva cibernética y el interaccionismo pragmático pondrían en relación los componentes del proceso comunicativo ya no desde un punto de vista causal (estímulo-respuesta) sino relacional, sucediendo la descripción a la explicación causal como fin teórico y relegando a un segundo plano el concepto mismo de intención —aunque este relegar fuese en tantas ocasiones sólo aparente—. La “intención” seguirá siendo un concepto clave en toda la cuestión de los efectos y será recuperado para la perspectiva sistémico-orgánica por el funcionalismo y la teoría de sistemas, que inyectan la necesaria dosis normativa y teleológica a la noción “fría” de estructura tal como la concebiría el estructuralismo europeo, para poder seguir teorizando en términos de “efectos” (forma de teorizar que siempre ha resultado mucho más espectacular, sea el “Gran Hermano” de naturaleza personal Pilar Carrera 67 y relativa o sistémica y absoluta). Pero la noción de estructura o sistema en un sentido propiamente estructuralista, no requiere de esta metamorfosis finalista o funcional de la voluntad personal traducida en términos estructurales. El estructuralismo sin embargo no asume el principio homeostático como inherente al sistema, asunción que se produce plenamente en el caso del pragmatismo y del funcionalismo. La causación durante largo tiempo, y aún después de la incursión estructuralista como acabamos de ver, y por la vía del funcionalismo y de la sociología sistémica o del cognitivismo y de las teorías de la “construcción social de la realidad”, ha seguido siendo el principio rector aunque se haya pasado de la concreción de las instancias mecánicas a la abstracción y generalidad difusas del sistema, del efecto inmediato a la paradójica noción de “efecto diferido” y total, con el consiguiente riesgo demagógico que esta perspectiva panefectista conlleva, y cuyo mejor ejemplo son los llamados “efectos a largo plazo”, que no son sino una forma de causalidad lineal, de causalidad estímulorespuesta, pero supuesta diferida o demorada y por tanto en gran medida inmune a la prueba y al tribunal verificacionista. El concepto de causa, que relaciona linealmente dos variables, ha ejercido su función imperialista en teoría de la comunicación, adaptándose a los tiempos hasta el punto de reconvertir esas dos instancias clásicas, personales o pseudopersonales en origen, del emisor y del receptor, haciéndolas inmanejables y totalizantes, pero sin cesar por ello de mantener el esquema atomista fundacional en el que se postulaba su clara segregación. El esquema causal puede decirse que constituye el subconsciente discursivo de la teorización sobre la comunicación mediática. La primera inclinación respecto al estudio de los medios es buscar relaciones de causa-efecto y establecer una intencionalidad. La noción de causa y sus conceptos adláteres como el de “ley”, están tan profundamente insertos en la idea misma de ciencia del mundo occidental que, pese a todas las críticas más que razonables, y al grado de refutación heurística del concepto en el campo de las ciencias físicas, forma prácticamente 68 Teoría de la Comunicación Mediática una segunda naturaleza a la hora de establecer relaciones en el campo de las ciencias humanas, todavía marcadas por el antropomorfismo de la voluntad y lo intencional. La mayor parte de las teorías sobre la comunicación mediática tienen como fin establecer nexos causales, lineales, entre órdenes de hechos. La épica de la causalidad, el heroísmo de lo causal, se dejaba sustituir difícilmente por la frialdad de la estructura. El funcionalismo y la teoría de sistemas serían los encargados de espectacularizar ese concepto de estructura, quizás en el fondo demasiado oriental o demasiado místico —recordemos el ohne Warum de Eckhart y a Silesius y su “rosa sin porqué”— para una cultura basada en la culpa y el desvelamiento, en la inexhaustibilidad de lo subjetivo y en el porqué. Pocos como W. Benjamin captaron ese gesto convertido en segunda naturaleza, y renegaron de él: “No tengo nada que decir, sólo mostrar”9. Tanto la gran apisonadora sistémica consumando de manera irrevocable sus fines preestablecidos, como la causalidad revocable —cuestión de poder— de base personalista, están en las antípodas de una perspectiva estructural. Cuando R. Ackoff, desde la necesaria simplificación del divulgador sintetizaba estas dos hipótesis mayores con un lenguaje claro y evidente —tan evidente al entendimiento que hay que forzar el dubitante cartesiano que llevamos dentro para resistir a su clarísima claridad y considerarla efecto retórico sin derecho de pernada referencial —establecía dos grandes monolitos histórico-teóricos: lo que él denominaba la “Edad de las máquinas”, cuya temporalidad iría desde el Renacimiento hasta 1940 y la “Edad de los sistemas”, a partir de esa última fecha. Como ideas base de la primera de estas edades citaba el mecanicismo —la relación causa-efecto, la concepción del mundo como una gran máquina, compuesto de partículas y una concepción del 9 W. Benjamin, W.; Das Passagen-Werk, Band I, Frankfurt am Main, Suhrkamp 1982, pág. 574. Pilar Carrera 69 trabajo concebido como el movimiento de la masa a través del espacio o la aplicación de la energía a la materia para transformarla o cambiarla— y el reduccionismo —la división en elementos simples y partes indivisibles (átomos, células, instintos básicos, individuos…)—. La forma de pensar característica de esta edad seria el análisis, método consistente en la descomposición de lo complejo en partes simples, últimas e indivisibles, el examen de cada una de ellas y la unión de las explicaciones parciales para formar la explicación del todo. Los resultados de esta forma de pensar serían la comprensión del mundo como suma de la comprensión de las partes conceptualizadas como lo más independientes posible, una concepción sectorializada e independiente de las disciplinas y la mecanización del trabajo físico. La segunda edad, la “Edad de los sistemas” que según Ackoff se iniciaría en torno a 1940, quedará definida desde la complementariedad antitética: Sus “ideas base” serían el expansionismo —interrelación sistémica y aplicación de paradigma lingüístico; Ackoff cita como ejemplos la teoría de los juegos y la cibernética— y la teleología —la causa como condición necesaria pero no suficiente de su efecto. Se tomaría en cuenta el ambiente a la hora de establecer relaciones de causalidad lo que permite estudiar científicamente la conducta humana. La forma de pensar correspondiente a esta segunda edad sería la síntesis, el trabajo con configuraciones y totalidades, que daría como resultado una comprensión del mundo desde la interdependencia de objetos, sucesos y situaciones, necesariamente interdisciplinar, la mecanización y transmisión de signos y la manipulación lógica de signos o automatización del trabajo mental en oposición al trabajo físico. La única objeción que puede hacerse a la categorización binaria de Ackoff es que la Edad de los Sistemas recuerda en demasía en muchas ocasiones a la Edad de las Máquinas, hasta el punto de preguntarnos si no es su última y más lograda metamorfosis. Whitehead explicaba como la noción de causa había forjado en el siglo XIX su aspecto moderno, a través de cuatro grandes ideas introducidas en la ciencia teorética: 70 Teoría de la Comunicación Mediática 1. Idea de un campo de actividad física ocupando todo el espacio (pone como ejemplo el éter como materia sutil que todo lo invade). La materia como soporte de los fenómenos y la idea de continuidad 2. Idea de atomicidad: la materia ordinaria concebida como atómica —continuidad y atomicidad aunque antitéticas no son lógicamente contradictorias (células en biología, electrones y protones en física). Hasta 1840 tanto la biología como la química se apoyaron en una base atómica. 3. Doctrina de la conservación de la energía: noción de la permanencia cuantitativa a través del cambio 4. Doctrina de la evolución: nacimiento de nuevos organismos como resultado del azar (Whitehead, 1925: 123-128). La evolución del pensamiento conduce a la noción de energía como fundamental, posición de la que desplazó a la materia, y ya posteriormente, en la “edad de los sistemas” se pasará de la energía a la información como “primer motor”. El paso de lo mecánico a lo sistémico está en estrecha relación con el progreso de las ciencias biológicas, esencialmente referidas a organismos. Foucault expresaba claramente ese giro, aplicable a las teorías de la comunicación, desde las teorías de base causalista y mecánica —caso prototípico las hipótesis en torno a la “aguja hipodérmica”— y las teorías estructurales, ajenas a la forma lógica de la causación mecánica: “Antes la racionalización de lo empírico se hacía sobre todo por y gracias al descubrimiento de una cierta relación, la relación de causalidad. Se pensaba que se había racionalizado un dominio empírico cuando se había podido establecer una relación de causalidad entre un fenómeno y otro. Y he aquí que ahora, gracias a la lingüística, se descubre que la racionalización de un campo empírico no consiste sólo en descubrir y en poder asignar esta relación precisa de causalidad, sino en sacar a la luz todo un campo de relaciones lógicas. Pero estas no conocen la relación de causalidad. Así Pilar Carrera 71 nos hemos encontrado ante un instrumento formidable de racionalización de lo real, el del análisis de relaciones, análisis que es probablemente formalizable, y nos hemos percatado de que esta racionalización tan fecunda de lo real ya no pasa por la asignación del determinismo y de la causalidad. Creo que este problema de la presencia de una lógica que no es la lógica de la determinación causal está actualmente en el corazón de los debates filosóficos y teóricos … algo que no sea ni la asignación determinista de la causalidad ni la lógica de tipo hegeliano” (Foucault, 2000: 852-853). Greimas definía el concepto de estructura, como “una entidad autónoma de relaciones internas constituidas en jerarquías …. tal concepción implica la prioridad otorgada a las relaciones en detrimento de los elementos” (Greimas-Courtés, 1979: 159). Para Greimas el concepto de estructura no se asimila a ninguna ciencia particular en concreto, ni a la semiótica ni a las ciencias humanas en general, sino que “se halla implicada en todo proyecto o empresa con objetivos científicos” Watzlawick y Beavin daba cuenta de la distancia entre el enfoque “mecánico” o informacional de la comunicación y el enfoque interaccional o sistémico; de la distancia que media entre una concepción solipsista del individuo-monada, Robinson en su isla desierta, y el individuo inserto en un contexto social y relacional, interactuando con otros individuos: “Pocos podrían obviar la importancia teórica y la ubicuidad del contexto social … El compromiso con un sujeto de investigación particular (monádico), da como resultado en la práctica negligir la perspectiva interaccional … No deberíamos decir relación “emisor-receptor” … y ser capaces de concebir un proceso recíproco en el que ambas (o todas) las personas actúan y reaccionan, “reciben” y “envían”, de tal grado de detalle y complejidad que esos términos pierden su significado como verbos de acción individual”. Citan a continuación la célebre puntualización de Birdwhistell: “Un individuo no comunica … no origina comunicación; participa en ella. La comunicación como sistema no puede ser comprendida bajo un simple modelo de acción y reacción, por 72 Teoría de la Comunicación Mediática muy complejo que sea. Como sistema ha de ser comprendida a nivel transaccional” (Watzlawick-Beavin, 1976: 4). Las matizaciones al mood de la aguja hipodérmica derivadas de aquellas aproximaciones de corte psicológico-experimental o de las conclusiones derivadas de estudios de campo, que concluyen que la interposición de factores específicos —tanto a nivel psíquico o personal como social— actuaría a modo de prisma, rompiendo la presunta unidad de efecto, no por ello ponían en duda la lógica causal y lo mecánico del proceso, simplemente introducían vericuetos y desviaciones en el Camino, pero suponían que el efecto era posible en el sentido deseado (causal) si se controlaban las variables psicológicas y contextuales de la comunicación. El interés de estos estudios radicaría en permitir identificar los elementos —psicológicos y sociales— que podrían constituirse en fuentes de ruido, para conseguir así la mayor transparencia comunicacional posible, las mejores condiciones para que el esquema hipodérmico alcanzase un grado óptimo de realización. Es decir, en estos modelos el paradigma mecánico seguía siendo dominante, y los factores disruptivos se consideraban como “problemas a resolver”, como “ruido” y no como parte integrante de un proceso comunicativo “normal”. CÓDIGO BINARIO Lang y Lang escribieron en su momento un artículo respecto al frecuentado tópico reconvertido a “principio heurístico” de “Europa vs. América” en el terreno de las teorías de la comunicación —o dicho de otro modo: “emipiricismo vs. criticismo”, “investigación administrativa vs. teoría crítica”, “praxis vs. teoría”, “liberalismo vs. marxismo”… y otras muchas variantes de la parábola platónica de la caverna con sus contempladores de lo efímero y pasajero, de las formas múltiples y temporales, y sus contempladores de las formas eternas, no sujetas a la legalidad empírica— en el que ponían de manifiesto que había sido precisamente en Europa con Tarde y con Weber donde la “vocación por los hechos” en cuestiones de comunicación de masas, había Pilar Carrera 73 nacido— (Lang y Lang, 1983). Curran sostenía que ese dualismo largo tiempo mantenido estaba ya muy alejado de la realidad teórica mediática, desde el momento en que el sector liberal, los abanderados de lo concreto, de lo mensurable, del empirismo a ultranza, habían abrazado los “vastos horizontes” en los que nada es falsable ni verificable de los “efectos a largo plazo” y la “construcción social de la realidad” (Curran, 1990). Al margen de este “rapto del discurso” progresista por parte del pensamiento conservador, existieron, aún siendo contadas excepciones, teóricos del troisième sens que consiguieron evitar la fructífera trampa del pensamiento dual: Benjamin, Moles McLuhan o Barthes serían ejemplos. Pero es obvio que la excepción confirma la regla y que el estado de desconcierto que reina en la actualidad en el terreno de la investigación en comunicación deriva en parte de la quiebra de ese dualismo que actuaba a modo de estabilizante de los distintos discursos sobre los medios de comunicación.