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SERIE “LAWRENCE DE ARABIA Y LOS OTROS LAWRENCES” (PARTE 1) JAVIER VARGAS GUARATEGUA EL IMPERIO TURCO OTOMANO. CONTEXTO HISTÓRICO Desde 1299 y hasta 1923, el Imperio Turco Otomano (en otomano: ع ثمان یه عال یه دول تDevlet-i Âliye-i Osmâniyye; en turco moderno: Osmanlı Devleti o Osmanlı İmparatorluğu) fue un Estado multiétnico y multiconfesional. Durante el siglo XIX dominó el centro de la atención de las potencias europeas occidentales, intranquilas de que Rusia no obtuviera excesivas ventajas de la decadencia del “hombre enfermo de Europa”, tanto en 1820, en la guerra de liberación griega, como en 1854, cuando Gran Bretaña, Francia y el Piamonte de los Saboya, apoyaron a los turcos durante la guerra de Crimea. En 1878, el Congreso de Berlín y gracias a la diplomacia de Bismarck, echó por tierra los éxitos obtenidos en el campo de batalla por el Zar de Rusia, quien estaba a escasos kilómetros del control de los Estrechos. En los proyectos occidentales, el congreso debía proveer equilibrio a los Balcanes, conservando la independencia de Rumania, Serbia y Montenegro, redimensionando el principado de Bulgaria (desmedidamente filoruso), fortaleciendo a Austria (en su función antirrusa) con el control de Bosnia-Herzegovina y cediendo la administración de la isla de Chipre a Inglaterra. De hecho, en 1896 T. E. Lawrence de Arabia. 1917 Creta se rebeló contra los turcos y proclamó subsiguientemente su unión a Grecia. A continuación del Congreso de Berlín, Alemania también intentó jugar sus cartas en los conflictos del imperio, reemplazando a Gran Bretaña en el papel de tutor. En el año 1883 llegó a Estambul una misión militar alemana al mando del General Colmar von der Goltz, y en 1903 una sociedad germana logró obtener la concesión ferroviaria para conectar Konya con Bagdad y el Golfo Pérsico. En 1906, un grupo nacionalista fundó el partido de los “Jóvenes Turcos” con el objetivo de modernizar el imperio en un sentido democrático y unitario, y de rehabilitar la total independencia de las potencias occidentales. En 1908 y con el apoyo del Ejército, los Jóvenes Turcos obligaron al sultán Abdulhamid II a abdicar y lo sustituyeron por Mehmet V. Pero los proyectos de reforma constitucional de estos nacionalistas desaparecieron, cediendo muy pronto el puesto a un rígido centralismo estatal y a un desesperado nacionalismo en política exterior. Mientras tanto, continuó la lucha por los despojos de la dominación otomana. En 1908, Austria se anexionó Bosnia-Herzegovina; entre 1911 y 1912, Italia arrebató al imperio Tripolitania y Cirenaica (Libia), y las islas del Dedocaneso. En Oriente Medio, la Entente se guardó bien de favorecer cualquier alteración del statu quo que pudiera poner en peligro el control del Canal de Suez y su salida petrolífera de Chad-el-Arab. Sin embargo, en los Balcanes la presión conjunta de rusos y austríacos continuó y provocó enfrentamientos. En 1912, la Liga Balcánica (compuesta por Grecia, Bulgaria, Serbia y Montenegro) arrebató Macedonia a los turcos, quienes también perdieron el control del Mar Egeo. Ante esta serie de reveses militares, los Jóvenes Turcos reaccionaron alzando la bandera del nacionalismo turco. Sustituyeron la idea del gran imperio multiétnico por la del imperio anatólico, fundado este último sobre la etnia turca. El gobierno dirigido por Enver-bajá buscó un enemigo interno y lo encontró en la minoría armenia, que pagó un precio altísimo por convertirse en el chivo expiatorio de la utopía panturca, consistente en una cifra que oscila entre 600.000 y 1.800.000 víctimas del genocidio que a continuación tuvo lugar. Enver-bajá busca también la revancha militar y un aliado poderoso, y lo encontró en la Alemania del Káiser Guillemo II. En 1913 llegó a Estambul el general Liman von Sanders con el cargo de Inspector General al mando de la misión militar alemana que debía modernizar y reformar el Ejército turco. Von Sanders permaneció durante toda la Gran Guerra en Turquía, llevando el mando en el Cáucaso, Gallípoli y, por último, en Palestina. Luego de la derrota de los Imperios Centrales en la Primera Guerra Mundial, el Imperio Turco Otomano, gravemente socavado por la Rebelión Árabe reforzada por Gran Bretaña, se desplomó en el desorden, del cual nacerá la actual y moderna Turquía. THOMAS EDWARD LAWRENCE “Uno de los más grandes hombres de nuestro tiempo”, así juzgó Winston Churchill a Thomas Edward Lawrence, llamado a menudo T.E., es decir, Lawrence de Arabia. No bien pronunciamos su nombre, surge la imagen de un europeo que eligió integrarse al pueblo árabe, formar con él un solo cuerpo, compartir sus esperanzas y sus sueños. De un británico que hizo surgir un ejército del desierto. Vemos a Lawrence de Arabia envuelto en los pliegues de su albornoz y el “haik” sobre su frente , semejante a cualquier beduino. Y ya soñamos. El mismo Lawrence decidió escribir esta historia. Su libro “Los siete pilares de la sabiduría” es una obra maestra, admirada por los más grandes espíritus del siglo XX y de este siglo. Así el autor se introdujo vivo en la leyenda. El padre de Lawrence de Arabia, Thomas Chapman, abandonó a su mujer por Sarah Junery y juntos intentaron ocultar su unión tras el falso apellido Lawrence. Nacido en 1888, Thomas Edward, el segundo de los cinco hijos de la pareja, quedó profundamente marcado por el descubrimiento de la relación ilegítima de sus progenitores. En 1907, T.E. ha obtenido una beca para el Jesus College. Allí conoció a David G. Hogarth, eminente orientalista respetado en todo el mundo. Si un día existió Lawrence de Arabia, fue sin duda a causa de ese encuentro. T.E. estudió en Oxford y, fascinado por la resurrección de la estética medieval y del mundo árabe propia de su época, en 1909 realizó un viaje a Palestina y Siria para estudiar los castillos de los cruzados. En 1911 acudió como arqueólogo del British Museum a las excavaciones de la ciudad hitita de Karkemish, en el Éufrates. Es probable que, mientras perfeccionaba sus conocimientos de los dialectos árabes, fuera reclutado por el espionaje inglés, interesado por todo lo que tuviera que ver con los progresos de la Línea 3B, ferrocarríl que uniría Berlín, Estambul y Bagdad. En 1914 y al estallar la Primera Guerra Mundial, fue incorporado como Teniente-intérprete (2nd Lieutenant-Interpreter) y apoyado por una misión arqueológica. T.E. realizó un mapa en relieve del Sinaí. La ocupación de los arqueólogos era dar una apariencia académica a lo que, en realidad, era un estudio topográfico de carácter militar. En diciembre fue destinado a El Cairo, cuando Gran Bretaña acababa de declarar la guerra a Turquía y Egipto, y éste último país había sido proclamado protectorado británico. Aquí se le destinó al recién creado Departamento de Inteligencia Militar, bajo la dirección del Alto Comisario Sir Henry McMahon. Encargado de una misión relacionada con Hussein bin Ali, jerife de La Meca, se conviertió en confidente de su hijo Faysal. En mayo de 1916 la cuestión de la rebelión árabe había alcanzado un punto crítico. T.E. explicaba que, para obtener la confianza de la gente de estos pueblos, era necesario llevar sus ropas, hablar su lengua, vivir como ellos y pensar como ellos. En octubre del mismo año, se trasladó a Arabia como consejero militar de los árabes de Higiaz, que se habían levantado contra los turcos. Como otros agentes, T.E. quedó atrapado en las redes de un doble juego: por un lado, debía manipular a los árabes de acuerdo con los intereses ingleses y, por otro, quedaba cada vez más fascinado por el mundo árabe y contemplaba con entusiasmo la hipótesis de la creación de un reino árabe. Como una especie de dolorosa expiación, Lawrence se impuso las pruebas más duras y buscó sin cesar la muerte, construyendo al mismo tiempo su propia leyenda de “rey sin corona de los árabes”. La regla para T.E. fue evitar los ataques frontales y convenció a sus amigos árabes de que se lanzaran contra los flancos. Por su misma movilidad, los beduinos representan una contínua amenaza para los turcos. Akaba fue el dolor de cabeza de los ingleses, al punto que su uso por parte turca pudo significar la aniquilación del Cuerpo Expedicionario inglés. Pero… ¿Si él, T.E. Lawrence, convencía a los beduinos? Él no dudó ni por un instante: había que tomar Aqaba por sorpresa y advirtió de ello a El Cairo. El Estado Mayor no quiso ni siquiera oír hablar de la increíble sugerencia de aquel que, como consecuencia, se había convertido de nuevo en el “pequeño Lawrence”. No importa: T.E. decidió salirse con la suya. El 9 de mayo de 1917, un destacamento árabe compuesto de 2.000 hombres abandonó El Ouejd. Dos meses después, el 5 de julio, cayó la guarnición de 300 soldados turcos de Aqaba y el 6 de julio quitó a los mismos turcos su inexpugnable Medina. Lawrence no perdió ni una hora. Escoltado por ocho beduinos, atravesó el desierto de Nefud. ¡Recorrió 250 kilómetros en 49 horas! Y llegó a El Cairo para anunciar personalmente su victoria. De la noche a la mañana, el desconcido Lawrence se convirtió en héroe nacional. Promovido a Mayor, fue propuesto a la orden al mérito. Su sueño y su objetivo: una gran Siria árabe y una Arabia en la órbita inglesa. En enero de 1918 y tras el triunfo en Talifa fue condecorado con la Distinguish Service Order. La Revuelta Árabe creció a pasos agigantados y el ejército turco fue aplastado. Los árabes marcharon sobre Damasco y estaban exultantes. Hussein y Faysal creyeron alcanzar ya su objetivo. Pero, la alegría duró poco… Las contradicciones salieron a la luz una vez terminada la Gran Guerra, cuando T.E., ante los repartos anglo-franceses de Oriente Medio y la instauración de la Pax Britannica, vió desvanecerse su sueño de un gran reino árabe independiente. Lawrence fue vencido por el petróleo, pues, para disponer libremente de los pozos de Mossul, el gobierno inglés abandonó adrede Siria y el Líbano en manos francesas. Faysal intentó conservar Siria hasta el último esfuerzo, pero fue en vano. Cuando Churchill fue nombrado ministro del Imperio Británico, consultó a Lawrence, quien le sugirió reparar el daño que le se le había hecho a Faysal, creando para él el reino de Irak. Aquél aceptó. Entonces, el Coronel T.E. Lawrence quiso desaparecer, pero lo perseguían los periodistas de medio mundo; y los recuerdos de su aventura, entre ellos, el episodio nunca aclarado de la violencia sexual sufrida en su cautiverio como prisionero de guerra a mano de los turcos en Der’a, el 20 de noviembre de 1917, despertaron ecos masoquistas y homosexuales en su frágil psique. T.E. no pudo sobrevivir a Lawrence de Arabia y, en 1922, renunció a su puesto en el Foreign Office para enrolarse en la RAF, bajo el falso nombre de John Ross. Lawrence abandonó años después dicha institución armada y se convertió en soldado de segunda clase en el Royal Tank Corps, esta vez bajo el nombre de Shaw. Después retornó a la RAF. ¡Todo esto en once años! Este hombre oscuro y degradado mantuvo correspondencia con ministros, generales, diputados y altos funcionarios. Entre sus compañeros, nadie sabía nada de nada. En febrero de 1935 abandonó definitivamente la RAF, pues había decidido volver a escribir. En julio de 1935 apareció la primera edición de “Los siete pilares de la sabiduría”. La obra fue un éxito mundial. Diez semanas después de su retorno a la vida civil, subió a la moto de gran cilindrada que era su único placer. Fue a despachar un telegrama para su amigo, el escritor Williamson, quien estaba fascinado por la ascensión del nacionalsocialismo y estimaba que Inglaterra necesitaba otro Führer: ¡T.E. Lawrence, el único inglés cubierto de gloria! Williamnson pensó que T.E. debía reunirse con Adolf Hitler y quiso hablarle de ese proyecto. Lo más asombroso fue que Lawrence parecía seducido. El telegrama que envió ese día contiene estas palabras: “Venga a almorzar el martes conmigo”. Lawrence despachó el telegrama, hizo algunas diligencias y para regresar a su casa subió a su moto, y arrancó. De repente, en lo alto de una cuesta, vió dos bicicletas; quiso evitarlas, derrapó, cayó y su cabeza golpeó contra el suelo: el resultado fue fractura del cráneo. Murió seis días después, el 19 de mayo de 1935, en Dorset, Inglaterra. Lo enterraron en un pequeño cementerio anónimo. En el día de las exequias se vieron soldados del regimiento vecino, que conocieron al soldado Shaw.Sir Ronald Storrs condujo el duelo, mientras que Lionel Curtis, lady Astor, Eric Kennington y otros, seguían el ataúd. Pero muchos más estaban allí; Churchill, apartado, lloraba. El Rey Jorge V escribió al hermano de Lawrence: “El nombre de vuestro hermano vivirá en la Historia, y el Rey reconoce con gratitud los eminentes servicios que él ha prestado a su país; lamenta cuán trágico es que una vida aún tan rica en promesas haya encontrado semejante fin”. ¿Quién era Lawrence? Aquelllos que han consagrado años y años a estudiar su existencia atormentada, reconocen que no saben mucho. T.E., Lawrence de Arabia… ¿Acaso lo sabía? LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y EL BARÓN ROJO JAVIER VARGAS GUARATEGUA 1916… en Bélgica y Francia, la guerra muestra su verdadero rostro: los caballos y los bagajes se hunden en el barro, los cañones y las ametralladoras abren inmensos y terribles agujeros, los soldados de ambos bandos van a pie o se ven reducidos a tareas de reconocimiento y enlace, y al hacinamiento en las trincheras. El aeroplano es la nueva arma capaz de devolver su nobleza al caballero. Esta arma, completamente innovadora para lo que hasta entonces había sido la guerra, elevó la producción de aviones, desde los 300 que tenían todos los contrincantes al principio de la contienda, hasta los 150.000 al final, en 1918. En este contexto, la formación de caza más célebre del Imperio Alemán durante la Primera Guerra Mundial vio la luz el 24 de junio de 1917. En su calidad de primera ala de combate aéreo del Luftstreitkräfte (Servicio Aéreo alemán), la historia militar la conocería con el nombre de Jagdgeschwader I o, simplemente, como JG I. Ella estaba formada por un grupo permanente de cuatro “Jagdstaffeln” (Jastas o escuadrones de caza) ya existentes, en concreto, los números 4, 5, 10 y 11; así pues, la JG I disponía de una fuerza de unos cincuenta aviones militares. La historia de esta unidad estará unida para siempre con la de su primer y triunfador comandante, el reputado Rittmeister Manfred Freiherr von Richthofen, conocido en la época como el Piloto de Batalla Rojo y mundialmente famoso con el sobrenombre del Barón Rojo. La mayoría de los pilotos provenían del Ejército alemán (Deutsches Heer) o Ejército imperial (Reichsheer), y conocían a la JG I con el nombre de Geschwader Richthofen (ala Richthofen); pero para sus enemigos del Royal Flying Corps (RFC) era el Circo Volante de Richthofen, por los vistosos colores de sus aeroplanos y porque acudía al frente allí donde la lucha era más intensa. Tras la muerte de Richthofen en combate y después de su octagésima primera victoria, el Káiser Guillermo II ordenó que se cambiara el nombre de la unidad por el de Jagdgeschwader Freiherr von Richthofen Nr I. Tras dieciséis meses de combates aéreos, la Geschwader fue disuelta en noviembre de 1918, con 644 vistorias acreditadas en su haber. EL RITTMEISTER: MANFRED FREIHERR VON RICHTHOFEN Sin lugar a dudas, el piloto militar que más éxitos cosechó en la Primera Guerra Mundial nació el 2 de mayo de 1892, en Kleinberg (Breslau - hoy Wroclaw, Polonia), cerca de Schweidniz, en la Baja Silesia. Su padre era Oficial (R) del Ejército y Manfred, destinado a seguir los pasos de su progenitor, ingresó al Instituto para Cadetes de Wahlstatt a los 11 años de edad. Se graduó en el Instituto Principal de Cadetes en Gross-Lichterfelde en 1909 y en 1912 fue destinado, con el grado de teniente, al Regimiento de Ulanos – Zar Alejandro III de Rusia- Nº1 de Caballeria Prusiana. Cuando estalló la guerra, la unidad de Richthofen fue destinada al Frente Oriental, y él entró en servicio primero en Rusia, donde ganó la condecoración Cruz de Hierro y más tarde pasó a la infantería, en Francia; pero en esta última circunstancia no progresó mucho, ya que las condiciones que se vivían en las trincheras eran inhumanas y "muy aburridas", según sus palabras. Insatisfecho con la falta de acción que experimentó en este último frente, solicitó su traslado al servicio aéreo, petición que le fue concedida en mayo de 1915. Tras pasar por un período de instrucción como observador militar, Richthofen fue destinado de nuevo al Frente Oriental con el Fledflieger Abteilung (Batallón) 69, y luego pasó a servir con el Brieftauben Abteilung Ostende (BAO), denominación con la que se conocía una unidad multitarea que operaba en el frente de Flandes. Tras un encuentro casual con Oswald Boelcke (considerado el padre de la fuerza aérea alemana), Richthofen fue persuadido para que siguiera un entrenamiento como piloto de caza, formación que completó en diciembre de 1915. Mientras servía como piloto militar con la Kampfgaschwader 2 en Rusia, Richthofen recibió la oferta de unirse al nuevo Jasta de Boelcke. A los mandos del Albatros D.II, Richthofen hizo honores a la fe que Boelcke depositó en él, derribando un FE.2b (Farman Experimental 2) el 17 de septiembre de 1916: fue su primera y emocionante victoria, del total de 81 confirmadas, aunque sus victorias reales quizá superan las cien. Tras la muerte de Boelcke, el 28 de octubre de 1916, Richthofen demostró su talento al derribar un Airco DH.2 del comandante Lanoe G. Hawker, jefe del Escuadrón 24, y principal piloto de caza y “as” británico. Esta victoria, obtenida el 23 de noviembre, fue la 11ª del “As” alemán. El 10 de enero de 1917 fue nombrado comandante del Jasta 11, y dos días después se le concedió la Orden Pour le Merité (Blue Max), que se produjo tras su 24ª victoria. En calidad de Staffelführer (jefe de escuadrón), Richthofen demostró que era un líder tan hábil, un instructor tan excelente y un organizador tan magnífico, como excepcional era a los mandos de un aeroplano de caza. El 6 de abril fue nombrado Rittmeister (Capitán de Caballería). A finales del tristemente célebre “Abril Sangriento”, Richthofen había sobrepasado la marca de su ídolo, Boelcke, con 53 victorias y la fama de su Jasta 11 se extendió por toda Europa. Era lógico que se le confiara el mando de la primera unidad de caza del Luftstreitkräfte, pero su liderazgo de la JG I se interrumpió poco después a causa de una herida sufrida en la cabeza, casi fatal, el 6 de julio de 1917. El Rittmeister regresó al combate demasiado pronto, y después de cada vuelo se sentía aquejado de dolores de cabeza y de un estado de agotamiento. Pese a ello, era más importante su deber de guerrero y perseveró. Aunque muchos de sus superiores y su familia trataron de persuadirle para que abandonara el combate aéreo, Richthofen se negó rotundamente a hacerlo. En marzo y abril de 1918 parecía que había recobrado su antigua forma, ya que consiguió 16 victorias en menos de 6 semanas. A finales de abril, un caza inglés descendió al campo alemán de Cappy (Francia) y dejó caer un mensaje: “Al cuerpo de aviación alemán. El caballero barón Manfred von Richthofen ha muerto en combate el 21 de abril de 1918 y ha sido enterrado con todos los honores militares”. Quizá esto fue producto de un disparo de las trincheras en los alrededores de Amiens, o a causa de las ráfagas del piloto canadiense Arthur R. Brown. En su lápida, que se encuentra en el mismo lugar donde cayó, se puede leer en el respectivo epitafio: «Aquí yace un valiente, un noble adversario y un verdadero hombre de honor. Que descanse en paz». Así, en la figura de Richthofen se concentran varios elementos del mito: la contraposición entre la modernidad (el aeroplano) y el pasado (la aristocracia y la caballería); el inconfundible perfil de su triplano; y el hecho de ser “un héroe enemigo” con sentido del honor. Así y más que cualquier otro jinete del aire, el mito del Barón Rojo mantiene viva la ilusión de que la guerra es un gran juego en el que se muere joven y se es querido por los dioses. Y si se muere, es para seguir viviendo en la leyenda. LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LOS AVIONES MILITARES JAVIER VARGAS GUARATEGUA El primer vuelo de los hermanos Wright se llevó a cabo en 1903. Al poco andar, nació la aviación militar, menospreciada en un principio por las fuerzas terrestres y marítimas, desconocida su importancia por los clásicos de la estrategia militar, y abandonada al esfuerzo de unos pocos; fue necesario que ella demostrara su utilidad como “arma” para que se le otorgara un sitio preferente en la técnicas y tácticas bélicas. En 1914 la aviación estaba todavía dando los primeros pasos y se la consideraba como una especie de “caballería volante” de apoyo a las fuerzas terrestres. Así pues, los aeroplanos entraron en la guerra desarmados y se les destinó sobre todo a tareas de reconocimiento. Los primeros intentos de combate se llevarían a cabo con pistolas y fusiles manejados por los observadores a bordo de aeroplanos. Los pilotos se las arreglaban como podían; por ejemplo, el ruso Kazakov equipó su Morane-Saulier con un gancho con el que intentaba arponear a sus adversarios. En muchos casos se trataba de aeroplanos con hélice propulsora, colocada detrás del piloto. En consecuencia, la entrada en acción de aviones militares por primera vez en la historia durante la Primera Guerra Mundial hizo que todos los países que estaban en guerra apostaran claramente por el avión como arma de defensa y ataque. En este contexto, se fabricaron aparatos destinados a escoltar a los propios bombarderos o a interceptar los aviones enemigos. A una primera época en la que los modelos se concebían para una finalidad muy concreta, siguió otra marcada principalmente por la construcción de aviones de combate de usos muy diversos,a los cuales pudieran adaptarse con suma rapidez, incluso en el curso de una misión. Así, los primeros aviones militares de la historia se destinaron a misiones de reconocimiento. En otros tiempos, los comandantes de los ejércitos buscaban una posición elevada como puesto de mando para no perderse ningún detalle de la lucha. Con la entrada en acción de los aviones, el puesto de observación se volvió móvil. Las posibilidades y las necesidades de los aviones de reconocimiento han cambiado en el curso de la historia militar desde los días de 1914-1918, aunque todavía es válido el principio básico: detectar el objetivo oculto y, si es preciso, atacarlo. El reconocimiento aéreo del territorio o la simple observación por medio de globos aerostáticos permitieron seguir con detalle los movimientos del adversario. Los alemanes por ejemplo, estaban protegidos por su propia fuerza aérea de observadores del combate en tierra, que no sólo tomaron fotografías de las posiciones enemigas, sino que obstaculizaron a los aviones franceses en las operaciones de reconocimiento y seguimiento de las tropas germanas. También, los aviones ofrecieron la posibilidad de atacar la retaguardia de las líneas enemigas. Sin embargo, al principio de la Primera Guerra Mundial, se desconocían las posibilidades reales de un avión como “arma” militar. El dirigible parecía más adecuado para llevar grandes cargas de bombas. Empero, esta percepción cambió al comprobarse que los “zeppelines” alemanes que bombardeaban Inglaterra eran muy vulnerables al fuego enemigo. Los países que estaban en guerra se empeñaron en construír bombarderos cada vez más grandes y pesados para destruir sus objetivos militares. Estos aparatos no sólo dirigieron sus armas contra otras armas o contra portadores de ellas, sino también, contra quienes las fabricaban. A partir de entonces, su funcionalidad cambió en la medida que el carácter de la guerra aérea se vió modificado. Los combates aéreos jugaron un papel decisivo en la Primera Guerra Mundial. Así, se dió un paso adelante en la transformación del aeroplano en máquina de guerra cuando se le instala la ametralladora. En los biplazas, es el observador quien la maneja; en los monoplaza de hélices tractoras, el arma se coloca sobre el piloto, con un ángulo de 45 grados, de tal modo que los disparos no interfieran en la hélice. En marzo de 1915, el piloto francés Roland Garros montó unas planchas dobladas de acero sobre las hélices, para así poder disparar de frente, desviando los impactos que golpeaban la hélice. Pocos meses después, Heber, Leimberger y Luebbe, tres ingenieros de la fábrica Fokker en Schwerin pusieron a punto un sistema de sincronización de los disparos con los giros de la hélice. El Fokker E, a pesar de ser un aeroplano sencillo, estaba en funcionamiento todo el invierno. Desde este momento el pédulo de la supremacía aérea osciló hasta el fin del conflicto a medida que cada uno desarrollaba sus contramedidas y que nuevos modelos entraban en en acción. Volaron monoplanos (el alemán Fokker E y el francés Morane-Saulnier), biplanos de hélice propulsora (los ingleses Airco DH y la Royal Aircraft Factory, FE) y, sobre todo, aviones de hélice tractora (los ingleses Avro, Sopwith y Royal Aircraft Factory BE; los franceses Spad, Hanriot y Nieuport; los alemanes Hannover y Habelstadt CL –mortíferos cuando ametrallan a la infanteria a baja cota-, Albatros, Roland, Fokker y Pfalz), y triplanos (Sopwith y Fokker). Los italianos utilizaron sobre todo los aeroplanos ingleses y franceses, pero pronto emplearon su bombardero trimotor Caproni y la serie de hidroaviones Macchi, útiles para oponerse en el Adriático a los Hansa-Brandenburg suministrados por Alemania a los austríacos. Poco a poco se fue formando el concepto de “superioridad aérea” que escaló desde los duelos individuales hasta la formación de escuadrones y, más tarde, de grupos y alas, para conseguir el dominio sobre un frente de batalla determinado; y la balanza se inclinó definitivamente del lado aliado a mediados de 1916, en las batallas del Somme y Verdún. Como ocurriera con el carro de combate, su uso modificó las decisiones tácticas y estratégicas. El resultado fueron meses de masacres en tierra, en apariencia carentes de sentido, mientras que, al mismo tiempo, ambos bandos luchaban con igual ferocidad por el control de los cielos. También empezaron a construirse los primeros bombarderos de amplio radio de acción, como el bimotor alemán Gotha G IV y el cuatrimotor Staaken R VI. Aunque entre 1915-1916 los Zeppelin realizan los raids sobre Londres, el 13 de junio de 1917 los bimotores Gotha provocaron en esta ciudad 162 muertos y 400 heridos. Fue el anuncio de lo que será el “Blitz” 30 años después. En el otoño de 1918, los Aliados pasaron a la ofensiva final tras cuatro agonizantes años de estancamiento en la guerra de trincheras. En términos generales, la aviación de guerra emergió del primer conflicto mundial escasamente perfeccionada. Había intentado cumplir todas las funciones que desarrollará más tarde: reconocimiento, combate aéreo, bombardeo, apoyo de fuerzas terrestres, etc., pero sólo lo logró en forma muy rudimentaria. La única función que prácticamente no intentó fue la de transporte de efectivos. Sin embargo, la aviación militar permitió desarrollar la mayor parte de los conceptos de guerra aérea que serían utilizados hasta la Guerra de Vietnam y cambió la guerra en su forma clásica. El bando que dominase las nubes tendría, a partir de ahora, una ventaja abrumadora sobre su adversario, capaz de decidir la contienda. LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LOS DIRIGIBLES JAVIER VARGAS GUARATEGUA En los años anteriores a la Gran Guerra, todas la naciones que luego se verían involucradas, habían mostrado interés por los dirigibles. El 5 de marzo de 1912 las fuerzas italianas fueron las primeras en utilizar dirigibles de uso militar para el reconocimiento al oeste de Trípoli tras las líneas turcas. Empero, los dirigibles debutaron como arma en la Primera Guerra Mundial y trasladaron la guerra al cielo. Antes de la irrupción de los aviones militares o “cazas” que intensificaron los combates, la ciudades fueron atacadas desde el aire por enormes dirigibles con una estructura cilíndrica de aluminio con una cubierta de piel, fabricada exclusivamente con intestino de vaca, y que en su interior tenía celdas de gas separadas. Bajo la estructura había dos góndolas para la tripulación y una cabina para los pasajeros, que en tiempos de guerra se utilizaron para albergar las bombas. Pero serán las FF.AA. alemanas –a las que la fábrica del conde Ferdinand von Zeppelin suministra modelos cada vez más sofisticados- las que se obstinan en la nueva arma. La idea de crear globos dirigibles atacó a la mente de su inventor desde que tenía 40 años de edad. Le inspiró el haber participado como observador militar en la Guerra Civil Norteamericana en 1863, en la Guerra de las Siete Semanas o Austro-Prusiana en 1866 y en la Guerra Franco-Prusiana en 1870. El primer dirigible que terminó con éxito –el Luftschiff Zeppelin LZ-1- voló el 2 de julio de 1900. Tenia 220 metros de cabina y era capaz de volar a cotas superiores a los 4.900 metros. Lento, pesado y fácilmente identificable, vulnerable en cotas bajas (pues el hidrógeno que lo sustenta es altamente inflamable), el dirigible era en realidad, poco apto para la guerra aérea. Los Aliados lo relegaron a funciones de exploración naval con el objetivo de descubrir submarinos enemigos en inmersión. También, por parte alemana, las misiones sobre la primera línea pronto se abandonan y el dirigible se utilizó fundamentalmente en el frente oriental. Sin embargo, la marina alemana no renuncia al empleo estratégico de los dirigibles en los bombardeos a Inglaterra. La noche del 24 de agosto de 1914 un zeppelin alemán dejaba caer varias bombas sobre la ciudad belga de Amberes, causando numerosas víctimas. De este modo, Alemania desafiaba por primera vez las Convenciones de La Haya de 1899, donde se prohibió el lanzamiento de bombas desde globos o dispositivos similares. El Kaiser Guillermo II se opone a ceder a las presiones de los militares que, a finales de agosto de 1914, le han sugerido bombardear Londres. Restos de caballerosidad y escrúpulos morales se mezclan en la indecisión del káiser de extender la guerra a la población civil. No obstante, en 1915 llega el permiso. De la base de Fuhlsbüttel despegan tres dirigibles Zeppelin al mando del capitán de fragata Peter Strasser el 10 de enero de 1915; el objetivo es bombardear los muelles londinenses sobre el Támesis. La ofensiva es un fracaso; ninguno de los tres gigantes alcanza los objetivos y uno de ellos lanza varias bombas sobre Yarmouth causando dos muertos, los primeros civiles muertos en la historia de Inglaterra por un bombardeo aéreo. Sin embargo, los alemanes empiezan a confiar en los dirigibles como arma estratégica, ya que estos ataques demostraron lo mal preparadas que estabn las defensas antiaéreas inglesas. En la tarde del 21 de mayo de 1915, el Hauptmann Karl Linnarz, un notorio comandante de Zeppelin, llevó a cabo el primer ataque exitoso contra Londres. Él había despegado de una base aérea localizada en Evere, justo al norte de Bruselas, ganó altitud operativa sobre su campo y entonces permitió que una amigable brisa lo llevara en silencio sobre la capital británica. El pánico de la población civil a partir de ahí fue en aumento. Mientras,las autoridades londinenses deban consejos sobre qué hacer durante un ataque áereo, algunos bastante curiosos, como por ejemplo este: “BAJE A LA BODEGA Y LLÉVESE EL WHISKY”. También, atacaron Paris en dos ocasiones, pero los daños fueron limitados. Al principio, los “zeppelines” evitaban a los aeroplanos ingleses, volando de noche y a cotas inalcanzables para la incipiente fuerza aérea como arma. En 1914, los dirigibles ya habían alcanzado una altitud de 10.000 metros, cuando los mejores aeroplanos no sobrepasaban la cota de los 6.000 metros. Pero, en 1916 es el año de la derrota del “zeppelin”. Los ingleses arman a sus aeroplanos con balas incendiarias y sobre todo consiguen interceptar, mediante hidroaviones enviados desde los barcos,a los dirigibles poco después del despegue de sus bases, cuando todavía se encuentran en una cota baja y por lo tanto son muy vulnerables. Misiones de bombardeo y vuelos de hasta 100 horas de duración fueron realizados por “zeppelines” durante 1917. El 19 de octubre de ese año, se llevó a cabo el último ataque en masa de zeppelines sobre Gran Bretaña. Once dirigibles salieron en misión de bombardeo desde las costas de Flandes y sólo siete regresaron. Al final de la guerra se cuentan 51 incursiones sobre Inglaterra, 37 toneladas de bombas arrojadas y más de 500 civiles muertos. El 19 de julio de 1918 siete Sopwith Camel lanzados desde el portaaviones “Forious” destruyen dos zeppelines en tierra, en la base de Tondern. Es el primer ataque aéreo desde un portaaviones y la derrota definitiva de los dirigibles en su duelo con el aeroplano. Finalmente los “zeppelines” fueron sustituidos por los bombarderos.