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Del árbol que dio sabrinas azules Sabrina Gross DEL ARBOL QUE DIO SABRINAS AZULES Había una vez un árbol que estaba en las afueras de la ciudad que todas las primaveras daba sabrinas azules. El árbol estaba en una plaza y alrededor de él había bancos donde se sentaban enamorados todos los atardeceres a hablarse de amor. Era un árbol centenario, de hojas verdes y azules. La particularidad de sus frutos era que con ellos se podía hacer licor. Las sabrinas eran pequeñas y dulces, parecidas a las flores del ceibo. Pero eran pequeñas figuras humanas que bailaban con el viento. Los que sabían que con ellas se podía hacer licor iban todas las noches al árbol y robaban cientos de ellas, después las dejaban en alcohol diez días y las pisaban sacándoles el jugo azul que tenía un sabor similar a la menta. Hacían litros de licor, los ponían en los antiguos botellones de leche y los vendían los domingos a la tarde en una feria artesanal. Los licores de sabrinas tenían el poder de emborrachar a cualquiera de un solo sorbo. Las personas que bebían sabrinas llegaban al éxtasis en un segundo. El licor de sabrinas era exclusivamente conocido por los cultores de la bebida, que decían que las sabrinas tenían poderes afrodisíacos si se combinaban con un poco de miel. Otros, decían que las partes de las sabrinas, como otros productos naturales, tenían propiedades curativas. La cabeza por ejemplo, pisada con un martillo de cocina y combinada con azúcar, tenía efecto analgésico para el dolor de cabeza. Las extremidades, cortadas cuidadosamente en sus extremos, y picadas en cuadraditos, mezcladas con azufre, curaban los dolores musculares y también eran pócimas para combatir la soledad. El tronco, dividido en superior e inferior, cortado en círculos y mezclado con sal y aceite era un remedio para los malestares del hígado y por el aroma era un poderoso medicamento contra el resfrío. El corazón, arrancado de cuajo y mezclado con todos los corazones de todas las sabrinas era por sí mismo un efectivo remedio para el corazón y los problemas de circulación. El árbol que daba sabrinas azules se hizo conocido de boca en boca. Solamente las hechiceras de las afueras de la ciudad sabían combinarlas en la medida justa. Pero con el tiempo se fue haciendo conocido y las personas iban de día y de noche a robar las sabrinas que no alcanzaban a florecer ni a madurar como era debido. Se hizo tan conocido el árbol de sabrinas que un día llegaron a él agentes de la municipalidad, que impunemente decidieron podarlo. Como no era época de poda, el árbol de sabrinas quedó mal podado y en vez de crecer a lo ancho, como era natural en su forma, creció a lo alto y nadie alcanzaba a sacarle los frutos. Por eso las sabrinas empezaron a caer y a reventarse contra el suelo, pudriéndose, sin que nadie las pudiera usar para el bien del otro. Pero las hechiceras no dejaron vencerse y pasaban los días esperando con canastos que las sabrinas cayeran para poder recolectarlas . Una sabrina golpeada no servía para nada así es que se turnaban y ponían algodones en sus canastos para que al caer las sabrinas no se mataran. 1 Del árbol que dio sabrinas azules Sabrina Gross Un día, el árbol de sabrinas amaneció seco. Un hongo se había apoderado de la raíz y había marchitado todos sus frutos. Los vecinos y enamorados le hicieron un funeral. Y después de un tiempo tuvieron que arrancarlo. Muchos intentaron hacer de las sabrinas que conservaban un nuevo árbol, plantándolas en el mismo lugar. El árbol no brotó, no prendió. Nunca más hubo sabrinas pero las hechiceras guardaron en las hojas de los libros de recetas sabrinas secas, y cuentan la historia de ese árbol a todos sus nietos, que esperan algún día ver el fenómeno de un árbol que dio humanos. 2