Download Este indio, Dasan Arjan Dangar, se jacta Oe poseer la barba más
Document related concepts
Transcript
4 <7 Este i n d i o , D a s a n Arjan D a n g a r , s e j a c t a Oe p o s e e r l a b a r b a m á s l a r g a d e l m u n d o . .1 S de suponer que los primitivos liabitantes del planeta fueron todos —todos los hombres, naturalmente— barbudos y melenudos, por la sencilla razón de que no c s probable que dispusieran d e instru mentos para cortar cl pelo y menos pro bable aún que hubieran pensado en supri mir o acortar aquello que les daba la na- E n r«y • • l r l « « a r d M á p « l e 11 e e a au» i M r m a M a . p o « - tlxaa y r u a d a s barbas. Tanf»"." «=2"«>C'««o por s u s e n e m i g o s , L u t e r o , d u rante sus luchas, llevaba puesta una barba p o s t f " . la muerte. Y aun tioi|, entre los sacerdotes maronitas, no hay castigo más cruel que ser despojado de la barba. Los que más estimaban este adorno de la fisonomía eran los árabes, los cuales se la perfumaban y tenían la costumbre de besársela unos a otros a modo de saludo y como demostración de amistad y respeto. Los egipcios eran, entre los orientales, los únicos que no se dejaban crecer la barba. Sólo los nobles y los reyes lucían una barbilla puntiaguda, pero no natural, sino postiza. También los a s i r l o s llevaban barba artificia!, con rizos que formaban . a i l e I n c l á n , el caprichosos dibujos. Pefamoso barbudo, v i s t o p o r Sirio. ro esta poblada barba p o s t i z a iba sobre otra natural, larga y estrecha como un mechón. Los pueblos del norte de Europa, asi como ios primitivos helenos y algunos otros, constituían excepciones cn el uso de la barba tan extendida por cl planeta. En la parte septentrional de nuestro continente se han descubierto pinturas rupestres demostrativas de que aquellas razas, en la edad de bronce, eran enemigas de llevar el rostro cubierto de pelos, ñdcmás, se han hallado instrumentos que se supone fueron los precursores de las navajas de afeitar. De modo que la costumbre moderna, tan generalizada cn el mimdo, de llevar cl rostro rasurado, no es una novedad como las actuales juventudes pretenden orguUosamente. En Grecia, posteriormente a la entrada de los helenos, se adoptó la barba como noble adorno y signo de virilidad g valor. En Esparta se castigaba la cobardía cortando al cobarde una parte de la barba. Pero en aquellos pueblos las barbas eran sólo atributos de hombres de edad madura. Por eso a ñ p o l o lo representaban sin barbas y a Hércules barbudo. Alejandro M a g no introdujo la costumbre de afeitarse, la cual se impuso plenamente después de ciertas luchas entre los partidarios y los enemigos de la innovación. De tal modo arraigó la costumbre, que el pueblo ridiculizó a los adeptos a cierta escuela filosófica por el mero hecho de que seguían luciendo una poblada e inculta barba. La divulgación del afeitado dio lugar a la creación de las barberías, que fueron centros de reunión de los desocupados g, pgr lo tanto, lugares de H o c k e f e l l a r . a l o s 36 a ñ o s , u s a b a e s t a s p a t i l l a s q u e e n a q u e l t i e m p o h a d a n furor. turaleza. Lo cierto es qu¿ posteriormenle —un «posiciiormcnte» también muy remoto— el uso de la barba estaba tan generalizado, que el que no la llevaba constituía una excepción. Sin duda, se consideraba un signo de masculinidad, algo asi como una prenda de vestir propia de los hombres y cuya ausencia podía interpretarse como afeminamicnto. En este concepto la tenían los antiguos pueblos del occidente asiático, que además la consideraban un símbolo de fuerza y un adorno sagrado. Cortarla constituía un castigo tan duro que muchos preferían T o l l t r a i d r á Ü t e s d * la S o c U d a d G a n a r d I d » P u b I t e a c l o n M , c a l i * B o r r . l l , • núm. 1 4 3 - 1 4 9 , Barcelona Las barLoa Balbo dV DIVULGACIÓN CIENTÍFICA ESTRELLAS Y PLANETAS SINGULARES Pease y ñndcrson, han aplicado este procedimiento a la determinación de los diámetros aparentes de las estrellas rojizas de primera magnitud, entre ellas Betelgeuse, de la constelación de Orion; Arcturo, del Boyero, y flntares, del Escorpión. Para Belelgeuse resulta un diámetro aparente de 0"047. Adoptando como paralaje de esta estrella 0"017, se obtiene un diámetro que equivale a 2,7 veces la distancia que separa la Tierra del Sol, lo que representa trescientos diámetros solares, o a un volumen veinti- siete millones de veces superior al del Sol. Conforme se ve, nuestro astro central, ante tales grandiosidades, queda reducido a un pigmeo, por más que su volumen equivale a un millón trescientas mil veces el de la Tierra. Para Arcturo se ha encontrado un diámetro aparente de 0"021, por lo cual, si admitimos una paralaje de 0"095, su diámetro es veintiocho veces superior al del Sol. En cuanto a Antares, su diámetro aparente resulta ser de 0"MO. Suponiendo su paralaje igual 0"023, su diámetro será doscientas veces superior al del Sol y su volumen ocho millones de veces mayor. (Ahora bien, se ha demostrado por la observación y aún por la teoria, que las masas de las estrellas no son nunca enormemente superiores a la del Sol. Podría- Orblta de la e s t r e l l a c o m p a ñ e r a de S i r i o . innumerables soles que graLlasOSvitan en el Universo muestran características más extremas. Pudiéramos decir que nuestro Sol ocupa el término medio de esos j matices infinitos. No hace más que dos tercios de siglo, cuando Secchi estableció por primera vez su escala cósmica estelar a base de los caracteres espectrales, que "j pudo venirse en conocimiento de i la diversidad de temperaturas de las estrellas y, como consecuencia, de su edad relativa, lo cual estableció una diferencia bien marcada entre una estrella blanca azulada, como Sirio, en plena uventud, y ciertas estrellas ra as que pud eran considerarse llegadas a su edad decrépita. Pero, en aquella época, jamás pudo creerse que dentro de menos de un siglo otras investigaciones, siguiendo nuevos caminos, descubrieran maravillosos panoramas entre esas mirladas de estrellas y mundos que gravitan en el Universo s i n limites. N o cejó por ello en sus investigaciones el análisis espectral. Aumentó, además, la potencia de los instrumentos, y la fotografía fué constituyendo un valioso auxiliar de los estudios espectroscópicos. Por otra parte, diversas consideraciones teóricas, perfectamente confirmadas por la práctica, han enriquecido nuestros conocimientos con revelaciones inesperadas. Una de las aplicaciones modernas y más interesantes de la óptica ha sido la medición directa del diámetro aparente de las estrellas. Gracias a diversas consideraciones, apoyadas en el fenómeno de la difracción de la luz y que aqui no es posible desarrollar, cabe la medición de esos pequefiísimos diámetros aparentes. Ahora bien, se comprende sin esfuerzo que si conocemos el diámetro aparente de un objeto y su distancia a nosotros, podremos calcular el diámetro lineal de dicho objeto y, por lo tanto, de una estrella cuando conozcamos su distancia y su diámetro aparente. Diversos astrónomos, entre ellos Un p e q u e ñ o s a l t o q u e d i é r a m o s núsculo planetoide nos llevarla Y TÉCNICA e n la s u p e r f i c i e de un m i a un l(ildii\etro de a l t u r a . DIVULGACIÓN ClENTÍflCA mos admitir que la masa máxima de las mismas es del orden de un centenar de veces superior a la da nuestro astro central. Nada tan fácil, entonces, como deducir la densidad máxima de estas estrellas gigantes, densidad que indudablemente será millones de veces inPig. ferior a la del aire 178 que respiramos. Podriamos, pues, penetrar en el interior de Betelgeuse sin encontrar la menor resistencia; bien podemos decir, por consiguiente, que tales estrellas son, en realidad, estrellas nebulosas. Y TÉCNICA Hubo un tiempo, y de esto no hace muciios años, en que fué creencia general entre los astrónomos que las etapas cósmicas de las estrellas se sucedían en la siguiente forma: estrellas jóvenes, blancas azuladas y de elevada temperatura; estrellas amarillentas, de temperatura inferior y, por consiguiente, de edad más avanza- ^I-TRAE por su pequenez, se las denomina enanas. Como se ve, según la opinión corriente, las coloraciones se repiten; o, en otras palabras, las estrellas son rojizas en sus primeras y ú l t i m a s edades. Pero no son éstas las únicas categorías que existen de estrellas. Se presenta también un caso especial: el de las llamadas «blancas enanas, y de las cuales existen pocos ejemplares conocidos. Uno de ellos, y tal vez el más notable, es la estrella compañera de Sirio. Es sabido que esta rutilante estrella, la más brillante del Cielo, es doble; es decir, que forma siste- G ORIONIS (El Trdpezic) «yi, IWÍ.- ruó..'"' i (lío i ftrr 90' 2.70': .•••''lUO Órbita de la e s t r e l l a doble 'TO O p h l u c h U . VANOROHEDAE A s p e c t o t e l e s c ó p i c o tfe l a s e s t r e n a s m ú l t i p l e s : E , de Lira; O, de O r i o n , y da; estrellas anaranjadas y rojizas, de más edad y de temperatura inferior; en fin, estrellas rojas rubí, que se hallarían ya cn su ancianidad. ñctualmentc la opinión general ha cambiado bastante y en la siguiente forma: estrellas gigantes, jóvenes, de coloración rojiza y de temperatura relativamente poco elevada. Entran en esta categoría las estrellas nombradas más arriba. Siguen, luego, las estrellas blancas, de menor diámetro y mayor temperatura. Después, las blancas azuladas, a las que les corresponde la máxima temperatura y que se hallan cn su edad adulta. Estrellas amarillentas, que es el caso de nuestro Sol, con temperatura decreciente y menor diámetro. Estrellas otra vez rojizas, de edad avanzada y cada vez de menor diámetro. En fin, estrellas rojas y rojo obscuras, que corresponden a las últimas etapas de la vida estelar y que 1M5 Andrómeda. ma fisico con otra estrella mucho menos luminosa que ella y que gira alrededor del centro de gravedad del sistema en poco menos de cincuenta años y a una distancia igual a la que separa el Sol del planeta Urano. Estas características, en si mismas, no tienen nada de sorprendente, puesto que sc repiten con alguna frecuencia. Pero no ccurre lo mismo por lo que se refiere a la masa de la estrella compañera. En efecto, esta masa es, desde luego, considerable, por cuanto da lugar a perturbaciones muy sensibles en el movimiento propio de la estrella principal, o sea Sirio; y son tan notables estas perturbaciones que permitieron al astrónomo Bessel, antes del descubrimiento óptico de la compañera, suministrar los elementos necesarios para el cálculo de su órbita alrededor del centro de gravedad del sistema, cálculo que llevó a efecto Peters. Hay que consignar que la estrella pequeña es de 8,5 magnitud y, por consiguiente, unas diez mil veces menos brillante que Sirio, lo que, cn principio, podria hacer creer que su masa es incomparablemente menor que la de la estrella principal. Pero hay más. El estudio del espectro de dicha estrella satélite demostró por sus características especificas que no era un planeta de Sirio que brillara con luz reflejada, sino un sol cuya temperatura cn la superficie era de unos ocho mil grados. Rhora bien; la única manera de explicar esta elevada temperatura, al propio tiempo que el escaso brillo del astro, consiste en suponer que éste es muy pequeño; es decir, que consiste en una estrella blanca enana y cuyo diámetro equivale, aproximadamente, y según determinadas consideraciones, a tres veces el de la Tierra. Admitiendo estas premisas, cuyo valor teórico no es posible discutir aqui, es fácil calcular cuál debe ser la densidad de este astro excepcional. Hechos los cálculos, resulta que dicha densidad es ¡cincuenta u cinco mil veces superior a la del agua! En esta forma, un centímetro cúbico de la materia que constituye dicha estrella pesaría cincuenta y cinco kilogramos trasladada sobre la Tierra. Pero no es esto todo; la intensidad de la gravedad en la superficie de dicha estrella es treinta y cinco mil veces superior a la de la Tierra, flsi resultaría que el peso de un centímetro cúbico de materia colocado en la superficie de la mencionada estrella ¡pesaría cerca de dos mil toneladas! Como se ve, hemos llegado a consecuencias que pocos años U n c a n o n c o l o c a d o l i o r i z o n t a l m e n t e e n la s u p e r f i c i e de la e s t r e l l a c o m p a ñ e r a de Sirio n o podría l a n z a r el p r o y e c t i l a m i s de d i e z c e n U m e t r o s de d i s t a n c i a . He aaul un fragmento d e la V i a Láctea con sus millones de astros entre los que reinan las mis d i v e r s a s g r a v e d a d e s . DIVULGACIÓN CIENTÍFICA atrás s e hubieran con s i d e r a d o como com pletamente d e s c a b e lladas. Teníamos co mo cuerpo de máxima densidad el platino o el iridio, y ahora, de p s o p e t ó n , saltamos a densidades m i l l a r e s 17 de veces superiores. Teníamos, también, astros, como el Sol, en cuya superficie la intensidad de la grave dad era casi treinta veces superior a la de la Tierra, y quedábamos admirados por ello. E n fin, que todos nuestros conoci mientos fundados en estudios terrestres y aun de nuestra familia solar no nos habían revelado nada que pudiera compararse con esos descubrimientos que nos proporciona Y TÉCNICA E n la s u p e r f i c i e de a l g u n o s p l a n e t o i d e s la g r a v e d a d e s t a n débil q u e s e p o d r i a l e v a n t a r u n a l o c o m o t o r a c o n la m a n o . DIVULGACIÓN CIENTÍFICA cl estudio del Cielo en toda su amplitud. E imaginese, también, cuál será la presión que deberán resistir l a s c a p a s profundas de la estrella satélite de Sirio bajo la acción de tan formidable gravedad, actuando sobre densidades tan enormes. E l l e c t o r s e prePá9 guntará c o n m u c h a ISO razón ¿cuál es la causa de esas sorprendentes densidades, de las que no hay nada semejante en la Tierra? Interinamente, por lo menos, podemos aceptar la siguiente interpretación debida al astrónomo inglés Eddington. Consideremos, en primer lugar, la temperatura de millones de grados que radica en las entrañas de la consabida estrella, de volumen relativamente pequeño, y tengamos entonces en consideración el efecto de la presión de la radiación, c)ue tiende a ionizar los átomos que constituyen dicho astro. Es sabido que la ionización de los átomos consiste en el arranque de uno o más electrones, los cuales, junto con los respectivos protones, ccmstituyen los átomos. Cuando un gas no está ionizado, se supon? que esos electrones giran alrededor de los protones, formando verdaderos sistemas dinámicos. Resulta asi que cada átomo contiene muy pequeña cantidad de materia, puesto que existe un espacio relativamente muy grande entre electrones y entre éstos y los protones. Como, por otra parte, los átomos no se compenetran, resultarán grandes huecos en la constitución de la materia. Pero supongamos ahora que, por efecto de la ionización, hayan sido arrancados de cada átomo todos los electrones; entonces ocurrirá, en cl caso de que el gas esté sometido a una gran presión, como ocurre en dicha estrella, que los protones llegarán a ponerse en contacto, desapareciendo, por r TÉCNICA consiguiente, los huecos primitivos. Resultado evidente de esta transformación será que la densidad se hará incomparablemente mayor, por cuanto pudiera decirse que la materia se halla en estado compacto o macizo, o como sometida a una presión prácticamente infinita. En esta forma, resulta un cuerpo físicamente gaseoso, pero con una densidad millares de veces superior a la del agua. El caso sorprendente que nos ofrece la estrella compañera de Sirio es raro. Existen algunos otros casos conocidos, pero muy pocos. Hay que reconocer que ignoramos la causa de esta rareza y que todavia existen muchas incógnitas en estos problemas, aparte <áe la explicación dada por Eddington no pasa de ser, como cs natural, una hipótesis, muy plausible, si se quiere, pero una hifyótcsis en fin. Esas formidables densidades y esas intensidades inconcebibles de la gravedad, hasta el extremo de que cl cuerpo humano colocado en las condiciones de la compañera de Sirio quedaría aplastado sobre cl suelo, o reducido a una lámina, contrasta con la ligereza del peso de los cuerpos en otros astros minúsculos y de los que tenemos ejemplos en nuestro sistema planetario: tales son los asteroides que circulan entre Marte y Júpiter y algunos de los satélites. Es sabido, por ejemplo, que los satélites de Marte poseen unos diámetros del orden de diez kilómetros, ftdemás, entre los asteroides conocidos abundan los de cien, cincuenta, veinte, etc.. kilómetros de diámetro. Y bien podemos añadir que algunos, como flibert, Antcros y otros, no cuentan más allá de cuatro kilómetros. Por lo demás, nada tan cierto como la existencia de asteroides de dos, uno y aun menos kilómetros de diámetro, pasando de ia categoría de pequeños mundos a la de meteoritos o pedruscos. Lo propio podríamos decir de los elementos que constituyen los anillos de Saturno. Fi émonos, por ejemplo, en un asteroide de diez kilómetros de diámetro, pues me- nos que esto no podemos considerarlo ya como un pequeño mundo, sino como un simple bloque de piedra; y vamos a ver en ese mundo pigmeo cómo se comporta la gravedad, suponiendo que la densidad del mismo es igual a la de la Tierra. Recordaré, al efecto, que la acción de la gravedad se efectúa en razón directa de las masas en presencia y en razón inversa del cuadrado de las distancias, deduciéndose de ello fácilmente que para un cuerpo si^ tuado en la superficie de diferentes astros, pero de la misma densidad, la intensidad de la gravedad es directamente proporcional al radio. Asi se encuentra en nuestro caso de un planetoide de cinco kilómetros de radio que la intensidad de la gravedad será mil doscientas sesenta veces menor que en la Tierra, porque cl radio terrestre, en números redondos, cs de seis mil trescientos kilómetros. Por consiguiente, lo que en la tierra pesa mil doscientos sesenta kilcs, en el planetoide pesará sólo uno. Una bala de fusil se perderá por cl espacio para no volver nunca más a caer sobre el astro. Un pequeño salto que diéramos en su superficie nos llevaría fácilmente hasta un kilómetro de altitud. Estos efectos serían todavía mucho más acentuados en otros as'eroices menores. Con una sola mano podríamos levantar una locomotora que en la Tierra pesara, por ejemplo, ochenta toneladas, en uro cualquiera de los más minúsculos asteroides conocidos. En contraste con estas conclusiones, recordemos lo dicho sobre la estrella compañera de Sirio. La intensidad de la gravedad en su superficie se ha dicho que era treinta y cinco mil veces superior a la de la Tierra; esto significa que un cuerpo, cayendo libremente en el vacío, al cabo de un segundo habría adquirido una velocidad de tre:c¡entos cincuenia kilómetros por segundo, en números redondos; velocidad verdaderamente estupenda. Pero téngase entendido que al cabo de un segundo de calda habría recorrido ya ciento setenta y cinco kilómetros, y que por lo tanto, la experiencia deberia hacerse desde grande altura. Si ésta fuera tal que la caída pudiese durar, por ejemplo, cinco segundos, la velocidad con que llegaría un objeto al suelo sería de unos mil setecientos cincuenta kilómetros por segundo, suficiente para que el cuerpo se volatilizara, al transformarse la fuerza viva en calor. Un cañón colocado horizontalmente podría lanzar un proyectil en condiciones parecidas a las de la Tierra, pero el proyectil se precipitaría rápidamente al suelo. En cambio, colocado verticalmente, ninguno de los cañones terrestres sería capaz de lanzar el proyectil fuera de la pieza, ya que la aceleración debida a la explosión de la carga seria considerablemente inferior a la aceleración de la gravedad. Como se ve, estamos ante ccntrastes de una cuantía inconcebible. Es indudable que las condiciones biológicas están intimamente enlazadas con las características mecánicas, físicas y químicas de cada mundo y de cada sol, y que éstas, conforme nos demuestra la observación, varían hasta ei infinito. Ahora bien, ¿son necesarias para la vida unas caracter'ísticas concretas y restringidas, o bien la vida es posible dentro de un amplio margen de tales características? Son preguntas éstas a las cuales no nos es posible todavia contestar; pero no será ninguna utopía seguramente suponer la existencia de esta universalidad de la vida, dando por sentado que en el Universo no existen elementos y dinamismos absolutamente superfluos. •'A • R e g i ó n n e b u l o s a de la c o n s t e l a c i ó n del Cisne UuiiUe se halla la estrella U. doble, de d i c h a co,i>telacio.i. J. COMAS SOLA que fué mal visto por un gran contingente de españoles. También en la religión ha tenido su importancia la barba. En la edad media se impuso a los sacerdotes católicos que fueran afeitados. Únicamente los misioneros y los miembros de determinadas órdenes tenían cl privilegio de llevar barba. En cambio, los sacerdotes de la iglesia griega consideran imprescindible la barba y otro tanto puede decirse de los popes rusos. En los últimos tiempos la barba ha ido perdiendo su preponderancia hasta desaparecer casi por completo. Hoy forman excepción los que la llevan, y cn Norteamérica, Inglaterra y otros países ver un barbudo es una rareza que casi produce sensación. También la b a r . bita de B e n a vente e s famosa en toda Europa. Otra barbn con o c i d a <-n t o d o el m u n d o : l a tlis Bcrnard Sh.iw. polémica y murmuración. En Koma hubo épocas favorables al uso de la barba y épocas en que los romanos prefirieron llevar el rostro afeitado. Desde luego, la costumbre de rasurarse era muy antigua. En el año 103 antes de J. C. ya existían los barberos, a los que se llamaba «tonscres». EscipiíJn, el segundo Africano, s e afeitaba diariamente. En cambio, en tiempos de Augusto, se tenia la barba como un símbolo de juventud y sólo se llevaba hasta los cuarenta años. Constantino volvió a introducir la costumbre del rasuramiento a todas las edades y los em()eradores que le sucedieron mantuvieron su desprecio a la barba. Los germanos eran fieles a ella. Llevar barba indicaba que el hombre habia llegado a una edad en que no sc le podia faltar al respeto. Ir afeitado era signo de esclavitud. Y por eso, porque representaba una humillación y un sufrimiento moral, algunos sc rasuraban por voto. Los francos, cn la época merovingia, tenían la barba en gran estimación. Los reyes sc la cuidaban con solicitud y se la adornaban con botones de oro. En esto se parecían a los persas, que las entrelazaban con hilos de oro o las espolvoreaban con polvos del precioso metal. En las canciones de gesta se llamaba a Carlomagno principe de la «barba florida». Desde el siglo xn al final de la edad media imperó cn Francia la costumbre de ir afeitado entre las altas personalidades. Rasurados iban Carlos VII, Luis XI, Carlos VIII, Luis XII y todas las personalidades de sus respectivas cortes. En cambio, en España estuvo de moda la barbita puntiaguda durante el siglo xiv. Pedro el «Grande» de Rusia obligaba a pagar contribución a los que llevaban barba, con la sola excepción de los sacerdotes y aldeanos, y Felipe V favoreció la supresión de la barba en nuestro país, lo Desde muy antiguo la barba ha t e n i d o . su papel en la higiene, y mientras unos la han considerado saludable, para otros no es más que un nidero de suciedad. Los dos bandos tienen su parte de razón. En los países fríos cl uso de la barba evita ciertas enfermedades de la boca. En cambio, es evidente que la limpieza de una cara cubierta de pelos es más difícil que la de un rastro afeitado, y que el polvo y ta suciedad se adhiere mejor a la maraña de una barba que a la superficie de la piel. Pero, como ocurre siempre en contiendas de esta índole, no es la parte higiénica la que ha decidido la victoria de los rostros rasurados, sino simplemente las veleidades de la moda. No tendría^ nada de particular que dentro de algunos años un hombre sin barba resultara una rareza. Pero, sea cual fuere la moda, ésta no ha podido evitar que multitud de hombres ilustres hayan permanecido, contra viento y marca, fieles a la barba c incluso hayan conseguido hacerla famosa. Trotzky, BaLbo, Benavente, Valle Inclán y muchos otros pueden servir de ejemplo. Algunos de ellos han logrado levantar corrientes mundiales de imitación y si se quitaran la barba es seguro que perderían gran parte de su personalidad y del ambiente de popularidad que los rodea. He aquí la s i n g u l a r y un t a n t o g r o t e s c a b a r b a d e V í c t o r M a n u e l II. — P e r d o n e . Crei q u e e s t a b a l e v a n t a d o el c r i s t a l . — — S e ñ o r a , le r e c o m i e n d o e s t e p u l v c r t i a d o r c a r g a d o de e s e n c i a de c e b o l l a . C u a n d o la s e ñ o r a n e cesite un vestido n u e v o , no tiene m á s q u e a p r e t a r la p e r i l l a . A s i , podrá h a c e r la p e t i c i ó n a s u m a rido l l o r a n d o c o p i o s a m e n t e . — ' 7 • ^ ^ B ^ c o n un c u c h i l l o t a n p u e d e c o r t a r un b l s 1. • s c o r t e cl c u c h i l l o íóü^! i — H a c e media hora que est a m o s esperando y ese tipo sin m o v e r s e . — El h o m b r e q u e l l e g ó t a r d e mi g u a r d a r r o p t i