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(2006). In K. McCartney & D. Phillips (Eds.), Handbook of early childhood development (pp. 44-61). Oxford, UK: Blackwell Publishers. Family Influences on Early Development: Integrating the Science of Normative Development, Risk and Disability, and Intervention Michael J. Guralnick Este capítulo se centra en las pautas de interacción familiar que influyen en la competencia social e intelectual de los niños pequeños. Trata sobre el desarrollo de las competencias sociales e intelectuales que capacitan a los niños para perseguir sus propias metas de la forma más eficaz posible, y para hacerlo en el contexto de los valores, expectativas y rutinas de sus familias. Es importante señalar que las cualidades de las pautas de interacción familiar que promueven el desarrollo difieren sustancialmente entre las familias, y que muchas de estas variaciones pueden alterar materialmente las trayectorias evolutivas de los niños, especialmente durante los primeros años de la infancia. Efectivamente, las familias enfrentadas a distintas combinaciones de factores estresantes o de riesgo psicosocial y ambiental establecen con frecuencia pautas de interacción familiar cuyos características se alejan de las que promueven el desarrollo óptimamente (Belsky & Fearon, 2002; Burchinal, Roberts, Hooper, & Zeisel, 2000; Liaw & Brooks-Gunn, 1994; Sameroff, Seifer, Barocas, Zax, & Greenspan, 1987). Desde otra perspectiva, y desde la que se presenta en este capítulo, las condiciones genéticas, los agentes infecciosos y otras causas biológicas hacen que muchos niños exhiban características del desarrollo alteradas e inusuales que ponen el peligro el establecimiento de pautas de interacción òptimas incluso en las familias más conscientes y entregadas. Sin embargo, como veremos, con independencia de la naturaleza y del origen de los factores que dificultan el establecimiento de las pautas óptimas de interacción, se puede proponer un mismo marco evolutivo que ayude a comprender los factores que influyen típicamente en el desarrollo típico de los niños y en el de los niños susceptibles de tener problemas de desarrollo como consecuencia de factores biológicos o ambientales. Más aún, este mismo marco evolutivo puede servir como guía para diseñar y evaluar la eficacia de las intervenciones tempranas dirigidas a optimizar el establecimiento de las pautas de interacción familiar que promueven el desarrollo de los niños vulnerables. Efectivamente, la comprensión del desarrollo puede enriquecerse sustancialmente por un conocimiento interdisciplinar que integre las aportaciones de la ciencia evolutiva del desarrollo normativo, de la ciencia evolutiva de la discapacidad y de los factores de riesgo, y de la ciencia evolutiva de la intervención (Cicchetti & Cohen, 1995; Guralnick, 1998, 2001a). Este capítulo examina cada uno de estos temas en relación con las pautas de interacción familiar. La Ciencia Evolutiva del Desarrollo Normativo Una de las tareas principales de la ciencia del desarrollo normativo es identificar y organizar los rasgos relevantes de las pautas de interacción familiar que influyen en el desarrollo saludable de los niños. Como se puede suponer, esta tarea es compleja y exigente. Los factores potencialmente influyentes deben ser clasificados y fundamentados teóricamente y se deben establecer medidas que capturen la esencia de los procesos dinámicos clave. Un reto especial para la ciencia evolutiva, especialmente para la que se centra en los primeros años de vida, es desarrollar sistemas de medida para los constructos que tengan en cuenta los cambios principales del desarrollo que ocurren durante este periodo relativamente corto de la vida del niño. Más aun, determinar si las pautas familiares específicas de interacción influyen realmente en la competencia intelectual y social infantil exige estudios longitudinales sofisticados e igualmente sofisticados análisis estadísticos. Afortunadamente, los investigadores que estudian las pautas familiares de interacción han sido capaces de identificar muchas de estas influencias y de establecer la importancia que tienen en la competencia social e intelectual infantil (Collins, Maccoby, Steinberg, Hetherington, & Bornstein, 2000). Se han asociado con claridad tres tipos generales de pautas familiares generales de interacción con logros evolutivos (Guralnick, 1998). La primera es la calidad del las transacciones padres—niño. Estas transacciones constituyen la sustancia de los intercambios diarios entre los padres y el niño y se puede decir que forman parte de un sistema interactivo mutuo en el que cada participante ejerce una influencia sobre el otro (Sameroff y Fiese, 2000). Como veremos brevemente, se han identificado un número de “constructos de relación”, el más importante de todos puede denominarse la “sensibilidadresponsividad" a las acciones del niño, una pauta de interacción que ha sido claramente asociada a la competencia intelectual y social infantil. La segunda pauta familiar de interacción se centra en las experiencias infantiles organizadas por la familia. Esta pauta incluye todas las rutinas familiares establecidas, la introducción del niño en la red social de la familia, la organización de experiencias educativas infantiles, que incluyen la provisión de juguetes apropiados para la edad, la selección de un centro de atención infantil adecuado, la organización de los días de juego, la inclusión del niño en actividades comunitarias consistentes con sus intereses o con las necesidades especiales que pudieran surgir. La tercera y última pauta de interacción consiste en aquellas actividades que realizan los padres que son importantes para asegurar la salud y la seguridad del niño. Proporcionar alimentación adecuada, minimizar la exposición a toxinas, asegurar el seguimiento de los calendarios de vacunas y proteger al niño de lesiones o de la violencia son algunos de los aspectos importantes de esta pauta familiar de interacción. A continuación se presenta un resumen de algunos rasgos específicos de estas pautas familiares y de cómo ejercen su influencia sobre la competencia social e intelectual del niño. Las transacciones padres-niños En relación a las características del constructo que denominamos “sensibilidadresponsividad” como cualidad de la interacción que optimiza el desarrollo, la habilidad de los padres para implicarse en las interacciones con sus hijos de manera que sean consistentes con su nivel de desarrollo y con su motivación resulta esencial para optimizar su competencia intelectual (see Ainsworth, Blehar, Waters, & Wall, 1978). Evidentemente, para que se produzcan interacciones óptimas, se requiere una gran sensibilidad y una comprensión de las señales que el niño muestra. A lo largo del tiempo, se ha identificado un número de dimensiones importantes en este constructo, algunas veces ejercen su influencia de forma independiente, pero frecuentemente se interrelacionan y lo hacen interdependientemente (see Bornstein & Tamis-Lemonda, 1989). Un aspecto importante de la sensibilidad-responsividad es la respuesta contingente que tiene dos dimensiones: la habilidad para responder al niño a tiempo y de modo previsible, y la habilidad para organizar el contenido de la transacción de modo relevante y apropiado (see Martin, 1989). La contingencia en la respuesta es necesaria para mantener el intercambio social a un ritmo apropiado y para comunicar al niño que sus deseos, intereses e interacciones resultan relevantes y ejercen influencia sobre lo que ocurre a continuación. Los niveles altos de sensibilidad-responsividad fomentan el establecimiento de interacciones sociales creando con frecuencia un “discurso” vivo entre los padres y el niño, enfatizan los rasgos más importantes del intercambio y proporcionan un contexto para elaborar temas de interés mutuo. En muchos aspectos, este contexto de diálogo permite a los padres “andamiar” la información extendiendo gradualmente el conocimiento del niño o guiando sus acciones hacia un nivel de habilidad situado un poco más allá de su nivel desarrollo actual (Vygotsky, 1978). "La Zona de desarrollo próximo” es el término que utiliza Vygotsky para describir este proceso. Esta importante dimensión produce un desafío motivador que optimiza la competencia intelectual del niño y requiere tanto ser sensible al nivel de desarrollo actual del niño como estar interesado en que su nivel de desarrollo progrese (Wood, 1998). La última dimensión de la sensibilidad-responsividad es una que requiere que la interacción sea afectivamente cálida, que se caracterice por el entusiasmo, la atención y el afecto (Steelman, Assel, Swank, Smith, & Landry, 2002) y que enfatice los aspectos relevantes de la interacción. Estas dimensiones de las transacciones padres-niños que optimizan el desarrollo pueden contrastarse con aquéllas en las que los padres controlan el ritmo y el contenido de los intercambios, interacciones que no están apenas asociadas a las necesidades o a los intereses de los niños (ej., no seguir el foco de atención del niño). En estos casos los padres tienden a ser muy directivos, ejercen control cuando no es apropiado hacerlo y demás. Esta intrusión en la forma de redirigir las actividades del niño o de ejercer un control excesivo e inapropiado a través de restricciones innecesarias de la conducta puede limitar muchos aspectos del desarrollo (e.g., Parpal & Maccoby, 1985; Tomasello & Farrar, 1986). Numerosos estudios de observación directa de las transacciones padres-niños en contextos naturales y en laboratorios han revelado consistentemente asociaciones positivas entre las dimensiones que optimizan el desarrollo de este rasgo sensibilidad-responsividad y la competencia intelectual de los niños (e.g., Bornstein & Tamis-Lemonda, 1989; Landry, Smith, Miller-Loncar, & Swank, 1997; Landry, Smith, Swank, & Miller-Loncar, 2000; Lewis & Goldberg, 1969; Tomasello & Farrar, 1986; Wood, 1998). La contribución precisa de las diferentes dimensiones de la sensibilidad-responsividad al desarrollo infantil puede variar entre las diferentes etapas evolutivas (ej., la guía más directa o el control puede ser valioso al principio pero resultar perjudicial si se prolonga), y las dimensiones específicas pueden estar asociadas a aspectos determinados de la competencia infantil (ej., la responsividad a las vocalizaciones del niño se asocia al desarrollo del lenguaje) (Bornstein & Tamis-Lemonda, 1989; Tamis-Lemonda, Bornstein, Baumwell y Damast, 1996). Más aun, la sensibilidad-responsividad puede aumentar y disminuir a lo largo de las etapas evolutivas, pero la consistencia en el tiempo proporciona los mejores resultados (Landry, Smith, Swank, Assel, & Vellet, 2001). Se han propuesto algunas explicaciones teóricas para describir la forma en la que estas transacciones padres-niños impulsan el desarrollo del niño a lo largo del tiempo. Suponer que estos intercambios fortalecen una capacidad psicológica infantil más amplia que incluye numerosos aspectos de las competencias iniciales emergentes tales como la autorregulación y las capacidades que permiten a los niños explorar y aprender con mayor eficacia y eficencia en las distintas etapas evolutivas es ciertamente una explicación posible (see Haley & Stansbury, 2003). Estos rasgos que optimizan el desarrollo pueden asociarse a la habilidad que tenga la diada padres-niño para mantenerse próximos. Al hacerlo, se gana maestría en relación al conocimiento del desarrollo y de los intereses del niño (desde la perspectiva de los padres) y sobre cómo captar la atención de los padres (desde la perspectiva infantil). Evidentemente, la consistencia en la sensibilidad-responsividad de los padres ejerce también un papel importante. Aunque el nivel de sensibilidad-responsividad varía con el tiempo, permanece sin embargo moderadamente estable (Bradley, 1989) y posiblemente correlacione positivamente con otros rasgos de las pautas familiares de interacción que optimizan el desarrollo y que discutiremos posteriormente en este capítulo. Es importante señalar que el desafío mayor de los padres es encontrar el equilibrio apropiado y la pauta de desarrollo de estas dimensiones con el fin de maximizar los rasgos que optimizan el desarrollo. Este equilibrio seguramente depende de muchos factores, discutimos algunos de ellos a continuación. Las características evolutivas del niño incluyendo los factores de riesgo y las discapacidades constituyen un factor clave. Evidentemente, esto constituye una circunstancia que requiere adaptaciones sustanciales para que la sensibilidad-responsividad pueda mantenerse en estado óptimo. Como puede esperarse, muchas de las dimensiones de las transacciones padres-niños que se asocian a las competencias intelectuales, se asocian también a las competencias sociales (ej. Landry, Smith, Miller-Loncar, & Swank, 1998; Landry et al., 2001). La competencia que conduce a los niños a alcanzar metas interpersonales incluye muchos componentes de solución de problemas. La dimensión de la sensibilidad-responsividad más cualitativa, la calidez afectiva, puede constituir un ingrediente especialmente importante para el desarrollo de la competencia social si se ajusta al nivel de desarrollo y a la motivación del niño (Steelman et al., 2002). Incluso las dimensiones más especializadas como la activación emocional modulada durante el juego padres-niños se relacionan con la competencia social emergente (see Parke, Cassidy, Burks, Carson, & Boyum, 1992; and Thompson & Lagattuta, this volume). Finalmente estas interacciones que optimizan el desarrollo representadas bajo el constructo sensibilidad-responsividad subyacen a la formación de un vínculo de confianza y de un apego seguro a los cuidadores (Ainsworth et al., 1978; Carlson, Sampson, & Sroufe, 2003). Este apego seguro sirve como base de seguridad que permite al niño explorar el mundo y como prototipo de las representaciones mentales de las relaciones o “modelos de trabajo interno” que guían la formación de las relaciones subsiguientes (see Thompson, 1999). Efectivamente, el apego seguro conduce al establecimiento de una serie de expectativas positivas y de una orientación que facilita el funcionamiento social competente con los adultos y que se extiende incluso a las relaciones con los compañeros (see Guralnick & Neville, 1997; Schneider, Atkinson, & Tardif, 2001). Por el contrario, la ausencia de niveles adecuados de sensibilidad-responsividad conduce con frecuencia a la formación de diferentes tipos de relaciones problemáticas, que incluyen apegos inseguros. Estos apegos inseguros por sí mismos no determinan problemas posteriores de carácter social y emocional, sino constituyen más bien factores de riesgo para su ocurrencia (see Carlson et al., 2003). Consecuentemente, la evidencia sugiere que los niveles paternos de sensibilidad-responsividad bajos durante los primeros años de vida predicen dificultades sociales y emocionales futuras (Wakschlag & Hans, 1999) y que tienen efectos perjudiciales sobre la competencia social. Los niveles anormalmente bajos de sensibilidad-responsividad o de pautas de interacción incompatibles con esta dimensión alteran diferentes y numerosos aspectos de la competencia social infantil (see Guralnick y Neville, 1997; LaFreniere & Dumas, 1992). Evidentemente, los niveles bajos de competencia social impiden a los niños implicarse adecuadamente en las relaciones sociales en general, incluyendo las relaciones con sus compañeros (Guralnick, 2001c; Parker, Rubin, Price, & DeRosier, 1995). Las experiencias infantiles organizadas por la famila Los padres son también los principales responsables de organizar una gran variedad de experiencias en el hogar y en el entorno comunitario que establecen las condiciones para que aparezcan otras experiencias importantes que optimizan el desarrollo de los niños. Éstas incluyen diversas actividades de los padres como la provisión de un entorno con la estimulación apropiada, por ejemplo seleccionar juguetes y materiales apropiados para la edad (Bradley, 2002; Bradley et al., 1989). La organización de las rutinas y rituales familiares en las que el niño participa proporciona el contexto para diferentes transacciones padres-niños (see Fiese, 2002). Estas rutinas que pueden extenderse desde la lectura antes de acostarse u otras experiencias relacionadas con la lectura, a la implicación de la familia en coros y actividades, sirven generalmente como ocasión para que se establezcan transacciones padres-niños que optimizan el desarrollo, especialmente para utilizar un lenguaje dirigido a los niños (Griffin & Morrison, 1997; Hart & Risley, 1995). La cantidad de lenguaje dirigido a los niños pequeños, que varía enormemente entre las familias, es un gran predictor del vocabulario de los niños y quizás también de otros aspectos del desarrollo (Hart & Risley, 1995). Seleccionar un centro de atención infantil que proporcione experiencias que optimicen el desarrollo es, indudablemente, una decisión crítica y difícil para las familias. Aunque los efectos del centro infantil sobre la competencia intelectual del niño sean relativamente escasos, su influencia es de todos modos evidente (NICHD Early Child Care Research Network, 2003; NICHD Early Child Care Research Network & Duncan, 2003). Las experiencias infantiles que organizan los padres incluyen actividades comunitarias recreativas y educativas que proporcionan oportunidades numerosas (Dunst, Hamby, Trivette, Raab, & Bruder, 2000). Un reto crítico para los padres, como discutiremos después, es organizar actividades que sean consistentes con los intereses especiales de los niños y con sus necesidades educativas especiales. Del mismo modo, según revela un cúmulo sustancial de evidencia, los padres pueden influir sobre la competencia social del niño, especialmente en relación a sus compañeros, mediante la organización de diversas experiencias. Se derivan efectos beneficiosos de la organización y supervisión paterna y materna de experiencias en las que participe el niño, (incluso los más pequeños), con los compañeros (ej., calendario de juegos), y de la orientación directa y de la instrucción que proporcionen los padres sobre el mantenimiento de las relaciones con los compañeros (Ladd & Hart, 1992; Ladd & Pettit, 2003; Russell & Finnie, 1990). La salud y la seguridad que proporciona la familia La tercera pauta de interacción familiar se centra en la habilidad de las familias para atender las necesidades básicas del niño en relación a la salud y a la seguridad. Mantener una buena salud, situando el énfasis en la salud preventiva (ej., inmunizaciones), permite al niño beneficiarse de muchos de los aspectos que optimizan el desarrollo propios de las pautas descritas previamente. Del mismo modo, mantener una nutrición adecuada es esencial para una competencia intelectual óptima, aunque los procesos mediante los que operan los diferentes factores son complejos (Georgieff & Rao, 1999; Gorman, 1995; Lozoff, De Andraca, Castillo, Smith, Walter, & Pino, 2003). Finalmente, la protección contra la violencia e incluso contra la observación de la violencia constituye una importante responsabilidad familiar por muchas razones como el hecho de que estos eventos pueden influir en la competencia social e intelectual de los niños (Farver, Natera, & Frosch, 1999; Koenen, Moffitt, Caspi, Taylor, & Purcell, 2003; Osofsky, 1995). La Ciencia Evolutiva del Riesgo y la Discapacidad La investigación no ha determinado todavía con precisión cuál de las posibles combinaciones de dimensiones y pautas de interacción familiar permiten alcanzar el resultado óptimo en el desarrollo del niño. Existen claramente muchos caminos distintos que las familias pueden emprender para optimizar el desarrollo social e intelectual infantil. Es probable que la gama sea considerablemente amplia y que la vasta mayoría de familias caigan dentro de ese rango. Sin embargo, algunas circunstancias hacen que esta tarea resulte bastante más difícil cuando las familias no tienen los recursos financieros adecuados, cuando las madres han experimentado abusos o han sido rechazadas, cuando las familias tienen apoyos sociales limitados o cuando los padres tienen problemas de salud mental. Realmente, los factores de riesgo o estresantes relacionados con el establecimiento de pautas de interacción familiar pueden ser tan severos que conduzcan a situar al niño en situación de riesgo de padecer retrasos en el desarrollo y otros problemas asociados. De hecho, la literatura básica ha identificado los diferentes mecanismos mediante los que esto ocurre (Duncan, Brooks-Gunn, & Klebanov, 1994; Guralnick, 1998, 2005b; Yeung, Linver, & Brooks- Gunn, 2000). En otros capítulos de este volumen abordamos la mayor parte de la información existente sobre este tema. Los factores que ponen en riesgo el establecimiento de pautas familiares de interacción óptimas surgen también cuando los niños tienen riesgo biológico de sufrir alteraciones en el desarrollo, como cuando nacen prematuramente con bajo peso, y cuando tienen discapacidades evolutivas en las que los sistemas cognitivo, motriz, comunicativo, sustancialmente comprometidos. afectivo o sensorial se encuentran Los niños con discapacidades establecidas reciben con frecuencia diagnósticos tales como parálisis cerebral, autismo, retraso mental (retraso cognitivo o intelectual para niños pequeños), discapacidad visual o auditiva o desorden específico del lenguaje. La etiología para muchos de estos desórdenes es genética, como para los niños con el Síndrome de Down o el Síndrome X Frágil (Hagerman, 1999). En el caso de los niños con discapacidades establecidas las trayectorias evolutivas típicas son, desde luego, diferentes, no se ajustan a lo esperado. Cualquier ruptura de las pautas óptimas de interacción familiar, no relacionada con los factores estresantes psicosociales o ambientales pre-existentes, pueden comprometer todavía más el desarrollo del niño. Desafortunadamente, como discutimos a continuación, parece que estas rupturas ocurren regularmente como consecuencia de la necesidad de información que se genera, la tensión familiar e interpersonal que se experimenta, los recursos adicionales que deben reunirse y las amenazas a la confianza relacionadas con la forma en la que se debe realizar la crianza (Guralnick, 1998). Es importante señalar que la evidencia disponible sugiere que las diferentes dimensiones y actividades asociadas con las tres pautas familiares de interacción identificadas para los niños que siguen un desarrollo típico son igualmente importantes y relevantes para los niños con riesgo biológico y para los que tienen discapacidades establecidas. Por ejemplo, la sensibilidad-responsividad se manifiesta también en diferentes dimensiones como la llave que permite maximizar el desarrollo de estos niños pequeños (Barnard, 1997; Landry et al., 1997; McCollum & Hemmeter, 1997; Spiker, Boyce y Boyce, 2002; Yoder & Warren, 1999). Por consiguiente, resulta esencial identificar los tipos de factores estresantes asociados a las características de los niños con riesgo biológico y de los que tienen discapacidades que podrían alterar las pautas familiares de interacción. Esto, a su vez, permitirá diseñar intervenciones dirigidas a mantener o a restaurar las pautas familiares de interacción óptimas. La necesidad de Información En primer lugar, y quizá en el más importante, los niños con características evolutivas específicas y circunstancias relacionadas crean en la familia una necesidad de información centrada principalmente en el nivel de desarrollo real del niño, en su salud así como en las necesidades previstas. El rango de las necesidades de información puede resultar extraordinariamente amplio, variando en las distintas etapas de desarrollo y en los perfiles particulares de discapacidad y riesgo. Por ejemplo, al principio, los padres de los niños nacidos prematuramente deben aprender en la unidad neonatal de cuidados intensivos muchos procedimientos médicos muy sofisticados y su posible impacto sobre el desarrollo del niño (Als, 1997; Als et al., 2003; Meyer et al., 1995). Incluso cuando estos niños pueden moverse del hospital al hogar, surgen diferencias en sus respuestas, en los ciclos de sueño y vigilia y en otros numerosos temas relacionados con la regulación emocional y fisiológica que desafían las pautas de interacción familiar óptimas, en especial, las transacciones padres-niño (Minde, 2000; Singer et al., 2003). Obviamente, se necesita información con el fin de alcanzar estos patrones óptimos. Los retrasos evolutivos de los niños con discapacidades establecidas y algunas veces sus conductas atípicas como las que manifiestan los niños con autismo, tienden a crear desafíos enormes que demandan a los padres adquirir considerable información para comprender y abordar estos temas. En particular, las habilidades de interacción de los niños resultan desconcertantes para los padres y con frecuencia producen un desajuste entre su conducta y la del niño o una pérdida de oportunidades de interacción padres-niño (see McCollum & Hemmeter, 1997). Resulta mucho más difícil para los padres de niños pequeños con discapacidad leer adecuadamente las señales del niño y comprender sus necesidades. De modo general, estos niños tienden a ser emocionalmente menos expresivos, responden menos a los otros, inician con menor frecuencia intercambios sociales y procesan la información de forma inusual (Spiker et al., 2002). Muchas de las dificultades en las transacciones padres-niño se manifiestan en el contexto de las rutinas familiares que contienen un gran valor potencial para optimizar el desarrollo. Se da especialmente este caso cuando existen oportunidades para compartir experiencias en las rutinas de atención conjunta o cuando el niño se encuentra en situaciones que le resultan desconcertantes para su salud o seguridad y en las que podría beneficiarse de la guía de los padres (generalmente denominada referencia social) (Guralnick, 2002; Kasari, Freeman, Mundy y Sigman, 1995; Mundy y Stella, 2000; Sigman y Ruskin, 1999). La necesidad de información surge también en relación con las otras pautas familiares de interacción – en las experiencias que organizan los padres para optimizar el desarrollo y en relación a la salud y a la seguridad del niño. Por ejemplo, los padres deben mantenerse informados con respecto a los programas y a los mejores expertos y mantenerse al día en relación a los posibles tratamientos e intervenciones (ver Sontag y Schacht, 1994). De modo similar, a los padres de niños con discapacidad les resulta con frecuencia difícil proporcionar experiencias apropiadas fuera de la familia. Todavía, resulta difícil organizar fechas de juego para niños con discapacidad, a no ser que los padres las organicen, las experiencias con los compañeros suelen resultar escasas (Guralnick, Connor, Neville y Hammond, 2002). Esto contrasta enormemente con los niños de desarrollo típico que frecuentemente organizan sus propios planes con los compañeros. Evidentemente, los padres necesitan información en relación a la mejor forma de establecer estas experiencias con los compañeros para su hijo y para promover la competencia social infantil relacionada con sus iguales (Guralnick, 1999). Estas dificultades inusuales que tienen los padres con hijos con discapacidad para planificar el cuidado del niño agrava la falta de experiencia con sus compañeros (ver Booth y Kelly, 1998). Obtener información relacionada con los centros de atención infantil que conozcan mejor y sean más sensibles a las necesidades educativas especiales del niño es el reto principal para muchas familias. Además, muchos niños con discapacidad se encuentran ante un riesgo mayor de sufrir diferentes problemas relacionados con la salud que los padres deben conocer. Deben también permanecer vigilantes para que los cuidadores sean especialmente atentos a estos riesgos (ej., Roizen y Patterson, 2003). Aunque muchos padres son capaces de ajustarse apropiadamente al desarrollo atípico de sus hijos o de buscar información relevante por sí mismos que les permita implicarse en transacciones que optimicen el desarrollo, otros encuentran que la tarea resulta extremadamente difícil. Un segundo factor estresante para el establecimiento de pautas óptimas de interacción procede del estrés familiar e interpersonal. A las familias se les exige, con frecuencia de una manera bastante brusca, reevaluar y reconsiderar muchas de las metas y expectativas que tenían como individuos y como unidad familiar, y reajustar sustancialmente sus rutinas familiares. En el proceso diagnóstico se detecta fácilmente el origen de este tipo de factores estresantes, en los puntos de transición de los programas o en el olvido de los hitos evolutivos, y se asocian incluso al proceso real por el que se enfrentan a los problemas relevantes (Affleck y Tennen, 1993; Atkinson et al., 1999; Pianta, Marvin, Britner y Borowitz, 1996). El estrés familiar y el aislamiento social asociado puede surgir también como consecuencia de sentir que “comparten un estigma” asociado con el niño con discapacidad (Goffman, 1963), o por experimentar sentimientos similares de estrés asociados al nacimiento de un niño con riesgo biológico (Minde, 2000; Singer et al., 2003). El estrés personal es también común, sentimientos tales como la depresión o el rol restringido pueden aparecer a medida que emerge el significado completo de los que es afrontar a un niño con discapacidad (Roach, Orsmond y Barratt, 1999). Pero los niños con discapacidad que tienen problemas de conducta son quizá los que generan un estrés mayor (Baker, Blacher, Crnic y Edelb rock, 2002) y los que requieren más ajustes familiares (Gallimore, Keogh y Bernheimer, 1999). De nuevo, aunque muchas familias se ajustan bien, otras experimentan niveles de estrés personal y familiar importantes que afectan a las pautas familiares de interacción y que comprometen todavía más la competencia social e intelectual del niño. Necesidad de recursos La necesidad de recursos que genera un niño con riesgo biológico o con discapacidad, la tercera categoría de factores estresantes potenciales, es igualmente importante. Las características del niño interrumpen con frecuencia las rutinas familiares típicas y presentan numerosas e inesperadas demandas de tiempo y de recursos financieros sobre los miembros de la familia (ej., Bristol, 1987; Dyson, 1993). En Estados Unidos, por ejemplo, a pesar de los programas estatales y federales y los seguros privados que comparten la responsabilidad de prestar servicios útiles y apoyos para los niños pequeños, no se deben desestimar las cargas financieras que recaen sobre las familias, pues los costes pueden ser considerables (Birenbaum, Guyot y Cohen, 1990; Shannon, Grinde y Cox, 2003). Todos estos factores relacionados con las necesidades de recursos tienen efectos potencialmente disruptivos sobre una pauta familiar de interacción o sobre más (ver Guralnick, 2004). Amenazas a la Confianza Finalmente, la constancia y la persistencia de muchos de estos factores puede generar una crisis de confianza en la capacidad de la familia para educar a sus hijos de forma apropiada. Las medidas del estrés de los padres respecto a la percepción de su competencia para desempeñar el rol de padres suelen ser elevadas (ej., Roach et al., 1999). Es esencial que las familias mantengan el sentido de dominio y control sobre todos los aspectos involucrados en la toma de decisiones, pues sólo ellos son capaces de adquirir e integrar la información y los recursos y de mitigar el estrés y el aislamiento social de una forma que sea compatible con las metas, los valores, las prioridades y las rutinas familiares (Gallimore, Weisner, Bernheimer, Guthrie y Nihira, 1993). La Ciencia de la Intevención Para los niños con riesgo de tener problemas de desarrollo y para los que tienen discapacidades establecidas, el marco evolutivo descrito previamente y la ciencia evolutiva que lo acompaña proporciona las bases para diseñar programas de intervención temprana dirigidos a maximizar el desarrollo de los niños. Efectivamente, en Estados Unidos, a lo largo de los años, se han establecido numerosos programas federales y locales que proporcionan servicios, apoyos y recursos relacionados a los niños pequeños vulnerables y a sus familias. Algunos están diseñados para tener una naturaleza preventiva: esto es, para identificar a los niños de riesgo (biológico, ambiental o ambos) y a tratar de minimizar después ese riesgo de manera que no impida el desarrollo óptimo del niño. Otros programas se centran en los niños con discapacidad y están diseñados para maximizar su competencia intelectual y social. El más completo de estos programas es el administrado por el estado pero autorizado federalmente Individuals with Disabilities Education Act (IDEA) (ver Guralnick, en prensa). En la actualidad, este sistema consta de dos componentes principales: uno se centra en los bebés y en los niños durante su segundo y tercer año de vida (Part C of IDEA), el otro en los niños de edad preescolar (Part B). Animados por esta legislación aprobada al final de los ochenta, los estados se propusieron al principio integrar los diferentes servicios que ya existían como los que proporcionaban terapias para el habla y el lenguaje o las fisioterapias. A esto le siguió el desarrollo de nuevos programas y servicios necesarios para asegurar la disponibilidad de una serie de servicios y apoyos completos y coordinados para los niños y sus familias en su entorno comunitario. Muchos componentes estructurales de los sistemas de intervención temprana fueron mandato de IDEA, tales como la creación de mecanismos de identificación y derivación y los que aseguran que los niños pasen adecuadamente de un programa a otro. IDEA contenía también ciertos principios que guiaban el sistema, como los relacionados con la importancia de centrar los servicios en las familias (especialmente los destinados a los niños durante sus tres primeros años de vida) y de proporcionar medios que minimizaran la separación de los niños y de sus familias de su comunidad (i.e., principios de inclusión y de intervención en contextos naturales). La manera precisa y la naturaleza de estos programas de intervención temprana basados en la comunidad han surgido en el marco de IDEA que ha sufrido variaciones sustanciales de un estado a otro, pero todos se basan en alguna medida en la ciencia evolutiva del desarrollo normativo y en la ciencia evolutiva del riesgo y la discapacidad. El Conocimiento Base La complejidad de la tarea de integrar y utilizar la información procedente de la ciencia evolutiva del desarrollo normativo y la ciencia evolutiva del riesgo y la discapacidad para diseñar programas de intervención temprana es considerable. Es posible, sin ninguna duda, que estemos tomando realmente la dirección equivocada. Después de todo, establecer relaciones causales en la ciencia evolutiva plantea una serie de retos inusual (Shonkoff y Phillips, 2000). Además, puede haber influencias importantes en el desarrollo de los niños que no se hayan evaluado en los estudios evolutivos comentados en partes anteriores de este capítulo y que sean responsables de algunas de las pautas obtenidas. Junto a la posibilidad de haber fracasado a la hora de identificar los rasgos o dimensiones de las pautas familiares de interacción, debemos considerar también la posibilidad de que las características intrínsecas de los niños constituyan las fuerzas que dirigen muchas de las relaciones evolutivas que hemos encontrado. Afortunadamente, la ciencia de la intervención proporciona la oportunidad de examinar y evaluar la influencia que ejercen las pautas familiares de interacción sugeridas sobre el desarrollo del niño de una forma más directa. Es decir, los estudios experimentales pueden organizar y manipular estos factores de interés (i.e., un programa para mejorar la sensibilidad-responsividad) y determinar si los resultados esperados ocurren o no. En esencia, la ciencia evolutiva proporciona una teoría del cambio y la ciencia de la intervención nos permite comprobar esa teoría. Cuando combinamos la maestría y la experiencia clínica, los distintos aspectos de la ciencia del desarrollo y la intervención pueden coordinarse para proporcionar un retrato más preciso de las influencias familiares sobre el desarrollo del niño y para generar prácticas viables que puedan aplicarse en entornos comunitarios y que sean eficaces para optimizar la competencia social e intelectual de los niños. En la actualidad, la evidencia disponible procedente de la ciencia de la intervención nos permite ser más específicos sobre la forma en la que se deben organizar los programas de intervención temprana y parece que la evidencia es completamente consistente con el objetivo de minimizar los factores que resultan estresantes para el establecimiento de las pautas familiares de interacción discutidas en este capítulo. Efectivamente, los resultados de numerosos estudios, algunos muy bien controlados desde la perspectiva científica, sugieren que cuando los recursos proporcionan apoyo social e información y cuando los servicios se proporcionan en el contexto de programas de intervención temprana que responden a los factores estresantes descritos previamente, se alcanzan beneficios a corto y a largo plazo relacionados con la competencia social e intelectual de los niños (Guralnick, 1997, 1998; Hill, Brooks-Gunn y Waldfogel, 2003). Para obtener estos resultados evolutivos, los servicios y apoyos realizan la evaluación de los factores que resultan estresantes para el establecimiento de pautas familiares de interacción o diseñan e implementan cuidadosamente programas individualizados para fortalecer a las familias. Los rasgos importantes de estos modelos de intervención familiar incluyen procedimientos administrativos que integran y coordinan los diferentes servicios que puedan necesitarse. Efectivamente, las familias tienen un acceso considerable a servicios tales como audiología, asistencia tecnológica, transporte, asesoramiento familiar, entrenamiento familiar, consulta genética y evaluación. Esto además de los servicios de salud y terapéuticos tradicionales (ej., fisioterapia). Evidentemente, la coordinación e integración es crítica. Algunos programas que han sido evaluados como parte de la ciencia de la intervención proporcionan una gama única de servicios y apoyos. Por ejemplo, en Estados Unidos, el Infant Health and Development Program es un programa preventivo que se centra en los niños que nacen prematuramente con bajo peso (Infant Health and Development Program,1990). Un componente crítico de este programa es que ofrece una intervención orientada al cuidado diario en el que se implementa un currículo centrado en el niño. El currículo se ajusta a las habilidades evolutivas del niño organizadas en áreas relacionadas con la cognición, la motricidad fina, la sociabilidad y el desarrollo de sí mismo, la motricidad gruesa y el lenguaje. Consiste principalmente en juegos y actividades fáciles de integrar en las rutinas establecidas junto a las estrategias que desarrollan las habilidades de los adultos para proporcionar las actividades que optimizan el desarrollo de los niños. Otros programas especializados incluyen de forma intensiva técnicas de análisis aplicadas a la conducta para niños con autismo (National Research Council, 2001). En este ejemplo, se crean ambientes cuidadosamente estructurados en los que las pautas conductuales básicas y habilidades tales como la imitación se establecen mediante la instrucción directa y sistemas de recompensa que proporcionan la base para el establecimiento de repertorios conductuales más complejos. Seguramente, queda mucho trabajo que hacer con el fin de diseñar protocolos de evaluación completos y sensibles a los factores que amenazan las pautas familiaes de interacción, pero se ha realizado ya un progreso considerable (Guralnick, 2001 b, 2005a). Sin embargo, una de las lecciones aprendidas de la ciencia de la intervención es que las intervenciones sólo tienen éxito si son compatibles con la cultura, los valores y las prioridades de la familia y si son asumidas por la propia estructura familiar e incorporadas a las rutinas familiares. Esto requiere individualizar completamente los servicios y apoyos pues cada factor estresante tratado con éxito contribuye eventualmente a un resultado positivo. Además, la intensidad de los servicios proporcionados ha surgido como un elemento central para la eficacia de las intervenciones (ver Guralnick, 1998). Esto requiere un compromiso de recursos alto y la persistencia de todos los que están implicados. Consecuentemente, los resultados de la ciencia de la intervención sugieren que estamos en el camino correcto y señala la dirección de los futuros ajustes. Resumen y Direcciones Futuras Este capítulo ha resumido las influencias más importantes que ejerce la familia sobre la competencia social e intelectual del niño según la ciencia evolutiva. Se han identificado tres categorías de pautas familiares de interacción que influyen sobre las trayectorias evolutivas de los niños independiente o conjuntamente. También se ha discutido el hecho de que es difícil para los padres proporcionar las características que optimizan el desarrollo en esas pautas familiares de interacción cuando se encuentran factores estresantes procedentes de ciertas características familiares o del niño. Afortunadamente, la investigación y la teoría de la ciencia evolutiva del desarrollo normativo y de la ciencia evolutiva del riesgo y la discapacidad han permitido a los especialistas del desarrollo infantil obtener una comprensión firme de cómo operan estos procesos y de cómo se relaciona cada uno de los factores influyentes con los otros. También se ha sugerido un marco evolutivo común que puede ser aplicado a los niños que se desarrollan típicamente, a los que se encuentran en situación de riesgo y a los que tienen discapacidades establecidas. Este es un punto críticamente importante, ya que este marco evolutivo puede servir como guía para proporcionar apoyos y servicios a las familias con niños vulnerables. Más directamente, parece que el éxito del esfuerzo que se realice en la prevención o en la intervención será aquel que se dirija a fortalecer a las familias minimizando los factores estresantes de las pautas familiares de interacción. Como se ha señalado, la evidencia disponible procedente de la ciencia de la intervención apoya esta propuesta. Evidentemente, se puede aprender mucho al integrar la ciencia evolutiva y la de la intervención, pues cada una informa a la otra sobre la validez de sus asunciones y sugerencias y sugiere direcciones futuras para comprender mejor las influencias que gobiernan el desarrollo de los niños y las mejores formas de promoverlo. El hecho de que existe una gran variabilidad en las respuestas a las intervenciones tempranas crea, sin embargo, una sensación de urgencia por alcanzar una comprensión todavía mejor de los procesos evolutivos involucrados en los tipos de intervención que resultan más eficaces. La ciencia evolutiva y de la intervención están trabajando tenazmente sobre este tema de la “especificidad”. Evidentemente, la forma y la intensidad de las intervenciones se ajustará en función de lo que aprendamos sobre las respuestas que ciertos subgrupos identificables de niños en situación de riesgo y/o con discapacidades establecidas dan a los programas existentes de intervención temprana. Para obtener más información, los clínicos e investigadores de los distintos campos de la genética y la neurociencia se han unido con los científicos de la conducta con el fin de identificar estos subgrupos de niños y sus familias y de caracterizar el proceso evolutivo que quizá esté asociado únicamente con cada uno (Bailey, Phillips y Rutter, 1996; Nelson, 2000). Es importante destacar que estas colaboraciones nos están ayudando a comprender algunos de los “déficits centrales” que afectan a varios subgrupos de niños. A cambio, esta información se utilizará como una forma de “investigación transversal” para informar las intervenciones centradas en el niño e incluso en las familias que serán evaluadas utilizando las técnicas de la ciencia de la intervención. Finalmente, es importante señalar que los científicos evolutivos y los de la intervención tienen la responsabilidad importante de mantener un contacto cercano con los clínicos y los programas comunitarios. Desafortunadamente, a pesar de que existen sistemas excelentes basados en la comunidad y programas de intervención individual, los servicios y apoyos a los niños vulnerables no están siempre tan actualizados como nos gustaría (Guralnick, 2005b, en prensa; Spiker, Hebbeler, Wagner, Cameto y McKenna, 2000). Consecuentemente, en Estados Unidos y en otras partes la fragmentación de los servicios continúa siendo un problema crítico (Shonkoff y Phillips, 2000). El tema de los sistemas de intervención temprana constituye uno de los retos más formidables para optimizar el bienestar de los niños vulnerables y el de sus familias. Referencias Affleck, G., & Tennen, H. (1993). Cognitive adaptation to adversity: Insights from parents of medically fragile infants. In A. P. Turnbull, J. M. Patterson, S. K. Behr, D. L. Murphy, J. G. Marquis, & M. J. Blue-Banning (Eds.), Cognitive coping, families, and disability (pp. 135150). Baltimore: Brookes. Ainsworth, M. D. S., Blehar, M. C., Waters, E., & Wall, S. (1978). Patterns of attachment: A psychological study of the strange situation. New York: Wiley and Sons. Als, H. (1997). Earliest intervention for preterm infants in the Newborn Intensive Care Unit. In M. J. Guralnick (Ed.), The effectiveness of early intervention (pp. 47-76). Baltimore: Brookes. Als, H., Gilkerson, L., Duffy, F. H., McAnulty, G. B., Buehler, D. M., Vandenberg, K., Sweet, N., Sell, E., Parad, R. B., Ringer, S. A., Butler, S. 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