Download Diapositiva 1 - Dominicas de la Anunciata
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Estar en silencio es simplemente acoger el don de una Presencia, escuchar contemplando a Alguien que nos habla con lenguaje de eternidad. María, yo no vengo a orar. No tengo nada que ofrecerte y nada que preguntarte. Vengo solamente a contemplarte. Estar junto a ti, María, ahí, donde estás tú. No decir nada, cantar sólo porque el corazón está lleno… He aquí el momento maravilloso en el que se unen el cielo y la tierra, en el silencio, sin clamor. Intimidad de amor, de comunión profunda de ser inefable. Es el silencio de María. Silencio que se irradia en el corazón de la Iglesia y de cada creyente, como un buen perfume o como un eco del canto que llega desde la otra orilla. Mi alma glorifica a María y mi espíritu exulta en mi Madre, Reina y Maestra. Porque Dios miró la humildad de su sierva y por esto los ángeles y los hombres la llaman dichosa. Porque grandes cosas ha hecho en ella el Omnipotente La hace Inmaculada, Virgen, Madre y Asunta al cielo. La misericordia de María se extiende de una a otra generación, sobre aquellos que la aman y la buscan. La potencia, la sabiduría y el amor de María salvan a los que son humildes en su corazón. Atrae a sí a todos los que la contemplan y siguen sus enseñanzas. Sacia de bienes a los hambrientos, a los ciegos da la luz del corazón. Da al mundo a Jesús Maestro que es el fruto bendito de su vientre. Él es para nosotros sabiduría de Dios Justicia, santificación y redención para siempre. Amén. El Señor nos conceda el silencio y la atención del amor, la capacidad de acoger la Palabra, y la fuerza que viene del silencio para poner todo nuestro ser al servicio de la Palabra de vida. El Señor nos conceda también, aquel silencio que es el eco de su Palabra, y que debe llenar todo el espacio de nuestro ser libre, de nuestro yo.