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LA EXTENSION BUDICA EN CHINA En el año 144 d. de J. C., llegaba a la corte de Loyang el príncipe persa Ngan Che-Kao, de la noble raza de los arsácidas, convertido al budismo y ferviente propagador de la doctrina. La influencia de este misionero es digna de especial consideración: tradujo del Dhammapada y otros libros sagrados, revivió las actividades del Templo del <<Caballo Blanco>> que habían languidecido durante casi un siglo, fue el primer activo predicador de la <<Ley>> en China y fundó una Escuela Búdica que había de tener influencia preponderante hasta la caída de los Han (220 d. de J. C.). La entrada del budismo en el Sur de China merece mención aparte, pues parece haberse realizado completamente independiente de la entrada en el Norte. Esta vasta región, que incluía también lo que es hoy el Tonkin Francés (en chino Kiaotché), se comunicaba con la India no sólo a través del Yunnan y Birmania, sino también por el mar (Calcuta- Haiphong). Ya en el año 65 de. De J. C., la familia imperial establecida al sur del Río azul (Yang-Tzé) se había rodeado de monjes budistas, y cuando aconteció el derrumbe de los Han, había ya en Nanking, capital meridional de China, un fuerte núcleo búdico, encabezado por Tchekiang, traductor de Aghama, Prâjna Parâmita, Sukha pánico. En el año 245 de nuestra Era, la dinastía Wu fundó en Nanking el llamado <<Primer Monasterio>> (<<Kien-chu-tszú>>). Con TcheKieng – sólo entonces –el Mahayana entra en China. La llegada de los <<bárbaros>> (los huno-mongoles) a China, favoreció enormemente la difusión del budismo, al cual los mandarines confucionistas combatían con todas sus fuerzas. Éste es un hecho innegable, aún cuando los enemigos del budismo hayan exagerado su importancia. En el año 310 d. de J. C., Liú Yuan, Gran Khan de los hunos, irrumpió sobre la Gran muralla a la cabeza de sus jinetes y, arrollando cuanto se oponía a su paso, se apoderó de los inmensos territorios que quedan al norte del río azul, incluyendo las dos antiguas capitales: Chang-ngan y Loyang. En esta ola armada participaron: los tungutinos y tibetanos del Oeste. Más que por fervor, por razones políticas, estos extranjeros apoyaron al budismo, pues el contribuía a dividir y desintegrar la unidad espiritual de China, fuertemente impregnada por el confucianismo. Dice León Wieger, en el artículo con que él colabora en a magna obra del profesor Joseph Huby (Christus,, Manuel d’Histoire des Religions): <<El budismo encontró en ellos (los invasores) los protectores políticos que esperaba desde hacía tres siglos. Fueron, sobre todo, los príncipes hunos de este período, hacia el año 330 d. de J. C., Che-lei, Che-hú y otros, ebrios, libertinos y crueles, casi antropófagos, quienes más les favorecieron. Con el fervor de arriba, vino la expansión. Los bonzos hindúes, insuficientes para atender la creciente demanda, aceptaron la incorporación de bonzos chinos, lo cual aceleró aún más la propaganda>>. Este punto de vista de un escritor católico, aun cuando un poco exagerado, contiene indudablemente una enorme base de verdad. El trono mongol favoreció, hábil e intencionalmente, la propagación de la nueva fe. Sin esa protección del trono, otro quizás hubiera sido el curso de las cosas, pues el confucianismo era muy poderoso entre los letrados y los aristócratas, y el taoísmo tenía firme raigambre popular. A la muerte de Khan Liú (316 d. de J. C.), sus dos generales, príncipes Liú Yao y Che-lei, se dividieron el Imperio, gobernando el primero en Chang-ngan y el segundo en Hsinag-Kú. Fue precisamente Che-lú, sucesor de Che-lei, quien, inspirado por su consejero, el monje hindú Fu-tu-ten, dictó el famoso <<Edicto de Tolerancia>> que abrió las puestas de China, ampliamente, al budismo; decía el <<edicto>>: <<El Buda es un dios de los países extranjeros y no es digno de las ofrendas del Hijo del Cielo, ni tampoco de las ofrendas de los chinos. Yo, que he nacido en las regiones fronterizas y que he tenido suerte de venir a gobernar la China, debo forzosamente seguir en lo concerniente a los sacrificios las tradiciones de mi país. El Buda es un dios bárbaro, pero creo que es conveniente, sin embargo, que yo ofrezca sacrificios a él. Las gentes de Tchao son bárbaras y yo los autorizo para adorar al Buda. Si una cosa es buena y perfecta, ¿por qué preocuparse de lo que dijeron o hicieron las antiguas dinastías? Yo lo autorizo, pues, para que adopten la nueva religión>>. Vemos aquí, cómo, tras una clara alusión al confucianismo que luchaba por conservar <<el culto de las antiguas dinastías>>, el Khan da con este célebre edicto el espaldarazo oficial a la <<Ley de Buda>>. Pero la protección del trono no hubiera bastado –y nunca bastapara producir una revolución tan trascendental en el alma de una raza. Hay otros factores de carácter más íntimo o espiritual. El budismo supo hablar directamente al pueblo con un misticismo consolador y grato. Sembró su simiente sobre el sector emocional del alma china. El confucianismo era demasiado intelectual, árido y formulístico: era el culto de los letrados y mandarines. Por eso, al caer en desgracia, al perder el apoyo del trono, el confucianismo se encontró sin respaldo popular. Cierto es que su eclipse fue temporal. Pero eso bastó; por esa brecha entro la religión de Gautama y se enseñoreó de la raíz emotiva-afectiva del pueblo chino. Además, por otro lado, la aristocracia misma, poseída de una especie de <<diletantismo>> muy frecuente en China, tomó una nueva doctrina como una nueva moda, dando la espalda al <<Ju>> confuciano. Fueron, pues, los <<barbaros>> -los verdaderos <<bárbaros>> y no los aludidos por el Khan Che-lú en su citado edicto- quienes abrieron las puertas de China al budismo. Más, no se crea por lo dicho, que su propagación fue fácil e instantánea. Décadas y aún siglos tardó el triunfo en consolidarse. Sólo en el año 335 d. de J. C., bajo la dinastía <<Tsin del Este>> (que reunió, efímeramente, los <<Tres Reinos>>), el monarca del estado de Chow autorizó, de manera oficial, a sus connacionales para tomar los votos de la nueva religión. Hasta entonces los chinos sólo podían ser bonzos <<auxiliares>> de los sacerdotes hindúes. Ahora podían hacerse verdaderos <<shamen>> (1) y actuar como oficiantes directos de las numerosas pagodas, <<stupas>> y templos que se habían erigido. En el año 381, el emperador HiaWu, de la misma dinastía <<Tsin del Este>>, levantó una hermosa pagoda en el recinto de su palacio imperial de Nanking. Ex sacerdote hindú Buddojhangha gozaba del favor imperial y triunfaba en medio de los letrados confucionistas que aun pululaban alrededor de la Corte. Los anales imperialistas han recogido algunas anécdotas de este mago budista, entre ellas la siguiente: en una ocasión, en presencia de la Corte reunida bajo la presidencia del emperador, Buddojhangha hizo crecer un loto azul desde el fondo de un vaso en que no había sino agua pura. Otra vez, paseándose con el emperador, el monje exclamó súbitamente: << ¡Una gran desgracia amenaza al Norte!>>; pidió en seguida un tiesto lleno de vino y sopló sobre él en la dirección del Norte. Mensajeros imperiales llegados algunos días después de aquella región del territorio, informaron que un incendio se había declarado en la vecindad de los graneros imperiales amenazando inminentemente su destrucción, cuando una súbita nube negra apareció en el cielo viniendo desde el Sur, nube que se desencadenó en una lluvia torrencial <<que olía a vino>>. Buddojhanga y su antecesor, el monje DharmaRaksha, contribuyeron poderosamente a la difusión del mahayanismo en China. Con ellos se inició el culto de Avalokitesvara (Amithaba), <<el dios que mira desde arriba>>, nombre que los chinos tradujeron por <<Kuan-Chu-Yin>>. El éxito de este culto entre las masas chinas se explica por su simplicidad y por las promesas que encerraba: bastaba con invocar el nombre del dios para obtenerse lo que se pedía: << ¡OH Kuan-Chu-Yin, yo te saludo!>>el creyente que así invocaba al dios, entraba en la <<gracia>> búdica automáticamente. Así nació el culto de <<Kuan-Yin>>. Sigue (1) del sánscrito: <<sharamana>>: <<Discípulo de Buda>>. ……………………………………..