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El Obispo de Santander UN CORAZÓN SINCERO Cuaresma 2004 Queridos hermanos y hermanas: Siempre es tiempo de conversión, pero la Cuaresma nos lo recuerda con insistencia año tras año, preparándonos para la celebración de la Pascua. La Iglesia nos invita a acercarnos a Dios, a reencontrarnos con Él para vivir de acuerdo con lo que a Dios le agrada. Conscientes de nuestros fallos, nos acercamos a su misericordia siempre dispuesta al perdón y a sostenernos en nuestra fragilidad. Un corazón sincero Durante la Cuaresma rezaremos, sin duda, en muchas ocasiones el Salmo 50: “misericordia, Dios mío por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa...” En este salmo encontramos la expresión: “te gusta un corazón sincero”. Aquí tenemos una sugerente orientación para nuestra conversión. Si deseamos agradar a Dios, hemos de pedirle el don de la sinceridad y, con su gracia, trabajar nuestro corazón para que sea sincero. Vivimos en un momento en que la superficialidad y la apariencia pueden llevarnos a grandes incoherencias en nuestra vida. Este problema se manifiesta en nuestro estilo de vida consumista, en las relaciones interpersonales carentes de sinceridad e incluso en la celebración de los sacramentos como actos sociales, por citar algunos ejemplos. La sinceridad del corazón nos lleva a la búsqueda de la verdad, a ser auténticos y a desenmascarar lo falso. Se trata de la verdad radical de nuestra propia vida, que nos lleva a preguntarnos quiénes somos, prescindiendo del ropaje de lo que tenemos y ostentamos; la verdad de lo que somos ante la mirada de Dios y su amor que nos sostiene. Desde esta verdad desnuda nos preguntamos también por nuestras convicciones, que nos dan firmeza frente a nuestros caprichos que nos hacen volubles, como hojas llevadas de acá para allá por cualquier viento. Nuestras convicciones cristianas se van asentando en diálogo con el Señor y van madurando en una historia que no es sólo nuestra sino del Dios-con-nosotros que la dirige. Creyente es el que reconoce en su vida la iniciativa de Dios y acepta su proyecto. Cuando nuestra vida está asentada en Dios, que es nuestro cimiento y nuestra roca, podemos afrontar la prueba y la tentación y, con la ayuda de Dios, superarlas. Esto es edificar no sobre arena sino sobre roca, como nos dijo Cristo: “cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca” (Mt 7,25). El fruto de la búsqueda de la verdad y del cultivo de nuestras convicciones cristianas será una vida coherente, en la que los sentimientos del corazón se expresarán en las acciones buenas, en las relaciones auténticas, en el trabajo por la justicia, en el amor verdadero, en el perdón generoso, en la sencillez, la misericordia y la alegría. En definitiva, fe y vida irán juntas. Pero las convicciones cristianas no se pueden afianzar sin el cultivo de la interioridad. Recordemos las palabras del Papa en su último viaje a España: “El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación”. Si falta la interioridad, el hombre moderno pone en peligro su misma integridad, no se defiende la vida y se degenera todo lo humano (Cfr. Alocución de Juan Pablo II en Cuatro Vientos, Mayo 2004). Para cuidar la interioridad es imprescindible para todos los cristianos recuperar la experiencia de la oración, pues “se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida”. Tal como el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino cristianos con riesgo de que su fe se debilitara progresivamente, hasta ceder a la seducción de sucedáneos que pueden llegar hasta la superstición (Cfr. N.M.I. 33). Hagamos pues de la Cuaresma un tiempo de oración más intenso y sincero para que nuestro corazón, asentado en Dios, vaya haciéndose más luminoso y transparente en su presencia. Un corazón quebrantado Muchas veces, cuando nos adentramos en nuestro interior y nos preguntamos por qué hacemos las cosas o qué sentido tiene lo que hacemos, nos encontramos con nuestro corazón oscurecido por dudas, roto por decepciones y humillado por nuestro pecados. ¿Cómo salir de esta experiencia y encontrar un rayo de esperanza? En el Salmo 50 descubrimos también una consoladora expresión: “un corazón quebrantado y humillado tú, Señor, no lo desprecias”. Es una buena noticia descubrir que podemos acercarnos con confianza a Dios que no nos rechaza por nuestras debilidades sino que está dispuesto a aceptarlas, incluso, como la ofrenda del humilde que las pone en sus manos misericordiosas que curar y liberan. Nuestras faltas, si nos quedamos solos con ellas, nos queman por dentro y nos consumen (Cfr. Salmo 31). El creyente, cuando reconoce ante Dios sus culpas con sinceridad, se abre a la experiencia del perdón y de la reconciliación. Tratemos de descubrir la fuerza transformadora del sacramento de la penitencia y celebrémoslo con sinceridad, como nos propone la Iglesia. La Cuaresma es tiempo de purificación del corazón. Sólo Dios puede cambiarlo. Un corazón nuevo Todo, en la Cuaresma, debe apuntar a la Pascua. En la Pascua celebramos la Muerte y Resurrección de Cristo que todo lo hace nuevo. En la Vigilia Pascual tenemos la excelente oportunidad de renovar las promesas de nuestro bautismo, mejor, de redescubrir y revivir nuestro bautismo y de desplegar la vocación cristiana que brota de él. Por el bautismo hemos sido injertados en Cristo y en su Iglesia: somos de Cristo y, por la gracia bautismal, podemos vivir en Cristo y como Cristo. Atrevámonos a dirigir al Señor, también, con el Salmo 50 esta esperanzadora expresión: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro; renuévame por dentro con espíritu firme”. Dios prometió darnos un corazón nuevo (Cfr. Ez 36) y estamos llamados a ser hombres y mujeres nuevos, para servir al Señor y a nuestros hermanos en santidad y justicia todos nuestros días. No olvidemos nunca esta vocación y vivamos con más entusiasmo y coherencia nuestro ser cristiano; así tendremos un corazón que rebosará alegría. La fe cristiana se realiza en el amor, la contemplación sincera lleva a la acción, la alegría auténtica nos impulsa a compartir. La Cuaresma es tiempo de compartir. Del corazón, como núcleo de la personalidad, brota, como de un manantial, lo bueno o malo, según el corazón esté sano o enfermo. Si nuestro corazón desea agradar a Dios en sinceridad fructificará en obras buenas, en amor al hermano. Como en años anteriores, durante la Cuaresma, vamos a realizar en nuestra diócesis la campaña “Ayuna, Comparte y Ora”, que nos permite ofrecer a nuestros hermanos más necesitados el fruto de nuestros ayunos. Este año junto al proyecto “Hogar Belén” para enfermos de SIDA, seguiremos colaborando con nuestros hermanos de la Diócesis de Laï en Africa en la construcción de un centro de espiritualidad. Mostraremos nuestra solidaridad a favor de los niños que trabajan, hurgando en el enorme basurero de Asunción en Paraguay (América), y participaremos en la construcción y adquisición de mobiliario para un horfanato en Dili-Timor (Asia). El amor no tiene límites. Nuestro misioneros, que recibieron el bautismo en esta Iglesia madre de Santander, ofrecen sus manos y sus corazones para hacer llegar estas ayudas desde la cercanía de la fraternidad. Ellos nos sienten a su lado y nos hacen sentir cercanos a estos hermanos que viven tan lejos. ¡Qué hermoso! Que Dios os bendiga a todos. Con mi afecto + José Vilaplana Obispo de Santander