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Una cátedra contra el hambre
SOBERANOS PARA PODER COMER
Un grupo de docentes de la Universidad Nacional de La Plata, proveniente de seis de sus
facultades, se propuso dar batalla contra el hambre mediante una Cátedra Libre de
Soberanía Alimentaria. El desafío es capacitar a organizaciones sociales en la producción
de alimentos tradicionales, que estén al alcance de todos. También modificar el falso
concepto de que se es soberano sólo defendiendo cuestiones territoriales.
Por Emiliano Guido
"El pueblo que confía su subsistencia a un solo producto, se suicida".
José Martí
Producimos alimentos para 300 millones de personas pero nuestros niños y embarazadas
padecen anemia por falta de hierro en su dieta. Importamos comestibles que nos eran propios
porque las multinacionales nos condenaron al monocultivo de la soja transgénica. El granero del
mundo colapsó… Así estamos. Y así vamos.
La compleja realidad por la que atraviesa la Argentina de hoy y, fundamentalmente, los sectores
más desposeídos de su amplio territorio, activó a docentes, estudiantes y graduados de la
Universidad Nacional de La Plata, a crear una Cátedra Libre de Soberanía Alimentaría, en la que
se busca capacitar a organizaciones sociales y pequeños productores con la intención de dar
batalla. La batalla que permita que los de abajo aprueben esa materia adeudada en millones de
libretas argentinas: la de la alimentación.
La pueblada del 2001 replanteó el estado de las cosas y motorizó debates pendientes. La
prueba más convincente de que el modelo neoliberal había llegado a su punto más alto de
concentración de la riqueza, era que nuestros pibes estaban pagando con vida la falta de
alimentos. Tapa de La Pulseada en septiembre del 2002: “La Argentina produce 2 toneladas de
granos por persona, 6 veces más de lo que se necesita para una dieta común. El país está en
condiciones de garantizar que 128 millones de personas no sean pobres”. Queda claro que
existieron, y que aún perduran, “condiciones objetivas” para solucionar el problema del hambre,
pero lo que no hay es voluntad política para hacerlo.
Así como el pedagogo brasileño Paulo Freire investigó y puso luz sobre los dispositivos del
sistema educativo que refuerzan la opresión, la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaría tiene
como norte redireccionar tendencias hegemónicas de una política agropecuaria cuyo real déficit
comercial es la mala dieta en general del pueblo y, por supuesto, la desnutrición que llevarán a
cuestas miles de pibes.
Gustavo Tito es un referente de peso dentro de la Cátedra; representa a la Facultad de Ciencias
Naturales: es Licenciado en Biología, especialista en Ambiente y Patología Ambiental, y
colaborador de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia. “Entendíamos –afirmaque la Universidad no había dado ningún tipo de respuesta a la crisis del 2001. Ante nuestras
críticas, la conducción nos dijo que formulemos una propuesta. En principio, en dos unidades
académicas hicimos un taller de Huerta, de 4 meses, y convocamos para esto a distintas
organizaciones”.
Otra de los componentes del grupo es Elisa Miceli, coordinadora por la Facultad de Ciencias
Agrarias, quien relata que “nos empezaron a llamar de otros lados pero no podíamos cumplir con
todos porque la problemática trascendía el tema de las huertas. Queríamos dar una discusión
política y teórica sobre el modelo y le dimos forma de Cátedra Libre, para sumarle voces al
debate. Desde su génesis, las cátedras libres están abiertas a la comunidad... Se sumaron las
otras facultades y a fines del año pasado se comenzó a oficializar en los consejos académicos de
seis facultades”. Junto a ellos, trabajan también representantes de las facultades de Periodismo,
Ciencias Exactas y Humanidades, más la Escuela Superior de Trabajo Social. Funcionan en el
primer piso de Periodismo, lugar que comparten con la Agencia Periodística del MERCOSUR
(APM), cuyo director, Víctor Ducrot, dicta un curso de redacción para formar a los militantes de la
Cátedra como cronistas de base. Entre todos, proyectan crear, una vez “egresados”, una
publicación propia.
¿Qué es soberanía?
“Quizá por la influencia de los militares en nuestra educación, la palabra soberanía enseguida se
te asocia con lo territorial, pero el concepto va mucho más allá de eso. En este caso vale definirla
haciéndose algunas preguntas clave: ¿el país puede definir qué alimentos produce?, ¿dónde lo
hace?, ¿quién lo ejecuta?, ¿para qué consumidores y con qué tecnología?. Esas respuestas hoy
las tiene el mercado. Cada vez depende menos de vos lo que le vas a dar de comer a tus hijos”,
asegura Gustavo Tito.
Instituciones estatales proteccionistas como la Junta Nacional de Granos, permitían ponerle un
dique de contención a las mercaderías subvencionadas de potencias extranjeras. Pero finalmente
en el año 92 se desregularon todas las medidas que tienen que ver con la producción de
alimentos. En la actualidad una vaca japonesa recibe en subsidios el doble de lo que disponen
420 millones de personas para subsistir, lo que muestra la abismal asimetría comercial entre los
campesinos del primer mundo y nuestros chacareros.
Fernando Glenza, de APM, amplía el concepto de soberanía alimentaría: “No sólo toca a las
personas carenciadas; cuando vas a comprar lentejas o leche los precios suben y eso es porque
se dejaron de sembrar alimentos tradicionales. Hay una gran disminución de tambos porque la
política de cultivos primarios ha priorizado la exportación sobre las necesidades del pueblo”. Tito
complementa la idea abordando otras áreas de la economía criolla afectada: “Con la ganadería
pasa lo mismo; hay una calidad inferior para los argentinos y una superior para exportar donde los
beneficios son para muy pocos. A la agro-industria ya no le interesa el libre pastoreo. En Misiones
la producción de pino para pasta de papel prácticamente avanzó sobre territorios de minifundistas
que generaban alimentos. Se avasallan las economías regionales y las que sobreviven como las
frutas del Alto Valle están atadas a las multinacionales. Pero conservamos cierta potencialidad.
Esa es nuestra rareza”.
Esquizofrenia que no escapa a nuestras parrilladas “en la que nuestros paisanos ven azorados
cómo la carne inyectada con anabólicos larga nubes de vapor”, grafica Jorge Rulli, del Grupo de
Reflexión Rural (GRR), una organización a escala internacional que lucha contra el modelo rural
de la soja como monocultivo y la utilización de transgénicos.
Es necesario recordar que hay un monopolio, Monsanto, que recorre todo el Cono Sur
vendiendo la soja RR y el agroquímico glisofato. Negocio redondo: la empresa que en los ’60 regó
Vietnam con el herbicida “Agente Naranja”, invento una semilla manipulada genéticamente que
sólo soporta su propio herbicida. Paquete tecnológico que al acaparar el mercado digita los pulsos
de la producción y expulsa mano de obra. “Aparte, la soja no es recomendable como alimentación
para chicos menores de dos años porque, entre otras cosas, tiene antinutrientes que generan una
falta de fijación del calcio. Eso lo dicen todos los nutricionistas y lo reconoció hasta “Chiche”
Duhalde cuando estaba al frente de Acción Social”, denuncia Gustavo Tito. Como si fuera poco,
este monocultivo origina la pérdida de nutrientes al suelo: según números de la Cátedra, el 80%
del territorio argentino está en estado de desertificación. Para el Grupo de Reflexión Rural, y citan
a técnicos del INTA, con este ritmo de agresión, nuestra tierra tiene entre 10 y 15 años de vida.
Trabajos que no son “pura verdura”
Ya son 80 las organizaciones sociales, desde piqueteras a comedores barriales, que pusieron
en su agenda la Soberanía Alimentaría en un radio de acción que llega a la zona sur del
conurbano bonaerense y toca algunos puntos del interior de la Provincia.
“Los vecinos estaban acostumbrados a ir al centro a comprar las verduras; ahora se dan cuenta
de que pueden volver a la huerta para trabajar con lo natural”, señala Mitra Vasilchuk, que recibe
apoyo de la Cátedra para consolidar un “Grupo de Reflexión Barrial” en la ciudad de Guernica.
Con sus compañeras se hartaron de ver cómo los punteros asistían a los desocupados sólo con
alimentos secos y dosis homeopáticas de carne y verdura del Mercado Central. “Habiendo tanta
tierra es injusto que se coma de esa forma”. Y así van apuntalando el trabajo de huertas orgánicas
para comedores y familias pero “no como maestros; charlamos con la gente para generar un
compromiso mutuo y eso nos impulsa”, explica Irene Durán, una madraza de manos callosas.
“Comenzamos a abordar los productos típicos: rescatar el tomate platense, el vino de la costa
en la Isla Paulino, el zapallito de Parque Pereyra”, subraya Elisa Miceli cuando repasa las
actividades del segundo cuatrimestre. La primavera los encontrará dando talleres de producción
de papa o batata, sumado a la capacitación en yuyos comestibles y medicinales. “Queremos que
lo hagan en condiciones higiénicas y que sus microemprendimientos encuentren una tecnología
de procesos para bajar los insumos. Por ejemplo, el vidrio y el gasoil son importados. Entonces,
una PYME en un frasco de dulce casero se topa con los problemas del combustible a la hora del
reparto y un envase atado a precios internacionales”, explica y se apasiona Gustavo Tito.
Este año sumaron nuevas charlas como “Tenencia de la Tierra”, “Plaguicidas”, “Parasitismo”, a
las ya consolidadas como las relacionadas con la salud dictadas por Floreal Ferrara, el “Ministro
Rojo” que integró el gabinete de Antonio Cafiero.
“Después que cursan un año, el segundo ya le hacemos un seguimiento porque no necesitan
tanta formación de apoyo. Incluso, les gestionamos fondos y micro créditos. La idea es que en el
tercer año esté fortalecida la organización, no digo que se desprenda de nosotros pero sí que sea
un socio mayor”, describe Glenza. “La Cátedra me ayudó mucho en lo que es trabajo de grupo
porque la Facultad no nos enseña a laburar con la gente y menos si tienen pocos recursos”,
compara pedagogías Luciano, de Agronomía, un pibe de ojos inquietos que hace sus “trabajos
prácticos” en un comedor de Los Hornos perteneciente al MTD “Aníbal Verón”, donde supervisa el
arraigo de lechugas, repollos y arvejas.
Para contrarrestar la integración que sólo mide niveles de facturación, han decido conjugar el
verbo “exportar” de otra manera. “La idea es hacer una Cátedra libre Latinoamericana, aunque
todavía está en pañales. Tenemos vinculación con Venezuela, fundamentalmente por APM, y hay
conversaciones con Cuba y Uruguay. Ya tenemos el aval del Rectorado para iniciar las gestiones”,
dice Tito y parece querer dibujar una “Patria Grande agropecuaria”. Los potenciales socios vienen
haciendo buena letra: el gobierno de Chávez brega por formar un banco de semillas propias para
no estar condicionado por los pulpos de la agro-industria y La Habana realizó el único Foro
Mundial sobre Soberanía Alimentaría en 2001. Mientras tanto, ensanchan su quinta local ya que
hay dos o tres facultades más que están por ingresar.
“Todos los años discutimos con las organizaciones el concepto de Soberanía Alimentaría. La
idea es que como Universidad tendríamos que encontrar un marco teórico y la única manera es
haciendo una reflexión teórica. Nosotros sostenemos que nuestra reflexión teórica es la práctica”,
sentencia Tito.
Los chicos de Tucumán con la piel pegada a los huesos llegaron a la tapa de los diarios
aferrados al suero de los hospitales públicos y fue la postal más desvergonzante del modelo. El
Padre Jesús Olmedo de La Quiaca se asqueó de ver “mamaderas oscuras”: agua con un poquito
de té para que los niños no lloren de hambre (La Pulseada N 5). Admitamos, venimos con unos
“antecedentes curriculares” bochornosos. Noble objetivo entonces el de estos universitarios. Su
cátedra tiene una sóla correlativa: la vida misma.
Herederos de una expropiación
La forestación del cordón izquierdo del Camino Centenario rumbo a Florencio Varela, no es sólo
un lugar de recreación dominical ni el impass en las frenéticas detenciones del tren a Constitución.
En su interior, familias campesinas siguen trabajando las 1200 hectáreas que el primer gobierno
del General Perón repartió cuando incautó la fastuosa propiedad del terrateniente Pereyra Iraola.
“Mi padre vino de Entre Ríos en el año 49. Por la radio se transmitía que el que quería poblar la
Provincia, tenía la posibilidad de venir gratis en el tren. Primero llegó mi tío a lo que es la estancia
y Perón le dio los papeles para la quinta: una tenencia precaria”, dice con una sonrisa cordial
Elena Senattori del Grupo “Santa Rosa” de los pequeños productores sin agrotóxicos.
Acá también la década del 90 puso su sello. El canon anual que debían pagar al Estado
provincial dio unos saltos estrepitosos que no se correspondían con la crisis regional del sector
hortícola. Eso derivó, en 1998, en varios desalojos alentados también por inmobiliarias que
visualizaban una potencial zona residencial. Ellos resistieron con piquetes, “tractorazos” y
sufrieron la muerte de dos compañeras en esa lucha. Uno de los principales cargos contra los
quinteros era que contaminaban un lugar público con agroquímicos. Las editoriales de los diarios
alentaban “a la recuperación de cada metro cuadrado robado... Han instalado hasta desarmaderos
y criadero de cerdos (sic)”.
Elena siembra hortalizas y algo de flores en sus 6 hectáreas, pero ya no utiliza agrotóxicos. Con
el asesoramiento de la Cátedra y del Programa Cambio Rural Bonaerense, dio un golpe de timón
a su producción y de paso sumó valor agregado: utilizando insecticidas naturales genera verduras
más sanas y con lo que sobra está haciendo dulces y conservas que vende los domingos en la
feria franca asentada en el perímetro del casco de la estancia.
Pero los problemas persisten: a la falta de luz, deterioro de los caminos y no resolución sobre la
tenencia de la tierra, se suma el freno a la comercialización de sus productos. “Ese es nuestro
cuello de botella porque todavía no tenemos una certificación que diga que lo nuestro es orgánico
y que por lo tanto vale más que una verdura común. Y eso lo hace una empresa privada que
cobra un buen importe por año. Lo que buscamos con la Cátedra es que la certificación venga
directamente de las facultades”, reclama Elena y recuerda las palabras de su papá fallecido: “Si
hay un cambio para bien, tenés que seguirlo. Por eso cuando vi que la mejor propuesta es lo
orgánico, me embale con este proyecto”.
Los números del hambre
Pese a las infinitas estadísticas que han circulado para dimensionar la magnitud del hambre en
la Argentina, la realidad siempre fue parcializada porque nunca se realizó un muestreo nacional
que pinte el estado nutricional de la población. Esa es la tarea del Licenciado Eduardo Suárez,
Director de la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud, dependiente del Ministerio de Salud de la
Nación.
“Ya terminó el trabajo de campo y tenemos todo el relevamiento del país. Superada la etapa de
análisis, se darán a conocer los resultados sobre la región Patagónica. Los números de la región
Pampeana tardarán un poco más porque seguimos el orden en que se recopiló los datos”, dice el
funcionario designado por el ministro Ginés González García. En mayo del 2003, la Encuesta
Permanente de Hogares registró un pico de pobreza del 54.7% e indigencia del 26.3%. Mientras
tanto, el constante aumento de precios en la canasta básica ensancha la inseguridad alimentaría.
La propia cartera de Salud reconoce como punto de partida la existencia de anemia por falta de
hierro en niños menores de 2 años y embarazadas, un retraso crónico de crecimiento en talla
junto con incrementos de sobrepeso en la infancia y una alta tasa de mortalidad por enfermedades
cardiovasculares en los adultos por una dieta sobrepasada en grasas saturadas.
“Nunca se tuvo un relevamiento nutricional materno-infantil. Entrevistamos 40 mil personas en
todo el país... Utilizamos mediciones bioquímicas como nueva fuente de información”, dice Suárez
y promete no manipular cifras.