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EL LENGUAJE DE LAS MANOS
Por Enrique Chaij
NUESTRAS MANOS: dos fabulosos
instrumentos del cerebro humano, capaces
de realizar 700 000 movimientos
diferentes. Con sus numerosos huesos y
sus 37 músculos, las manos realizan
admirablemente sus movimientos de
flexión, extensión, rotación, aprehensión y
desplazamientos laterales hacia ade
ntro y hacia fuera. El solo dedo pulgar
encierra toda una maravilla. Tanto que el
famoso Isaac Newton llegó a decir: “A falta
de otras pruebas, el pulgar me
convencería de la existencia de Dios”.
Las manos, al igual que los ojos, a
menudo hablan elocuentemente de una
persona. Hay manos que hablan de
ociosidad, y otras que hablan de
laboriosidad. Están las que se extienden y
se abren sólo para recibir, y están las que
lo hacen para dar. Hay manos hermosas y
bien cuidadas, que son solo para
exposición; mientras que hay manos
ajadas y curtidas, que hablan de férrea
labor y sacrificio. Hay manos lisas, que
hablan de juventud; y las hay arrugadas,
que encierran en cada pliegue el paso
fructífero de los años.
Hay manos para todo. Unas se
repliegan inútilmente en los bolsillos, otras
se elevan en plegaria. Unas se cierran
para golpear, otras se abren para criticar,
otras se posan en el hombro para
simpatizar. Las manos hablan con tanta
elocuencia porque son la revelación de lo
que tenemos en el corazón. La pluma
puede convencer y la palabra seducir, pero
el lenguaje de la mano subyuga y define.
¿Cómo emplea usted sus manos?
¿Las eleva con frecuencia en señal de
oración? ¿Las ocupa para colaborar en su
hogar, para estrechar al hermano caído, o
para enjugar la lágrima del amigo? ¡Cuánto
puede hacer una sola mano manejada por
un noble corazón! Que su mano sea
siempre
constructiva,
alentadora
y
estimulante.
No se conocen manos más tiernas y
más activas que las manos de Cristo.
Siempre se extendieron
para hacer el bien. De joven, Jesús usó
sus manos con esmero en la carpintería de
su padre. Ya crecido, con ellas sanó a los
enfermos, purificó el templo profanado y
lavó los pies de sus propios discípulos.
Pero esas mismas manos también
supieron quedar inmóviles frente a la
traición, el escarnio y la provocación.
Sin duda, nunca existieron en la
tierra manos tan sabias, tan nobles y tan
llenas de amor. Y por fin, esas manos
besadas por muchos terminaron siendo
clavadas en la cruz ¿Para qué? Se dejaron
clavar con el único objeto de brindar eterna
redención a quienes acepten a su Dueño
como el Salvador personal de su vida.
Manos callosas las del Carpintero
Manos benditas las del Maestro y Sanador.
Manos sangrantes las del Redentor.
Manos gloriosas las del Rey que pronto
volverá.
Manos poderosas, en fin, que en breve
abrirán las puertas del Reino para los fieles
de Dios.
Esas manos amantes todavía
conservan las cicatrices de la crucifixión. Y
hoy se extienden desde los cielos, para
que usted y yo nos tomemos fuertemente
de ellas. ¿Escucharemos, entonces, esas
manos amigas? ¿Nos dejaremos conducir
por ellas, para vivir una vida victoriosa?
¿Quisiera hoy usted recibir el toque divino
de esas manos que transforman y
redimen?
Haga suyas estas palabras: Señor,
acepto tu mano, para no caer, ni
resbalar en el camino. Te acepto a ti
como mi mayor bien, mi mayor
esperanza y mi precioso Redentor.
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