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“Débora, ¡entona un cantar!” ¡Hola amigos! Hoy el canto nos pone en marcha Resurrección, dolor transfigurado El misterio pascual une el dolor de la cruz a la alegría incontenible de la Resurrección. Son las dos caras de una misma moneda. “¡Habéis sido comprados a un gran precio!” Es el precio del amor de Dios ¿y cómo separar en él penas y alegrías? El que sabe mucho de amor es Juan. Recostado sobre su pecho, oyó latir el corazón de Dios ¡con tanta fuerza! No es raro que sea “el discípulo amado” el único que nos deja esta frase asombrosa de Cristo: “Cuando sea levantado en alto, todo lo atraeré a Mí”. Desfigurado, atravesado el corazón, “sin parecer ni hermosura” es cuando despierta la atracción irresistible. ¿Cómo sospechar que en todo lo que nos deshace se esconde también nuestra gloria? Nada se resiste a esa inefable seducción: Todo lo atraeré hacia mí. El Papa que incluyó la frase en su mensaje de Cuaresma, suele explicar que el Señor Resucitado quiso conservar las heridas en su cuerpo glorioso. Las hendiduras de los clavos son ahora focos cegadores de luz que nos atraen como mariposillas enamoradas. También nosotros, pasearemos por el cielo nuestras heridas como joyas, como condecoraciones deslumbrantes. Confieso mi ilusión al leerlo en algunos teólogos y mi sonrisa al pensar en el complejo de capitán general, doblado de medallas, que podrían tener los grandes mártires. ¡Cuantos han llegado a la gloria a través de sus heridas! Un querido dominico, Pedro Reyero, solía hablar de las “heridas resucitadas”. Si siguen doliendo, si están abiertas, si no perdonamos… ¿qué es para nosotros la Resurrección? ¡A brillar que son dos días! Sí, también aquí abajo. El Papa acaba de recordárnoslo: “Cristo me atrae a sí para que aprenda a amar a los hermanos con su mismo amor”. …Y los atraiga así para El. Comunicar el amor inmenso de Dios es lo que hace irresistible y contagiosa la Resurrección. Cuando Pedro lo cuenta en Jerusalén ¡caen 3.000! Venían de Capadocía, Judea, Asia, Ponto, Egipto, Libia… “Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros ¿qué significa esto?” (He 1,12)Pero cayeron. La Magdalena es otro caso. Tras su encuentro con el Señor Resucitado sale disparada. Jesús le entrega la alegre noticia que debe comunicar a los hermanos, y ella se pone en marcha. La Leyenda Dorada, un santoral famoso de la Edad Media, cuenta cómo, María Magdalena, irradiaba el mensaje de Jesús a través de su persona. Antes de pronunciar una palabra, ya transmitía el gozo de la Resurrección. Su unión con Jesús se transparentaba. Lo llevaba dentro. Esto es válido, también, para cada uno de nosotros. En su Resurrección, el Señor nos capacita para que participemos de su esencia y de su gloria Aunque esto despierte un asombro infinito es una realidad. Nos lo dice Pablo: “Pues a los que de antemano conoció, también los predestino a reproducir la imagen de su Hijo (Rm 8,29)”. Meditar ésto, además de ponernos los pelos como escarpias, debería empujarnos como a Maria Magdalena a dar a todos la gran noticia: ¡Alégrate, el Señor ha resucitado! Reconoced que no hay canto más maravilloso que el de la Vigilia de la Pascua. Hasta las abejas aparecen, dando su cera. ¡No dejéis de leerlo! ¡Un abrazo! Déborah