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Visualização do documento Mentiras Fundamentales De La Iglesia Catolica.rtf (5989 KB) Baixar Nuestra sociedad actual, aunque presenta una modesta práctica religiosa real, permanece fuertemente influida por una poderosa cosmovisión cristiana que, lo queramos o no, mediatiza nuestra forma de pensar y, desde los centros de influencia controlados por la Iglesia, pretende imponernos a creyentes y no creyentes una determinada forma de sentir y de vivir. Por esta razón, dado que la Iglesia católica y sus dogmas son algo que nos afecta y concierne a todos sin excepción, resulta obligada y necesaria toda reflexión que amplíe nuestros conocimientos sobre una institución y unas creencias que han modelado los últimos dos mil años de historia humana. Todo el mundo, ya sean creyentes o ateos, cree saber qué se dice en la Biblia, aunque lo cierto es que prácticamente nadie la ha leído directamente. La mayoría conoce lo principal de la historia de Jesús, pero ¿cuántos han leído por sí mismos al menos uno de los evangelios? Lo que suponemos que está escrito en la Biblia lo conocemos porque la Iglesia nos lo ha repetido de una forma determinada durante siglos, pero la realidad de la figura de Jesús y su mensaje es prácticamente opuesta a la dada por el catecismo católico. El autor de Mentiras fundamentales de la Iglesia católica se ha limitado a analizar con rigor los textos bíblicos para extraer de ellos sus conclusiones implícitas y explícitas más importantes, evidenciando así unos hechos fundamentales que, a pesar de que siempre estuvieron allí, nos han sido celosamente ocultados a todos. Por sorprendentes que puedan parecer las afirmaciones que se hacen en este libro, bastará que cualquier lector las contraste con una Biblia para darse cuenta de su veracidad. En la Biblia, entre otras muchas cosas, se muestra, de modo claro e irrefutable, que: · Dios no cree en la supervivencia pos-tmortem de los humanos, ni tampoco en el infierno. · Moisés no fue el fundador del monoteísmo, ya que él y su pueblo fueron monólatras. · Los Diez mandamientos originales no son los mismos que afirma la Iglesia. · El culto a las imágenes está absolutamente prohibido y se las califica de «espantajos de melonar». · Los apóstoles no creyeron en la «Inmaculada Concepción» de María (un dogma que no fue impuesto hasta 1854), ni en la personalidad divina de Jesús (decretada en el año 325). · María, tras alumbrar a Jesús, ofreció un sacrificio expiatorio porque era impura según la Ley de Dios. · María, la madre de Jesús, tuvo como mínimo siete hijos. · Jesús fue un judío, fiel cumplidor de la Ley hebrea, que jamás instituyó —ni quiso hacerlo— ninguna nueva religión ni Iglesia. Jesús nunca fue cristiano ni, menos aún, católico. · Jesús predicó que el «fin de los tiempos» era inminente, pero se equivocó. · Jesús prohibió explícitamente el sacerdocio profesional. · Jesús elevó a la mujer al rango de igualdad con el hombre y la hizo protagonista de algunos de los pasajes más fundamentales de su vida. · Jesús no habló jamás de la doctrina de la «Santísima Trinidad». · Jesús fue ejecutado cuando tenía entre 41 y 45 años, no a los 33 de que habla la tradición. · Jesús no pasó tres días y tres noches en su sepulcro, sino ¡un día y medio!, incumpliendo así su profecía más famosa. · Los apóstoles no creyeron en la resurrección de Jesús (y sus relatos son muy incoherentes entre sí). · Jesús mismo negó toda posibilidad de que pudiera volver al mundo tras su muerte (siendo imposible, por tanto, su presencia «real y verdadera» en el «sacrificio de la misa»). · La figura del Papa es contraria a lo que predicó Jesús y Pedro jamás fue obispo de Roma. · San Pablo afirmó que «Dios no habita en templos hechos por la mano del hombre». · Los sacerdotes deben ser «maridos de una sola mujer». Mediante el análisis histórico y científico de los textos bíblicos se muestra, por ejemplo, que: · Moisés no es el autor de ninguno de los cinco libros básicos de la Biblia. · Los libros de los profetas fueron redactados por otros y las «profecías» o no eran tales o fueron incluidas una vez sucedidos los hechos anunciados. · La imagen del Dios judeocristiano actual fue creada por Esdras. · Tres de los cuatro Evangelios no son obra de apóstoles sino de autores que jamás conocieron a Jesús. · Los Evangelios, escritos en fechas y regiones distintas, se contradicen en casi todo lo fundamental. · La mitad de las influyentes Epístolas de San Pablo no fueron escritas por él. · Los aspectos míticos de la figura del Jesús-Cristo, así como los hechos prodigiosos de su nacimiento, fueron adoptados tardíamente y copiados de la leyenda de dioses «hijo» paganos anteriores a Jesús. · El contenido y fecha de celebración de fiestas como la Pascua de resurrección, Navidad o Reyes es una evidente apropiación de celebraciones paganas anteriores que tenían el mismo significado. Pepe Rodríguez Mentiras fundamentales de la Iglesia católica Pepe Rodríguez, 1997 INTROITO: «La verdad os hará libres» (Jn 8,32), la mentira, creyentes Es probable que el título de este libro, Mentiras fundamentales de la Iglesia católica, pueda parecerle inadecuado o exagerado a algún lector, pero si nos remitimos a la definición de la propia Iglesia católica cuando afirma que «la mentira es la ofensa más directa contra la verdad; mentir es hablar u obrar contra la verdad para inducir a error al que tiene el derecho de conocerla. Lesionando la relación del hombre con la verdad y con el prójimo, la mentira ofende el vínculo fundamental del hombre y de su palabra con el Señor»,[1] veremos cuan ajustado está este título a los sorprendentes datos que iremos descubriendo a lo largo de este trabajo. La Iglesia católica es una institución que conserva una notable influencia en nuestra sociedad —a pesar de que la mayoría de sus templos suelen estar muy vacíos y de que casi nadie, ni aun sus fieles, sigue las directrices oficiales en materia de moral— y sus actuaciones repercuten, tanto entre los creyentes católicos, o de cualquier otra religión, como entre los ciudadanos manifiestamente ateos. Por esta razón, no sólo es lícito reflexionar sobre todo cuanto atañe a la Iglesia católica sino que, más aún, resulta obligado el tener que hacerlo. Tal como expresó el gran teólogo católico Schillebeeckx: «Se debe tener el coraje de criticar porque la Iglesia tiene siempre necesidad de purificación y de reformas». Lo que es, dice o hace la Iglesia católica, por tanto, nos incumbe en alguna medida a todos, ya que resulta imposible sustraerse a su influjo cultural tras casi dos milenios de predominio absoluto de su espíritu y sus dogmas en el proceso de conformación de mentes, costumbres, valores morales y hasta legislaciones. Si nos paramos a pensar, nos daremos cuenta de que no sólo tenemos una estructura mental católica para ser creyentes sino que también la tenemos para ser ateos; para negar a Dios y la religión sólo podemos hacerlo desde aquella plataforma que nos lo hizo conocer; por eso un ateo de nuestro entorno cultural es, básicamente, un ateo católico. Nuestro vocabulario cotidiano, así como nuestro refranero, supura catolicismo por todas partes. La forma de juzgar lo correcto y lo incorrecto parte inevitablemente de postulados católicos. Los mecanismos básicos de nuestra culpabilidad existencial son un dramático fruto de la formación católica (heredera, en este aspecto, de la dinámica psicológica judeo-cristiana). Nuestras vidas tanto en el caso del más pío de los ciudadanos como en el del más ateo de los convecinos, están dominadas por el catolicismo: el nombre que llevamos es, en la mayoría de las personas, el de un santo católico, el de una advocación de la Virgen o el del mismo Jesús; nuestra vida está repleta de actos sociales que no son más que formas sacramentales católicas —bautismos, primeras comuniones, bodas, funerales, etc.—, a las que asistimos con normalidad aunque no seamos creyentes; las fiestas patronales de nuestros pueblos se celebran en honor de un santo católico o de la Virgen; nuestros puentes y descansos vacacionales preferidos —Navidad, Reyes, Semana Santa, San José, San Juan, el Pilar, la Inmaculada…— son conmemoraciones católicas; decenas de hospitales, instituciones o calles llevan nombres católicos; gran parte del arte arquitectónico, pictórico y escultórico de nuestro patrimonio cultural es católico; un elevadísimo porcentaje de centros educacionales, escolares y asistenciales —y sus profesionales— son católicos; el peso católico en los medios de comunicación es cada vez más notable (y encubierto); nuestro Gobierno financia con una parte de nuestros impuestos a la Iglesia católica… Lo queramos o no, estamos obligados a vivir dentro del catolicismo, y ello no es ni bueno ni malo, simplemente es. Está justificado, por tanto, que nos ocupemos en reflexionar sobre algo que tiene tanto peso en nuestras vidas. Pero ¿qué sabemos en realidad de la Iglesia católica y de sus dogmas religiosos? Parece que mucho o todo, puesto que abrigamos la sensación de tener una gran familiaridad con el catolicismo. Tanto es así que conocemos perfectamente, lo creamos o no, que María fue considerada Virgen desde siempre, que Jesús fue hijo único y que murió y resucitó a los tres días, que fue conocido como consubstancial con Dios desde su mismo nacimiento, que él fundó el cristianismo y la Iglesia católica e instituyó el sacerdocio, la misa y la eucaristía, que estableció que el Papa fuese el sucesor directo de Pedro… estamos seguros de que todo eso es así porque siempre nos lo han contado de esta forma, pero, sin embargo, cuando leemos directa y críticamente el Nuevo Testamento vemos, sin lugar a dudas, que ninguna de estas afirmaciones es cierta. La primera vez que leí la Biblia, en septiembre de 1974, quedé muy sorprendido por las terribles contradicciones que la caracterizan, pero también por descubrir que el Jesús de los Evangelios no tenía apenas nada que ver con el que proclama la Iglesia católica. Veintidós años más tarde, en 1996, tras vanas lecturas críticas de las Escrituras y apoyado en el bagaje intelectual que da el haber estudiado decenas de trabajos de expertos en historia antigua, religiones comparadas, mitología, antropología religiosa, exégesis bíblica, teología, arte, etc., mi nivel de sorpresa no sólo no ha disminuido sino que se ha acrecentado en progresión geométrica. Cuantos más conocimientos he ido adquiriendo para poder analizar las Escrituras desde parámetros objetivos, más interesantes me han parecido (como documentos de un complejo y fundamental proceso histórico) pero, también, más patética me ha resultado la tremenda manipulación de las Escrituras y del mensaje de Jesús, realizada, con absoluta impunidad durante siglos, por la Iglesia católica. En este libro no se pretende descubrir nada nuevo, puesto que, desde finales del siglo XVIII hasta hoy, decenas de investigadores, todos ellos infinitamente más cualificados que este autor, han publicado trabajos cientí... 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