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La psicología de la conducta Pierre Janet* 1. LA ACCIÓN: ELEMENTO PSICOLÓGICO ESENCIAL La psicología es, a grandes rasgos, el estudio del hombre en sus relaciones con el universo y, sobre todo, en sus relaciones con los otros hombres. Para establecer esta ciencia, se recurrió, en un primer momento, a la especulación filosófica; luego se protestó contra construcciones sin fundamento y a partir de entonces sólo se quisieron descripciones de hechos, observaciones, monografías, como decía Ribot; era una reacción en gran parte saludable. No obstante, la ciencia necesita un sistema y, en el fondo, no es más que una filosofía sistemática mejor verificada que otras. Un sistema psicológico está obligado a elegir uno de los hechos que nos presenta la observación de los hombres, a considerarlo como esencial y a relacionarlo con todos los demás. Durante mucho tiempo, se tomó como punto de partida de las investigaciones psicológicas un fenómeno que parecía caracterizar al hombre: su pensamiento consciente. Sobre este elemento, justamente, fueron construidas las psicologías de los cartesianos y la de Condillac. En épocas recientes, cuando se mostró preocupación por las aplicaciones prácticas de la psicología en el juicio de criminales, en la educación de niños e incluso en el tratamiento de enfermos, esta concepción de la psicología se reveló muy insuficiente. Las primeras dificultades fueron encontradas en la psicología animal: se discutió indefinidamente el problema de la conciencia animal; fue necesario renunciar a tomarla como hecho inicial y resueltamente se ubicó en primer plano el estudio de los movimientos exteriormente visibles, es decir, la psicología del comportamiento. Objeto de la psicología de la conducta. — La psicología del comportamiento se vuelve insuficiente cuando se trata del estudio de los hombres. Ésta estudia fenómenos elementales, los reflejos y los instintos, pero suprime el estudio de fenómenos más complejos: la conciencia, los sentimientos, los razonamientos, las ideas. No es imposible examinar los sentimientos y la conciencia desde el punto de vista adoptado por la psicología del comportamiento: las acciones elementales son reacciones del organismo a estimulaciones provenientes del mundo exterior; los sentimientos y la conciencia se presentan como reacciones del organismo a sus propios actos, y estas modificaciones de las acciones, aumentadas, ralentizadas o detenidas, pueden ser estudiadas en forma objetiva: convulsiones conscientes y convulsiones no conscientes no son exteriormente idénticas. Los fenómenos psicológicos superiores de la creencia, del juicio, de la idea se suman a los movimientos inferiores por intermedio de una acción esencial y propia del hombre: el lenguaje. El lenguaje, que es primitivamente una acción exterior del cuerpo determinante de las reacciones en los otros hombres, incluso alejados, se reduce a veces a una acción tan débil que sólo los hombres muy cercanos a aquel que habla pueden reaccionar; se reduce hasta el punto de parecer puramente interno, es decir, al punto que sólo el sujeto que habla puede reaccionar a este habla. Acciones particulares, como el secreto y la mentira, desarrollan este lenguaje interior y lo transforman en pensamiento. El pensamiento así constituido origina la creencia, punto de partida de todos los fenómenos superiores; la psicología de la conducta agrega entonces a la psicología del comportamiento el estudio de la conciencia y de todos los fenómenos superiores. Unidad del sistema psicológico. — En la psicología de la conducta hay un sistema que sirve de nexo para unir todas las observaciones y para clasificarlas: es la hipótesis que considera todos los hechos psicológicos observados en el hombre como acciones. Muchos tratados de psicología son incoherentes: hablan de movimientos y de acciones en la primera parte, para luego cambiar de lenguaje y de sistema limitándose a hablar de conciencia y de ideas sin mostrar la menor relación entre estos nuevos hechos y los precedentes. Es necesario conservar de un extremo a otro el mismo lenguaje, destacando que en todos los fenómenos, incluso superiores, hay una parte de acción y poniendo esta acción en primer plano. Esta hipótesis no sólo le otorga una unidad al estudio, que permite aproximaciones y comparaciones, sino que además permite medidas. Las acciones, que transforman siempre el mundo exterior, tienen poderes muy variables: modifican el mundo a distancias diferentes en el espacio y en el tiempo, y la psicología enseñará a apreciar estos grados de eficiencia. EL PROBLEMA DE LA ACCIÓN La acción es un conjunto de movimientos que se producen en el exterior del cuerpo viviente; los movimientos que se producen en el interior del cuerpo —y que están además íntimamente ligados con los precedentes— pertenecen a la fisiología. Movimiento viviente y movimiento físico. — La dificultad principal que presenta el problema de la acción de un ser vivo es distinguir el movimiento del ser vivo del movimiento de un objeto material desplazado por fuerzas físicas, ya que en estos dos movimientos observamos la misma modificación del mundo exterior. El carácter más chocante y el más comúnmente señalado del movimiento viviente es su finalidad al menos aparente, su adaptación a un resultado futuro, útil para el ser vivo. Es lo que hace que este movimiento vivo —como lo había destacado Le Roy— no pueda ser invertido indiferentemente: puede hablarse del movimiento de la Luna en relación a la Tierra o del movimiento de la Tierra en relación a la Luna, pero no puede decirse que es la hierba la que se precipita en la boca de la vaca, porque este movimiento de la alimentación sólo es útil para la vaca. A menudo se ha protestado contra esta interpretación del finalismo en la psicología y se ha reclamado, en esta ciencia como en las otras, un determinismo riguroso que explicaría todo por antecedentes invariables. En la teoría esto es muy justo, pero en la práctica es imposible estudiar e incluso caracterizar la acción humana de esta manera y no hay que sacrificar la naturaleza del fenómeno que observamos, con el pretexto de parecer más sabio. La parte de lo irracional. — Otro carácter esencial de la acción de los seres vivos ha sido esclarecido sobre todo por Bergson. Toda acción contiene, en menor o mayor proporción, algo de imprevisto, inesperado, nuevo. Ninguna acción nueva es completamente idéntica a otra acción del mismo hombre. Toda una serie de ideas importantes acerca de la invención, el progreso, lo contingente, el azar, la historia, deriva de esta espontaneidad, de esta creación en el acto del ser vivo. Lo irracional, de lo cual hablaba Emile Meyerson, es el elemento más profundamente apartado en los fenómenos físicos, pero el más evidente en la acción vital. Una reserva filosófica. — Este sistema psicológico no debe ser ni invasor ni exclusivo: no se opone a cualquier interpretación espiritual ni a las investigaciones filosóficas sobre la naturaleza humana. Quiere expresar en términos de acción todos los fenómenos que se prestan a esta interpretación y hasta nuestros días ha logrado presentar, de esta manera, una gran cantidad de hechos, pero no afirma nada de antemano. Si la psicología se encuentra algún día en presencia de un hecho que se relaciona con el hombre y con su rol en el mundo, pero que no tenga ninguna relación con una acción, no dudará en reconocerlo si se demuestra su existencia en forma fehaciente, pero reconocerá al mismo tiempo que este fenómeno está fuera de sus límites y lo abandonará a otra ciencia. Incluso cuando no hay duda de que se trata de fenómenos comprendidos como acciones, hay que ser modesto. La psicología de la conducta toma el organismo humano y sus actos tales como son dados en la actualidad, pero no pretende explicar científicamente su origen primero; conoce sus límites y no niega la necesidad de estudios metafísicos. Admitirá, desde el punto de partida de la vida y de la acción, un impulso de naturaleza desconocida —el impulso vital de Bergson o la hormé de von Monakow y de Mourgue— completamente fuera de sus alcances. No es menos cierto que una de las manifestaciones esenciales de este impulso vital es la acción humana y que es necesario estudiar para comprender y, a veces, para corregir el pensamiento de los hombres. 2. EL CUADRO JERÁRQUICO DE LAS TENDENCIAS Si no hubiera más que este carácter de libertad imprevisible en el acto del ser vivo ningún estudio científico de tal acto sería posible. Pero vemos en el acto viviente otra parte, muy considerable, donde se manifiestan la regularidad determinada, la repetición prevista del mismo movimiento en las mismas condiciones. Parecería que el movimiento libre solo aparece cada tanto y que se conserva luego con una organización nueva, ahora fija y determinada. Esta complejidad de la conducta, esta mezcla de una pequeña parte irregular con una parte determinada, impone una división necesaria en la psicología de la conducta. Esta parte considerable de la acción que depende del pasado, de la organización física y psicológica anterior es la manifestación de las tendencias adquiridas; la otra parte, más viva, más nueva, la que da su carácter a la acción presente y que prepara los progresos, es el funcionamiento de las tendencias. Bases de clasificación. — Una tendencia es una disposición del organismo vivo a efectuar una acción determinada; acción caracterizada por cierto número de movimientos de cualquiera de los órganos, que se suceden en cierto orden, en reacción a cierta estimulación de cualidad y de fuerza determinada que se produce en un punto determinado del tegumento. Semejantes disposiciones parecen innumerables en un hombre inteligente y ha sido necesario clasificarlas. Lamentablemente, como lo destacaba Höffding en 1888, puede contarse al menos una treintena de clasificaciones diferentes propuestas por los filósofos. La mejor clasificación tendría en cuenta la eficiencia de los actos según modifiquen el mundo a una distancia más grande en el tiempo y en el espacio. Eficiencia muy difícil de medir: depende no sólo del valor de las acciones, sino de varias circunstancias exteriores. En el pasado, hemos insistido mucho acerca de la función de lo real, acerca de la adaptación a lo real y el sentimiento de la acción real; pero este criterio de lo real apenas puede aplicarse a las acciones que alcanzan el nivel de la creencia reflexiva. Es justo tener en cuenta los grados de complejidad y de sistematización de los actos, ya que los actos elementales se presentan como simples mientras que los actos más complejos pueden ser descompuestos en acciones simples susceptibles de existir de manera independiente. Este carácter cumple un rol esencial en la importante distinción del plano motor y del plano verbal que debe dividir en dos partes el conjunto de las acciones humanas; los actos del plano verbal se componen de un acto motor y de un acto verbal combinados en conjunto. Pero aquí, sólo se trata de la distinción de las dos clases más grandes de tendencias; para las otras divisiones este criterio carece de precisión. Corresponde agregar otra noción: la noción de la evolución de las tendencias. Las tendencias que constituyen la mente no han sido constituidas todas en el mismo momento: unas son más recientes que otras. Observamos por el estudio de las enfermedades mentales que las tendencias más recientes son las más frágiles de todas. Inversamente, cuando un enfermo se restablece, recupera una a una y en orden inverso las tendencias que acaba de perder; las tendencias más antiguas reaparecen primeras y las más recientes, últimas. Ribot había señalado una ley de este tipo a propósito de la pérdida de los recuerdos en las enfermedades de la memoria. Es necesario generalizar esta ley y aplicarla a la clasificación de todas las tendencias. Clasificación genética. — En estas condiciones, la psicología de la conducta debe presentarse en gran parte como una psicología genética, siguiendo la expresión de J. M. Baldwin. La evolución progresiva de la mente no se hace de manera continua; se presenta por etapas como si la conciencia ascendiera intempestivamente y se detuviera durante cierto tiempo en cierto nivel. No es suficiente, por lo tanto, dar una definición abstracta y general de un fenómeno psicológico como si hubiera aparecido de golpe, de la nada; es preciso mostrar de qué elementos está constituido. No es suficiente relacionar el hecho con principios vagos y primitivos que se encuentran en todas partes. El químico no se contenta con decir que el sulfato de sodio es un compuesto de átomos, debe además hacer salir este cuerpo del ácido sulfúrico y del sodio mediante eliminación de agua. De la misma manera, debe mostrarse exactamente a qué nivel pertenece la tendencia considerada y mediante qué transformaciones surgió de las tendencias del nivel precedente. La memoria, por ejemplo, ya no debe ser una función general, en cierto modo metafísica, de la vida: es una tendencia del nivel intelectual elemental, una trasformación del lenguaje cuando éste debe dirigir su acción sobre los ausentes o los muertos. Un estudio de este tipo, si estuviese terminado, es el que permitiría disponer las tendencias adquiridas en un cuadro jerárquico de las tendencias, que sería de una gran importancia práctica. CONDUCTA ANIMAL El hombre tiene, en principio, una conducta animal sobre la cual edifica una conducta humana. Los primeros actos psicológicos derivan de las grandes funciones de la vida animal: la irritabilidad, la alimentación, la excreción, la fecundación, cuando éstas no se limitan a determinar modificaciones en el interior del cuerpo, sino cuando dan lugar a movimientos o desplazamientos de todo el cuerpo. Actos psicológicos reflejos. — Tendremos, pues, como primer hecho psicológico la agitación difusa, la contracción irregular que se produce no sólo en las vísceras sino en los músculos, y que determina desplazamientos más o menos considerables, pero en apariencia sin significado. Estas agitaciones no coordinadas, estas convulsiones son las acciones más triviales, las que subsisten cuando las acciones mejor adaptadas y superiores son suprimidas. Es por esta razón que el ser vivo ya no tiene sólo convulsiones en los grandes abatimientos de la vida psicológica, en los accesos epilépticos por ejemplo, e incluso en las grandes emociones. A un nivel más elevado, estos movimientos elementales toman la forma de actos reflejos. Los fisiólogos dan una definición de la acción refleja muy satisfactoria para ellos, pero un poco insuficiente para nosotros: los reflejos son simplemente movimientos bien determinados que se producen regularmente luego de una modificación igualmente bien determinada de alguna parte de la periferia del cuerpo. Nosotros agregamos, en lo que concierne a los actos reflejos propiamente psicológicos, que son además actos explosivos que comienzan cuando la estimulación alcanza cierto grado y que, una vez iniciados, se desarrollan completamente, al menos cuando no encuentran obstáculos, hasta que la tendencia esté completamente descargada. No pueden detenerse por sí mismos en cualquier grado de su desarrollo; ya no pueden ser completados por una adición de fuerza cuando la descarga es insuficiente. Las reacciones de alejamiento, fenómeno esencial del dolor, las reacciones de acercamiento, fenómeno esencial del placer, las reacciones de introducción en el cuerpo y de excreción, que son sus complicaciones, se presentan al principio de esta manera. Actos perceptivos-suspensivos. — Aquí, la tendencia ya no se descarga completamente luego de la primera estimulación suficiente, ya no es explosiva. La descarga se hace en dos tiempos: la primera estimulación hace que la tendencia se manifieste, provoque cierta movilización de las fuerzas, es preparatoria; pero la tendencia así estimulada permanece en un estadio que hemos llamado la fase de la erección, hasta que una nueva estimulación, esta vez desencadenante, ocasiona la consumación del acto completo. El perro que huele en la llanura el olor del conejo, no hace inmediatamente, de manera explosiva, el acto de comer conejo, pues lo que haría no tendría efecto alguno ya que el conejo no está en su boca; la tendencia a comer conejo, una vez manifestada, permanece en la fase de la erección; el perro la mantiene en este grado mientras corre por todas partes; ahora tiene en la boca la estimulación producida por el contacto de la piel del conejo y deja que la tendencia se descargue por completo. Estas tendencias suspensivas o de activación escalonada son el elemento esencial de las percepciones y permiten la construcción del objeto. Actos sociales. — Presentan una de las complicaciones más importantes que es preciso estudiar bien para poder comprender enfermedades sociales como las ideas de persecución y de grandeza, para comprender incluso las guerras y las relaciones entre los pueblos. El acto social no es una reacción a una estimulación o a un objeto, sino a un acto del objeto. Uno de nuestros semejantes, o mejor aún, uno de nuestros socii, como decía J. M. Baldwin, sigue siendo el mismo individuo y provoca las mismas reacciones perceptivas nos reciba benévolamente o nos golpee enérgicamente, ya que seguimos dándole el mismo nombre. Pero, al lado de esta reacción de conjunto estable, hay una gran cantidad de otras reacciones variables según que prestemos a este socius una u otra intención. Hay, por lo tanto, una doble conducta en el acto social: la representación del acto del socius y nuestra reacción a este acto. La dificultad del acto social consiste en la repartición de estos dos elementos, en la atribución de uno al socius y del otro a nosotros mismos; esta repartición es el origen de numerosos trastornos que constituyen la objetivación social intencional o bien, la subjetivación social intencional. Esta complicación del acto social da nacimiento a la colaboración. Un acto social nunca es llevado a cabo por un individuo considerado aisladamente, sino por dos personas que sólo forman una parte del acto total. Por último, no hay que olvidar que en este estadio, el sujeto reproduce con respecto a sí mismo la conducta que tiene con respecto a los otros; reacciona a sus propias acciones de manera social, colabora consigo mismo. Estas conductas van a dar lugar a los sentimientos, que son regulaciones de nuestras propias acciones y que van a constituir las conductas de la conciencia representadas equivocadamente como primitivas: las conductas sociales constituyen el estadio de las conductas socio-personales. La mayoría de los animales sólo presentan tendencias que pertenecen a uno de los tres grupos precedentes: reflejos, preceptivos, sociales. El conjunto de estas conductas corresponde aproximadamente a lo que se llamaba grupo de los instintos. CONDUCTAS INTELECTUALES ELEMENTALES Entre este grupo de tendencias elementales que caracteriza la vida animal y el grupo de las tendencias medias que sólo aparecen en el hombre se presenta un estadio, en cierta forma, intermedio: el de las tendencias intelectuales elementales. Estas comienzan en el animal que, en ciertos casos, ya sabe cómo manejar la herramienta, pero sólo se desarrollan por completo en el hombre, aun muy primitivo. Actos simples combinados. — Se trata de actos más complicados que se presentan como una combinación intermedia entre otras dos acciones del estadio perceptivo precedente. Se puede tomar como tipo el acto que hemos llamado el acto de la canasta con manzanas (en L’intelligence avant le langage). Si el hombre aprendió a utilizar un recipiente para contener varios objetos, es porque sólo él es capaz entre los animales, de un acto particular, el de recolección; paralelamente a sus conductas respecto de una manzana aislada (tomarla, comerla, etc.), es capaz de una conducta particular respecto de un conjunto de manzanas. Así, el acto de la canasta de manzanas es una combinación de las acciones relativas a las manzanas y de las acciones relativas a la canasta; combinación variable como se observa en los actos de llenar y vaciar la canasta. Cierto número de objetos demandan conductas análogas para ser creados; hemos dado como ejemplo de ello (en Les débuts de l’intelligence): la ruta, la plaza del pueblo, el portal, la herramienta, el símbolo, el signo. Todas estas conductas intelectuales tienen probablemente su punto de partida en los actos sociales, en la necesidad de modificar los actos individuales para hacerlos accesibles a los otros y hacer posibles sus reacciones. El lenguaje. — Es en el medio de este grupo de tendencias combinadas donde se desarrolló el lenguaje, conducta intelectual del mismo tipo. La conducta del hombre que habla y la conducta del hombre a quien se le habla surgieron de las conductas del mando y de la obediencia, que son a su vez conductas sociales. Hubo una combinación del acto vocal del grito, que aparecía en el esfuerzo al comenzar el acto, y de la ejecución motriz del acto, como se vio anteriormente entre la conducta de las manzanas y la de la canasta. La memoria. — Uno de los resultados más importantes de la intelectualización y del lenguaje ha sido la formación de la memoria. Se trata de una operación mucho más tardía de lo que se cree generalmente, cuando se confunde la memoria con la simple observación de las tendencias. La memoria es, en principio, el mando a los ausentes, antes de transformarse en el mando de los ausentes: es justamente gracias a una adaptación a la ausencia que la memoria pudo ser adaptada a una propiedad notable de las cosas, la de transformarse en “pasadas”. Pero para ello fue necesaria una modificación importante de la acción: ésta ya no es la reacción a las estimulaciones primitivas, sino que se transforma en una reacción a una estimulación especial, la de la pregunta. El lenguaje inconsistente. — El lenguaje se extendió a todos los actos; se transformó en un lenguaje interior, cuando nos hablamos a nosotros mismos; y, por el mecanismo de los actos del secreto, se transformó en pensamiento. Esto es lo que caracteriza la conducta propiamente humana ya que el hombre es ante todo un animal verborrágico que habla sus actos y que actúa sus palabras. Esta dualidad de la conducta humana fue el punto de partida de la distinción del movimiento y del pensamiento, del cuerpo y del alma; de la teoría del paralelismo que tuvo una influencia tan funesta sobre los estudios psicológicos. El establecimiento de relaciones cada vez más complicadas entre el habla y el acto determinó todos los progresos ulteriores de la conducta humana. Al principio, la palabra y el acto eran inseparables, la palabra era sólo el grito lanzado por el jefe al comenzar un acto para volver la imitación más fácil. Pero ya en la orden, la palabra se separó del acto, puesto que la palabra existía en uno y porque el acto aparecía en otra. El desarrollo de las ideas generales y de la memoria contribuyó a la independencia del lenguaje relacionando la palabra a acciones diferentes. En las bromas, en las conversaciones, los hombres aprendieron a jugar con el lenguaje, a extraer una excitación del lenguaje en sí mismo, independientemente de la acción a la que estaba ligado primitivamente. El lenguaje separado de la acción se vuelve, en cierta forma, inconsistente, como puede comprobarse en el habla de muchos enfermos. CONDUCTAS MEDIAS; LA AFIRMACIÓN Los hombres sintieron la necesidad de hacer actos especiales para restablecer intencionalmente esta unión entre lenguaje y la acción de los miembros o para precisar el grado de su separación. Las promesas, los juramentos, los compromisos de honor fueron el punto de partida de la afirmación, que reunió una vez más, en ciertos casos, la acción verbal y la acción corporal. Creencia asertiva. — Esta unión se produjo de dos maneras algo diferentes. La voluntad es una afirmación cuya ejecución es inmediata: quiero caminar y camino. La creencia es una afirmación cuya ejecución inmediata es imposible; si digo en mi habitación: “Este jardín está abierto al público”, hago alusión a ciertas acciones —entrar al jardín, dar un paseo— que no puedo ejecutar puesto que el jardín no está en mi habitación; me limito a expresar el acto agregándole la afirmación. Decir: “El Sena fluye en París”, es comprometerme a llevar a alguien cerca del Sena sin dejar París. Esta manera de hablar, porque la creencia no es otra cosa que una manera particular de hablar, tiene ventajas curiosas. Nos permite sacar partido inmediatamente de una acción que sólo haremos más tarde; es un procedimiento de descuento de la acción. Todos los actos, todos los pensamientos superiores del hombre no van a ser más que formas de la creencia, que es una especulación sobre el habla, sustituta de la acción. Al principio, la creencia puramente asertiva depende de una afirmación que se hace casi al azar, bajo la influencia de tendencias y de sentimientos que acompañan la expresión verbal. Estamos en el estadio en el cual se cree lo que se desea o lo que se teme, y donde las creencias fundadas sobre estos sentimientos se imponen con una energía, una tenacidad que no se volverá a encontrar en creencias más razonables. Creencia reflexiva. — Los defectos de una creencia semejante, violenta, sin matices y sin fijeza, son demasiado evidentes; las voluntades y las creencias impulsivas de este tipo no corresponden ni a la realidad exterior ni a las disposiciones profundas de la mente. En consecuencia, poco a poco se desarrolló sino otra creencia, al menos otro método de localización de la afirmación. Este cambio se produjo por la evolución de un fenómeno extremadamente importante, que debería ocupar un espacio más importante en los estudios de psicología: la discusión entre varios individuos que oponen unos a otros sus afirmaciones iniciales. Esta discusión surgida del parloteo y la conversación terminó por extenderse a un gran número de afirmaciones, incluso cuando el hombre se encontraba solo. La reflexión reproduce por dentro de nosotros mismos la discusión de una asamblea, y sólo deja a la afirmación producirse luego de esta discusión interna; la reflexión dio nacimiento a la deliberación, a la duda, a la decisión. La creencia reflexiva conlleva también la distinción de los cuerpos y de las mentes y sobre todo la distinción de los seres y de las realidades; los seres son aquello que creemos de manera primitiva, sentimental; las realidades son aquello que creemos luego de la reflexión. Es difícil pero necesario comprender que existen grados de lo real, que se sitúan en los diferentes períodos del tiempo distinguidos por la reflexión. CONDUCTAS SUPERIORES En los límites de este artículo no podemos mostrar el rol y la evolución de las conductas superiores más recientes. Las educaciones religiosas y morales forzaron a los hombres a dar un lugar importante en sus deliberaciones a ideas impuestas por la religión y la sociedad, ideas que se transformaron en las reglas morales y lógicas de la razón. Las leyes morales y las reglas lógicas, que son absolutamente del mismo tipo, son las ideas adoptadas durante largo tiempo por el grupo social, y a las que el individuo debe someterse para obedecer a las leyes de la conformidad social. Tendencias racionales y experimentales. — El recuerdo no es una tendencia para actuar, es una tendencia para relatar. Si, por accidente, el relato determina actos es porque reproduce toscamente algunas de las acciones que acompañaron su formación, es porque deja de ser un recuerdo para transformarse en una alucinación. Para que el verdadero recuerdo sea de alguna utilidad práctica en la vida actual, tiene que ser transformado. Comí determinada fruta y me enfermé; tomé determinado camino y me perdí; estos accidentes sólo sucedieron una vez y no pudieron por la repetición, crear tendencias. Para que, en cada ejemplo, el primer acontecimiento sea considerado tan peligroso como en el segundo, es necesario que la mente establezca una relación de producción entre los dos acontecimientos y que extraiga de él un orden verdadero. Desde ya resulta difícil dar fuerza a un precepto generalmente adoptado por la tribu: fue necesario que las religiones de moral austera educaran a la humanidad para que ésta se volviera capaz de dar fuerza al orden surgido del recuerdo: la religión no debería ser demasiado severa para la ciencia, ya que es ella quien la inventó. La docilidad en el consentimiento general se extendió y éste debió someter las creencias individuales a la verificación mediante percepciones comunes a todos los hombres. Esta docilidad, este sacrificio de las opiniones individuales, constituye lo esencial del método experimental. La conducta experimental no es sólo la del científico en su laboratorio, es una tendencia que, en cierto estadio psicológico, ha ganado un gran número de hombres. Tendencias progresivas. — No podemos intentar prever el futuro ni adivinar cuál será el nuevo progreso de la mente y la nueva etapa de su desarrollo. Quizás, podríamos tener una indicación estudiando las ideas de progreso y de evolución que, desde hace algún tiempo, se agregan a las ideas de ley natural y de determinismo. Tomar conciencia del progreso, de su posibilidad pese al determinismo; comprender las ideas del azar, de libertad, de evolución —todo esto nos parece una nueva etapa en la cual la humanidad parece comprometerse. Sería justo llamar a estas tendencias, tendencias progresivas, ya que la idea del progreso y la búsqueda del progreso son su carácter esencial. Conductas individuales. — Una de las consecuencias más notables de estas nuevas tendencias parece ser el desarrollo de las conductas individuales y originales comprendidas e investigadas como tales. La individualidad se extendió incluso a los acontecimientos, que parecen tener sus caracteres propios, que parecen no haberse producido nunca y no tener que reproducirse nunca exactamente iguales. Las ciencias de la historia, cuyo desarrollo caracteriza este período, buscan esclarecer en los estudios biográficos el hecho individual. Los actos donde intervienen las nociones de progreso, de creación libre y de individualidad intentan inmiscuirse en el tiempo así como los primeros movimientos de los seres vivos hicieron la conquista del espacio. 3. EL FUNCIONAMIENTO DE LAS TENDENCIAS En la psicología de la conducta, el funcionamiento es el pasaje de una tendencia —con los movimientos del cuerpo que la caracterizan— de la fase de latencia a la fase de consumación, atravesando las diferentes fases de la activación: erección, esfuerzo, deseo o juego, y deteniéndose en una u otra. Cuando una estimulación provoca el despertar de una tendencia, el primer problema consiste en comprender por qué esta tendencia se activa más que otra y por qué llega a una u otra fase. Fuerza psicológica. — Esta elección se encuentra en estrecha relación con la cantidad de la fuerza psicológica que presenta el sujeto en el momento de la estimulación. Aquellos que sólo consideraban como elemento psicológico el pensamiento abstracto podían descuidar esta fuerza psicológica, por temor a la metafísica. Pero para aquellos que consideran la acción compuesta de movimientos corporales como hecho psicológico esencial, el gasto de fuerza y la cantidad de fuerza de la que dispone un individuo en un momento dado, son datos que recobran toda su importancia. La fuerza psicológica está repartida desigualmente entre cada una de las diversas tendencias que tienen una carga determinada: las tendencias inferiores están fuertemente cargadas, las superiores débilmente. Pero, además, esta fuerza se encuentra concentrada en ciertas tendencias, variables según los individuos, y en particular en las tendencias que constituyen la personalidad: son éstas las que se descargan en el esfuerzo, para acrecentar la potencia de las tendencias superiores, débiles por sí mismas. De allí se deduce que los actos son más o menos costosos: una acción pasada, ejecutada ya muchas veces, es poco costosa; una acción nueva, sobre todo un acto elevado en el cuadro jerárquico, demanda un gran gasto. Las relaciones con los hombres que nos rodean son del mismo tipo: hay hombres cuya presencia exige acciones costosas de nuestra parte, y otras cuya presencia sólo lleva a acciones económicas. Habrá que tener en cuenta también aquellos que determinan conductas excitantes en nosotros, es decir remuneradoras. Estas distinciones son capitales para comprender las relaciones sociales. Tensión psicológica. — Es lo que lleva a considerar en la actividad otro carácter o, si se prefiere, otra forma de la fuerza psicológica. Así como la potencia de una catarata de agua no depende sólo de su cantidad, sino de su presión en relación con la altura de la caída, de la misma forma, la eficacia total de la acción no depende sólo de su fuerza, sino de su tensión. La tensión de la acción es cierta modificación que concentra la fuerza, que permite una eficacia más grande con una fuerza menor. Un ingeniero que, luego de cálculos y experiencias, hace saltar un peñasco dinamitando una mina, gasta evidentemente fuerza en sus cálculos, en su acto de dinamitar y se puede decir que el total de este gasto es más grande que el del obrero que lo haría a golpes de pico durante el mismo tiempo. Pero el resultado obtenido es incomparable y hubiera sido necesario para obtener lo mismo con golpes de pico un gasto infinitamente más grande. Las conductas científicas son conductas económicas (Mach), pero no lo son de una manera absoluta. Demandan una fuerza considerable en el tiempo dado, pero producen efectos desproporcionados con los que produciría esta misma fuerza si fuese aplicada de otra manera. Hay acciones de alta tensión que reclaman la puesta en juego de tendencias elevadas en la jerarquía y su activación completa; hay acciones de baja tensión en las que tendencias inferiores sólo son activas en un grado medio. Una mente tendrá una tensión fuerte cuando ejecute fácilmente y frecuentemente acciones del primer tipo; tendrá una tensión débil cuando esté forzada a contentarse frecuentemente con acciones del segundo tipo: hay, además, entre estos dos extremos innumerables intermediarios. De manera general, el grado de la tensión psicológica o la elevación del nivel mental en un individuo depende del grado que ocupan en la jerarquía las tendencias que funcionan, y del grado de activación al cual puede llevar las más elevada de estas tendencias. Entendida así, la tensión psicológica juega un rol muy importante en la interpretación de las conductas y en la inteligencia de los caracteres. VARIACIONES DE LA FUERZA Y DE LA TENSIÓN Estas dos formas de la actividad psicológica, la fuerza y la tensión, se combinan de muchas formas. Si la fuerza disminuye, la tensión se mantiene difícilmente y los actos superiores, si aún existen, sólo se presentan en la fase inferior del deseo, de la veleidad, de la ensoñación. La agitación. — Pero si la fuerza se mantiene mientras que la tensión baja, lo cual sucede más frecuentemente, se observa toda suerte de desórdenes que he llamado las paradojas de la agitación. Ciertos enfermos están en un estado en apariencia más grave cuando el reposo, el sueño, los tratamientos tónicos les han devuelto fuerzas sin volver a subir la tensión. Inversamente, se observa con asombro, enfermos que se calman, que presentan menos trastornos y sufrimiento cuando su debilitamiento es más grande. La descarga. — En ciertos casos, es ventajoso e incluso necesario disipar la fuerza sobreabundante que ya no corresponde a la tensión disminuida. Es lo que se produce en todos los fenómenos de descarga que aparecen en las convulsiones, en los ataques de toda especie, en las agitaciones, en las rumiaduras mentales. Podrían resumirse todos estos hechos diciendo que un acto de un nivel superior concentra fuerzas que son suficientes para producir un gran número de fenómenos inferiores y que éstos aparecen por derivación cuando el fenómeno superior ya no puede producirse. Para obtener cierta calma, es necesario que haya siempre cierta proporción, variable según el caso, entre la fuerza y la tensión psicológicas. Las oscilaciones. — Bajo una gran cantidad de influencias, las fuerzas psicológicas aumentan en un individuo y, sobre todo, disminuyen. No son sólo las lesiones anatómicas de un órgano nervioso, sino todos los trastornos de los órganos alejados, infecciones, intoxicaciones, fatigas, emociones de toda especie los que pueden cambiar la fuerza y la tensión psicológicas. Hay cambios lentos o rápidos, pasajeros o definitivos, cambios periódicos. Cuando el cambio se produce en el sentido de la disminución de la acción, hay depresión psicológica con descenso de los fenómenos superiores y a menudo agitación por escape of control (Head). A menudo, también hay ascenso psicológico cuando los enfermos depresivos se restablecen y recobran sus fuerzas. No hay que dar un sentido demasiado preciso a la expresión “enfermedad mental”, ni menos aun a las especies de enfermedades mentales. Estos trastornos no son netamente distintos unos de otros como enfermedades infecciosas producidas por microbios diferentes. Pero sobre todo, no hay que distinguir demasiado las enfermedades de las oscilaciones de la mente consideradas indulgentemente como formas normales del pensamiento. Hay que dejar de levantar un muro impenetrable entre los errores, las faltas, las rarezas de carácter descriptas por los moralistas y los novelistas, y las enfermedades de la mente estudiadas por los médicos. Los equilibrios. — Entre las diversas oscilaciones, la mente mantiene cierta estabilidad: un equilibrio se establece entre los recursos y los gastos psicológicos. Al ser muy variados unos y otros, los equilibrios psicológicos son muy diversos: equilibrios superiores en activos que tienen grandes gastos y también grandes recursos; equilibrios inferiores en asténicos, a menudo en niños acusados de haraganería, en muchos neurópatas; equilibrios de miseria en las demencias. Esta psicología de la conducta tiene como corolario una psicología patológica y una psicología terapéutica, que son en la actualidad el punto de partida de todos los estudios sobre las relaciones sociales entre los individuos e incluso entre los pueblos. Pierre Janet, Miembro del Instituto, Profesor Honorario del Collège de France Fuente: Janet, P. (1938). Psychologie de la conduite. En Encyclopédie Française, tomo VIII, “La vie mentale” (fasc. 8, 11-16). París: Société de Gestion de l’Encyclopédie Française. Traducción realizada por Alejandra Lavochnik. *