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Transcript
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Ciudad de México, 30 Julio, 2002
BOLETÍN DE PRENSA
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Urgente emprender reforma dentro de la Iglesia que ponga en el centro la
defensa y promoción de los derechos humanos.
Indignan hechos de abuso sexual, violaciones y autoritarismo, la feligresía
demanda rendición de cuentas y democratización de las estructuras
Celibato opcional, ordenación de mujeres al sacerdocio, inclusión de
homosexuales y lesbianas, respeto a las diferencia: las demandas.
Los acontecimientos recientes dentro de la Iglesia católica son muestra clara de la
necesidad y del imperioso llamado a una gran reforma de la institución, que ponga en el
centro la promoción y la defensa de los derechos humanos en su interior.
Católicas por el Derecho a Decidir (CDD), pone de manifiesto que la quinta visita de
nuestro Santo Padre a tierras mexicanas, no puede pasar por alto los escándalos de tipo
sexual, las demandas de la feligresía, el grito de millones de católicos y católicas que en
el mundo buscan ser parte de una Iglesia que rinda cuentas sobre sus actos, que
promueva la fe y la esperanza y deje a un lado el autoritarismo y la exclusión.
Al tiempo de congratularnos y darle la bienvenida a su Santidad Juan Pablo II, CDD o
Guadalupe Cruz señaló que son graves síntomas de demandas insatisfechas casos como
las denuncias de abuso sexual contra el superior de los Legionarios de Cristo, Marcial
Maciel, hechas por cuatro serios profesionistas mexicanos, el 12 de marzo de 1997; las
denuncias de la violencia sexual y el abuso de poder a religiosas por parte de sacerdotes
en 23 países del mundo desde 1994 e informadas a la opinión pública hasta el 16 de
marzo del 2001.
Indigna también a la feligresía el escándalo que surgió en Boston, Estados Unidos, a
partir de las denuncias de abuso sexual a menores por parte de sacerdotes católicos.
Entre la indignación y la tristeza conocimos datos alarmantes: 550 sacerdotes han sido
suspendidos de sus cargos desde 1960 en los Estados Unidos debido a acusaciones de
abuso sexual, según información difundida en ese país con motivo de la reunión de los
obispos norteamericanos realizada en Dallas, Texas, entre el 12 y 14 de junio pasados;
80 de ellos están asociados al escándalo de Boston.
Al mismo tiempo consideramos que otros síntomas como la decisión del obispo africano
Milingo de casarse con una coreana en 2001 y quien finalmente regresó a su Iglesia local;
la voz pública de un sacerdote español, Juan Montero, que asume públicamente su
condición de “homosexual activo” y es apoyado por la feligresía de su parroquia, por
varios teólogos y organismos católicos, el 3 de febrero del 2002; la carta que enviaron 71
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sacerdotes de Girona, España, a sus obispos pidiendo el celibato opcional, el sacerdocio
femenino y la democratización de la Iglesia, el 8 de marzo del 2002; hablan de que las
católicas y los católicos no somos los mismos; que hemos cambiado; que estamos
rompiendo con la cultura del silencio, de la invisibilidad, de la no existencia, de la no
persona, de la no palabra, del olvido
En este contexto, no son menores las formas de autoritarismo por algunos miembros de la
jerarquía católica. Un ejemplo lo acontecido en la parroquia de Santa Clara de Asís,
Ecatepec. Durante la misa, cientos de feligreses mexicanos protestaron contra el párroco
Felipe de Jesús García Bolaños y su vicario Fernando Uribe Quintero a quienes acusaron
de negarse a llevar las festividades de la patrona del lugar, de oponerse a dar servicios de
cuerpo presente, de tratarlos “de manera déspota” y de haber aumentado las cuotas a
600 pesos por misa.
Ante esta protesta y la solicitud de destituir al párroco, el obispo Onésimo Cepeda Silba,
“de manera prepotente”, prefirió cerrar la parroquia y sus capillas el 7 de mayo del 2002.
También las mujeres demandan ser parte del ministerio sacerdotal, como se expresó en
la reciente ordenación de siete mujeres, a bordo de un barco sobre el Danubio,
procedentes de Austria, Alemania y Estados Unidos por el obispo argentino Rómulo
Antonio Braschi, el 29 de junio del 2002. La respuesta de la Jerarquía fue la excomunión,
cuando los delitos de abuso sexual contra menores, no tuvieron la misma condena.
Ninguno de estos hechos son aislados, representan síntomas significativos de problemas
no resueltos, de expresiones de insatisfacción, de retornos violentos de lo reprimido.
También indican que nuestra institución se encuentra a las puertas de una crisis, sin
precedentes y en medio de un debilitamiento de su autoridad moral.
Por eso quienes conformamos la gran mayoría de católicas y católicos creemos que este
momento, es también (al mismo tiempo es) de oportunidades y desafíos para caminar
hacia una reforma estructural de nuestra Iglesia que contemple:
La democratización interna de las estructuras eclesiales, que significa una mayor
corresponsabilidad en la toma de decisiones; participación de las iglesias locales en la
elección de nuestros obispos, ya que sólo deberían ser obispos quienes cuenten con la
confianza de la comunidad de fe; incorporar a las mujeres en el liderazgo de la Iglesia;
rendición de cuentas de la autoridad eclesial, no sólo ante la comunidad católica, sino
también ante las instancias nacionales e internacionales que defienden los derechos
humanos; creación de una instancia civil y eclesial capaz de promover y defender los
derechos humanos al interior de la comunidad católica.
Al mismo tiempo es preciso que la reforma de la Iglesia contemple plenamente la
igualdad de derechos. Es decir: mayor participación de las mujeres con voz y voto en las
instancias de decisión eclesial; respeto a su libertad de conciencia; defensa y promoción
de su salud y sus derechos reproductivos avalados por las convenciones y conferencias
internacionales promovidas por la ONU; acceso de las mujeres al diaconado permanente
y al ministerio sacerdotal, ya que la exclusión de las mujeres a este ministerio carece de
fundamento bíblico y como Iglesia no podemos seguir renunciando a las experiencias de
vida y a la riqueza de las capacidades de las mujeres.
Igualmente importante es valorar de manera positiva la sexualidad, lo que significa seguir
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reconociendo que la sexualidad es un espacio para el placer, para la manifestación del
amor, una vía de comunicación interpersonal y una fuente de autoconocimiento; y no una
fuente de pecado o una imposición abusiva del poder.
Valorar la sexualidad de manera positiva nos invita a afirmar que no debe haber estados
de vida obligatorios, que el celibato debe ser opcional, tanto para religiosas como para
sacerdotes y que no debería de ser un criterio para el ministerio del sacerdocio, por lo que
solicitamos el retorno de la tradición de sacerdotes casados.
Para ello, es urgente emprender al interior de la Iglesia, campañas de salud y de
educación sexual dirigidas a seminaristas, diáconos, obipos, cardenales, religiosos y
religiosas; colaborar con la plena inserción en la Iglesia de lesbianas y homosexuales,
respetando sus derechos y permitiendo que tengan un papel activo en la vida de nuestras
comunidades; promover una sexualidad informada, libre y responsable; y fomentar una
vida sexual protegida, evitando la posibilidad de enfermedades de transmisión sexual
como el SIDA, por lo que es importante dejar de prohibir el uso del condón.
Hoy requerimos de un mayor acompañamiento y de una actitud evangélica de
entendimiento y solidaridad con quienes se encuentran en situaciones difíciles y recuperar
y honrar los principios básicos en la tradición de nuestra Iglesia, tales como el sensus
fideium (sentido de los fieles); el respeto sagrado por la dignidad de la conciencia y por su
libertad de elección para abrir el diálogo, el respeto y la tolerancia; mantener nuestra
unidad en lo necesario, nuestra libertad en lo dudoso y nuestra caridad en todo.
Por su parte, Jaime Laines del Centro Antonio de Montesinos, señaló que la
Iglesia Católica con frecuencia se comporta como una institución piramidal, excluyente y
no pocas veces autoritaria. El clericalismo es una de las llagas que desde hace tiempo
padece y que contradice en lo más profundo su identidad.
Incluso para algunos sectores, la Iglesia Católica se ha convertido en una burocracia que
administra la oferta de lo religioso, pero que está lejos de las preocupaciones de las
mujeres y de los hombres actuales y de sus realidades sociales, económicas políticas y
culturales. De tal manera que ella misma separa la fe de las realidades socio-históricas.
“En varias ocasiones el lenguaje eclesiástico no expresa un compromiso con la cultura
democrática, con la justicia los derechos humanos, con las la paz, con la ecología, con el
feminismo, con los pobres y excluidos. Existe un divorcio entre ese lenguaje eclesiástico y
las experiencias humanas contemporáneas”, sostuvo Laines.
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