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LA FORTALEZA
Graduación del MBA: PAD (Escuela de Dirección) Universidad de Piura
Septiembre 2001
Dr. Carlos Llano
La celebración del fin de un Programa Master es siempre una oportunidad privilegiada para
indagar bien en aquello que la ha hecho posible. El centro de este acto, los protagonistas
verdaderos del mismo, no deben dejarse arrastrar hoy por un entusiasmo momentáneo, sino
que han de considerar las causas decisivas por las que se han hecho merecedores de ese
protagonismo. Como invitado a esta celebración no me corresponde el abrogarme un papel
crítico sobre la enseñanza que la Maestría les ha ofrecido. Sucedería como aquel hombre
que llegó a una fiesta y se sentó en el lugar de honor para finalmente ser enviado hasta el
último. Prefiero sentarme en el último rincón de esta celebración para hablar de una de las
virtudes que han de poner en sus esfuerzos futuros y que les habrá de redituar en su propio
beneficio y de las personas que les rodean: la fortaleza de espíritu.
Nuestra mentalidad latina nos lleva a veces a subrayar sobre todo la inteligencia de quienes
han logrado el término de unos estudios que, al menos en el IPADE en México, al igual que
en Piura, suelen calificarse de difíciles: tendemos a exaltar la brillantez de cabeza, la
intuición, la innovación, la creatividad y el ingenio. No hay duda de que todas estas
cualidades han concurrido para que podamos reunirnos aquí. Pero quisiera que no
exageráramos nuestra admiración hacia las cosas brillantes y que aprovechásemos la
ocasión para apreciar otro valor que, careciendo de brillo, es un ingrediente básico que ha
influido en la posibilidad de este momento: quienes hoy contarán con su título de término de
maestría no lo reciben por ser inteligentes -aunque lo sean- ni por su creatividad y talento,
aunque no carezcan en modo alguno de ellos, sino por otra característica más valiosa que las
rodea: la fortaleza.
Hoy deseo, pues, referirme a la fortaleza en esta “lección”, llamémosla así, aunque sea la
última ya para ventura de ustedes; no a la fortaleza en los negocios que emprendan, sino en
el negocio que ya hace tiempo tienen ustedes en marcha, el más importante: el de la propia
vida. En México, en el IPADE no pretendemos que nuestros alumnos hagan mejores
negocios: pretendemos que se hagan mejores los que hacen negocios.
Balmes decía -con razón- que toda auténtica personalidad debe tener la cabeza de hielo, el
corazón de fuego y los brazos de hierro.
Primero, una cabeza de hielo, guiada por ideas claras, transparentes, frías como todo
raciocinio limpio, depurado de la amalgama emocional.
Segundo, un corazón de fuego, sentimientos y amores ardientes que recogen y canalizan
toda la inmensa riqueza afectiva de nuestro ser, que impregnan al frío raciocinio de calor
humano y de entusiasmo vibrante, capaz de despertar todas las energías del alma.
En tercer lugar, unos brazos de hierro, que llevan a la práctica esas ideas lúcidas, inflamadas
en el horno del corazón; la potencialidad motora que impulsa la realización de las
concepciones teóricas elaboradas por la mente.
Este tripié, cuando está armónicamente equilibrado, forma el eje de una personalidad fuerte,
el eje de la fortaleza.
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La fortaleza nace en la mente y vive a partir de un centro medular de ideas y convicciones
inalterables, que generan una poderosa motivación capaz de superar todos los obstáculos.
Nunca existirá capacidad para atacar y para resistir -actos fundamentales de la fortaleza- si
no hay convicciones fuertes. Un hombre sin un núcleo esencial de principios es siempre
pusilánime, medroso, débil. La fortaleza se mide, pues, en primer lugar por la consistencia de
las ideas.
Un hombre fuerte comprende aquello que afirma Ortega y Gasset: "No somos disparados
sobre la existencia como la bala de un fusil, cuya trayectoria ya está absolutamente
determinada. Es falso decir que, en la vida, quienes deciden son las circunstancias. Al
contrario: las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que
decide es nuestro carácter".1 Las personas sin carácter -los hombres de barro- no deciden;
viven en la voz pasiva de los verbos, son manipuladas, determinadas, plasmadas, por las
circunstancias.
De modo diferente se comportan los hombres que se asemejan a las rocas: son siempre los
mismos, son siempre ellos, idénticos, sean cuales fueren las coordenadas en que se
encuentren. Las circunstancias no los desfiguran. Son ellos, por el contrario quienes
configuran las circunstancias. Nada más antipático, sin duda, que una falsa fortaleza,
manifestada en una actitud mental intolerante, inflexible, arrogante o dura. Pero también nada
más lamentable que un hombre hecho de nata, con el cerebro flojo de una criatura sin
contornos, como una amiba, siempre dependiente del medio en que vive.
---o--Tenemos, pues, que acostumbrarnos a delimitar las ideas, a tornarlas fuertes. Es el primer
aspecto -la fuente originaria- de lo que se llama carácter. Por esto, señores, es necesario
referirse a la fortaleza del corazón. Con la cabeza no se siente. Con el corazón no se piensa.
Pero hay gente que piensa con el corazón y siente con la cabeza. El corazón precisa de una
cabeza de hielo, de un raciocinio depurado de los laberintos de la emotividad; la cabeza, a su
vez, necesita imperiosamente entusiasmarse: calentarse en un corazón de fuego. La cabeza
es el volante; el corazón, el acelerador. Ambos se exigen mutuamente: la primera orienta; el
segundo impulsa. Muchos desastres de la vida son provocados cuando los papeles se
invierten.
Un gran corazón, sin una cabeza de hielo, es flaqueza sentimental. Cuentan que el
presidente de una gran empresa resolvió cierto día emplear una nueva secretaria personal, e
inmediatamente se puso en movimiento la máquina burocrática de la organización. Después
de complicados tests entre decenas de candidatas, fueron seleccionadas tres jovencitas.
Para simplificar al máximo la elección, hicieron ante el presidente un último test primario,
formulando para las tres la misma pregunta: ¿Cuánto son dos y dos? La primera respondió:
cuatro; la segunda: pueden ser veintidós; la tercera: pueden ser cuatro o veintidós. El
psicólogo redujo su veredicto a un diagnóstico elemental, que llevó al presidente: "La primera
dio la respuesta más obvia, es un espíritu simple, actúa sin rodeos; la segunda es prudente,
intuyó una trampa y dio una respuesta reservada que revela una mentalidad viva; la tercera
mostró flexibilidad, capacidad diplomática, tal vez cautelosa. ¿Cuál de las tres escoge usted?"
El presidente respondió sin dudar: "la señorita de los ojos azules".
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J. Ortega y Gasset, A rebeliâo das massas, Martis Fontes, Sâo Paulo, 1987, págs. 67-68.
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Hay muchas personas como este presidente. Piensan con el corazón y resuelven con las
glándulas o con las hormonas. Les gusta preguntar y oír consejos, gastan tiempo en estudios
teóricos, y después, en la práctica, deciden de acuerdo con la ley del gusto, del
sentimentalismo o de las emociones. Sin embargo, pensar no basta, porque la idea aclara,
pero no impulsa si no se une a la profundidad afectiva del corazón. Aquél que quiere ser un
gran médico, pero no ama la salud de los enfermos, la solución de las angustias que
padecen, nunca llegará a ser un médico grande. Podrá ser un científico, pero no un médico.
No obstante, la verdad que está en la cabeza, si es fuerte, tiene capacidad expansiva: invade
el corazón y en el corazón se calienta. Las verdades fundamentales se vuelven ideas de la
vida cuando se entrañan cordialmente, pues el corazón es el motor de la vitalidad.
Hace muchos años, recuerdo la sorpresa que me causó, con oportunidad de las olimpiadas
de Roma en 1960, ver en la televisión el impresionante arranque de Vilma Rudolf, una joven
negra norteamericana. Tenía entonces apenas veinte años y corrió los 100 metros en once
segundos, pulverizando el récord mundial femenino. Esto es historia sabida –quizá no para
muchos jóvenes- y no debiera admirar a nadie. Pero lo que me sorprendió en su carrera -y
ello es poco conocido- fue saber que Vilma había padecido antes una seria enfermedad y
había quedado paralítica. Aquella niña que durante dos años tuvo que usar una silla de
ruedas y muletas durante cinco, sólo pensaba y quería una cosa: ser como las otras niñas. Y
se esforzó tanto, en durísimas sesiones de recuperación, que consiguió no sólo correr como
las otras, sino convertirse en Roma en la quinta mujer en la historia que llegaba a ganar los
100 y los 200 metros consecutivamente. Eso le exigió centenas de pequeñas luchas que,
progresiva y escalonadamente, fueron concluyendo la maravilla de un milagro humano. El
avance de un milímetro le daba la posibilidad de avanzar otros dos, hasta que por ese plano
inclinado llegó a la cumbre. Comprendemos así como un querer fuerte y apasionado
consigue realmente poder.
También padecer con serenidad es una señal de firmeza de carácter. La paciencia es la
fuerza de voluntad consolidada día a día en el vivir cotidiano discreto y silencioso, en el
cumplir heroicamente la hora de sesenta minutos y el minuto de sesenta segundos. "En la
paciencia -afirmaba mi maestro Garrigou-Lagrange, seguramente pensando en alguna madre
de familia- se encierra algo del acto fundamental de la virtud de la fortaleza: soportar las
cosas penosas sin desfallecer." Tal vez soñamos con la posibilidad de realizar algún día
grandes proezas y actos heroicos y, por el contrario, somos incapaces de soportar con
paciencia los mil pequeños incidentes de la vida cotidiana: las frustraciones, las respuestas
sin tacto, los imprevistos, y especialmente el paso repetitivo y monótono de la rutina
cotidiana.
---o--Cabeza de hielo, corazón de fuego, pero además, brazos de hierro. Los brazos representan
la acción motora. El pensar y el querer se perfeccionan en la acción, en la práctica. La
ejecución es la verdadera prueba que mide la fuerza de las ideas y de los sentimientos. La
práctica eficaz es la que supera la gran distancia que existe entre el proyecto y su realización,
entre la cabeza y el brazo. La efectiva concretización de los proyectos exige que se superen
serios obstáculos subjetivos -como la apatía, la pereza y el miedo- y los grandes obstáculos
objetivos como las contradicciones, la falta de medios, los peligros y la oposición ajena.
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La personalidad fuerte es siempre eficiente. No vive de sueños intelectuales, ni de
sentimentalismos melindrosos. Sabe llevar al campo de las realizaciones prácticas, con
brazos de hierro, sus ideas. Siempre dispuesto a obrar aquí y ahora. Viviendo el inexorable
realismo de cada día, sabe plasmar en la vida cotidiana, prosaica, pesada, monótona, el ideal
de su juventud. Por ello, la verdadera fortaleza la han manifestado las familias, los padres y
las esposas de esta generación de la maestría. Ellas han tejido también día a día la
posibilidad de hoy. Si las tradiciones académicas lo permitieran, su nombre estaría escrito en
el título que hoy entregarán las autoridades de la Universidad, con la misma fuerza con la que
ya lo está seguramente en el espíritu de los que lo reciben.
---o--Proyectar ideas, formular propósitos motivantes y no realizarlos no es menos que envilecer lo
que en nosotros subsiste de más noble: la sinceridad de vida, la coherencia. Nada deforma
tanto la conciencia como hacer propósitos y, por debilidad, no cumplirlos. No podemos, sin
embargo, señores, dejar de referirnos a las contrariedades, especialmente en nuestros
países de origen, porque la fortaleza no se da con el vacío. Todo hombre maduro sabe que
las contrariedades son algo habitual en la vida; las dificultades, un patrimonio común. Es ahí
precisamente donde se encuentra -y lo experimentarán posteriormente- la verdadera prueba
de nuestra fortaleza. Lo que para los débiles es una barrera intraspasable, para los fuertes
representa un desafío, un estímulo que les crea garra y acaba por llevarlos a la grandeza del
espíritu y de las obras. Como dice Víctor Frankl, "la vida sólo adquiere forma y figura con los
martillazos que el destino le da, cuando el sufrimiento la pone al rojo vivo".2
¿No es verdad que es entre las personas que no aprenden a sufrir donde encontramos
siempre a las más inmaduras, a las más incapaces, ésas que son derrotadas
irremisiblemente por cualquier pequeña escaramuza en la batalla de la vida? Son ellas,
después, las que más sufren. Es necesario aprender a enfrentar las dificultades, a
familiarizarse poco a poco con lo que cuesta, a no detenerse frente a cualquier obstáculo...
También, señores, es necesario marcar metas. Delimitar los puntos de lucha no significa
minimizar los objetivos. Todas las metas deben ser escalonadas progresivamente hasta la
cumbre. La cumbre hace al alpinista. Dimensiona su categoría. No fue Hilary quien subió el
Everest, fue el Everest el que hizo a Hilary.
Siempre que seamos impulsados por algo mayor que nosotros mismos, experimentaremos la
feliz sensación de librarnos del ser mezquino que somos, para volar hasta las alturas del ser
grandioso al que aspiramos. El título de Master que recibirán hoy, equivale a la fotografía de
un alpinista que ha puesto su pico por primera vez en Los Andes inéditos.
Quienes hoy reciben, pues, su título de Master no lo hagan como quien se apropia de una
constancia de genialidad, de superioridad, de inteligencia brillante. Se trata, en cambio, de un
certificado de su fortaleza; una señal de que han sabido vencer la debilidad y las
adversidades, y un recordatorio de que han adquirido la responsabilidad de no permitir que se
atrofien esas cualidades, como los músculos, por falta de ejercicio. Este título expresa no la
garantía, pero sí el compromiso, para cumplir aquello que dice el antiguo refrán castellano,
"más vale morir de pie que vivir en cuclillas".
Muchas gracias.
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V. Frankl, Psicoterapia e sentido da vida, Quadrante, Sâo Paulo, 1973, pág. 154.
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