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Afectación en la salud de mujeres víctimas de violencia de género Dra. Ana Mena Pérez. Hospital Dr. Rodríguez Lafora La Asamblea General de las Naciones Unidas (1993), define la violencia de género como "aquella violencia dirigida contra la mujer porque es mujer. Se incluyen actos que producen daño o sufrimiento de índole físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas de tales actos, la coacción o las privaciones arbitrarias de libertad, tanto si se producen en la vida pública o en la privada". A diferencia de otros tipos de violencia, ésta se ejerce en un ámbito en el que existe una relación afectiva. Estas conductas incluyen actos de agresión física, maltrato psicológico, relaciones sexuales forzadas y otras coacciones sexuales y conductas de control (económico, información y ayuda, relaciones familiares o de amistad, del aspecto físico, de la vida reproductiva,…). En 1999 el British Council publicó un estudio con estimaciones a nivel mundial sobre la violencia de género. Algunas de sus conclusiones son las siguientes: Una de cada cuatro mujeres en el mundo sufre violencia doméstica. Una de cada cuatro mujeres en el mundo sufre violación o intento de violación. Una de cada cuatro mujeres es acosada sexualmente en el trabajo o en espacios públicos. Una de cada cuatro niñas es objeto de algún tipo de intromisión en su intimidad durante la niñez. Más del 30% de las víctimas sufren más de un tipo de maltrato. Hasta un 60% de los casos son producidos por familiares en primer grado. Éstos son unos pocos datos que nos hacen percibir el alcance del problema social al que nos enfrentamos. Pero la violencia hacia la mujer no es sólo un problema en el ámbito doméstico, social o legal, sino también un problema de salud. La violencia de pareja hacia las mujeres es un proceso que se va instaurando de manera progresiva, adoptando diferentes formas. En realidad, el maltratador usa en escasas ocasiones la violencia física para ejercer el control sobre su pareja. Los métodos para obtener control sobre otra persona se basan en infligir el trauma psicológico de forma sistemática y repetitiva. Son técnicas organizadas de debilitamiento y desconexión, y están pensados para causar terror e indefensión y para destruir el sentido del yo de la víctima en relación con los demás. Esta situación mantenida produce en la víctima un progresivo deterioro de la propia identidad, de la autoestima, y de la capacidad de tomar decisiones. Existe un ciclo en esta relación de dominio que contribuye, entre otros mecanismos, a perpetuar la relación de dependencia entre el maltratador y la víctima, creando en ésta sentimientos de indefensión, culpa, miedo y vergüenza. A un periodo de acumulación de tensión, en el que las causas de ésta son arbitrarias, contribuyendo a crear un sentimiento de indefensión, se sigue el de estallido de violencia, y a éste un periodo llamado “luna de miel”, en el que el maltratador pide perdón y asegura a su víctima que sólo ella puede salvarle de sí mismo, y por tanto, ser la culpable de su hundimiento. Tras este periodo de calma, se reinicia el ciclo, que cada vez se hace más corto, la violencia es mayor, y disminuyen o incluso desaparecen los momentos de calma. En resumen, la violencia física no es más que la punta del iceberg de un proceso de retraumatización constante que tiene secuelas importantes en la salud de la víctima, tanto psicológicas como físicas. Los efectos sobre la salud pueden darse a corto, medio y/o largo plazo. En un intento de establecer el impacto real de los efectos e la violencia de género sobre la salud individual y sobre la salud pública se ha adoptado un indicador mixto basado en la pérdida de años de vida saludable (AVISA). Es decir, el número de años que se pierde sobre una teórica esperanza de vida basada en las características de la población y de la sociedad concreta. La violencia de género es la tercera causa (tras la diabetes y los problemas de parto) que está provocando más muertes prematuras y más secuelas físicas y psíquicas en las mujeres, por encima de las cardiopatías isquémicas y los accidentes de tráfico. Con este mismo enfoque, se ha determinado que los daños físicos suponen el 55% de los AVISA perdidos, mientras que los no físicos, aludiendo a los psicológicos y a la salud reproductora, dan lugar al 45% de pérdidas. A todos se nos viene a la cabeza que uno de los problemas de salud en mujeres víctimas de violencia de género son las lesiones directas: abrasiones, contusiones, 1 quemaduras, traumatismos craneoencefálicos, fracturas múltiples, heridas por arma blanca, lesiones múltiples en diferente estadio evolutivo (en regiones no visibles, cubiertas o descubiertas), y algo que nos debe llamar la atención: una mujer que consulta por rotura de tímpano, lesión muy frecuente entre las víctimas. Estas lesiones pueden conllevar a largo plazo algún tipo de discapacidad. Lejos de ser la única afectación en las víctimas, estudios epidemiológicos y clínicos han resaltado que la violencia en la pareja está fuertemente asociada con un amplio espectro de problemas de salud, incluyendo problemas ginecológicos, complicaciones durante el embarazo, síndrome del colon irritable, trastornos gastrointestinales, y varios síndromes de dolor crónico. Las mujeres víctimas de violencia crónica tienen peor salud, y se recuperan más lentamente que las que no lo son. Si tenemos en cuenta lo referido anteriormente, en cuanto a que la violencia en la pareja es un proceso de retraumatización crónica, es fácil entender que las secuelas en la esfera psíquica van a estar presentes en la gran mayoría de las víctimas. Se calcula que el 60% de las mujeres maltratadas tienen problemas psicológicos moderados o graves. Estas secuelas varían en intensidad en relación a la duración y gravedad del maltrato, y a las características de la propia mujer que la hagan más resistente a sufrirlas. Los síntomas de mayor frecuencia son ansiedad, tristeza, pérdida de autoestima, labilidad emocional, inapetencia sexual, fatiga permanente e insomnio. Los principales trastornos psicológicos son la depresión y el trastorno de estrés postraumático; también desarrollan otros problemas psicopatológicos como los trastornos de ansiedad, trastornos y estados disociativos, intentos de suicidio, trastornos de la alimentación, alcoholismo y drogodependencias. Entre los problemas de salud mental que sufren las víctimas se encuentran los siguientes: Trastornos de ansiedad: son sin duda los síntomas más frecuentes, y aparecen de forma reactiva a la hiperalerta que las mujeres mantienen. Aparecen trastornos de ansiedad generalizada, ataques de pánico y síntomas fóbicos. Trastornos disociativos: La disociación está definida como “la escisión de la conciencia”, la pérdida total o completa de la integración normal entre ciertos recuerdos del pasado, la conciencia de la propia identidad, ciertas sensaciones inmediatas y el control de los movimientos corporales. Pueden darse, entre otros, episodios de amnesia y fenómenos de despersonalización y desrealización (sensaciones de extrañeza hacia el medio y hacia una misma) que traducen una tensión constante. Trastornos Depresivos: La depresión prolongada es el hallazgo más habitual en todos los estudios sobre personas crónicamente traumatizadas. Los cuadros depresivos mayores se complican por el daño psíquico que ya sufren previamente, y que hace que los recursos personales se vean limitados. En otros casos, los síntomas son reactivos, y mejoran una vez que las condiciones de vida cambian y se sale de la relación de maltrato. Trastorno de Estrés Postraumático: cuando no es posible ni resistirse ni escapar, el sistema de autodefensa humano se siente sobrepasado y desorganizado. Al perder su utilidad, cada componente de la respuesta normal al peligro tiende a persistir en un estado alterado y exagerado mucho después de que haya terminado el peligro real. Por ello, la triada típica del trastorno de estrés postraumático incluye los siguientes conjuntos de síntomas: Reexperimetación (miedos, pesadillas, recuerdos intrusivos) Evitación (distanciamiento emocional, aislamiento, escasa proyección de futuro) Activación fisiológica (dificultades en el sueño, problemas de atención y concentración, irritabilidad, hipervigilancia, alerta y sobresalto) T. personalidad: el trauma prolongado y repetido durante la niñez interfiere en el adecuado desarrollo y formación de la personalidad, lo que conlleva problemas relacionados en la vida adulta. La experiencia de terror e indefensión durante la adolescencia interfiere en la formación de la identidad, la separación de la familia de origen y la exploración del entorno social. Por último, los adultos que han estado sometidos a un trauma prolongado y repetido, desarrollan una forma de desorden de estrés postraumático progresiva e insidiosa que invade y erosiona la personalidad. 2 Comportamientos de riesgo: el trauma crónico deteriora la capacidad del ser humano de percibir y valorar una situación de riesgo. Pueden darse entre las víctimas conductas que las pongan en peligro, y pueden aparecer abuso de alcohol y otras drogas o conductas sexuales de riesgo. Trastornos de la conducta alimentaria. Autolesiones o comportamientos suicidas: Los sentimientos de culpa son congruentes con los procesos de pensamiento de las personas traumatizadas, que buscan faltas en su propio comportamiento para poder encontrar sentido a lo que les pasa. Sin embargo, esta tendencia de culparse a uno mismo no soluciona el problema y desaparece, sino que más bien se refuerza constantemente. Las autolesiones en muchas ocasiones se realizan no para morir, sino para aliviar un dolor emocional insoportable. Por otra parte, el suicidio es la segunda causa de muerte entre las mujeres que sufren violencia de género, después de los homicidios. Patología psicosomática: las quejas somáticas, síntomas inespecíficos que no responden a ninguna enfermedad física concreta son muy frecuentes. Aparecen dolores de cabeza, espalda, pelvis o abdomen, crónicos, mal definidos, con mala respuesta a tratamiento habitual. Tensión muscular, excesivo cansancio, irritabilidad, dificultad de concentración, pérdida de memoria. Bajo sistema inmunitario. Síntomas digestivos, como el colon irritable. Dolores crónicos, fibromialgia. Alteraciones del sueño. En la esfera sexual, las secuelas son variadas y de gravedad considerable, y afectan también a la esfera psicológica: Relacionadas con violencia sexual directa. Dolor durante las relaciones sexuales, vaginismo, anorgasmia. Pérdida deseo sexual. Trastornos menstruales. Dolor pélvico crónico. Infecciones urinarias de repetición. Infecciones de Transmisión Sexual. Embarazos no deseados. Retraso en búsqueda de cuidados prenatales. Aborto, embarazos de alto riesgo, cesáreas, partos prematuros (hay que recordar que el embarazo es un periodo de riesgo, en el que es frecuente que haya una recrudescencia de la violencia, o en muchos casos, marque el inicio de las agresiones físicas). Hijos con bajo peso al nacer e ingreso en UCI. La 49ª Asamblea Mundial de la Salud (1.996) se adoptó una resolución declarando la violencia prioridad de salud pública en todo el mundo. Reconoce que el sector sanitario está con frecuencia en la primera línea de contacto con las víctimas de la violencia y tiene una capacidad técnica y una posición en la comunidad especial para ayudar a las personas expuestas a riesgos. Es por esta razón que la detección de una víctima, y la primera ayuda que recibe, se haga a través de una consulta por un motivo de salud. 3