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Dr. Juan Roberto Reyes Solís. Universidad del Valle de México Campus Querétaro. jrobertoreyes@gmail.com Dr. en Relaciones transpacíficas por la Universidad de Colima, México. Maestro en Comercio Internacional por el Instituto de Estudios Superiores en Administración Pública. Licenciado en Relaciones Internacionales por la FES Acatlán de la UNAM. Profesor de asuntos internacionales y especialista en temas de China y competitividad económica internacional. Miembro del Centro de Estudios Internacionales y Vinculación Estratégica. Presidente de la Asociación Isidro Fabela de Relaciones Internacionales –AIFRI- (2014-2016). Recurrentemente articulista en medios de comunicación de México sobre temas económicos. Julio de 2015. 1 Resumen. El presente ensayo expone una perspectiva general sobre la rivalidad política y económica que han experimentado en los años recientes países como China y Japón en la región del Asia oriental. El planteamiento central se sitúa en la necesidad de mantener un equilibrio de poder que permita el buen desenvolvimiento de las relaciones entre los actores de la zona. A la par de esta necesidad se expone una breve perspectiva geopolítica y estratégica de Tokio y Beijing por su participación en disputas territoriales (Islas Senkaku-Daiyoutai). Se refiere también la participación de los EUA, en donde además de tener un compromiso de asociación estratégica con Japón, su presencia tiene como objetivo contener a China, particularmente por el ascenso que está experimentando como potencia. Asimismo se valora que por todos los procesos mencionados, la expectativa hacia el futuro podría ser un detonante de crisis internacional por lo cual es imperativo mantener el equilibrio de poder entre China y Japón. Palabras clave: Equilibrio de poder, China, Japón, Asia oriental. 2 La rivalidad China-Japón y el actual equilibrio de poder en Asia oriental. Los conflictos se eternizan: Se instalan en un medio favorable y como una fatalidad asumida, se integran en un hipotético “imaginario colectivo”internacional. Dan Smith. Introducción. Por su naturaleza, el sistema internacional se caracteriza por el desarrollo de diversas dinámicas, procesos y coyunturas entre sus actores, entre ellas, las situaciones de conflicto. La competencia por los recursos estratégicos, la posesión definitiva de un territorio considerado como vital, la preservación de los intereses nacionales en el exterior, son tan sólo algunas de estas dinámicas y por lo tanto, generan rivalidades de distinta intensidad entre sus actores. En consecuencia, dichos actores, en particular los estados, buscan los medios para imponerse a los demás o bien, afianzar su seguridad y supervivencia. Eventualmente, también es imperativo lograr una condición de coexistencia pacífica (Rodríguez, 2011). Cada estado recurre al uso de sus propios medios, entre éstos, la demostración y utilización de sus recursos para manifestar sus capacidades y poderío. A manera ilustrativa se podrán exhibir maniobras de las fuerzas armadas, presentar tecnologías novedosas, comunicar situaciones especiales a través de discursos oficiales y así en lo sucesivo. Del mismo modo, es materialmente viable poner en operación todo tipo de recursos, incluidas las alianzas internacionales, así como las habilidades políticas y diplomáticas para asociarse o mantener distancia de las grandes potencias (Cujabante, 2009). En estas condiciones de rivalidad es también válido apelar a una eventual estabilidad. Para lograrlo, se requiere definir estrategias de coexistencia con la finalidad de alcanzar consensos y poner límites a las aspiraciones hegemónicas de los demás. Esto permitirá que los estados mantengan una relativa paridad de fuerzas en prácticamente todos los ámbitos posibles, aunque la competencia y rivalidad serán inevitables y permanentes. En algún momento la balanza se inclinará a favor de alguno de ellos. El equilibrio de poder puede favorecer las relaciones y dinámicas con otros actores en una región del mundo, o bien, entre las grandes potencias. Este es un factor clave para evitar confrontaciones extremas y beneficiar las dinámicas políticas y económicas propias del sistema. Conceptualmente, el equilibrio de poder puede definirse como una situación, en la que a través de la política de algunos estados, se trata de impedir deliberadamente la preponderancia de otro estado en particular y de mantener un equilibrio de fuerzas entre los principales rivales ( Hoffmann, 1977). Así vemos que todas las regiones del mundo experimentan, típicamente, situaciones de este perfil. El presente ensayo expone una perspectiva de la necesidad imperiosa del equilibrio de poder en la región del Asia oriental, concretamente en el caso de la rivalidad que desarrollan China y Japón. La situación que experimentan ambas naciones manifiesta la competencia entre ambas por recursos estratégicos, espacios territoriales y 3 los escenarios de la política y economía regional e internacional. Cabe mencionar estos países cuentan con características y factores de poder muy disímbolos. Tienen también grandes diferencias en sus sistemas políticos, en sus capacidades económicas y productivas, en sus fuerzas militares y también en sus estrategias de relaciones internacionales. El entorno geográfico en donde se ubica a ambas naciones tiene múltiples características de relevancia estratégica. En esta zona, instituciones económicas multilaterales como el Banco Mundial, destacan que los países de la región cuentan con cerca del 55% de la población del planeta. Asimismo, allí se produce una muy importante cantidad de bienes útiles para el comercio mundial (más del 60%) y también cabe agregar que allí se asienta cerca del 65% de las inversiones extranjeras del mundo (BM, 2015). China y Japón son protagonistas de esta dinámica económica y beneficiarias de operaciones de comercio internacional, manufactura e industria. Al mismo tiempo, por lo que representa la identificación de territorios valiosos para sus expectativas, ambas naciones han estado empeñadas en la defensa de sus posiciones, particularmente al sur de China. Aquí cabe la definición expresa sobre el concepto de competencia del Barcelona Centre for International Affairs en donde para reivindicar sus posiciones, están implicados dos o más actores internacionales por la disputa de un territorio (y) el acceso a los recursos naturales (CIDOB, 2010). En el entorno referido, la participación de China y Japón también destaca la forma en que desarrollan sus relaciones bilaterales ( de respeto, cautela y mesura), por la manera en que exponen sus intereses -entre ellos y ante terceros ( competencia, rivalidad y confrontación)-, y porque también compiten en la geopolítica regional y mundial ( en organizaciones transpacíficas, multilaterales, económicas y políticas). Esto les ha llevado, en los escenarios de la política y economía internacionales a participar en múltiples encuentros y desencuentros. China es hoy en día un actor regional y global con gran proyección. Destaca entre los organismos internacionales y como integrante del G20. Es también parte del bloque BRIC, y lidera distintos proyectos, entre ellos nuevos bancos internacionales que se plantean como alternativos ante las instituciones multilaterales. Japón por su parte, es una gran potencia aliada de las naciones occidentales, en particular de los Estados Unidos. Es miembro del G8 y de distintas organizaciones multilaterales y regionales. En todos ellos también proyecta su poder y prestigio. En los últimos años, por las tensiones y escalada de confrontaciones que se han experimentado, es importante garantizar el equilibrio en beneficio de la región y de la política mundial contemporánea. Con estas consideraciones, y resaltando la necesidad de mantener un equilibrio de poder en la zona, el presente ensayo -sustentado en la definición que sobre este concepto expone Stanley Hoffmann-, esboza también la necesidad de alcanzar este estatus de mesura entre ambas naciones. Para justificar dicha expectativa, se expone una breve idea acerca de la actual situación de rivalidad entre China y Japón a partir de sus trayectorias políticas y económicas recientes, así como de los principales conflictos que tienen frente a sí con la intención de resaltar los beneficios y ventajas de mantener una paridad de fuerzas en la región. 4 I.-Antecedentes y aproximación general. En el contexto histórico distintos hechos exponen la rivalidad existente entre China y Japón. Aunque la confrontación entre ambas naciones es antigua, ubicándonos en el entorno del siglo XIX varias experiencias trazan el perfil contemporáneo de dicha rivalidad. La asimetría entre los dos países, caracterizada por el poder japonés notoriamente sustentado en la modernización y el pujante desarrollo económico del decenio de 1890, contrastaba frente a la situación de China, complicada por los problemas económicos y de orden sociopolítico de ese momento. Como antecedente de esa época está la lucha por el control de Corea, la cual desató la guerra de 1894-1895. Este conflicto definió la independencia de dicha región y también llevó a ceder Taiwán al dominio de Japón, inclinando la balanza de poder a favor de esta potencia. Asimismo, con el auge del militarismo, la industrialización y las aspiraciones hegemónicas del Japón en la primera mitad del siglo XX, China sufrió por parte de éste una invasión y la ocupación de su territorio. Este hecho imprimió un fuerte sello de coloniaje japonés hasta que al concluir la II Guerra Mundial la victoria de los países aliados propiciaron a retirarse de China. Las distintas experiencias y hechos de carácter militar, político, y económico soportadas en esos años por la sociedad china, fueron calificadas como atrocidades y sembraron una semilla de fuerte resentimiento y rivalidad (Gourevitch, 2001). Al paso del tiempo, la participación de las grandes potencias se agregó como otro componente de esta rivalidad. Tanto los Estados Unidos, como la Unión Soviética –en su momento- alimentaron un entorno de desequilibrio que llevó a tensar con mayor fuerza las relaciones entre ambas naciones. Desde la finalización de la II Guerra Mundial, el apoyo tácito de los Estados Unidos hacia Japón vino a cumplir con una expectativa de asistencia y soporte en los contextos político y económico. Uno de los casos representativos pudo verse con la intención de llevar adelante la recuperación japonesa mediante planes y actividades que derivaron en incentivos para la producción económica consistentes en apoyos tecnológicos e inversiones para la industria (Bonifazi, 1999). Asimismo, la posterior Guerra de Corea contribuyó a incentivar la industria militar de Japón con los auspicios de los Estados Unidos, lo cual también alentó la recuperación económica. Este conjunto de circunstancias llevó al llamado milagro japonés, el cual se consideró como un gran momento de auge económico, y permitió acrecentar la estatura del país en la escena regional y mundial (Whitney, 1988). Con todos estos procesos, Japón alcanzó en el decenio de los 1970, de nueva cuenta, el estatus de una potencia industrial y comercial. Destacaba su fuerte participación a través de las exportaciones, en los mercados de los EUA y de Asia oriental, dándole un estatus de relevancia en la escena mundial y regional. Vale la pena destacar la posición geoestratégica de Japón que además de lo anterior ha sido pieza clave para apuntalar la seguridad de la región con el respaldo de Washington (CIDOB, 2013). Con dicho apoyo, el desempeño internacional del país, aunado al pragmatismo de su política exterior enfocada hacia el pacifismo le llevó a un horizonte de no participación en conflictos en el exterior y a dar énfasis a su estrategia económica. Estas circunstancias le cimentaron una posición de prestigio en la política internacional y de un sitio seguro en el entonces G7. 5 Ahora bien, en lo que concierne a China durante la etapa de posguerra, el país fue refundado en 1949 y siguió su camino con el liderazgo de Mao Tse Tung. En esta época, y durante los siguientes decenios, la estrategia nacional fue enfocada a desarrollar vigorosamente la agricultura e industria y a aplicar planes quinquenales que impulsaron a los sectores productivos. Esto permitió forjar las bases económicas del país pero al mismo tiempo a experimentar errores con un alto costo político y social. En este contexto, China sorteó –por razones políticas- el distanciamiento frente a la Unión Soviética y de los Estados Unidos. En suma, mantuvo en una suerte de aislacionismo que le mantuvo lejos de las potencias occidentales. Esta dinámica alcanzó su momento de cambio en los años de 1970. En esta etapa, después de mantener una posición de cautela y distancia relativa frente a las grandes potencias, la necesidad nacional de impulsar cambios ante los errores del pasado y la habilidad política de los estrategas chinos llevó al reconocimiento del país en la escena política internacional. Esto derivó, entre otras cuestiones, en su inclusión en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Japón en 1972. En esos años, a la par del giro en la visión internacional del país, China participó en distintos incidentes militares, como los suscitados en 1974 frente a Vietnam y posteriormente frente a otras naciones de la región. Por otra parte, en la segunda mitad del decenio de 1970, después de la muerte de Mao y la llegada al poder de Deng Xiaoping, la introducción de reformas económicas propició un cambio radical en la estructura de producción del país. Esta situación llevó a China a sentar las bases de su nuevo perfil. La transformación económica se convirtió en el sello distintivo sustentada en la reindustrialización y la fuerte dinámica de producción agrícola. Esto abrió las puertas a un mejor estatus económico en lo general y a forjar un nuevo pilar de su poder nacional. A ello se sumó el enfoque de su política exterior basada en un planteamiento de no alineación y pacífica así como su nueva realidad estratégica internacional (Rubio, 2008). Con estas tendencias, independientemente de las complicadas circunstancias y encrucijadas de su sistema político (Tiananmen) -la experimentación progresiva del éxito económico y la férrea dirección del Partido Comunista- durante los años de 1990, China agregó a sus expectativas diplomáticas la intención de reintegrar a Hong Kong y Macao a su soberanía, lo cual fue llevado a cabo con éxito aplicando el criterio de “una nación, dos sistemas,” quedando aparte el tema de Taiwan. Esta situación marcó el ascenso de China como potencia económica y el advenimiento de una nueva situación en la escena política y de la economía internacional, es decir, la notoriedad del país como un eje de poder diferente y al que hasta años recientes se le había puesto poca atención en los escenarios de la multipolaridad. Para los términos del equilibrio de poder, la situación de China se hizo más competitiva y fortaleció su capacidad de negociación e interlocución internacional. A partir de lo anterior, en el entorno de Asia oriental dicho equilibrio de poder ha estado caracterizado por distintas dinámicas de competencia. Ambas naciones mantienen su participación activa –y con distintos matices- en foros como ASEAN y APEC además de nuevas instituciones como el Banco Asiático de Inversión en donde China manejará el 30% de los recursos (Vidal, 2015) en conjunto con naciones en vías de desarrollo y en el que destaca la ausencia de Japón. 6 La coyuntura también ha llevado a que ambas naciones fortalezcan sus relaciones estratégicas, desplieguen su presencia –como China- en regiones como los países africanos y ratifiquen la asistencia de las potencias occidentales –caso de Japón- para tener a la mano el apoyo material y discursivo en su favor. Cabe agregar que a partir de este último planteamiento, la política transpacífica o de enfoque hacia la región oriental es objeto de mayor atención de potencias como los Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea para incidir en el escenario asiático con mayor fuerza. En conclusión, la relación sino-japonesa se encuentra en un estatus de competencia que está influyendo en la estructura del poder regional y que a la vez impacta con distintas intensidades en el contexto mundial. Se percibe que para equilibrar la balanza a su favor, el activismo de China se conduce por una búsqueda de simpatías con países considerados economías emergentes y en vías de desarrollo. En el mismo tenor, la participación de Japón al lado de los Estados Unidos se mantiene firme. Con estas perspectivas, se reitera que el equilibrio de poder en Asia oriental se alimenta de la competencia en todos los ámbitos. II.-Competencia y posiciones en la política y economía regional y mundial. Considerando que la competencia es la oposición o rivalidad entre dos o más (actores internacionales), y la rivalidad es una circunstancia producida por emulación o competencia muy vivas (RAE, 2015), los roces entre Tokio y Beijing han estado presentes en varios terrenos y es notorio el enfrentamiento de posiciones. Esta situación se nota a través de los roles que ambas naciones han venido jugando. En geopolítica, el papel de Japón se alimenta por el interés de los Estados Unidos en la región para mantener un equilibrio de poder. Washington tiene, al mismo tiempo, un interés para estar presente en la contención de China a través de un hard power en el que se incluye el apoyo militar a Tokio. Por lo que respecta a China, su mayor presencia en organizaciones regionales, la creciente participación en inversiones internacionales, además de externar un soft power interpretado como un ascenso pacífico hacen ver muy fuerte la posición de Beijing y que son parte de las rivalidades frente a Tokio. Para China, el logro de resultados económicos impresionantes (entre los países con el mayor crecimiento del PIB a nivel mundial) le ha permitido sentar las bases de un factor de poder que contrastan con el estancamiento productivo que empezó a experimentar Japón desde el decenio de 1990. Al comparar los contrastes y las tendencias de sus economías lleva a ubicar sus posiciones. Vale la pena señalar que en 1995 China era la octava economía más poderosa a nivel mundial y en 2010 superó a Japón llegando a ser actualmente la segunda más grande globalmente hablando (FMI, 2014). En el ámbito comercial, y valorando la interdependencia económica entre China y Japón, en 2013 se registró que el dragón asiático se convirtió en el segundo país exportador global de mercancías, mientras que el país del sol naciente se ubicó en la cuarta posición (OMC, 2014). En este movimiento de mercancías las exportaciones de China a Japón componen el 9.25% destacando entre los bienes que se mueven entre ambas naciones los equipos de telecomunicaciones, maquinaria para procesamiento de datos, manufacturas y prendas de vestir, entre otras. Por lo que respecta a las exportaciones que Japón envía a China, estas son del orden de 9.78% e incluyen, entre otros, productos electrónicos, químicos, maquinaria y alimentos (OMC, 2014). Todo lo anterior es vital en a interdependencia comercial y económica de ambas naciones. En lo 7 general, esto debe verse como uno de los soportes de la estabilidad regional, lo cual contribuye a armonizar las relaciones en la región A este ascenso económico experimentado por China le corresponde una notoria preocupación de los Estados Unidos para llevar adelante su expectativa de contención. China se ha convertido en una de las locomotoras de la economía global y tiene en sí misma una gran expectativa de poder que lleva a Washington a establecer su participación en una nueva condición de multipolaridad. En la interdependencia económica y comercial –y de acuerdo con datos de la OMC-, China suministra poco más del 20% de las importaciones que los EUA consumen y la presencia del dragón asiático se incrementa progresivamente en dicho mercado. Con estas consideraciones, las relaciones de poder pueden verse como un gran planteamiento estratégico. Por un lado, Japón requiere contribuir al estatus de equilibrio en Asia oriental, así como del respaldo de los Estados Unidos para encontrar la recuperación de su economía y volver a fortalecerse en el escenario regional y mundial. Sin duda alguna, China capitalizará su posición actual para participar en la nueva estructura de poder multilateral. En síntesis, cada uno de los actores está acomodándose para tener el mejor de los desempeños y garantizar la mejor posición. A todas luces, como en el juego de suma cero, lo que gane uno lo perderá el otro. Hay que recordar que esta rivalidad también se proyecta en otra dimensión e igualmente produce una serie de efectos entre los países involucrados. Esta es la reivindicación territorial. Esta se manifiesta a través de la reclamación de las islas que se ubican en el mar de China, a las cuales en Japón denominan Senkaku y en el otro caso les llaman Diaoyutai. Dichas islas fueron descubiertas y explotadas por los chinos en 1368-1644 durante la dinastía Ming. En 1895 Japón las invadió. En 1953, después de la II Guerra Mundial, la administración de los EUA en Okinawa las incluyó en la jurisdicción japonesa. Cabe agregar que en 1972 EUA cedió el control de éstas a Tokio mediante el acuerdo de Okinawa. Desde entonces se han disputado y defendido férreamente entre los gobiernos de ambas naciones orientales (CESPE, 2012). Es importante señalar que el valor estratégico de dichas islas tiene como fundamento la disponibilidad de yacimientos de gas y petróleo (Valencia, 2010), lo cual –a partir del control territorial absoluto- definiría un abastecimiento estratégico de energéticos para la economía de ambas naciones. La rivalidad por dichas islas ha llevado a un vaivén de incidentes entre ambos países y también a hacer expreso el respaldo de los EUA a Japón. La ratificación de una mayor presencia de los EUA, propicia una reacción favorable para Japón, lo cual lleva a reacciones de China para responder en todo momento y reivindicar su posición. Sobre este caso, cabe mencionar que China mantiene un objetivo de soberanía marítima que se extiende por casi 1600 kilómetros hacia el sur y que se aproxima a Vietnam, Malasia, Brunei y Filipinas a una distancia de tan sólo 80 kilómetros. Este criterio les mantienen una perspectiva de conflicto de jurisdicción, tanto por el enfoque de China, como a los planteamientos que se establecen conforme a la Conferencia de Naciones Unidas del Derecho del Mar (Nye, 2015). En añadidura, en materia militar, China ha aprovechado para poner en operación un programa de modernización de sus fuerzas armadas, en lo cual se incluye la 8 incorporación de portaaviones como el Liaonning que aunado a otros equipos de combate se presenta como un nuevo recurso con el que pretende incrementar su presencia hacia el sur. Incluso, se ha anunciado que en 2015 el presupuesto en materia de defensa cuenta con un incremento ligeramente superior al 10%, lo cual beneficia al Ejército Popular de Liberación (Muñoz, 2014). Esto también ha sido otro factor que mantiene firme la atención de Tokio y Washington. Por asuntos como el anterior, en la perspectiva de Tokio, un eventual crecimiento de la influencia y presencia de China en espacios considerados como geoestratégicos frente a sí, se traduce en una situación de competencia. Se entiende que su influencia y poder se encuentran confrontados ante la posición de Beijing (Torreblanca, 2014). Ante ello, la respuesta de Japón se visualiza como una oportunidad para maximizar sus ventajas como potencia mundial y mantener su influencia y estatus en Asia oriental, teniendo como respaldo el apoyo en materia de seguridad que mantiene con los EUA en su asociación estratégica (Brzezynski,1999). Es notorio que cada uno de los actores involucrados está empecinado en mantener el mejor escenario en su favor. En la región, independientemente de que esta disputa territorial es uno de los escenarios de mayor relevancia en la rivalidad sino-japonesa, es conveniente destacar la necesidad de consolidar una situación de equilibrio de poder para afianzar en el presente y en el largo plazo, la estabilidad sociopolítica y económica de la zona. El equilibrio de poder permitirá que la región se mantenga lo más estable posible y sin incidencias que afecten a ambas naciones e incluso a sus vecinos. Por otro lado, esta eventual situación debería extenderse al ámbito político y militar, que si bien, cuando se desata una crisis –por pequeña que se vea-cualquiera de las dos naciones recurre en cualquier circunstancia a sus factores de poder y ello tiene una resonancia en la dinámica regional y multilateral. Con esta perspectiva, se entenderá que la posición de China y Japón no dará un paso atrás y la rivalidad y competencia persistirán. . IV.-Perspectivas y conclusiones. Para concluir de manera general, el Asia oriental es una región del mundo que muestra distintos escenarios y posibilidades de conflictividad. En el presente y los años venideros, la rivalidad entre China y Japón persistirá como uno de los temas centrales en esta dinámica, particularmente en los planos económico y político. Para Japón, el eventual ascenso de China es motivo de una preocupación. Para China, dicho ascenso está matizado por un sentido de “pacífico” para dar a entender un perfil distinto a lo que las grandes potencias han hecho en el pasado para diferenciarse de intervenciones militares y coloniaje frente a otras naciones. La garantía de un equilibrio de poder cuenta con la participación cercana de los EEUU junto a Japón como un recurso de protección frente a China. Al mismo tiempo, Japón no dejará de lado la oportunidad para expresar una política exterior pacifista, lo cual es adecuado para garantizar per se una de las múltiples condiciones de seguridad para la región. Los Estados Unidos, presentes en la zona con el objeto de generar contrapeso a China, han requerido moldear de nueva cuenta su política transpacífica para dar al tema la relevancia que implica. Se podrán observar también mayores expresiones de apoyo de 9 parte de Washington hacia su aliado, así como distintas expresiones directas para hacer notar su poder hacia Beijing, ya sean comerciales, económicas, políticas, diplomáticas y también de carácter militar. En este caso, la perspectiva que se mantiene sobre Taiwán y Corea del Sur son otros componentes que se agregan a la esfera de competencia creada por los actores de la zona y jugarán un papel relevante, tanto en la rivalidad como en la dinámica de equilibrio. Por lo que corresponde a China, es momento de seguir atendiendo sus prioridades económicas, sin dejar de lado sus justas necesidades de seguridad y defensa. Por su parte, Japón podría variar sus enfoques sobre el pacifismo de su actuación internacional y dar un nuevo sentido a sus fuerzas de autodefensa, sobre todo si la actitud de Beijing se conduce por un sendero de mayor poder militar. Las pretensiones de ambas naciones para afianzar su presencia en el mar del sur de China, han llevado en los últimos años a desatar incidentes de todo tipo y podrían escalar. Sin duda alguna, la rivalidad entre ambas naciones tendrá eco a través de distintas manifestaciones y serán objeto de preocupación en la geopolítica mundial. 10 Bibliografía: Anuario Internacional CIDOB 2010. Coyuntura internacional: Política internacional, Seguridad y de medio ambiente. Barcelona Centre for International Affairs. Pág. 95. Banco Mundial. 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