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Puentes wittgensteinianos Por: Vicente Ulive-Schnell Doctorando en Filosofía, Universidad de París VIII vulive@noos.fr Una de las discusiones más populares de la filosofía contemporánea es aquella orientada a distinguir dos tiempos en el pensamiento de Ludwig Wittgenstein: el llamado “primer Wittgenstein”, analítico autor del Tractatus LógicoPhilosophicus y el “segundo Wittgenstein”, autor de las póstumas Investigaciones Filosóficas. En ese sentido, la postura más plebiscitada se centra alrededor de la distinción que parece separar dos métodos filosóficos, dos libros, hasta dos filósofos si se quiere. Todo manual explicativo que usted consiga sobre la filosofía del siglo veinte dará por sentada tal separación “irreconciliable” y pasará a argumentar y exponer dicha clasificación fundacional. Ahora bien, debo decir que desde un punto de vista didáctico tal explicación puede tener algún sentido, sobre todo cuando se intenta iniciar a las mentes neófitas a una forma de pensar radicalmente novedosa como suele ser la lectura wittgensteiniana. Si a ello agregamos un estilo literario directo pero complejo en el primer libro y otro estilo confuso y laberíntico en el segundo, la separación se muestra conveniente. Sin embargo, confieso que luego de varios años leyendo a dicho autor y de volver en reiteradas ocasiones a todos sus textos y cuadernos de clase de sus alumnos (Zettel, Sobre la certeza, Reflexiones sobre los fundamentos de la matemática, los Cuadernos Marrón y Azul, etc.), he comenzado a albergar una duda creciente hacia la legitimidad de la distinción. Hoy en día la diferencia entre un “primer Wittgenstein” y un “segundo Wittgenstein” se me vuelve ficticia, maniquea y, lo peor de todo, un obstáculo a la intelección de su filosofía. He allí el objeto de esta pequeña nota. No pretendo en ningún momento lograr juzgar de manera definitiva la discusión que ha llenado estantes de bibliotecas y páginas de tesis. Lo que quisiera permitirme hacer es ventilar ciertas reflexiones orientadas a establecer puentes entre la tan arraigada distinción, abrir vetas de exploración que me parecen legítimas y que podrían eventualmente conducir a otros pensadores a aventurarse a remontar estas categorías. Para seguir con la metáfora judicial, digamos que pretendo tratar de sembrar una “duda razonable” suficientemente grande en la palestra de los jueces como para evitar un veredicto apresurado a favor de la distinción wittgensteiniana. Mi objetivo habrá sido alcanzado si, como decía el Tractatus, logro incitar a los lectores a pensar por su propia cuenta. Entonces, vayamos a los hechos y comencemos por lo más complicado, por la explicación de la diferencia existente entre los “dos Wittgenstein”. La complejidad de dicho autor radica sobre todo en el aura que se le tiende a pintar y la forma poco convencional en la cual escogió transmitir sus ideas. La lectura de las Investigaciones Filosóficas, por ejemplo, se asemeja a una experiencia de fenomenología gadameriana, donde se nos explica que debemos por encima de todo tratar de evitar entender lo que está escrito, colocándolo en un trasfondo que comprenda los demás aforismos y el objetivo final, una reflexión en torno al lenguaje. Ello da paso a un sentimiento de vaguedad, de trastabilleo entre afirmaciones contradictorias hechas por al menos tres narradores distintos. En muchas ocasiones sentimos que se nos está tratando de engañar, sin llegar nunca al “punto” que tratamos de acorralar torpemente entre las páginas que parecen encuadernadas al azar. En general, este estilo se tiende a contrastar con la construcción directa del Tractatus Lógico-Philosophicus, donde la numeración ayuda a discernir las diferentes afirmaciones encadenadas de manera limpia y parca. Ello no afirma que “entendamos” el libro ni la tesis que se pretende exponer, simplemente indica que la escritura suele ser más clara, con una proposición que dice “el mundo es todo lo que acaece” y luego “el mundo se compone de hechos, no de cosas” (Tractatus, 1 y 1.1)[1]. ¿Cómo podemos entonces argüir a favor de un parecido entre estos dos estilos diferentes? Esa es la primera pregunta que tenemos que atacar. Desde mi punto de vista, no existe ningún cambio de estilo. La aproximación utilizada en las Investigaciones es un simple producto de la reacción ocasionada por el Tractatus, aparte de las nuevas ideas que se pretende avanzar. Lo que estoy tratando de decir es que el “objeto” o la forma de aproximación a dicho objeto (el lenguaje) no es el mismo, pero la filosofía de trasfondo es la misma. El objetivoque se busca en el lector es el mismo, con diferentes matices. Veamos por qué. Para entender a profundidad la filosofía expuesta en ambos libros es necesario conocer la biografía casi hollywoodense del pensador vienés. En ese sentido, la vida de Wittgenstein ha maravillado escritores, poetas y cineastas de todas partes del mundo, comparable solamente a la de otro germano mercadeable, el pensador de bigote amigo de Wagner que terminó hablando con un caballo. Son los grandes relatos filosóficos: el pequeño austriaco que luchó en la primera guerra mundial mientras escribía el Tractatus en las trincheras, el oscuro alemán que perdió a Andreas Salomé y fue leído por Hitler. Evidentemente, entrar en los detalles de la vida de Wittgenstein y la forma en la cual los elementos biográficos alimentaron su filosofía no es sólo una tarea ridícula (por lo poco original) sino imposible a realizar en el espacio de una revista. Me limitaré entonces a hacer ciertas referencias sobre su carácter en el trascurso de la discusión que buscarán refrescar el contenido teórico de los dos libros en cuestión[2]. Recordemos un par de cosas antes de entrar en el tuétano del asunto. Uno de los conocimientos que se tiende a difundir en las escuelas de filosofía es que el Tractatus es un libro de filosofía analítica que intentaba establecer los límites del pensamiento a través de los límites de lo “dicible”, valga decir, establecer la forma correcta en la cual se pueden aseverar cosas sobre la realidad utilizando un lenguaje basado en la lógica. De allí que la mayoría –no todos, pero la mayoría- de los filósofos analíticos se concentren en la primera parte del libro, luego reduzcan la velocidad a nivel del aforismo 5.6 (el clásico “las fronteras de mi lenguaje significan [bedeuten] las fronteras de mi mundo”), salten todo lo relativo al “mundo” en los aforismos subsiguientes, retomen las proposiciones de lógica y se arrastren a duras penas del 6.3 en adelante. Biográficamente, las últimas proposiciones fueron escritas durante el presidio de Wittgenstein a manos de los italianos después de perder la guerra. Muchos filósofos afirman que no son más que el producto de una mente perturbada por la violencia, en estado de presidio, contemplando la posibilidad de morir. ¿Cómo explicar si no las referencias a Dios en la última parte de un texto casi totalmente dedicado a la lógica? ¿Por qué escribir “Dios no se revela en el mundo” (6.432)? Obviamente, un filósofo analítico preferirá leer “Solamente puede haber un análisis completo de una proposición” (3.25), y no “lo místico no es el cómo es el mundo, sino que el mundo sea” (6.44). Ahora bien, el problema se vuelve peliagudo si tratamos de “decidir” a favor o en contra de una lectura a partir del texto mismo. Cada quien tiene el derecho de leer y aprovechar el texto como mejor le plazca, pero creo que existen suficientes indicios como para invertir esta relación de importancia y por lo tanto abrir la construcción de un puente hacia el libro Investigaciones Filosóficas. Las pruebas son contundentes, y las conseguimos en la actitud de Wittgenstein. A menos que asumamos al autor como un orate iluminado cuya apreciación puede ser descartada, podemos citar dos fuentes directas que sostienen mi afirmación: Primero, la actitud de Wittgenstein hacia la introducción “analítica” que hizo Bertrand Russell del texto y segundo, las reuniones del autor con el círculo de Viena y las apreciaciones de Carnap. En cuanto a la introducción, el autor se opuso de manera casi obsesiva a la lectura que hizo Russell, rehusándose a publicar el texto si tenía que incluir la explicación de su maestro. Incluso años más tarde, cuando Wittgenstein entró a Cambridge presentando el Tractatus como su tesis de doctorado, afirmó que ni Russell ni Moore “entendieron nada” de lo que estaba escrito allí, a pesar de que fueron el “jurado” de su defensa[3]. Los analíticos del Círculo de Viena correrían con la misma suerte. En las pocas ocasiones en las cuales el autor se dignó a asistir para discutir el texto con Carnap y los demás filósofos del Círculo, su actitud era distante y evasiva, negándose a conversar y tratando de discutir siempre el aspecto “ético y místico” del libro. A fin de cuentas, la postura de Wittgenstein fue tan radical que lo condujo a renunciar a toda filosofía, decisión coherente en alguien que pensó haber acabado con la disciplina, o al menos haberla reducido a hablar de cosas poco interesantes, como afirma en el aforismo 6.53: “El método correcto en Filosofía consistiría propiamente en lo siguiente: decir solamente aquello que se deja decir, a saber, las proposiciones de las ciencias de la naturaleza, algo que, por lo tanto, no tiene nada que ver con la filosofía, y luego, cuando alguien más quiera decir algo de carácter metafísico, demostrarle que ha dejado algunos signos de sus proposiciones sin significado claro. Este método sería visto como insignificante por el otro –quien tendría la impresión de que no estamos haciendo filosofía- pero sería el único método estrictamente correcto ». Llegamos entonces a las últimas dos reflexiones del libro, la necesidad de « superar estas proposiciones para ver correctamente el mundo » (6.53) y el famoso « aquello sobre lo cual no se puede hablar, es mejor callarse » (7). Queda claro entonces, el carácter un tanto terapéutico del libro, que vaticina que debe ser utilizado como “una escalera” para en cierto sentido salir de la filosofía y poder contemplar al mundo sub specie aeterni de manera mística (6.45). Sin embargo, esto no fue lo que entendió el Círculo de Viena, descartando este tipo de afirmaciones para concentrarse en el 6.53 como un manifiesto antimetafísico, un permiso de conducir dentro de la filosofía de manera lógica y nada más, de “Ciencia Natural”. Es allí donde, a mi parecer, surge el problema que escinde y aísla el Tractatus de las futuras Investigaciones. Lo que quiero decir es, si alguien escribe elTractatus para acabar con la filosofía y mostrar su ineptitud para ver el mundo místico –el mundo importante- y “liberar” a los filósofos y luego se convierte precisamente en el caballo de guerra de los filósofos analíticos, ¿cómo no pretender que esta persona se aleje de la filosofía, reniegue de ella, y al finalmente volver, utilice un estilo rizómico lleno de referencias cotidianas nada precisas? En este sentido, trataré de explicar ahora dónde creo que podemos encontrar el puente central que nos conduce hacia las Investigaciones Filosóficas. Lo que pienso afirmar probablemente termine de chocar a los puristas que hayan llegado hasta aquí. En todo caso, refleja mi verdadero sentimiento hacia la comprensión de la filosofía de Wittgenstein. Creo, por lo tanto, que para poder entender su forma de pensar debemos alejarnos de los métodos tradicionales de lectura en filosofía, aquella comprensión que busca aislar conceptos, categorías abstractas y modelos para analizar sus implicaciones y consecuencias. No pretendo hacer un estudio hermenéutico de las Investigaciones Filosóficas, pero sí creo que arrancar cualquier comentario de su contexto y pretender por lo tanto que se entiende una categoría es un error fundamental que justamente el estilo de las Investigaciones intenta evitar. Ahora, bien es cierto que los filósofos petrificamos todo y tenemos una tendencia a explicar a partir de núcleos de comprensión. Muchos intentos se han hecho por disecar las Investigaciones y dividirlas en lo que se conoce como, por ejemplo, el argumento del lenguaje privado, los “parecidos de familia”, el “significado como uso”, las “palabras como herramientas”, entendimiento, percepción, etc. Sin embargo, también es cierto que cualquier filósofo encara una tarea complicada al tratar de explicar estos “conceptos” a alguien que no conozca las Investigaciones debido al carácter anti-aislamiento que presenta el libro. Los “conceptos” están regados, se entrelazan, se separan, a veces son delimitados de manera antinómica y con ejemplos falsos que buscan “despertar” en el lector la comprensión de lo que se dice. Basta observar la polémica en torno a lo que se llama “significado como uso” (meaning as use) que conseguimos en los trabajos de prácticamente todos los filósofos de fin de siglo: Quine, Davidson, Putnam, Rorty, Searle, Kripke y pare usted de contar. De más está decir que ninguno de ellos logra ponerse de acuerdo con el otro y suele inventar diversas entelequias (como el “charity síndrome” de Davidson o la “ironía” de Rorty) para lograr dar coherencia a su teoría pragmática del lenguaje. Mi idea es la siguiente: Wittgenstein pretende retomar su ataque a la filosofía como traba al pensamiento en las Investigaciones a través de ciertos “mitos” filosóficos que serán presentados. Su estilo responde a la incomprensión que suscitó el Tractatus, obra netamente antifundacionista que se erige como la piedra central de la filosofía analítica después de Frege, Russell y Whitehead. La habilidad del autor en cuestión está justamente en lograr presentar un libro que se opone a la forma de lectura tradicional de una obra filosófica, que resiste el aislamiento intelectual y conceptual y que sólo puede ser leído de manera individual, produciendo un cambio en el lector, quien atraviesa un recorrido plagado de ejemplos, trampas e ideas que lo llevan a entender cómo funciona el lenguaje. Reproducir esta experiencia o relatarla equivale a explicar con palabras el efecto que puede tener el cuadro Houses of Parliament de Claude Monet sobre el espectador. Obviamente, siempre se podrá hablar sobre el cuadro, establecer su importancia histórica, su legado, incluso su técnica o su “objetivo” (reproducir el efecto del reflejo del agua, etc.). Pero el efecto terapéutico que tiene el cuadro sobre el espectador, la experiencia (por qué no, mística) de observar y ver el cuadro es única y relativa al espectador. Basta con, como decía Wittgenstein, “mirar y ver”, sin categorías, sin explicaciones, sin entelequias que traban y obstaculizan el efecto que el cuadro tiene sobre nosotros. Si llevas a un amigo a ver el cuadro, lo único que le puedes preguntar después es, “¿viste?”, y más nada, sin pretender que se explaye en una discusión sobre la historia del arte o el uso de los colores. La experiencia se vive o no se vive. Luego se puede hablar sobre arte, sobre pinceles, sobre cuadros, pero la experiencia es única e irrefutable. A lo que estoy tratando de llegar es al hecho de que las Investigaciones Filosóficas, a mi parecer, están construidas de esta manera, para ser leídas y crear una reacción en el lector, un entendimiento que no puede ser comunicado y que era el mismo que se buscaba crear con el Tractatus. Sin pretender establecer una concatenación entre las citaciones, voy a dar algunos ejemplos sacados de las Investigaciones donde Ludwig Wittgenstein alude a lo que es la filosofía y su método filosófico. Desde el comentario (“remark”) 125 hasta el 129 encontramos una presentación de la filosofía muy parecida a la que se intentó hacer al final del Tractatus: “La filosofía simplemente coloca las cosas delante de nosotros. Pero no explica ni deduce nada”. “Si pudiésemos avanzar tesis en filosofía, sería imposible debatirlas, porque todo el mundo estaría de acuerdo con ellas”. Y luego una apreciación sobre la simplicidad de las cosas: “El aspecto de las cosas más importantes para nosotros está escondido por su simplicidad y familiaridad” (129), y el famoso 109: “La filosofía es la batalla contra el embrujamiento de nuestra inteligencia a través del lenguaje”. Esto sólo por mencionar algunos comentarios, ya que los demás son harto conocidos (“¿Cuál es su objetivo en filosofía? Mostrarle a la mosca la salida de la botella” 309) o están escritos para hacer el trabajo mencionado sobre el lector, no para que yo los reproduzca. Mencionaré entonces, como simple referencia, los comentarios número 89 al 90, 93, 94, 125, 255, 436, 464, 593 y 599 (para aquellos que quisieran buscar el apoyo bibliográfico). En ese sentido, veo una estrecha relación entre estos comentarios y lo que Wittgenstein parece caracterizar como una especie de problema psicológico, la necesidad de crear quimeras explicativas a los fenómenos y creer que se les ha explicado. Esto se ilustra con todos los ejemplos relativos a lo que se entiende por sensaciones, comprensión, entendimiento, conciencia y voluntad (algunas referencias: 304-307, 401, 416-421, 442-445, 611-630) que están regadas a lo largo de todo el libro. La idea que se desprende es que los seres humanos tendemos a crear categorías explicativas con las cuales aplastamos la vida y creemos explicarla (“esto no es una categoría” – nota del autor). Tal es el caso de la famosa “imagen-cuadro” de Wittgenstein, una entelequia enraizada en nuestro lenguaje que pretende resolver problemas de memoria, percepción y demás y que no aguanta el cuestionamiento riguroso del filósofo austriaco (ejm.: 59-63). A mi parecer, llama la atención el apartado XI de la segunda parte, no por lo archiconocido y discutido, sino por la forma en la que se profundiza esta idea que se perfila en la mente del espectador y que tiene que ver con la creación de imágenes y conceptos falsos. Esta parte se refiere a todos los problemas de percepción ligados al famoso pato-conejo de Jastrow. Repito que no pretendo salvar al lector de la experiencia perceptiva, pero creo que al final lo que se discute es que no hay nada en la imagen que haga cambiar nuestra percepción (de pato a conejo y vice-versa) sino en la actitud del observador. Es esto lo que cambia, igual que en los ejemplos relativos a la expectativa y la voluntad. Son palabras cuyo significado está íntimamente ligado en nuestra cultura a actividades internas pero que, al escrutarlas con cuidado, nos damos cuenta de que la explicación no viene dada por la imagen interna (lo cual no significa negarla) sino por la disposición del sujeto, su expresión de una cultura y una forma de vida. Son entonces las circunstancias particulares y los aprendizajes de aculturación de la persona los que le dan significado a sus palabras y acciones, y no el contenido “mental” de la estructura. La referencia al “dolor” como algo particular es simplemente el reflejo del papel que juega este concepto en nuestra forma de vida. Es una palabra asociada a seres vivientes, por eso es que se nos hace imposible pensar en el “dolor de una piedra”. El problema viene al distinguir entre “dolor” y “conducta de dolor”, lo cual nos precipita directamente a una lectura behaviorista y pragmática que no es lo que está en juego. Lo que quiero decir es que la “conducta de dolor” como la percibe Wittgenstein no debería ser entendida como una reducción pragmática a situaciones de proferencia, un nexo directo dolor-llanto que ignora todos los elementos culturales ligados a la conducta de dolor y que Wittgenstein se esfuerza tanto en hacernos ver. Es por esto que no podemos aislar las ideas del libro, porque al arrancarlas de su origen pierden sentido y se erigen en construcciones vacías, las mismas construcciones que el libro pretende destruir. Por eso siento que la escuela anglosajona ha malentendido a Wittgenstein al abogar por la corriente pragmática que sale de Austin y reencarna en Searle, Grice y todos los filósofos modernos, aislando las consideraciones del libro y afirmando que los verbos performativos son aquellos que hacen a la vez que dicen -“acepto” en el matrimonio, etc.-, sin tomar en cuenta de dónde salen estos verbos, cómo llegamos a utilizarlos y cuál es su función cultural. Mi propuesta se centra entonces alrededor del quehacer filosófico que busca evitar las imágenes falsas que niegan la observación de lo que está directamente delante de nosotros. Es el famoso principio de “look and see” de Wittgenstein, mirar y ver lo que sucede, no construir conceptos explicativos que al final tampoco explican. Es la obsesión filosófica, ligada a la necesidad cultural humana de creer que con la explicación se resuelve el problema. Creo que por ahí es por donde debe abordarse la filosofía wittgensteiniana, como un intento de ir en contra de esta enfermedad filosófica. En el Tractatus dicha enfermedad se restringe a los filósofos solamente, los analíticos que pretenden entender algo sobre el mundo, mientras que en las Investigaciones la crítica se extiende al ser humano en general, como un defecto lingüístico anclado en nuestra cultura. Se refiere a la creencia de que sabemos de qué hablamos al aludir a la memoria como una imagen interna, a la comprensión como un cálculo mental o al dolor como algo privado. Todo el aparataje de las Investigaciones está orientado a desmontar este mito, antes filosófico, ahora humano. Es un error, un sentimiento de necesidad de anclaje cartesiano ligado a la búsqueda antropológica de fijar al ser abierto al mundo [Weltoffen] que es el humano . [4] Esta actitud se ve reflejada en el Tractatus y su combate pasará a ser el tema central de las Investigaciones Filosóficas. “6.4312- La inmortalidad del alma humana es decir, su vida después de la muerte, no solamente no está garantizada en ningún caso, sino que no aporta lo que siempre hemos querido recibir con esta creencia. ¿Qué enigma se resuelve con el hecho de mi vida eterna? ¿Esta vida no es igual de enigmática que la vida presente? La solución al enigma de la vida en el tiempo y en el espacio se encuentra fuera del espacio y del tiempo. (No requerimos aquí la solución de los problemas de la ciencia de la naturaleza).” El error no está en nuestras explicaciones. El error está en la idea de que nuestra actitud perpleja puede ser eliminada a través de una explicación. Sentimos que tenemos que “reparar una telaraña rota con nuestros dedos” (Investigaciones Filosóficas, 106), que hay algo sutil que no podemos explicar, algo detrás de los fenómenos. Esta naturaleza no es algo que descubramos “cavando” con la pala filosófica, sino mostrando los diferentes usos que hacemos del lenguaje y las diferentes regiones lingüísticas asociadas a tal uso. Al entender las estructuras características de nuestro uso del lenguaje para hablar de lo que ya está al descubierto lograremos sobreponernos a nuestra “perplejidad filosófica” y encontrar la explicación que buscamos. Es en la manera de formular las preguntas del tipo “qué es el tiempo”, “qué es el significado”, “qué es el pensamiento” que expresamos nuestro deseo de entender de manera más clara estos elementos constitutivos de nuestro mundo y de nuestra cultura. Sin embargo, es en el mismo acto de formulación de la pregunta cuando nos colocamos delante de estos fenómenos de una manera particular, una manera que asume que tenemos que “descubrir” o “explicar” algo. Igual que el experimento del conejo-pato, tomamos una actitud hacia estas preguntas que las hace parecer repentinamente misteriosas y enigmáticas ya que justo cuando parecemos asirlas de la forma necesaria para responder a la pregunta, nos damos cuenta de que “ya no sabemos”. Ello nos conduce cada vez más a un estado frustrante de confusión filosófica. Creemos que la culpa la tienen nuestras explicaciones y que es necesario construir aproximaciones más sutiles y satisfactorias. Nos perdemos en nuestro lenguaje. No nos damos cuenta de que la explicación no resuelve nada, al igual que la “vida eterna” no resuelve el enigma de ésta. Nos sentimos reconfortados en la seguridad del Paraíso, en la idea que parece fijar “el sentido” de esta vida. El proceder de Ludwig Wittgenstein, a mi parecer, tiende a ser el mismo en ambos libros, el Tractatus Lógico-Philosophicus y las Investigaciones Filosóficas. Creo que existen suficientes indicios para inclinarnos a leer no sólo estos dos libros sino toda la obra del autor utilizando esta perspectiva. Consideraciones finales Creo que existen varias posibilidades que permiten reorientar el camino que ha tomado la filosofía a partir de la obra de Ludwig Wittgenstein. En primer lugar, volveré a afirmar que el método “monetiano” que presentan lasInvestigaciones Filosóficas me parece lo suficientemente sólido como para impedir una lectura unilateral que construya un pensamiento fundacionista. Lamentablemente, éste no ha sido el caso; los filósofos del lenguaje de la segunda mitad del siglo XX se dedicaron casi exclusivamente a explorar las diferentes implicaciones de uno u otro concepto y a desarrollar teorías a medias. Las producciones han sido igual de mediocres y risibles que las de un pintor centrándose en un aspecto aislado del trabajo de Monet para pintar un cuadro. La filosofía ha visto la aparición del hombre pragmático, un ser que respeta las convenciones y escupe performativos, casándose, declarando la guerra, excusándose y demás; el hombre de los Actos de Habla, que promete y respeta su promesa cada vez; el hombre que expone sus intenciones y manifiesta su “voluntad de transmitir de manera no-natural utilizando signos”. Desde otro punto de vista, conocimos al hombre que encarna la ética universal y juzga con el lenguaje; el hombre consensual que se pliega a la democracia y el hombre irónico que evalúa y juzga sus propias creencias a través del lenguaje. Qué cantidad de hombres, todos tratando de discutir e imponer su forma de ver el lenguaje y su relación con el mundo. Desde mi punto de vista, estos hombres están todos lobotomizados, fraccionados al igual que Frankenstein, producto de una forma tradicional de lectura en filosofía. Considero entonces que la filosofía debe abrir sus puertas a nuevas formas de intelección que tengan en cuenta los aportes de otras disciplinas y que permitan un diálogo inter-disciplinario que se aleje de las categorías estáticas. En muchos círculos esta forma de pensar ya ha sido aplicada, produciendo resultados más o menos satisfactorios. En ese sentido, me parece que un regreso a Wittgenstein para aplicar una lectura novedosa sería pertinente. Mis breves roces con la Antropología Filosófica me han llevado a pensar que podríamos utilizar a Wittgenstein como un punto de partida para la intelección de muchos aspectos ligados directamente al lenguaje sin los cuales nuestro ser humano se convierte en un Frankenstein. No estoy hablando de un concepto o de una estructura que haya que “descubrir” o “explicar”, estoy hablando de la necesidad de inscribir en nuestro estudio muchos factores antropológicos –culturales, sociales y demásque resisten, al igual que las Investigaciones Filosóficas, una aproximación frontal. Creo que sin estos factores lo único a lo que podemos aspirar es a un fetiche consensual, un robot que repite consenso o es aplastado por el diferendo, sin comprender nunca cómo funcionan estos procesos o de dónde salen. Por supuesto que cabría preguntarse hasta qué punto estamos hablando de filosofía, o el grado de involucramiento que tienen los filósofos con una disciplina y una historia que les prohíbe ensayar nuevas formas de intelección. Como decía el Tractatus, este método sería visto como insignificante por el otro, quien tendría la impresión de que no estamos haciendo filosofía. Yo no sé hasta que punto el método sería “correcto”, pero a estas alturas estoy dispuesto a intentar.