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OYENTES Y SERVIDORES DE LA PALABRA DE DIOS Tercer trimestre 2016 I. LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO 1. Nuestra alegría suprema: Hemos recibido del Espíritu un carisma que nos configura con Jesús (MS 1). El seguimiento de Cristo, tal como se propone en el Evangelio, es para nosotros la regla -la alegría- suprema. Por eso escuchamos con toda docilidad la Palabra (cf. CC 4). Con gran alegría, proclamamos agradecidos, como María, la grandeza del Señor (MS 1; 73). 2. El Padre habla de muchos modos y maneras: “Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa. Cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20). Situarnos en “la estancia de arriba” (cf. Hch 1, 13), el Cenáculo del Espíritu, Pentecostés (MS, pág. 78). Nuestro Dios nos habla para establecer un diálogo de vida permanente con nosotros: el diálogo de la Alianza (MS 43). El Padre habla de muchos modos y maneras: en la creación, en la historia humana, en la Escritura (MS 43). 1 Lo hace de forma culminante en su Hijo Jesús, la Palabra encarnada, y en los Sacramentos de su Presencia (MS 43). A través de los pobres –como en María- el Evangelio nos habla e interpela con una voz nueva (MS 49). 3. Llamados a compartir la alegría del Evangelio (MS 16): ¿Cómo podemos ser hoy testigos-mensajeros de la alegría del Evangelio en cada uno de nuestros pueblos? (MS 32). Jesús camina con nosotros, nos habla y busca con nosotros la gloria del Padre: que el ser humano viva, que el pobre viva, que la naturaleza viva (MS 33). Nos sentimos llamados a compartir la alegría y la bienaventuranza del Evangelio y potenciar el anuncio alegre del perdón (MS 16). II. A EJEMPLO DE MARÍA 1. Primera discípula y madre de discípulos: El evangelizador claretiano debe inspirar su síntesis vital en María, que escucha atentamente la Palabra, la medita en su Corazón y se compromete activamente en los intereses del Reino (MCH 150): “Que se cumpla en mí tu Palabra” (Lc 1, 38). María, por obra del Espíritu, como a Claret, nos configura con el Hijo, Evangelio de Dios (MCH 150): “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5). Bajo la acción materna de María aprendemos a 2 acoger la Palabra, a darle cuerpo de compromiso en la vida y a comunicarla con la misma presteza y generosidad con que Ella lo hiciera (MCH 151). Como Hijos de su Corazón, queremos como María, acoger la Palabra, meditarla en nuestro corazón y proclamarla con pasión (MS 42). El Espíritu de nuestro Padre y nuestra Madre hablará por nosotros (MS 65). María, como primera discípula, nos enseña a escuchar la Palabra (cf. Lc 1, 38), a guardarla en el corazón (cf. Lc 2, 19) y a atender las necesidades de quienes no tienen vino (cf. Jn 2, 3) (MS 73). 2. Desde el gozo que nace de Dios: María, nuestra Madre, experimentó la alegría que es característica de la acogida del Evangelio: “¡Alégrate!”; “feliz porque has creído”; “mi espíritu se alegra”; “dichosos todavía más” (Lc 1, 28.45.47; 11, 28). En la Fragua de su Corazón, nos enseña a proclamar hoy el Magníficat (MS 1; 36; 49; 65; 73). A través de los pobres –como en María- el Evangelio nos habla e interpela con una voz nueva. Pretendemos: Vivir en actitud de discípulos; capaces de acoger el don de Dios que habita en la historia y de leer los 3 acontecimientos desde la fe y nuestro carisma (MS 41.1). Estimular la vivencia gozosa del don recibido (MS 74.5). III. Cultivar nuestra espiritualidad de hijos del Inmaculado Corazón de María, formados en la fragua de su Corazón (MS 41.2). Ser testigos de la alegría que el Espíritu genera en nosotros, superando el pesimismo, la acedia, la mundanidad y nuestras debilidades (MS 41.4). Escuchar a Dios en los acontecimientos de la vida, sobre todo en la de los pobres y de quienes sufren violencias e injusticias (MS 45.4). Suscitar una auténtica cultura vocacional en la que nos interpelen de verdad la Palabra de Dios y el contesto humano (MS 68.4). LO MÁS GENUINO DE NUESTRA EXPERIENCIA CARISMÁTICA: EL MINISTERIO DE LA PALABRA 1. Somos la resonancia de Claret: Somos en la Iglesia y en la sociedad la resonancia de Claret, apasionado ministro del Evangelio, a tiempo y a destiempo, a través de todos los medios (MS 42). Nuestro Padre Fundador interpretó su vocación a partir de la escena de la sinagoga de Nazaret, en que Jesús se identificó con el ungido para evangelizar a los pobres (MS 49). Como a nuestro Padre Fundador, también hoy 4 santa María de Pentecostés –fuego y corazón- nos inquieta, impulsa nuestra andadura, sacude nuestro miedo e inercias, y nos lanza a proclamar el Evangelio en nuevos escenarios y periferias (MS 66). 2. Oyentes y servidores de la Palabra: Nuestra participación en la Misión nace de la acción del Espíritu en nosotros a través de la Palabra de Dios escuchada, orada, compartida y ofrecida a otros (MS 3.1). El Espíritu nos impulsa a vivir en una actitud constante de escucha y discernimiento, buscando en la vida cotidiana y en el devenir del mundo los signos de la presencia del Reino (MS 3.1). Nuestra herencia carismática nos define como “oyentes y servidores de la Palabra” (MS 42). La Palabra de Dios ocupa un lugar cada vez más central en nuestra misión y espiritualidad (MS 36.2). La escucha de la Palabra genera en nosotros hábitos de silencio, adoración, contemplación y discernimiento (MS 43). Pretendemos: Propiciar la escucha vocacional y pastoral de la Palabra (MS 45.1). Cuidar muy especialmente la escucha vocacional y compartida de la Palabra de Dios a lo largo de todo el año litúrgico (MS 74.2). 5 Descubrir cómo en ella Jesucristo mismo nos habla, se dirige a nosotros, nos ayuda a interpretar los signos de los tiempos, nos indica la Misión (MS 45.2). Ser enviados a proclamar la Palabra, valiéndonos de los medios más adecuados (MS 45.5). Ser profetas que anuncian la Palabra de Dios y testimonian lo que predican con la propia vida (MS 45.7). 3. La clave hermenéutica: La clave hermenéutica para escuchar la Palabra es el amor de Dios hacia su pueblo y la revelación de los misterios del Reino a los sencillos, los pobres y excluidos (MS 44). Un punto de interconexión entre misión y vida. Si no favorecemos el diálogo de la Alianza con nuestro Dios y con todos los que de una u otra forma escuchan su voz, vana es nuestra predicación (MS 44). Pretendemos: Anunciar el Evangelio teniendo en cuenta la acción previa del Espíritu de Dios en el mundo (MS 59). Fomentar la escucha contextualizada de la Palabra, compartida con otros, y descubrir su fuerza transformadora que nos lleva a la conversión y nos sana (MS 45.3). 6 Escuchar a Dios en los acontecimientos de la vida, sobre todo en la de los pobres y de quienes sufren violencias e injusticias (MS 45.4). Ser mensajeros, testigos e intérpretes de la Palabra, escuchando al Dios que habla a través de las diversas culturas y tradiciones religiosas, y hablando nosotros con Dios con un lenguaje inculturado (MS 45.6). Ser hombres de diálogo, capaces de realizar gestos significativos (los signos poderosos de Jesús) para que otros crean el mensaje del evangelio (MS 45.8). TRABAJO PERSONAL 1. ¿Qué importancia real tiene la Palabra de Dios en mi vida misionera? ¿Ocupa un lugar central en la misión y espiritualidad? 2. ¿Con qué alegría vivo este rasgo carismático de ser ‘oyente y servidor de la Palabra’? 3. ¿En qué momentos de mi vida (lugares, situaciones, personas) he sentido fuerte la voz de Dios? 4. ¿Cómo podemos ser hoy testigos-mensajeros de la alegría del Evangelio en cada uno de nuestros pueblos? 5. ¿Cómo inspira María mi manera de vivir el ministerio de la palabra? 6. ¿En qué situaciones veo actuar hoy a Dios en la historia y a María cantar de nuevo el Magníficat? 7. ¿A qué nuevos escenarios y periferias nos sentimos lanzados a proclamar el Evangelio? 8. ¿He experimentado la fuerza transformadora de la Palabra de Dios? 7