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Padre Enrique de Ossó ORACIÓN DE SAN ENRIQUE AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS Dios se ha encargado y tomado cuidado de mí y de todas mis cosas; no me faltará nada. Yo soy mendigo y pobre. Dios anda solícito y cuidadoso de mí. Por estas verdades conozco, Dios mío, que hasta que ponga toda mi solicitud en Vos, que tenéis cuidado de mí, nunca tendré paz ni verdadero reposo del corazón, y siempre andaré turbado y desmayado. Hasta que me arroje y me ponga del todo en vuestras manos y me fíe de Vos, sintiendo en mi corazón una muy familiar y filial confianza en Vos, no viviré feliz. Quiero, Dios mío, hacer con Vos aquel concierto admirable que hizo vuestra sierva Santa Teresa de Jesús. Quiero olvidarme de mí, y dejar mis trazas y cuidados para acordarme de Vos y fiarme de Vos sólo. Haré lo que es en mí, cumpliendo mis deberes, y me dejaré a mí mismo y todas mis solicitudes en Vos, y no me inquietaré por nada. Quiero con vuestros hijos reposar en hermosísima paz y en los tabernáculos de la confianza y en el descanso muy cumplido y abastado de todos los bienes, y en paz juntamente dormir y descansar, porque Tú, Señor, aseguraste mi vida con la esperanza de tu misericordia. No quiero sentir aquellos alborotos y congojas y desasosiegos que sienten los que miran las cosas y los sucesos con ojos de carne, sino antes estar con mucho gozo y alegría en todos los acontecimientos. Quiero abundar en esta confianza, porque sé que cuanto más me fíe y ame más quieto y seguro estaré de que todo lo convertiréis en mi bien, y no puedo creer ni esperar menos de vuestra bondad y amor infinitos. Quiero cavar y ahondar bien, Jesús mío, en este amor, providencia y protección tan paternal y particular que tiene vuestro Corazón misericordiosísimo Padre Enrique de Ossó de mí y de todas mis cosas. Mis suertes están en vuestras manos, y Vos estáis encargado de mí y tenéis de mí tanto cuidado como si no tuvierais otra criatura en el cielo ni en la tierra que gobernar sino a mí sólo. Dios se ha encargado y tomado cuidado de mí y de todas mis cosas; no me faltará nada. Yo soy mendigo y pobre. Dios anda solícito y cuidadoso de mí. Por estas verdades conozco, Dios mío, que hasta que ponga toda mi solicitud en Vos, que tenéis cuidado de mí, nunca tendré paz ni verdadero reposo del corazón, y siempre andaré turbado y desmayado. Hasta que me arroje y me ponga del todo en vuestras manos y me fíe de Vos, sintiendo en mi corazón una muy familiar y filial confianza en Vos, no viviré feliz. Quiero, Dios mío, hacer con Vos aquel concierto admirable que hizo vuestra sierva Santa Teresa de Jesús. Quiero olvidarme de mí, y dejar mis trazas y cuidados para acordarme de Vos y fiarme de Vos sólo. Haré lo que es en mí, cumpliendo mis deberes, y me dejaré a mí mismo y todas mis solicitudes en Vos, y no me inquietaré por nada. Quiero con vuestros hijos reposar en hermosísima paz y en los tabernáculos de la confianza y en el descanso muy cumplido y abastado de todos los bienes, y en paz juntamente dormir y descansar, porque Tú, Señor, aseguraste mi vida con la esperanza de tu misericordia. No quiero sentir aquellos alborotos y congojas y desasosiegos que sienten los que miran las cosas y los sucesos con ojos de carne, sino antes estar con mucho gozo y alegría en todos los acontecimientos. Quiero abundar en esta confianza, porque sé que cuanto más me fíe y ame más quieto y seguro estaré de que todo lo convertiréis en mi bien, y no puedo creer ni esperar menos de vuestra bondad y amor infinitos. Quiero cavar y ahondar bien, Jesús mío, Padre Enrique de Ossó en este amor, providencia y protección tan paternal y particular que tiene vuestro Corazón misericordiosísimo de mí y de todas mis cosas. Mis suertes están en vuestras manos, y Vos estáis encargado de mí y tenéis de mí tanto cuidado como si no tuvierais otra criatura en el cielo ni en la tierra que gobernar sino a mí sólo. Tú tienes, Jesús mío, para mí entrañas tiernas y regaladas, más que de padre y más que de madre, pues si fuere posible que haya alguna madre en quien pueda caber olvido de su hijo chiquito y que no tenga corazón para apiadarse del que salió de sus entrañas, en Ti, me dices, Señor, nunca jamás cabrá ese olvido, porque en tus manos me tienes escrito y tus manos están siempre delante de Ti. Porque siempre me traes en las palmas y me tienes delante de tus ojos para ampararme y defenderme; Porque mejor que la mujer que ha concebido y trae el niño en sus entrañas, y le sirve de casa, de litera, muro, de sustento y de todas las cosas, me traes Tú en tus entrañas. No quiero, pues, tener zozobra ni perder mi quietud y sosiego por los diversos sucesos y acontecimientos de la vida, porque sé que ninguna cosa me puede acontecer sin la voluntad de mi Padre celestial, y muy confiado estoy y satisfecho de tu grande amor y bondad, que todo será para mayor bien mío, y todo lo que me quitares por una parte me lo devolverás por otra en cosa que más valga. Sólo una cosa te pido y es amarte y servirte en todo.