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Domingo III de adviento / Lc 3,10-18 15 de diciembre de 2015 "No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús" (Flp 4,6-7). La angustia procede del mal espíritu, contrario a todo lo bueno que es Dios. La angustia y la tristeza nos incapacitan para la realización del bien. Necesitamos orientar el corazón hacia la alegría, percibiendo el bien que Dios ha hecho en nosotros, cuidando en todo momento nuestros pensamientos. Cristo es nuestra paz, conjunto de bienes espirituales que llenan nuestro corazón. La paz de Cristo hace que ya no estemos pendientes de las pequeñas satisfacciones que podemos encontrar en la vida. Cristo llena todas las expectativas. La paz que Cristo nos regala, al recibir los sacramentos, en la oración, en el servicio desinteresado al otro y en el perdón, es el don que podemos regalar a los demás en el encuentro interpersonal. Juan Bautista, nos invita al desprendimiento. " Juan Buatista, les respondía: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto»" (Lc 3,11). La paz que llevamos a los otros es la de Cristo, que a su vez hemos recibido. Cuando nos damos la paz en la Misa, llevamos la paz de Cristo al hermano. ¡Jesús, dame tu paz! ¿Cómo acojo y vivo la Paz que Cristo me regala? En unión de oraciones Hno. Javier Lázaro sc