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Tu Rostro Caída en el polvo Caída está mi alma en el polvo y envuelta en las sombras de la noche. Caída está mi alma en el surco abierto de las tierras sembradas con las lágrimas errantes, de tanto trabajo y de tanta muerte. Caída está mi alma, allí donde el misterio de Dios se hace camino creyente, y esperanza cierta, porque El es fiel al abrazarla, con su ternura de Madre. Caída está mi alma, brillando en la espesura de esta noche, desfalleciendo del deseo de su auxilio, y en la esperanza de encontrarlo siempre, en su abrazo maternal que nunca hiere. Caída está mi alma y confiada en los brazos maternos del Viviente. Sumergida en lo más profundo de mi ser desnudo, en el abismo insondable del amor primero, descubrí, también hoy, mi amor fiel, tu rostro. Una mirada, una palabra de amor y solamente un reclamo: Déjame estar en ti y permanecer contigo. Deja que mi amor enamorado encuentre mi centro, en tu centro. ¡Cuánta bondad en nuestro encuentro! ¡Cuánto misterio de amor y cuanta fidelidad la tuya!, ¡Señor! Fidelidad en las noches más oscuras y amor enamorado en mi cántaro de barro. Quédate, Señor, allí… donde mi nada ha sentido tu lamento. Esterilidad Confíar Es la esterilidad la tierra movediza de los creyentes sin amor y sin luz, en sus caminos. Hoy quisiera decir decirte a ti, amor del alba, que en ti confío. Es la esterilidad el oprobio de los creyentes que viven sin amor y no se doblan ni ante la cruz de la tierra ni ante el dolor de los pueblos. Quisiera abandonarme y dejarte hacer en el centro mismo de mi ser desnudo, en esa herida abierta de mi costado, que grita y pide la liberación del oprimido. Es la esterilidad el oprobio de las vírgenes que se reservan la vida, porque es más puro el amor cuando no toca lo humano, ni lo divino en lo humano. La esterilidad es el oprobio de la vida religiosa, nuestro oprobio. Quisiera confiar y abandonarme, seguir el camino de la fe y confiarme al polvo enamorado que pisan tus pies, sumergida en tu misterio. Y esperar, hasta que la noche pase. Mi guardián He mirado a lo más alto de los cielos desde la íntima pequeñez de mi identidad original. He mirado suplicando la ternura eterna de Dios que entendiese mi lamento, y, he oído, he sentido su voz hablándome en silencio: soy tu guardián, ¡Estoy contigo! Yo te cuido, yo te guardo, yo siempre velo por ti ¡Estoy contigo! Está contigo mi amor, mi abrazo maternal envolviendo tu misterio. ¡No tengas miedo! estoy siempre contigo, en la vida y en los caminos polvorientos del destierro. Sigue bebiendo en mis pechos el amor que permanece, amor que vela por ti y que nunca desfallece. Jerusalén Cuánta nostalgia siente el corazón atribulado por Jerusalén. Cuánta nostalgia siente el alma enamorada por Jerusalén. Cuánta nostalgia sienten las palabras verdaderas por Jerusalén. Y cuánta nostalgia, ¡cuánta sienten!, los crucificados de la tierra por Jerusalén. Porque Jerusalén es la cuidad del mundo más purificada en el amor, amor de un Dios sellado con su muerte, madero que se levanta cuando el dolor nos hiere. Te elijo a ti A mí me has visitado Te elijo a ti, señor del alba, a ti que penetras mi corazón y lo enamoras, a ti, que, siendo Dios, quieres habitar en mí, humilde criatura. A mí, mujer sin gracia ni belleza, pobre criatura humana, estéril siendo virgen, humilde y sencilla tierra, me has visitado ¡oh amor! Te elijo a ti, porque eres el más bello de los hijos de los hombres, sol de todas mis sombras, lucero del alba ardiente, rocío al amanecer y lluvia purificada en las tardes otoñales. Te elijo a ti, amor que nunca fallas, que estás presente cuando todo se derrumba en mi camino creyente. Te elijo a ti, mi amor y mi esperanza, a ti, que al mirarte fijamente, dejas mi corazón colgado en el vuelo universal del amor que nunca muere. Me has visitado a mí, Bendiciendo mi pobreza, a mí que nunca he soñado con ser nadie ni nada en esta historia nuestra. Me has visitado a mí, pidiéndome, suplicándome que engendre a tu Hijo, amor liberador para los atribulados, que buscan vida feliz en la esperanza. Me has visitado a mí, y yo, humilde esclava, he puesto a tu disposición mi corazón enamorado y mis pobres tierras baldías, tierras áridas, dispuestas para a siembra. Has llenado mis cántaros de amor En las corrientes del agua Has llenado mis cántaros de amor, de agua fresca y de vinos enjundiosos, de comunión y de paz. En las corrientes del agua están mis raíces, la identidad original de mis hojas frescas, mis frutos sazonados y la savia de mi vida. Has llenado mis cántaros, oh amor, en el banquete mismo de la vida, en la fiesta de mis encuentros contigo y en las noches de luna llena, cuando el misterio me envuelve y me entregas tus promesas. Soy como el árbol del salmo, frágil en mi melodía, fuerte cuando te busco y libre para amarte, cumpliendo tu palabra. Tú has llenado mis cántaros, el único amor de mi vida, el amor fiel cuando todo se termina, y el amor eterno en la finitud de los deseos que lloran. Tu has llenado mis cántaros de amor gratuito, y de esperanzas. Oh amor, qué feliz soy cuando me miro en tus aguas, cuando reflejas tu Rostro y yo lo estrecho entre mis raíces secas, que dan consistencia a mi amor dejando paz en mis ramas. Soy como el árbol del salmo, en tus corrientes de gracia. Intimidad Las pérdidas He soñado muchas veces con la intimidad sonora de los amores más puros y de las almas más claras. Cómo y cuánto hieren el corazón humano las pérdidas. He soñado con esa comunicación que de transparencias habla, que cuenta de los silencios que recrean las palabras, y que busca los encuentros para enriquecer el alma. He soñado con la intimidad porque en la verdad original que se derrama en historia, he buscado a mi Señor, recreándome en su fiesta, dejando mi fidelidad en el suelo firme de su intimidad sonora. Qué solo y qué vacío dejan el corazón las ausencias del amor, cuando el amor está tatuado en la identidad original que configura los seres y que sostiene las almas. Y qué dulces, qué serenas y bendecidas son las pérdidas, cuando el AMOR llega, toca y mira, recogiendo nuestras lágrimas. Tú conoces mis sentimientos Tu Palabra Tú conoces mis sentimientos oh amor, conoces y penetras mis miradas, mis pensamientos más hondos, y los secretos profundos del misterio y de mi nada, Al escuchar tu Palabra he sentido que un torrente de gracia bañaba mis tierras áridas. Conoces de mí las motivaciones últimas, mis amores más puros y mis palabras. Conoces de mí los suspiros que me agitan, el aire con qué respiro y mis dudas. Lo conoces todo de mí. Tu ojos han escrutado todos los entresijos de un corazón que ama, y que también llora. Lo conoces todo de mí, porque te amo y me amas. Y, el amor, es la revelación misma de las almas. He sentido en tu Palabra la fuerza misma de la vida que, en los barbechos, prepara la tierra para las siembras. He sentido, sí, he palpado y tocado la gracia del humus que fecunda los bancales de mi alma, sedienta siempre de amor y caída en el polvo de las tierras secas. He oído tu Palabra, la que siembra en mis amores y fructifica mis tierras. Yo, donnina pequeña Mujer encorvada Me has encontrado en mis templos ocultos, encorvada en tu presencia… Me has encontrado encorvada porque me pesan los miedos y los fardos de la vida. Me pesa la noche oscura y la falta de promesas. Estoy encorvada ante ti, Amor del albs, sin miedo a tus reproches y confiada en tu gracia. Estoy encorvada ante ti porque sólo tú pondrás mis espaldas rectas, porque tú me darás tu mano para alzarme de mi nada. Encorvada ante ti, Amor del alba, sola ante el mundo, y en comunión con la vida. Soy tan pequeña como el grano de mostaza, tan insignificante como el polvo de la tierra, tan pobre como la mujer de las dos monedas. Tan pequeña soy y tan pobre me siento, que mi alma está escondida para que nadie la vea, para que nadie comprenda que en mi pequeñez soñada tú eres mi rey, el amor de mi alborada. Soy tan pequeña como la estrella del cielo oculta, como la violeta en medio del fango y como el grano de trigo que se lo come la tierra. Soy pequeña porque quiero serlo, y, porque en lo pequeño, Dios encarnó la vida. Huerto de los olivos Dios es poveraccio sin mí ¿Será verdad Dios mio, qué tu eres un poveraccio sin mí? ¿Podré creerme yo, Dios mío, que tú eres un poveraccio sin mí? ¿Podré algún día penetrar en tu misterio de pobreza enamorada, lugar secreto donde tú no eres nada sin mí? ¿Por qué, Dios mío, te haces un poverraccio por mi amor, humilde criatura que no termina de entregarte la vida, ni el corazón, ni esa nada que no es más que polvo en tu presencia? Dicen los evangelios que no entraron las mujeres en el huerto de los olivos, allí donde tu angustia hace llorar a los siglos. Dicen que miraban desde lejos, pero que no entraron contigo las mujeres que seguían con tanto amor tus caminos. ¡Dicen que no entraron! Pero yo sí, hoy entré contigo para mirarte, para compartir tu dolor y contemplarte en silencio. Metida en tu corazón he sufrido tu angustia y he recogido tu llanto. Y en el silencio del alma escuchando tus lamentos, he comprendido Señor, por qué. por qué me has amado tanto. Consolación Maternidad A los pies de la cruz, sobrecogida por tu dolor y por el dolor de la Madre, he sentido la urgencia de ser madre de los pobres. Los crucificados de la tierra gimen dentro de mi corazón, lloran los pobres en mi alma dormida y los pequeños, los que la tierra olvida, están llamando a mis entrañas de madre, y a la ternura que brota de mi fontana. Nadie que mira a María al pie de la cruz puede dejar de escuchar la esperanza que la tierra exige a la maternidad de las vírgenes. Son ellas, las que permaneciendo de pie, acogerán al Hijo que la cruz entrega a la vida. Sabía, mi Señor y mi Dios que tu consolación sería vincularme más a ti, hacerme siempre más tuya. Sabía que la consolación buscada, me religaría suavemente a tu persona, a tus proyectos y a tu vida. Sabía que la consolación desataría el mar de mis lágrimas y que dejaría en tu paz todos mis sentidos, mi corazón y esas noches íntimas, en las que tú me sorprendes y dejas mi alma desnuda. Sabía que la consolación, al terminar mis días de encuentro contigo, serías tú, amándome y eligiéndome, a pesar de todas mis dudas. Te fuiste En la vida cotidiana Te fuiste por el camino del este en busca del sol, un sol que no tramontará para ti, madre mía, porque en Jesucristo Redentor, el Viviente, está la vida. Te fuiste y dejaste mi alma sumergido en la pérdida más radical, donde los afectos se desvinculan de todo, volviendo al vacío de la tierra yerma. Te fuiste, madre mía, abrazada apasionadamente al Pastor que introduce a las ovejas en el redil eterno del amor infinito de Dios, en su corazón materno, lleno de ternura y belleza para ti, lleno de aprobación de tu identidad original. Te fuiste, madre mía, dejándome envuelta en la soledad existencial que convierte en oración la misma pérdida, y en plegaria ardiente el camino eterno por el que te fuiste, en busca del sol. En la vida cotidiana, allí donde mi vida se encuentra con tu fidelidad y con la eterna sabiduría de las cosas, te buscaré con la fruidez del amor. Te buscaré con mis ojos, para penetrar en tu mirada amante. Te buscaré con mis sentimientos para comprender la profundidad de tu amor, y así entregarme. Te buscaré con mis pensamientos, siempre abiertos a ti, mi amor del alba, para recordar que sin tu amor no soy nada, y que, con tu amor, soy vino nuevo de uvas sazonadas. Te buscaré, oh amor, con todo mi corazón, para que tú me encuentres en la vida de todos los días, en los caminos polvorientos del alma y en los amores que esperan, de rodillas en la estepa, tu vuelta.