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LECTIO DIVINA VOCACIONAL retiro comunitario para orar por las vocaciones 1. AMBIENTACIÓN Si la oración ha de formar parte siempre del caminar cristiano, en las decisiones más importantes de la vida debe ocupar un primer plano. La mejor manera de dialogar con Dios es hacerlo guiados por la Sagrada Escritura. Sobre este asunto girará la propuesta de este Retiro, en el que comentamos el método de la lectio divina vocacional, con la intención de motivar más a su difusión y hacerla costumbre personal. El Espíritu Santo, que habló por los profetas e inspiró la Escritura, sigue hablando hoy. No está afónico. El problema es la sordera o la falta de atención. La Pastoral Vocacional lo acusa de una forma palpable. Por ello, la educación en la escucha del Maestro interior es absolutamente necesaria y tiene que pasar por el ejercicio de la meditación orante sobre la Palabra de Dios, es decir, por la práctica de la lectio divina vocacional. Este acercamiento gradual al texto bíblico se remonta al antiguo método usado por los Padres de la Iglesia, a su vez herederos del uso rabínico. El método de la lectio divina por su simplicidad es recomendable particularmente a los jóvenes que posicionan su vida delante de Dios. Pero no sólo a ellos. También nosotros, como servidores y oyentes de la Palabra, estamos urgidos a realizarla, como dicen las Constituciones: “La Palabra de Dios que debemos proclamar, escuchémosla antes en asidua contemplación y compartámosla con los hermanos, para que nosotros mismos nos convirtamos al Evangelio, nos configuremos con Cristo y seamos inflamados por su caridad que nos ha de apremiar” (CC 34). Un misionero claretiano, ya fallecido, estupendo profesor de Sagrada Escritura, solía indicar con expresiones emocionadas a sus alumnos y oyentes la forma de acercarse a la Palabra. Sus recomendaciones nos sirven como una magnífica motivación al comienzo de nuestro retiro: “!Estremecerse ante sus palabras! Es la fe humilde que adora, tiembla de respeto y se abre de par en par a la Palabra de Dios, 'doblando las rodillas del corazón'; es la pobreza de espíritu que se conmociona y vibra de gozo ante ella, porque sólo de ella espera el don de Dios y la salvación; es la pureza y simplicidad de corazón que, dejando de lado cualquier curiosidad, especulación o rentabilidad intelectuales y toda pretensión de acomodarla y manipularla en vez de someterse sencillamente a ella, no busca otra cosa sino que el Señor le abra los ojos del corazón para conocer su voluntad y cumplirla” (P. Manuel Orge, cmf). 2. CANTO DE ENTRADA (sabido por todos) 3. SALUDO INICIAL Dios, Padre nuestro, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, y que no deja de enviar obreros a tu mies para predicar la Palabra, esté con todos vosotros. 4. ORACIÓN (todos acompasadamente) Señor, Tú, que llamaste a los Apóstoles para que fueran pescadores de hombres, llama a la Familia Claretiana nuevos miembros que sean sal de la tierra y luz del mundo y difundan en todas partes la caridad que apremiaba a tu siervo Antonio María. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén 5. PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS (Lc 10, 38-42) “Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada». Palabra del Señor 6. REFLEXIÓN: LECTIO DIVINA VOCACIONAL En este día de retiro evocaremos el itinerario educativo de la escucha vocacional de la Palabra. Tal itinerario viene sugerido en nuestro Directorio Vocacional Claretiano (nn. 142-145), donde se indica que lectura vocacional de la Palabra y su traducción en experiencia de vida constituye, junto con el acompañamiento personalizado, el método propio de nuestra Pastoral Vocacional (cf. SP 16,1). En virtud de su energía interna, favorece no sólo el desarrollo de los gérmenes vocacionales, sino también el descubrimiento y la aceptación de la llamada del Señor, como lo atestigua la experiencia, entre otros, de nuestro Fundador. La Palabra de Dios, acogida e interiorizada, revela el sentido profundo de la historia, orienta el discernimiento e impulsa a la toma de decisiones en la vida ordinaria. Esta lectura vocacional de la Palabra de Dios, según la concibe nuestro DVC, tiene tres pasos: 1. Descubrir lo que el texto dice en sí mismo. Esto exige un silencio interior para que nada impida escuchar la verdad del texto y para no hacerle decir lo que interesa a cada uno de los lectores. 2. Descubrir lo que el texto dice a la persona que la escucha. Dialogar con el texto para actualizar su sentido y dejar que penetre en la vida personal y la confronte. Como María, se debe meditar la Palabra de Dios para que habite en los labios y en el corazón. 3. Descubrir lo que el texto inspira a la misma persona como respuesta a Dios. Dios ha hablado a través de su Palabra; ahora es el momento de que la persona le responda. En nuestro retiro profundizaremos sobre su sentido. Comenzaremos con una reflexión sobre el efecto iluminador que la Palabra proyecta sobre la vida ordinaria y pasaremos después a una consideración pedagógica del ejercicio práctico de la lectio divina vocacional a partir las sugerencias del DVC. 2 Palabra y vida ordinaria Existen conexiones, nudos, correlaciones, una trabazón fundamental ente la Palabra de Dios y los acontecimientos de la vida ordinaria. Como dice y enseña la Escritura, la Palabra se cumple siempre en los hechos del día e implica siempre una referencia a la historia. La Palabra sólo puede ser comprendida cuando, lejos de ser mera reflexión intelectual u objeto de estudio, entra en diálogo con la propia historia concreta y llega a interactuar con la libertad de la persona. La Palabra ilumina esa historia, haciéndola comprensible y dándole una profundidad insospechada. La historia personal, a su vez, estimula de alguna forma a la Palabra, le ofrece el contexto interpretativo, la fuerza a una confrontación, exprimiendo su sentido recóndito y misterioso. Eso es lo que la fecunda. La Palabra de Dios y los acontecimientos humanos forman juntos la historia de la salvación, hacen salvífica esta historia nuestra. Al mismo tiempo muestran también a cada creyente por qué camino se realiza su proyecto personal de salvación, su vocación. También cualquier joven puede asimilar todo esto, y captar su lógica y belleza. La juventud es la época de búsqueda de puntos de referencia precisos que ayuden a definir la propia identidad. La Palabra será instrumento válido si ese joven encuentra un guía que le enseñe, con paciencia y constancia, a unificar realmente la trama cotidiana de los acontecimientos alrededor de la Palabra, por medio de una serie de operaciones precisas, hasta que llegue a ser praxis habitual, método cotidiano de lectura de la Palabra a lo largo de toda la jornada. Esta praxis es la de María, quien en su corazón guarda y da a luz una Palabra siempre nueva de Dios. Las operaciones de la lectio divina vocacional La lectura vocacional de la Palabra se basa en un método que exige la continuidad cotidiana de la lectura, la llamada lectio continua. El adjetivo continua se refiere no solamente al seguimiento de las lecturas ofrecidas día a día por la liturgia, sino también al tiempo a lo largo del cual se extiende que debe ser toda la vida; no solamente el tiempo más o menos prolongado de la deliberación vocacional. Ese cruce entre Palabra y la propia vida es siempre fecundo. Podemos considerar a María como icono ideal de la lectura vocacional de la Palabra: la Virgen se hizo «corazón» para acoger la Palabra de vida, no solo el día de la Anunciación, sino desde aquella mañana hasta los días de la pasión y muerte de su Hijo, hasta Pentecostés, hasta el hoy de la Iglesia. La lectio divina vocacional tiene un método propio, reconocido y recogido en el Directorio Vocacional. Ese método se establece en una serie de operaciones. Consideremos brevemente estas operaciones como «verbos vocacionales». 1. LEER “¿QUÉ ESTÁ ESCRITO…? ¿CÓMO LEES?” (Lc 10,26) Supuestas las condiciones necesarias para hacerla, la lectura vocacional de la Palabra comienza con la lectura y la relectura de un fragmento de la Escritura, una perícopa. Es recomendable leer los textos de la liturgia de la Eucaristía de cada día, en comunión con la vida de la Iglesia. Es preferible seguir el ritmo de la liturgia, o también la lectura de un libro de forma continuada, que no leer improvisadamente, al azar. A veces es bueno ofrecer un repertorio de textos bíblicos vocacionales a quien realiza su discernimiento. Lo ideal sería que esa práctica desemboque siempre en la cumbre de la fe de la Iglesia: la eucaristía. 3 El texto seleccionado debe ser leído con atención y sin prisas. Hay que abrirse a su novedad como si se leyera por vez primera. Con un poco de atención es posible descubrir la maravilla de su lenguaje (el estilo bíblico es rico y variado: salmo, historia, carta, parábola...). Al explorar sus recursos literarios, las acciones, los verbos, los sujetos, el ambiente descrito, se accede a su mensaje y permite recrearse en su belleza y encanto. No se pierde el tiempo. La Palabra de Dios se ha hecho palabra humana. Sólo, a través de la contemplación de esta palabra humana y encarnada, se puede escuchar la voz de Dios, sus llamadas. Esta lectura detenida produce un conocimiento sorprendente del texto por la multiplicidad de aspectos nuevos que se llegan a detectar. Nunca se ponderará suficientemente la fuerza iluminadora que posee esa lectura reflexiva de la Palabra. A menudo, por la insana inercia de la costumbre, normalmente no se lee con atención la Palabra, sino que se da por sabida, como si ya se conociera de memoria. Así no se deja espacio para la sorpresa y la novedad. La energía de la Palabra no llega a penetrar ni a impregnar íntimamente el corazón humano; resbala y lamentablemente se queda en algo externo, sin capacidad real de interpelación. Conviene leer además los lugares paralelos que cualquier Biblia ofrece como nota marginal. A veces ayudan algunos instrumentos exegéticos, algún diccionario bíblico, comentarios patrísticos, espirituales, para entender adecuadamente, en profundidad y en extensión, lo que el texto de la Escritura dice en sí. De lo que se trata, al usarlos, es de evitar los dos grandes peligros que hoy acechan al lector de la Palabra: el fundamentalismo, que interpreta la Biblia al pie de la letra de forma rígida; y el espiritualismo desencarnado, que induce a pensar que Dios habla de forma directa y automática, sin mediaciones humanas ni discernimiento. Con todo hay que evitar la acumulación erudita de datos. No es una clase de exégesis lo que se hace al leer la Palabra. Insistamos en esto: Leer despacio, tratando de imprimir en el corazón lo que dice el texto. Es Dios quien, con su palabra encarnada, habla e interpela. 2. MEDITAR “SENTADA A LOS PIES DEL SEÑOR, ESCUCHABA SU PALABRA” (Lc 10, 39) Tras la lectura viene la meditación sobre la Palabra. )En qué momento se debe pasar de la una a la otra? Es difícil delimitarlo. Lo que se pretende es que lo leído baje hasta el corazón y encuentre en él un centro de acogida donde pueda resonar con todas las vibraciones posibles. Se trata de darle calor a la Palabra. Hay que comer, asimilar ese alimento porque es Palabra viva, que da vida y nutre la fe. No se trata de meditarla fríamente con el cerebro, sino de permitir que descienda a la hondura del espíritu humano. Nada mejor para ello que emplear el método afectivo que usaba María, nuestra madre, que “guardaba y meditaba en su corazón” (Lc 2,19). Se trata de una rumia (ruminatio) que hace posible que la Palabra vaya calando dentro, hasta quedar del todo hecha carne propia. Es como repetir la vivencia del profeta (Ez 3,1-3) y del vidente del Apocalipsis (10, 8-11). No nos perdamos en un exceso de psicologismo o complicados mecanismos de introyección. Por el contrario, se trata más bien de dejarse seducir por la Palabra. Seguir sus hondos impulsos. Es Dios mismo quien atrae y habla al corazón. Al oyente, desde su pobreza, le toca quedarse con algún verso o frase, en un primer momento. Esas palabras y frases leídas, tal vez sencillas pero cargadas de sentido, son el vehículo por el que se comunica Dios. No se trata de una experiencia de gracias místicas extraordinarias. Es entrar directamente en una relación de fe y de amor con el Dios de la verdad y de la vida que en Cristo-Palabra se nos ha revelado. Basta dejarse mirar por Dios (mirar que Él nos mira, como complacía a santa Teresa de Jesús), y admirar su grandeza. Basta quedarse en contemplación gozosa ante su presencia buena, ante el misterio de Dios-Santísima Trinidad, ante el designio 4 de su voluntad que llama a colaborar en la obra de la salvación. Basta reclinarse en adoración del misterio de Dios y llegar a reconocerle y confesarle: Padre nuestro, santificado sea tu nombre. Basta dejarse llevar por Dios y saborear la ternura infinita de su amor. Y después, hay que hablar a Dios. La meditación es respuesta a sus sugerencias e inspiraciones, al mensaje que Dios ha dirigido por medio de su Palabra. Se trata de dirigirse a Él con sinceridad, con confianza, sin caer en charlatanería espiritual. Orar es permitir que la Palabra acogida en el corazón se exprese con los sentimientos que ella misma suscita: acción de gracias, alabanza, lamentación, adoración, súplica, arrepentimiento... Normalmente en el ámbito vocacional se suscitan dos experiencias: La petición de ayuda para que Dios asista en la respuesta y el abandono confiado en sus manos. Se trata de dejar libre la capacidad creativa de cada persona, tocada y potenciada por la gracia de la Palabra. Así, el corazón habla directamente con Dios con palabras sencillas o con un silencio lleno de amor. 3. DECIDIR. “HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRA” (Lc 1, 38) Todo encuentro con el Señor de la vida, presente en su Palabra, culmina en el reconocimiento y acatamiento de un designio, de un mandato. Así acontece fielmente en los encuentros del Resucitado con sus discípulos (Mt 28,19-20; Mc 16,15-18; Lc 24,46-49; Jn 20,23). Hay que cumplir lo indicado por la Palabra. La Palabra es semilla que no puede quedarse encerrada infecunda en la intimidad, sino que crece, se desarrolla y da fruto (Mc 4,26-29). La Palabra, si se han hecho con sinceridad los pasos anteriores, posee luz suficiente para iluminar nuestra vida, y fuerza para ser llevada a la práctica. Ella misma construye un proyecto de vida que orienta y canaliza la propia existencia. El fruto esencial de la Palabra es el amor: amor que urge y empuja a “estar en las cosas del Padre” (Lc 2,49), al cuidado solícito de los hermanos. Por ello, es muy oportuno acabar pronunciando las palabras del profeta ante el Señor, que solicita la propia entrega: Aquí estoy, envíame (Is 6,8). O repetir la misma experiencia que narra el P. Claret en su Autobiografía: “Además de asistir siempre mañana y tarde, allá, al anochecer, cuando apenas quedaba gente en la iglesia, entonces volvía yo y solito me las entendía con el Señor. ¡Con qué fe, con qué confianza y con qué amor hablaba con el Señor, con mi buen Padre! Me ofrecía mil veces a su santo servicio, deseaba ser sacerdote para consagrarme día y noche a su ministerio, y me acuerdo que le decía: Humanamente no veo esperanza ninguna, pero Vos sois tan poderoso, que si queréis lo arreglaréis todo. Y me acuerdo que con toda confianza me dejé en sus divinas manos, esperando que él dispondría lo que se había de hacer, como en efecto así fue”. (Aut. 40) Ello exige atención para discernir y decidir qué hacer con la propia vida desde la Palabra. La Palabra se convierte así en criterio y estímulo para elegir. Vivimos en una cultura de la indecisión, causada sin duda por la ausencia de motivaciones fuertes, de convicciones firmes que entorpecen el coraje de tomar decisiones. Precisamente ese clima genera la «cultura antivocacional», el «hombre sin vocación» incluso en ámbito creyente. Hay que combatir ese “exilio de la Palabra”, porque solamente la Palabra llama y, llamando, da la fuerza para tomar decisiones, para elegir la voluntad de Dios, a veces comprometida y arriesgada, incluso más allá de las propias fuerzas. Para eso es necesaria una pastoral que incite a los jóvenes a elegir cada día, tal vez en las cosas menos importantes, pero siempre a la luz de la Palabra, esto es, con criterios no simplemente humanos, a medida de las propias apetencias y necesidades, sino aprendiendo a contar con el Otro, con otra fuerza, a fiarse, a apostar por Aquél que llama, aprendiendo hasta a arriesgar en 5 su nombre y de las grandes perspectivas que su amor abre ante su llamada. Es precisamente a esto a lo que se refería el P. Claret cuando recomendaba la “aplicación”: "Mirar y copiar. Una mirada a Cristo, otra a sí mismo"- repetía nuestro Fundador. O en otro lugar: "Puesto cada uno en la meditación, ha de recordar aquellas palabras que Dios dijo a Moisés: "Mira y haz según el ejemplar que en el monte se te ha mostrado". Se ha de portar el que medita como el que aprende a dibujar o a escribir, que da una mirada al original y luego va copiando en el papel. así dará una mirada al original que es Jesucristo e irá copiando sus virtudes" (“Talento de virtudes” en El Colegial instruido I, p. 136) Copiar la virtud de Cristo significa enamorarse de ella, proponérsela y practicarla lo más perfectamente posible, tras haberla pedido. Ello se concretizará normalmente en un propósito, punto de enlace entre la oración y la acción. Pero téngale en cuenta que el propósito para Claret, más que una reafirmación de la voluntad para el bien, es un ensanchar el corazón con un deseo eficaz, preparándolo para recibir la gracia. Como ha escrito el santo: "Un abrir las ventanas del alma al sol divino". Hay que desconfiar de todo compromiso que no esté enraizado en una fe que se alimenta de la escucha de la Palabra. Sin ella, la respuesta de vida no será un vano propósito incapaz de realizarse, ni tampoco hecho a base de férreo voluntarismo, sino que nacerá de la fuerza íntima de la Palabra y se convertirá en energía y docilidad para ser cumplida. Así lo hizo María, nuestra Madre, quien, tras escuchar la Palabra y darle su aceptación, se puso en camino hacia la casa de Isabel (Lc 1,39). La Palabra y el peregrino, el hilo y el seno En los mosaicos de la capilla «Redemptoris Mater», en el Vaticano, el P. Rupnik ha representado de forma realmente singular la Anunciación: María está en actitud de recogimiento, con los ojos cerrados, no se entiende bien si está a punto de arrodillarse o de levantarse. Su imagen aparece como dibujada sobre el rollo del libro que el ángel está desenrollando; sin duda está en actitud de escucha. Recuerda una antigua tradición, tomada de Efrén el Sirio, según la cual María fue fecundada por el oído. De hecho, Gabriel desenrolla el rollo del Verbo y su mano derecha está exactamente a la altura del oído, como si anunciase la Palabra a María, de la mano al oído. Y aquí está el aspecto que nos interesa: la Virgen, con las manos sobre el seno, teje un hilo rojo. Es el hilo rojo del Verbo que asume la carne; su madre está tejiendo la carne del Verbo. El Verbo-Palabra como un hilo que asume progresivamente semblanzas y hechuras precisas. Lo mismo, con las debidas proporciones, hace el creyente que cada día busca y descubre en la Palabra su propia identidad, o teje y vuelve a tejer el tejido de su vocación con el hilo de la Palabra. Con celosa vigilancia y paciencia testaruda, con sentido de responsabilidad y corazón pensante. Sin pretender que cada día salga sabe Dios qué bordado, o que se dé quien sabe que interpretación y descubrimiento, sino simplemente «conformándose» con descubrir o procurando entrever una dirección para la propia vida en coherencia con esa Palabra. Día tras día el peregrino camina, con la Palabra en la mochila, en busca de un descubrimiento que durará toda la vida y hará cada día nuevo e irrepetible, y su respuesta a la llamada una garantía de perenne juventud. 6 7. PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL-COMUNITARIA 1. ¿Qué papel ocupa en tu espiritualidad personal la Palabra de Dios? ¿Qué tiempo dedicas a la lectura y meditación diaria de la Palabra? Evalúa tus respuestas delante de Dios. Puedes hablarlo también con tu acompañante espiritual. 2. ¿Cuáles son los “demonios” que de ordinario impiden que puedas profundizar con provecho en la lectio divina? Ponles nombre. Descríbelos en los efectos más negativos que percibes. 3. En la vida comunitaria ordinaria, ¿hay espacios reservados para escuchar juntos la Palabra que luego debéis proclamar a otros? ¿Por qué no hacer de éste un tema de revisión en una próxima reunión plenaria de comunidad? 4. En tu compromiso apostólico, ¿hay algún espacio para enseñar e iniciar a otros en la lectio divina vocacional? ¿Eres sensible a esa urgencia que hoy propone la Iglesia? ¿Habría alguna posibilidad de iniciarla? 5. En relación a la Pastoral Vocacional, ¿hay algún elemento –sugerencia, iniciativa, correctivo,…- que creas que debe ser tenido en cuenta para tu compromiso por las vocaciones, o el de la comunidad o el del Organismo donde realizas tu actividad actualmente? 8. PRECES (Cf. Directorio Espiritual 81) Te damos gracias, Señor, porque sin mérito nuestro nos has concedido el don de anunciar el Evangelio. Que tu gracia no sea estéril en nosotros: R/: Señor, haznos ministros idóneos de la divina Palabra Nuestra vocación especial en el pueblo de Dios es el ministerio de la Palabra con el que comunicamos a los hombres el misterio íntegro de Cristo: - te pedimos, Señor, nos concedas cumplir digna y fructuosamente el ministerio que nos has encomendado en la Iglesia. Movidos por el celo apostólico y por el gozo del Espíritu, queremos esforzarnos con todos nuestros medios y recursos por conseguir que seas conocido, amado y servido de todos: - Señor, con palabras de nuestro Fundador, te pedimos que te conozcamos y te hagamos conocer, que te amemos y te hagamos amar, que te sirvamos y te hagamos servir, que te alabemos y te hagamos alabar de todas las criaturas. Deseamos ardientemente, Señor, tu justicia, y esforzarnos por llegar a la madurez de la plenitud en Cristo, para comunicar con mayor eficacia a los demás la gracia del Evangelio: - Señor, queremos vivir lo que predicamos; transfórmanos plenamente por tu Evangelio, para ser de verdad fieles evangelizados y eficaces evangelizadores. Nos llamas a irradiar la belleza de nuestra vocación de oyentes y servidores de la Palabra a otros muchos que Tú mismo has llamado: - Señor, haz que nuestra vida y nuestro testimonio sean ocasión propicia y mediación eficaz para que otros te conozcan, te amen y sigan al Señor por las sendas de la vida misionera. Pueden añadirse otras peticiones espontáneas… 7 9. PADRENUESTRO Iluminados y animados por la Palabra que salva y da vida, que llama a muchos y les hace capaces de obedecer, nos dirigimos al Padre con las palabras que el Señor nos enseñó: Padre nuestro… 10. ORACIÓN FINAL (Directorio Espiritual 39) Tú, Señor, decretaste misericordiosamente que tu Palabra se encarnara en el seno de la Virgen María; concédenos guardarla en nuestros corazones de suerte que seamos siempre fieles servidores en la proclamación de su Buena Nueva de salvación. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. 11. BENDICIÓN FINAL (Con las manos extendidas) Que el Señor os bendiga y os guarde. Que haga resplandecer su faz sobre vosotros y os otorgue su gracia. Que se vuelva hacia vosotros y os dé la paz. La bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. Amén. 12. CANTO FINAL (sabido por todos) 8