Download Ojo de Sirena
Document related concepts
Transcript
Ojo de Sirena Tere Marichal Lugo Ojo de sirena recordaba agua salada y coral rojo profundo. Canto enloquecedor, cabello suelto, peine de caracol y dientes de tiburón. Ojo de sirena flotaba como medusa en aquel espacio lleno de químicos que enrojecían su pupila y su cornea. El corazón de Ojo de Sirena era normal: un solo ventrículo y una aurícula. Ese extraño ser recordaba la perfección de su cuerpo. Su cola era abanico que se besaba con el mar. Sus escamas eran como monedas de oro de algún tesoro abandonado en lo profundo de aquellas aguas donde ella era, junto a sus hermanas, ejercían todo el poder y el control. Mujeres de agua y de pasión permanente, de miradas lejanas y confusas. Así era ella. En aquella ocasión, al percatarse de la presencia del fantasmagórico barco que intentaba invadir aquellos mares, sintió que su corazón bombeaba más sangre que de costumbre. Ella quería devorar el cuello azotado por el sol, sentir el mordisco fatal y maravillarse con el rojo pasión. Por eso cuando vio el barco salió del agua y sobre roca de mar se sentó con cepillo de caracoles. Escondió sus dientes triangulares como cuchillas que aparecían dispuestos en su mandíbula en varias filas ligeramente inclinadas hacia el interior porque solo así daba la impresión de ser completamente inocente. Ataviada con collares de coral y adornada con caballitos de mar sentía como su sangre, la cual tenía una alta concentración de urea y óxido de trimetilamina comenzaba a correr velozmente para mantener los fluidos del cuerpo en equilibrio con el agua de mar. Salir del agua y sentarse a esperar era una hazaña digna de admirarse. El riesgo le lamía las escamas. Estaba excitada. Miraba su piel, cubierta de escamas placoides y se imaginó haciendo el amor con un tiburón blanco, de esos que todavía existen por las costas de África. Sólo pensaba en el placer. Su canto enloquecía a todos por igual. No importaba la raza, ni el idioma que hablaran. Ojo de sirena había logrado su propósito siempre. Capitán Rabioso sabia que Ojo de sirena era la que cantaba, porque ya, anteriormente él había visto como Marinero Iluso había sido devorado por aquel monstruo marino tan sensual que peinaba sus cabellos mientras entonaba aquella triste canción de soledad. El canto lo llevó a recordar aquel cuerpo que apareció en pedazos arropados con algas marinas sobre el mar siniestro cubierto de niebla. Capitán Rabioso lloraba desconsoladamente mientras los marineros iban atrapando los restos de aquel cuerpo desmembrado como si pescaran peces que el mar vomitaba sin vida. Capitán Rabioso buscó desesperadamente a Ojo de sirena para cazarla pero esta había desaparecido como la bruma pues ya había saciado su hambre y su pasión. El tiempo todo lo cura, menos el rencor. Ese crece como niño engreído que chupa sin saciar su hambre continua. El rencor es cobra que enloquece y te hace bailar en puntas persiguiendo el silbido interminable de la venganza. Ojo de Sirena sabía que ese barco le era familiar, pero habían cambiado la bandera y al fin y al cabo todos los barcos se le parecían. Ese no era su mundo, el de ella era acuoso, frío, impenetrable, denso. En el fondo del mar todo se percibe de forma diferente. Tal vez Capitán Rabioso decidió cambiar la bandera de su barco para confundir a la linda sirenita de los mares orientales o para poder contrabandear sin tener grandes complicaciones en la travesía. Capitán Rabioso escuchó la canción y dio órdenes de que todos se pusieran pedazos de trapo empapado en agua en los odios, para que ninguno quedara hipnotizado por la dulce canción que la sombra de la muerte interpretaba con tanta inocencia. Todos obedecieron. Nadie se atrevía a desafiar las órdenes de aquel hombre robusto que había nacido en medio de una tormenta en el océano Atlántico. El barco se fue acercando a las rocas, pero no demasiado porque podía encallar. Entonces el mar azotaría con fuerza la embarcación y naufragarían a merced de aquellas mujeres endiabladas que se deleitaban arrancando la carne de sus huesos. El capitán era astuto. La experiencia lo había hecho así. Hizo bajar una pequeña embarcación, la Julia, para remar hasta las rocas. El solo, con su red y su arpón. Su sed de venganza y su rencor crecían como maremoto. Había sido perseverante en aquella búsqueda que lo había enloquecido. Al fin la había encontrado y ahora podría arrancar sus escamas y vengarse con deleite. Capitán comenzó a remar. Entonces Ojo de Sirena entonó con fuerza su canto. Pensaba que ya lo tenía arrodillado ante su cola y su cabello tan largo como el horizonte. Uno más que caía a su merced. Uno más que seria devorado como cangrejo de mar. Ojo de Sirena seguía peinándose con calma, pero solo pensaba en el momento en el que podría clavar sus dientes de tiburón sobre el cuello azotado por el mar. El agua tendría ese color que nos recuerda el beso húmedo y todas las demás saldrían a flote para desgarrar la piel de los huesos y sentir ese único placer que se siente cuando se devora con ganas. Capitán Rabioso se fue acercando. Cada vez más. Ya la veía con perfección, claramente. Veía cada una de sus escamas, de sus grandes senos y oscuros pezones, su cola fuerte y colorida, sus cabellos como manto de universos desconocidos; olía su perfume de algas marinas. Ya estaban uno frente al otro. Ella no sonrío. Siguió cantando porque lo quería tener bien cerca. Primero quería abrazarlo y sentir ese cuerpo fornido antes de devorarlo. Quería seducir lo humano que había en el para soñar por unos minutos. Tal vez Ojo de Sirena hubiera querido pertenecer a la tierra y llevar una vida como la que cargan casi todas las mujeres que caminan dejando huellas. Ojo de Sirena se excitó porque el la miraba con fuerza, como quien tiene hambre voraz de sexo continuo y camina con sus insomnios eternos. La marea subía, tenia que darse prisa. Ambos volvieron a mirarse. Ella sintió un deseo arrollador de ser humana. Quiso tener sombreros de paja y faldas amplias que pudiera tender al sol. Quiso tener hijos y jardín con flores. Quiso tener hombre en cama de plumas, caricias de miel y palabras reales. Y el la miraba pensando en aquel niño que se dejó enloquecer por su canto y en los pedazos de carne que flotaron sobre aquel mar de cristal verde. En cuestión de segundos Capitán Rabioso arrojo la red sobre Ojo de Sirena y a pesar de que ella luchó con su cola salvajemente, la fuerza del hombre pudo más que la rabia de aquel animal tan sensual y maldito. Capitán Rabioso la atrapó, no sin antes recibir un mordisco en el brazo que hizo que la sangre brotara y llenara el mar de cristal del rojo pasión que enloquecía a todos los que habitaban en las profundidades. Aun así, Capitán Rabioso, resistió y remó hasta el barco. Todos esperaban con júbilo. Suban la red. Enseguida. Traten de no acercarse a ella. Atrapé a la maldita. Es ella, lo se. La celebración fue grande. Subieron la red y la mantuvieron atada al mástil y cuando Capitán subió a bordo, sacó su espada de corsario temible y comenzó a dar estocadas sobre el cuerpo de Ojo de Sirena. Los gritos eran ensordecedores. Ojo de Sirena temblaba sin control. Sin agua. Sin ayuda. Sin rocas, ni peinilla de caracoles. Sin mar. De su cuerpo comenzaba a salir también un rojo violáceo que pinto sus escamas y su cabello. Todos reían y celebraban. Ojo de Sirena era trofeo de valientes. Una más que conocía sobre el dolor y la violencia desmedida. Pensó por un momento que sólo los animales que poseen instinto atacan y destrozan a sus presas, pero se dio cuenta de que los humanos también podían ser salvajes y crueles. Ella saciaba su hambre con la carne y ellos su odio. Durante la noche arremetieron contra ella de diversas maneras. Le dieron con pedazos de madera, la quemaban con velas candentes. Cuando comenzaron a arrancarle las escamas con sus cuchillos filosos, Ojo de Sirena emitió un sonido de dolor que enloqueció a todos y fue por esa razón que dejaron de torturarla. Sus cuerpos humanos no podían tolerar el chillido que emitía aquel animal tan exótico. A la mañana siguiente Ojo de Sirena estaba medio muerta. Se había ido secando. Unos le pagaban a otros diversas apuestas que habían hecho sobre el tiempo que la sirena tardaría en morir. Capitán Rabioso ordenó que bajaran el cuerpo y lo colocaran sobre el piso de madera de aquel barco añejado con el tiempo. Cuando Ojo de Sirena tocó el piso de madera abrió los ojos y todos se asustaron al ver aquella mirada tan triste y llena de dolor y rabia maldita. Capitán Rabioso se arrodillo a su lado y le dijo algo en voz baja. Luego se puso de pie y le cortó la cola de un solo golpe con su filosa espada. La sangre salpico por todas partes. El grito que emitió la sirena fue tan agudo que algunos comenzaron a sangrar por los oídos. Quedó el resto del cuerpo que ya empezaba a oler mal. Ya la fiesta y la celebración habían terminado. Capitán Rabioso ordenó que la cortaran en pedazos pequeños y los lanzaran al mar. La carnicería se llevo a cabo. Todos pudieron saborear ese maldito placer que se siente cuando se arremete con fuerza contra algo a lo que se le teme o se le odia. Todo era sangre, baba, entrañas, escamas dispersas y trozos de aquella extraña carne que no se podía comer. Antes de lanzar la cabeza al mar, Capitán le sacó uno de sus ojos y lo colocó en un envase con alcohol. Ese era su trofeo y cuando contara la historia mostraría ese ojo de sirena de color violáceo y largas pestañas verdes. De esa forma aunque los demás murieran, todos conocerían la historia de cómo Capitán Rabioso dio muerte a la sirena que le había quitado la vida a su hijo menor, ese que conocía de mapas y viento y que se había lanzado al mar hipnotizado por el canto sensual de aquella solitaria mujer que cantaba con tristeza. Ojo por ojo, diente por diente. Así fue y así siempre será. Capitán Rabioso murió, como lo hacen todos los que han caminado ya por las rutas trazadas por el destino. El envase de cristal está en algún rincón de una vieja casa localizada en la costa oeste. Ahí Ojo de Sirena recuerda mares verdosos, cantos profundos, corales rojos como la sangre y algas delicadas acariciando la piel. En ese pequeño envase de cristal Ojo de Sirena piensa en los navegantes que tanto placer dieron a su vida mientras fue una sirena de mar. Ojo de Sirena mira el mundo y sabe que nunca jamás volverá a cantar sobre las rocas peinando su larga cabellera. De ahí no podrá escapar. Su mirada, al igual que sus recuerdos está prisioneros. Las sirenas no mueren, viven siempre en el recuerdo de los demás. Cada uno de sus miembros es independiente al otro. Su cola puede seguir con vida, si no se seca al sol. Lo mismo ocurre con sus ojos, dice Marinero Pata de Palo mientras todos los que escuchan la extraña historia quedan asombrados. Los más jóvenes corren hacia él cuando lo ven llegar y cuando él comienza a contar, todos quedan hipnotizados, como si entonara el canto profundo de las sirenas. Ni siquiera se mueven y por momentos dan la impresión de que han dejado de respirar y que el tiempo no existe. Marinero Pata de Palo es un gran narrador. Todos le preguntan dónde está la vieja casa y el envase de cristal. Marinero Pata de Palo mira a lo lejos sonriendo y responde con sencillez: en algún lugar de la costa. En algún lugar está Ojo de Sirena esperando a que alguien se compadezca y la devuelva al mar. Dice Marinero Pata de Palo que así fue como desaparecieron las sirenas de los mares. Fueron exterminadas poco a poco y es por esa razón que su canto ya no se escucha y ya nadie es devorado por ellas. Sus peinillas están en lo profundo de los mares esperando.