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University of Nebraska - Lincoln DigitalCommons@University of Nebraska - Lincoln Theses, Dissertations, Student Research: Modern Languages and Literatures Modern Languages and Literatures, Department of 2015 Reseña: Sánchez Marcos, Fernando. “Verdad histórica, análisis filosófico y razones de poder en la España del siglo XVIII.” Historia de la historiografía española (1999): 132-139. Miguel Magdaleno Santamaria miguelmsantamaria@gmail.com Follow this and additional works at: http://digitalcommons.unl.edu/modlangdiss Part of the Spanish and Portuguese Language and Literature Commons Magdaleno Santamaria, Miguel, "Reseña: Sánchez Marcos, Fernando. “Verdad histórica, análisis filosófico y razones de poder en la España del siglo XVIII.” Historia de la historiografía española (1999): 132-139." (2015). Theses, Dissertations, Student Research: Modern Languages and Literatures. Paper 29. http://digitalcommons.unl.edu/modlangdiss/29 This Article is brought to you for free and open access by the Modern Languages and Literatures, Department of at DigitalCommons@University of Nebraska - Lincoln. It has been accepted for inclusion in Theses, Dissertations, Student Research: Modern Languages and Literatures by an authorized administrator of DigitalCommons@University of Nebraska - Lincoln. Miguel Magdaleno Santamaría University of Nebraska-Lincoln RESEÑA: SÁNCHEZ MARCOS, FERNANDO. “VERDAD HISTÓRICA, ANÁLISIS FILOSÓFICO Y RAZONES DE PODER EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII”. H ISTORIA DE LA HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA (1999): 132-139. Miguel Magdaleno Santamaría University of Nebraska-Lincoln Breve noticia bibliográfica Fernando Sánchez Marcos es un historiador español de gran prestigio y larga trayectoria académica. Obtuvo su grado de doctor en Filosofía y Letras (Historia) en la Universitat de Barcelona en 1973. En 1977 se incorporó al Departamento de Historia Moderna de la misma Universidad, donde actualmente es Catedrático y codirector (junto con el profesor J. L. Palos) del Máster en Cultura histórica y Comunicación. También es el fundador y director del portal digital Cultura Histórica, dedicado a la historiografía, la teoría de la historia y la cultura histórica. Introducción En Historia de la historiografía española, la sección del libro dedicada a la historiografía sobre la Edad Moderna (un total de siete artículos) le corresponde al historiador Sánchez Marcos. El artículo que nos ocupa se titula “Verdad histórica, análisis filosófico y razones de poder en la España del siglo XVIII”, y está dividido, a su vez, en tres apartados: (i) La introducción del criticismo literario; (ii) La guerra de Sucesión como gran tema y como experiencia formativa; y (iii) Academias regias y realizaciones historiográficas en el siglo de la ilustración. (i) La introducción del criticismo literario En España, la llegada al trono de los Borbones en el año 1700 (con Felipe V) alteró la estructura política del Estado que había con los Austrias. Fundamentalmente, de la mano de los Borbones vino el absolutismo monárquico, la centralización y el unitarismo. Por su parte, la historiografía española de la época también sufrió una serie de transformaciones, que hacia el último tercio del siglo XVIII desembocaron en una consideración del pasado completamente ilustrada. Una de esas transformaciones es la mayor preocupación de los historiadores por la verdad (o certeza) histórica, en el análisis de las fuentes. Según Sánchez Marcos, esta nueva postura, que se manifestó inicialmente en torno a los círculos intelectuales de los novatores, surgió en gran medida como respuesta de los historiadores a tres fenómenos clave: “a la radical impugnación de la historia que había realizado el racionalismo cartesiano, a las exigencias de la revolución científica del siglo XVII y al escepticismo histórico-religioso de Pierre Bayle” (133). Entre los historiadores españoles que impulsaron –ya desde finales del siglo XVII– esta nueva actitud en pos de una historia más crítica, estableciendo criterios más sólidos a la hora de valorar las fuentes históricas, destacan tres nombres: Nicolás Antonio, Gaspar Ibáñez y Diego José Dormer. Nicolás Antonio, en su célebre Biliothheca Hispana Vetus (1646), hizo un análisis riguroso de algunas crónicas poco creíbles del siglo XVII, como la del padre La Higuera, que se asentaba sobre una religiosidad manipulada con el fin de glorificar el pasado de la Iglesia Católica. De Gaspar Ibáñez sólo se dice que era marqués de Mondéjar y 1 Miguel Magdaleno Santamaría University of Nebraska-Lincoln descendiente de la casa Mendoza. Y al igual que ocurría con Jerónimo de Zurita1, en Diego José Dormer (cronista de Aragón) se advierte también un tono de reivindicación de la Corona de Aragón y una visión más plural (menos castellano-centrista) de España. Dormer publicó en 1680 los Progresos de la Historia en el Reyno de Aragón y elogios de Gerónimo Zurita, su primer cronista; este libro, que fue un encargo de la diputación aragonesa, es un buen ejemplo la estrecha relación que tradicionalmente ha habido entre el patronazgo de las obras de corte histórico y su temática. Diecisiete años más tarde, en 1697, Dormer publicó la continuación de los Anales de la Corona de Aragón de 1525 a 1540. El último cronista del Reino de Aragón fue Pedro Miguel Samper, quien ocupó el cargo entre 1705 y 1711. Para cerrar este apartado, Sánchez Marcos señala que la dificultad que entrañaba, por sus implicaciones políticas, aplicar con todas sus consecuencias y abiertamente el criticismo historiográfico, por ejemplo, respecto a la tradición de la venida a España del apóstol Santiago –en un país en el que la identidad común, nacional o plurinacional (según el sentido que demos a estas palabras) se cohesionaba en buena parte sobre la asunción de una memoria compartida del catolicismo combatiente y triunfante –, así como la gradación de actitudes mostrada por los historiadores al respecto. (134) (ii) La Guerra de Sucesión como gran tema y como experiencia formativa La Guerra de Sucesión (1701-1715), que se desencadenó en Europa al morir Carlos II sin dejar un descendiente, lógicamente despertó el interés de muchos historiadores coetáneos. Esta guerra implicaba, entre otras cosas, “lucha por la hegemonía política y económica en Europa y en las Indias, confrontación dinástica, conflicto civil y confrontación grosso modo entre la Corona de Aragón y la de Castilla” (ibíd.). A este respecto, y como el título de este apartado bien indica, Sánchez Marcos considera que esta etapa no sólo proporcionó un amplio campo para el estudio historiográfico, sino que también supuso una experiencia formativa muy importante en este ámbito. Entre los que trataron este tema (desde una postura más pro-borbónica, o más austracista) destacan principalmente cuatro autores: Feliu de la Peña y sus Anales de Cataluña (publicado en Barcelona, en 1709. Aboga por la asociación voluntaria originaria entre la Corona de Castilla y la de Aragón); Vicente Bacallar y Sanna con Los Comentarios de la guerra de España (publicado en Génova, en 1726. Defiende un reformismo moderado con una clara orientación pro-borbónica,); N. J. Belando y su Historia civil de España (Publicada en Madrid, en 1740. Respalda el reformismo de Felipe V y la renovación cultural de Feijóo); y Manuel J. Miñana con su De bello rustico valentino (Publicado en La Haya, en 1752. Trata las implicaciones del conflicto en Valencia a la vez que promueve la prolongación de los fueros). (iii) Academias regias y realizaciones historiográficas en el siglo de la ilustración Con medio siglo de retraso en relación a Francia, a lo largo del siglo XVIII surgieron en España, impulsadas por la monarquía centralizadora, una serie de instituciones que promovían “la actividad de investigación de las antigüedades y la difusión de una memoria histórica de la común nación española. Desde la corte, que actúa como censor et sponsor, se impulsa la creación de la Real Academia de la Historia, fundada en 1738” (136). Por su parte, la Real Librería también contribuyó a recopilar de forma selectiva documentos y publicaciones, entre los que destacan, por ejemplo, los Tratados de la paz firmados por la Monarquía Católica, de J. A. Abreu y Bertodano. La historia de la Iglesia fue otro gran tema de investigación y de recopilación de documentos en la época. A este respecto, la obra más importante es sin duda el Theatro geográphico histórico de la Iglesia de España (más conocida como España Sagrada), del padre agustino Enrique Flórez. Sobre éste añade Sánchez Marcos un dato interesante al señalar que “Flórez es el único autor hispánico de la centuria citado en la clásica obra de James W. Thomson, A History of Historical Writing, 1967” (ibíd.). 1 Zurita fue el primer cronista del Reino de Aragón. 2 Miguel Magdaleno Santamaría University of Nebraska-Lincoln Esta renovación cultural que promovía, entre otras cosas, la investigación histórica desde una metodología de análisis más crítica, no fue sólo impulsa sólo desde la Corte. A este respecto, hay que mencionar la labor desempeñada en las “academias periféricas” (aunque muchas de éstas recibían apoyo real indirectamente), entre las que destacan la Academia desconfiada de Barcelona y la academia de Valencia; desde esta última publicó Gregorio Mayans en 1742 la obra inédita de Nicolás Antonio, bajo el título de Censura de historias fabulosas. Por otro lado, las dos historias de España más grandes (en extensión y variedad de temas) que se escribieron en el siglo de la Ilustración fueron la de Juan de Ferreas y la del jesuita Juan Francisco Masdeu, y también fueron impulsadas desde la Corte. Sin embargo, Sánchez Marcos advierte que El nuevo impulso de la historia general de España no fue acompañado por un estímulo similar desde el gobierno a la historia de los distintos Reinos hispánicos. Cabe hablar incluso de un cierto silenciamiento del discurso histórico surgido desde la corona aragonesa. Uno de los ejemplos más claros es la interrupción en Aragón –vimos el caso de Samper– y Valencia del Oficio de cronista del Reino, que era provisto por la Diputación del mismo. En Cataluña, según parece, dicho cargo no había llegado a tener una efectiva institucionalización, pese a algunos acuerdos de sus Cortes. (Sánchez Marcos 137) En el caso concreto de Cataluña, en línea con ese intento de recuperación de las grandezas pasadas de dicho Reino (aunque en tono conciliador), destaca el catalán Antonio de Capmany Montepalau y sus Memorias históricas (1779 y 1792). Su obra, que se enfoca sobre todo en el periodo Medieval, también abarca la Edad Moderna, y de ella dice Sánchez Marcos (138) que es “un fruto ganado de una historia plenamente ilustrada” por su “combinación de rigor documental, análisis filosófico (interpretación razonada y globalizadora) y una nueva temática civil”. Desde una perspectiva historiográfica, Capmany –quien según nuestro autor está a la altura de grandes autores coetáneos franceses e ingleses, como Voltaire, Gibbon y Robertson– también interesa por sus Cuestiones críticas sobre varios puntos de historia económica, política y militar, que publicó en 1807. Otros intelectuales ilustrados que también se dedicaron parcialmente al estudio de la historia fueron, por nombrar algunos de los más destacados, Gaspar Melchor de Jovellanos, el conde de Campomanes y Juan Pablo Forner; éste último escribió en 1792 el Discurso sobre el modo de escribir y mejorar la historia de España, aunque la obra no apareció publicada hasta 1843. Por su parte, Campomanes –que fue un político importantísimo durante el reinado de Carlos III– es otro buen ejemplo de esa estrecha relación de la que hablamos, en la época, entre la preocupación por el estudio del pasado y el poder político: “uno de los promotores de las Sociedades Económicas de Amigos del País, cultivó en cierta medida la historia, reorganizó el archivo de Simancas y fue, desde 1764, presidente de la Real Academia de la Historia durante casi tres lustros” (139). Por último, Sánchez Marcos menciona brevemente que el espíritu renovador en la historiografía también alcanzó, durante el reinado de Carlos III, al patrimonio histórico-cultural de las colonias españolas en América, con el establecimiento de un Archivo de Indias en Sevilla (1781-84). Esta tarea fue propuesta por Juan Bautista Muñoz (a quien se le había encargado escribir una historia de América en 1779) como respuesta, en gran medida, a las severas valoraciones de otros europeos (como Robertson y, especialmente, Raynal) acerca de la colonización española del Nuevo Mundo; valoraciones que, en última instancia, estaban relacionadas con la conocida leyenda negra española. Conclusiones La labor de estudio de la historia y la construcción de un espíritu nacional (o llamémoslo Estado centralizado) son dos fenómenos que van de la mano, y prueba de ello son las transformaciones (en pos de la “verdad” histórica) que sufrió la historiografía durante el siglo XVIII; como las que se comentan en el 3 Miguel Magdaleno Santamaría University of Nebraska-Lincoln artículo, a raíz del ascenso al poder de los Borbones y de los cambios socio-económicos y políticos que ello desencadenó en España. Sin embargo, en mi humilde opinión, eso de la “verdad” histórica es una ilusión. Sí se puede hablar de mayor rigor en la metodología de análisis de las fuentes, o incluso de una mayor objetividad pero, al fin y al cabo, prácticamente todos los que se dedicaron a hacer historia en la época estaban financiados –directa o indirectamente– por el gobierno o por alguna institución y, en consecuencia, estaban sujetos más o menos a una determinada ideología. 4