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USOS DE UTOPÍA EN CIENCIAS SOCIALES Comunicación efectuada por el Dra. Susana Raquel Barbosa en la sesión privada extraordinaria de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires del 4 de agosto de 2006 La publicación de los trabajos de los Académicos y disertantes invitados se realiza bajo el principio de libertad académica y no implica ningún grado de adhesión por parte de otros miembros de la Academia, ni de ésta como entidad colectiva, a las ideas o puntos de vista de los autores. La discusión sobre una frontera entre teoría y praxis de utopía desde una historia crítica de las ideas filosóficas remite a consideraciones sobre su alcance conceptual y consigna observaciones acerca de los usos. Eludo una referencia a lo utópico desde una perspectiva esencialista y admito que lo que tiene historia no se define (Nietzsche), se rastrea en su plasmación morfogenética. Sin embargo, la aceptación de manifestaciones históricas de utopía dificulta un tratamiento sistemático; si lo histórico pareció necesario hasta aquí, ahora limita para avanzar. Ello genera el orden de mi exposición que, partiendo de una arqueólogica se eleva luego a una genealógica anclada en lo sistemático, para adquirir competencia y generar un modelo reconstructivo de utopía. La oferta sobre los criterios clasificatorios es cuantiosa, aunque prevalece acuerdo en dar nacimiento al término con Moro quien lo concibe como un no-lugar que, aunque bueno o el mejor (eu), no tenía realidad tangible. Cuando utopía es eje del esfuerzo de la ciencia social para transformar el término en variable (Mannheim) parece dejar atrás aquel buen lugar inexistente para convertirse en lo que aún no tiene existencia: es el tránsito del término utopía como eutopía al concepto utopía como el par opuesto de ideología. Arqueologica. Focalizando mi interés en la configuración de la utopía moderna intento desde Moro una arqueología inspirada en Horkheimer. La obra de Moro nace de la fuerza crítica ‘perfeccionista’ que achacaba a la transformación de la economía, la miseria de poblaciones de trabajadores expulsados de zonas rurales de la Inglaterra de XV y XVI. Las ovejas ocupaban aquellas zonas por su mayor rentabilidad en el nuevo proceso de industrialización. La propiedad privada hizo de fundamento demónico para estos católicos que soñaron la utopía con la imagen de medidas compensadoras para la situación del trabajador hambreado y errante. Dice Horkheimer que los utopistas “se dieron cuenta que la causa de las guerras era la misma que había motivado la expulsión de los colonos ingleses por los propietarios de las tierras: ‘el lucro’ (der Gewin). No es casualidad que 3 los dos grandes utopistas fueran católicos”1. Su fervorosa entrega fue ejemplarizante en un marco donde la función social que la Iglesia había cumplido en el Medioevo se había desvirtuado al punto de volverse ella misma contra el dogma establecido de asistencia y caridad, y de disponerse entonces a acumular poder y riqueza. Avanzada la modernidad, y como fenómeno concomitante al desarrollo de las ciencias histórico-sociales, el término se ha redefinido hasta desembocar en un sentido en el que utopía trasciende la novela y se convierte en representación del mundo, como en el marxismo. Esta nueva encarnadura instaló problemas que complicaron el acceso a la noción como no fuera con un par, al que se lo contrapuso en forma necesaria, ideología; y el tratamiento del par utopía-ideología, si bien es refrendado por la consolidación de la sociología del conocimiento y la crítica de las ideologías, analiza una noción al costo de reducir la otra. Hay todavía otro sentido, que corresponde no a la forma del discurso utópico, no a una concepción del mundo sino a algo subyacente a los elementos anteriores y es la intención2 de utopía. Intención (Horkheimer, 1987: 240) alude a una orientación del discurso, y también al interés cognoscitivo específico con que cada constructor sella su relato. Como propósito, depende del mundo-vida y la impronta histórica del utopista (le antecede una voluntad de cambio), mientras que como interés cognoscitivo, la intención depende de una significación intrínseca que adquiere utopía una vez que integra la biblioteca de la tradición. En este alcance de la noción no es Moro quien decide el uso de su relato sino las recepciones de sucesivas generaciones intelectuales, inmersas en alguna cultura de la diversidad de culturas, quienes en sus prácticas discursivas, confrontadas, entrelazadas o tensionadas, reapropian –desde la hermenéutica, la fenomenología o la teoría crítica– ciertos discursos. Como estos usos atribuyen ex post facto un carácter a las obras de la biblioteca humana, ciertos saberes que originalmente no pertenecieran al género utópico, se vuelven utópicos. Estos usos gestionan la tramitación de sentidos, la aceptación de vaciamientos, los eventuales acentos y las esporádicas enfatizaciones. Son políticas de interpretación que deciden ex post facto el carácter de cada pieza del tesoro de la tradición (Arendt) ya tomando los 1 Max Horkheimer, “Die Utopie” (1930), Gesammelte Schriften II, (Hrsg.), A. Schmidt und G. Schmid Noerr, Frankfurt, Fischer Taschenbuch Verlag, 1987: 238. 2 A. Neusüss, Utopia, Paidós, Barcelona, 1970. 4 discursos utópicos como tales, ya revirtiendo su carácter original. En este punto el interés voluntariamente utópico del constructor se vuelve irrelevante, y ello porque la utopía como constructo adquiere otro valor, heurístico, cognoscitivo, mayéutico, propedéutico, diagnóstico, desde una política de interpretación. Campos, fronteras. Para el discurso filosófico y científico social, la discusión sobre el alcance de utopía involucra un ámbito de legitimidad donde sea posible moverse en el esquema de lo que se entiende por ‘ciencia’ en sentido moderno, evitando la alucinación literaria en primer lugar, y donde se contribuya, en segundo lugar, a la desvulgarización del término evitando toda identificación con resultados de una praxis política equis. Estos dos peligros parecen acechar al discurso sobre la utopía desde la ciencia social: literaturizar y politizar. Desde Mannheim, los analistas sociales, a fuer de mantener la discusión dentro de marcos exigidos, desconocieron la raíz literario-filosófica del término, y estudiaron en forma conjunta conceptos problemáticos. Los resultados de esas investigaciones, conforman hoy el corpus de la filosofía de las ciencias sociales, que, después de ochenta años de discusiones emite duras evaluaciones: no sólo se avanzó poco, también reconoció en la utopía al fenómeno que agonizó con la modernidad que lo gestara. Sin embargo, si en la hora de Mannheim la ciencia avanzaba sobre certezas, hoy se reformula desde la hermenéutica, la teoría crítica, la teoría sistémica, y mediante conceptos como conflicto de interpretaciones, juicio existencial, variabilidad de la verdad, con lo que la práctica científica se extiende aquende los límites de una veritas aeternae. Desde el trabajo de Moro, utopía mereció defensa o condena, polarización que contribuyó a vulgarizarla: utopía se redujo a la identificación con efectos de programas consumados y en esta hipóstasis perdió una batalla al recibir valoraciones atribuibles a fenómenos tomados como sus efectos. Sin embargo, si la utopía es imagen de lo todavía no devenido (Noch-Nicht-Erfahrung, Bloch) no se entiende el peligro de politizarla, porque ¿hasta qué punto es legítimo seguir considerando utopía a un proyecto realizado? La literaturización y la politización de utopía corresponden a sus funciones en la historia, y acaso se eviten desde una evaluación derivada de su interpretación: ello nos coloca en la tercera modalidad de utopía, la intención. 5 Genealogica. La urgencia de una división alternativa de utopía exige sistematicidad, y ello descubre la superfluidad de lo histórico. Partimos de la intención y sin desconocer la arbitrariedad en la división de categorías que usa un investigador, aplicamos el método collingwoodiano de preguntas y respuestas3 para dialogar con la tradición de la filosofía y comprender cada constructo utópico como respuesta a una pregunta. La aplicación del método sugirió un criterio divisorio de utopía que combina estos elementos: la posición del sujeto-constructor del discurso utópico, la orientación que asumen los intereses del discurso y la que deriva del sujeto-receptor ex post facto. El primer elemento que parte de la posición del sujeto, proviene de la intención utópica (Horkheimer), el segundo involucra el interés (Habermas) que guía el eje de la denuncia utópica y el tercero se identifica con la política de interpretación (Gadamer) del receptor al apropiarse del legado utópico. La intención se expresa en un lenguaje determinado que asume el discurso (descriptivo, prescriptivo, proyectivo, heurístico, diagnóstico). El interés se expresa en la orientación que asume para la consecución del fin que persigue. La interpretación capta el carácter que atraviesa su marco formal. 1) Utopías sociales y culturales: desde su voluntad de realización la tendencia al cambio se expresa en la actitud de negación de cierto orden dado. 2) Utopías éticas y pedagógicas: desde su voluntad ejemplarizante su tendencia a erigirse en guía para el obrar humano se expresa en una práctica cuya exigencia de universalización se vuelve absoluta. 3) Utopías instrumentales: desde su racionalidad estratégica su tendencia a constituir un ideal metodológico de investigación se expresa en las prácticas de los programas científicos interdisciplinarios. Este modelo reconstructivo de utopía se distancia del clásico, ya que jerarquiza la utopía instrumental, presente en las prácticas de investigación en ciencias sociales; indico tres ejemplos. Desde el sujeto-constructor, Horkheimer no tiene intención utópica; rechaza la utopía por las siguientes razones: cree que la utopía es la “crítica de lo que es y la representación de lo que debe ser”, siendo su primer momento el más importante; sigue la tradición marxista por lo que opone utopía-ciencia; cree que toda prefiguración ideal es 3 R. Collingwood, Autobiografía, FCE, México, 1974. 6 ‘armonicista’; sigue al mesianismo judaico por el que se justifica el rechazo de la elaboración de una ‘imagen’. Desde un marxismo weberiano, Horkheimer formula su proyecto de fusión de la ciencia natural con el resto de las ciencias (1930) que nunca lleva a cabo. El positivismo había desmembrado el paradigma de reflexión única que, como totalidad, fuera diseñado por Hegel. Lo que vuelve productiva la utopía de Horkheimer es su valor instrumental, su carácter diagnóstico y pedagógico, por lo que puede guiar el análisis social interdisciplinario. Con Max Weber la teoría de los conceptos típico-ideales asume la competencia de zanjar las aporías del neokantismo, dejando de lado los residuos romantizantes de Baden; aquellos instrumentos cognoscitivos, dice Weber, son utopías, no existen en la realidad ni se confunden con ella. La riqueza de la propuesta weberiana, asentada sobre el modelo bifronte del postkantismo (el trascendentalismo rickertiano y el pragmatismo marburguiano), se orienta a disolver su tirantez mediante la introducción de categorías de valor heurístico. Entre 1903 y 1927 Weber desarrolla las aristas de la relación entre la objetividad y el punto de vista, cuya tensión se plantea frente a las ciencias histórico-culturales. El análisis objetivo de la vida cultural depende de puntos de vista unilaterales que el investigador selecciona como objeto de estudio. No hay tratamiento ‘objetivo’ del saber cultural. Como el concepto de cultura es un concepto de valor, la realidad empírica es cultura si la relacionamos con ideas de valor; incluye elementos de la realidad que adquieren significación gracias a aquella relación al valor. Weber deconstruye un prejuicio naturalista según el cual los conceptos típico-ideales son menos afines con las ciencias históricas que con las ciencias naturales: mientras en éstas los tipos se usan para encajar los fenómenos en una legalidad, y son nociones ‘genéricas’ capaces de contener el todo diverso, en aquéllas en cambio, los conceptos típicos presentan “el carácter de una utopía, obtenida mediante el realce conceptual de ciertos elementos de la realidad”4. Estas categorías utópicas son útiles para el análisis comparativo del mundo histórico-social ya que permiten la comprensión de sus conexiones estructurales y significativas. Son como modelos, por lo que no determinan esencias cuyo contenido se deba verificar en el análisis sociológico. Cuando hace dos décadas Ernesto Laclau y Chantal Mouffe publicaron Hegemonía y estrategia socialista la propuesta de reivindi4 M. Weber, Ensayos sobre metodología sociológica, Amorrortu, Buenos Aires, 1982: 79-80. 7 car una interpretación discursiva de la realidad social inspirada en Wittgenstein no parecía tan natural en la práctica académica de la filosofía política, menos aún su utilización para esgrimir una hermenéutica de lo social posclasista con miras a proponer una radicalización de la democracia como base para una estrategia socialista. Semejante antinaturalidad fue recibida con objeciones por parte de quienes asumían posiciones duras dentro del análisis social y también por parte de quienes se negaban a correrse de la ortodoxia marxista en la interpretación del conflicto. Porque para Mouffe y Laclau, el campo general de emergencia de “la hegemonía es el de las prácticas articulatorias”, y supone necesariamente “el carácter incompleto y abierto de lo social”, a la vez que verifica la presencia de fuerzas antagónicas y cierta inestabilidad de las fronteras que las separan. La Hegemony surge como nueva lógica de constitución de lo social que recompone los fragmentos sociales dispersos y dislocados por la desigualdad del desarrollo tardocapitalista; es una “lógica de facticidad e historicidad”. Esta filosofía de lo político, convencida de la crisis del paradigma de pertenencia, exige un hilo para guiar el análisis: es la hegemonía, “superficie discursiva de teorización política marxista”, como también la saga de su desarrollo. En la medida que hegemonía es una “totalidad ausente” que asume el intento de recomposición capaz de superar la falta originaria y dar sentido a las luchas, la categoría opera como utopía instrumental; es el eje del esquema conceptual reconstructivo de lo social y lo político tal como se disloca desde el desarrollo asimétrico del capitalismo tardío. La pregunta es si esta utopía instrumental es productiva fuera de la discusión del paradigma en crisis por el que surge. La respuesta depende de la investigación en curso. 8 MESA DIRECTIVA - 2005-2007 - Presidente Dr. JULIO H. G. OLIVERA Vicepresidente 1° Dr. ROBERTO J. WALTON Vicepresidente 2° Dr. AMÍLCAR E. ARGÜELLES Secretario Dr. HUGO F. BAUZÁ Prosecretario Dr. JORGE SAHADE Tesorero Ing. PEDRO VICIEN Protesorero Dr. FAUSTO T. L. GRATTON Director de Anales Académico Titular Dr. Alberto Rodríguez Galán Consejo Asesor de Anales Académico Titular Dr. Amílcar E. Argüelles Académico Titular Dr. Mariano N. Castex Académico Titular Dr. Roberto J. Walton Secretaria de Redacción Dra. Isabel Laura Cárdenas Impreso durante el mes de enero de 2007 en Ronaldo J. Pellegrini Impresiones, Bogotá 3066, Depto. 2, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina correo-e: rjpellegrini@fibertel.com.ar