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Signos de los tiempos Geopolítica de las religiones Ignacio Ramonet * Los principales conflictos que han enlutado el planeta son, al menos en parte, conflictos religiosos: Kosovo (ortodoxos/musulmanes), Cachemira (musulmanes/hindúes), Timor oriental (musulmanes/católicos) y Chechenia (ortodoxos/musulmanes). Otros conflictos endémicos, característicos de este cambio de milenio, tienen la misma connotación: Próximo Oriente (judíos/musulmanes), Balcanes (ortodoxos/católicos/musulmanes), Irlanda del Norte (protestantes/católicos), Afganistán (fundamentalistas islámicos/chiítas y musulmanes moderados), sur de Sudán (musulmanes/ cristianos), Argelia (fundamentalistas islámicos/musulmanes moderados o laicos), Chipre (musulmanes/ortodoxos), Alto-Karabaj (cristianos/musulmanes), Tibet (ateos/budistas), etcétera. El poder modernizador de la mundialización y su proyecto de homogeneizar culturalmente a la mayor parte de las sociedades del mundo provocan en todas partes reacciones de identidad, centradas especialmente en las doctrinas religiosas. Por otra parte, el final en 1989-1991 del gran enfrentamiento ideológico –liberalismo/socialismo– que había marcado los dos últimos siglos y, sobre todo, el término de la guerra fría (1947-1989) que había visto extenderse a escala planetaria el conflicto capitalismo/comunismo, han puesto en crisis las identidades políticas y sociales. Esto ha favorecido sin duda el rearme generalizado de las identidades religiosas y étnicas. Pero, cualesquiera que sean las razones coyunturales de la nueva ofensiva de las grandes religiones, no hay que olvidar que éstas –hinduismo, budismo, judaísmo, cristianismo, islam– constituyen, con su experiencia milenaria, formidables estructuras intelectuales capaces de proponer, a cada individuo, toda una filosofía de la vida. Responden a las aspiraciones espirituales de los seres humanos, a la necesidad de creer en valores elevados y a la angustia fundamental del hombre ante el miedo, el sufrimiento y la muerte. Hablan de lo verdadero, lo * Director de Le Monde Diplomatique. París. 4-121 Geopolítica de las religiones bello, lo bueno y lo justo, ofreciendo así a cada uno un esquema, una moral, para interpretar el mundo. En la constitución de la modernidad occidental juegan un papel fundamental seis valores: la igualdad, el progreso, lo universal, la libertad, la democracia y la razón. Jean-Claude Guillebaud ha mostrado muy bien la conexión entre estos valores y las religiones monoteístas: “Las ideas modernas de transformación del mundo, el estado de derecho y el concepto de progreso encuentran su origen principal en las religiones de salvación”. Las religiones han conocido en el curso de estos últimos decenios, sobre todo como consecuencia de los cambios demográficos, una evolución geográfica considerable. El cristianismo (con sus tres grandes corrientes: catolicismo, protestantismo y ortodoxia) continúa siendo la primera religión mundial, con 1.700 millones de bautizados y una fuerte implantación en regiones con alto índice de natalidad (América latina y África). “El despliegue del cristianismo es espectacular –afirma Odon Vallet–. En 1939, los tres mayores países católicos eran Francia, Italia y Alemania (que se había anexionado a Austria). Hoy son Brasil, Méjico y Filipinas. El segundo mayor país protestante del mundo (Estados Unidos es el primero) es ya Nigeria, empatada con Alemania e Inglaterra. Y la mayoría de los anglicanos son de raza negra (de África, América y Oceanía). Además, el pentecostalismo nacido en 1906, menos liberal en materia de costumbres que el luteranismo o el calvinismo, cuenta ya entre 100 y 300 millones de fieles, tanto como todas las Iglesias protestantes reunidas. La militancia pentecostal y su proselitismo agresivo han propiciado en Améri- 4-122 ca latina desde 1967 el nacimiento, en el seno de la Iglesia católica, del movimiento carismático que cuenta ya más de 60 millones de fieles. La segunda religión del planeta es el Islam (sunitas, chiítas y otras corrientes), con 1.100 millones de creyentes. Esta religión es cada vez menos árabe y localizada en el Próximo Oriente: los cuatro países con mayor número de musulmanes son Indonesia, Pakistán, Bangladesh e India. La tercera religión mundial es el hinduismo, con 800 millones de fieles, cuyo 95% vive en India. El budismo (con sus diversas escuelas: Pequeño y Gran Vehículo o el budismo tibetano) es la cuarta religión del planeta con 350 millones de practicantes, de los que el 98% se encuentra en Asia. Pero la influencia de las religiones en el mundo no se mide sólo por el número de sus fieles. Así, el judaísmo, cuyo número de creyentes (alrededor de 14 millones) sigue siendo el mismo que hace cien años –dado el genocidio cometido por los nazis–, ha marcado profundamente el siglo XX. Mucho más que los sikhs (18 millones), los mormones, los testigos de Jehová (6 millones) o los bahaís (6 millones). Y para acabar, el nuevo fenómeno en expansión de las nuevas religiones o sectas, que no cesan de crecer, cuentan ya en Occidente más de 150 millones de adeptos inclinados a utilizar formas de pensamiento prerracionalista y dispuestos a acoger la superstición y el esoterismo. Es legítimo que los humanos busquen una espiritualidad que dé sentido a la vida, a la humanidad y al conjunto del ser. Las grandes religiones –hoy apaciguadas, desfanatizadas y Ignacio Ramonet abiertas a un proyecto ecuménico– responden a esta búsqueda. En su seno, algunos recuerdan los valores de honestidad, de justicia y de solidaridad que comportan las doctrinas de todas las grandes religiones. Y oponen estos valores a la corrupción ambiental, a la injusticia, a las desigualdades escandalosas, al inmoralismo, a la impiedad. Ellos reclaman, en primer lugar, a los dignatarios religiosos una vuelta a los valores de origen. Pero la reivindicación es en definitiva de carácter social y político, aunque se plantee en clave de discurso religioso y moral, como lo hizo Savonarola en la Florencia del siglo XV. Así se han desarrollado por todo el mundo diversos fundamentalismos conservadores o revolucionarios: islamista en Arabia saudita (sunita), en Irán (chiíta), en Afganistán (sunita y en Argelia (sunita); extremismo hinduista en India; movimiento carismático en medios católicos; pentecostalismo en Estados Unidos y en el universo protestante; la ascensión de los “hombres en negro” ultraortodoxos en Israel, etcétera. En numerosos países este regreso del integrismo vinculado supuestamente a los orígenes se presenta acompañado de un activismo político que ambiciona conquistar el poder, aunque sea por las armas y la violencia. Por todo el mundo retorna el dogmatismo religioso que alimenta, a su vez, todos los fanatismos de respuesta en una espiral de pesadilla que hace regresar a algunos países (los Balcanes, por ejemplo), a la época de la guerra de los Treinta Años que vio a los católicos y protestantes europeos entregados a orgías de violencia y sangre. Inquietos por la mundialización económica, que se vive como una amenaza, numerosas personas se sienten tentadas a la huida hacia el discurso religioso. Lo mismo que otros se inclinan hacia los paraísos artificiales de la droga, el alcohol o hacia las supersticiones o prácticas ocultistas. Cada año, en Europa, más de 40 millones de personas consultan a videntes y curanderos. Una de cada dos personas declara estar interesada en los fenómenos paranormales. Las sectas iluministas se han multiplicado en el cambio de milenio y cuentan ya con unos 300.000 adeptos. En el curso de los últimos veinticinco años, a medida que se degradaba la situación económica y aumentaba el número de excluidos y marginados, las sectas modernas y las nuevas supersticiones se han multiplicado en Europa. Es como si, en el lento cambio de mentalidades, entre el terreno ganado por la racionalidad técnica y el perdido por las religiones tradicionales quedara una especie de tierra de nadie, ocupada por las nuevas creencias y las formas arcaicas de religiosidad. Con el regreso de tiempos duros, se vuelve a esperar en la Providencia y en los milagros. Pero se cree aún más en los viejos mitos paganos del destino, de la fortuna; y, tres mil años después de los caldeos, se invoca al poder de los astros “que rigen todo en el universo con una voluntad inflexible”. Aun sabiendo que estas creencias están en contradicción con el espíritu científico, los ciudadanos, intimidados por los riesgos de los nuevos tiempos, se adhieren a esa forma de pensar. Desafían así, sin darse cuenta, los criterios de una racionalidad tecno-científica que no da respuesta siempre a sus angustias inmediatas (paro, sida, sangre contaminada, vacas locas, 4-123 Geopolítica de las religiones manipulación genética de los alimentos, cáncer, soledad, inseguridad, etcétera). En las sociedades neoliberales, que han hecho bandera del dicho “que gane el mejor”, cada uno busca probar que, más allá de las contingencias objetivas, puede ser él el ganador. Y esto por medio de los juegos de azar. El azar reemplaza así a lo sagrado. Es fascinante y terrible a la vez. La incertidumbre del futuro y el frenesí por los juegos han llevado a los buscadores de fortuna hacia las nuevas generaciones de magos, de videntes y de adivinos. Más de veinte mil modernos brujos, videntes, astrólogos y otros augures oficiales, con la ayuda de marabús venidos de África, apenas son suficientes en Francia para satisfacer la angustiosa demanda de unos cuatro millones de clientes habituales. El esoterismo se encuentra en plena expansión; la mitad de los franceses consulta con regularidad su horóscopo y la tirada de las revistas de astrología no cesan de aumentar. Michel Foucault, en sus clases del Colegio de Francia, solía decir que la verdad, contrariamente a lo que se 4-124 cree, no es ni absoluta, ni estable ni unívoca: “La verdad tiene una historia –afirmaba– que en Occidente se divide en dos periodos: la edad de la verdad-rayo y la de la verdad-cielo”. La verdad-rayo es la que se desvela en una fecha precisa, en un lugar determinado y a través de una persona elegida por los dioses como, por ejemplo, el oráculo de Delfos, los profetas bíblicos o, aún hoy, el papa cuando habla ex cathedra. La verdadcielo, por el contrario, se establece para todos, siempre y en todos los sitios; es la de Copérnico, de Newton y de Einstein. La primera edad ha durado dos milenios; y la pasión por la verdad revelada ha suscitado filas de celadores. Ríos de herejes e incansables constructores de inquisiciones. La segunda edad, la de la verdad fundada en la razón científica, comenzó hacia el siglo XVIII, pero tiene también sus “grandes sacerdotes”. Y Michel Foucault no excluía que un día éstos defiendan su propia visión de las cosas y sus prerrogativas, basándose en argumentos parecidos a los de aquellos adeptos de las edades oscuras. (Traducción del texto publicado en Manière de voir, nº 48)