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La paradoja del aparato de Ombredanne Rev. Arg. Anest (2000), 58, 2: 99-106 Artículo especial La paradoja del aparato de Ombredanne(1) El 16 de octubre de 1846 es una fecha memorable en la historia de la cirugía. Ese día, un dentista llamado William Thomas Morton (1819-1868) demostró ante un grupo calificado de médicos que se podía evitar el dolor en las intervenciones quirúrgicas, haciendo inhalar a los pacientes vapor de éter sulfúrico. Es cierto que un doctor Crawford W. Long (1815-1878) ya había usado el mismo procedimiento cuatro años antes, pero ese antecedente no fue hecho público sino en 1849.1 La demostración de Morton tuvo lugar en el Massachusetts General Hospital de Boston, Estados Unidos. El paciente elegido para la prueba era un hombre joven que iba a ser operado por el eminente cirujano John Collins Warren (1778 -1856) por una tumoración benigna en la región submaxilar izquierda del cuello. Como era de esperar, esta primera demostración pública no fue muy brillante. En algún momento de la operación, el paciente se movió murmurando palabras incoherentes. Sin embargo, al despertar, él manifestó que no había sentido dolor, sino la impresión de un fuerte rasguño sobre la piel. Más convincente fue, al día siguiente, la segunda demostración de Morton en la ablación de un voluminoso lipoma del brazo en una mujer, quien afirmó después que no se había dado cuenta de la operación ni había sentido dolor, y que solamente estuvo intranquila pensando en el niño que había dejado en su hogar. El Boston Daily Journal dio a conocer la novedad en su edición del 17 de octubre, y pronto otros medios impresos se hicieron eco de la información.2 El anuncio formal a la profesión médica fue presentado al mes siguiente en la Boston Society of Medical Improvement por el doctor Henry Jacob Bigelow (1816-1890) y su relato fue publicado en la revista de esa sociedad el 18 de noviembre del mismo año.3 La noticia no tardó en llegar a Inglaterra: el 18 de diciembre era publicada en el Liverpool Mercury y en la London Medical Gazette.2 Tres días después, el destacado cirujano Robert Liston (1794-1847) efectuaba en Londres dos operaciones bajo los efectos del éter: una amputación del muslo y una escisión de uña encarnada bilateral.4 Al año siguiente, 1847, la anestesia con éter era aplicada en todo el mundo civilizado, desde Europa Continental hasta China, Australia y Sud África, y en América Latina, desde Dr. * Juan Armando Nesi México hasta Argentina. En cada país, los historiadores han investigado la identidad del primer cirujano que se atrevió a ensayar este nuevo procedimiento de insensibilidad al dolor. En Venezuela, por mera tradición verbal, transmitida por el doctor Francisco Suárez (1827-1897) al doctor Santiago Rodríguez R. (1872-1954) y registrada por los doctores Plácido Daniel Rodríguez Rivero5 y Salvador Córdoba6, se atribuye la prioridad al doctor Blas Valbuena (1815-1899). ¿Un anestésico mejor que el éter? En las primeras demostraciones de Morton, según los resultados antes referidos, los efectos del éter no pasaron más allá de un estado de ebriedad semiconsciente. Felizmente fue así, porque con una acción más profunda, la excitación psicomotora que generalmente precede al verdadero sueño anestésico pudo exponer a Morton al mismo fracaso que a su colega, Horace Wells, cuando en el mismo hospital intentó, dos años antes, anestesiar a un paciente con óxido nitroso. Después de un año de experiencia, el uso rutinario de la anestesia con éter en Estados Unidos no pareció haber ampliado sensiblemente los alcances de la cirugía.7,8 Y en Inglaterra, según un médico de la época9, las primeras aplicaciones no fueron tan exitosas como para entusiasmar a los cirujanos o recomendar la eterización como práctica corriente. Es que el estado de anestesia producido por el éter no era alcanzado sino después de un prolongado y poco agradable período de inducción, y el grado de insensibilidad y relajación que por fin se obtenía no siempre era suficientemente profundo y prolongado. Se explica entonces la expectativa creada, en noviembre de 1847, por el anuncio de que un conocido médico de Escocia, James Young Simpson (1811-1870), profesor de obstetricia en la Universidad de Edimburgo, había demostrado la acción anestésica de un agente más potente que el éter, de acción más rápida, de más fácil manejo y mejor tolerado por los pacientes. Era el cloroformo. La popularidad del nuevo anestésico fue aumentando rápidamente y muy pronto el éter era abandonado, no solamente en Inglaterra sino también en Francia, Alemania y (1) Trabajo presentado en la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina en el acto de su incorporación como Individuo de Número, 13 de marzo de 1996. * Anestesiólogo argentino. Profesor Asociado a la Cátedra de Anestesiología, Cátedra de Medicina, Universidad Central de Venezuela. Revista Argentina de Anestesiología 2000 | 99 Artículo especial en todos los países influenciados por la medicina europea. Naturalmente, otro tanto hicieron los cirujanos del Nuevo Mundo. En Venezuela, por ejemplo, la anestesia con cloroformo, introducida en 1849 por Eliseo Acosta6, reemplazó casi totalmente a la del éter hasta fines de la primera década del presente siglo. Así lo acreditan los trabajos publicados por Vicente Peña10, Aquiles Fernández11, Adolfo DEmpaire12, Luis Razetti13 y Salvador Córdoba6. Los datos estadísticos registrados en el Hospital Vargas de Caracas10 pueden considerarse representativos de la tendencia general de los cirujanos venezolanos en esa época: de un total de mil novecientas cuarenta y siete operaciones efectuadas allí entre los años 1891 y 1900 , mil seiscientas cuarenta y nueve se hicieron bajo anestesia clorofórmica, y todavía al comenzar el siglo XX, según relato del doctor Razetti al comentar mil operaciones efectuadas en su servicio del mismo hospital entre mayo de 1914 y abril de 1918, casi todas se hicieron bajo cloroformo, salvo algunos casos con local o regional.13 En el resto de América Latina, la misma preferencia por el cloroformo durante esa época está registrada en diversas publicaciones de carácter histórico.14-17 Curiosamente, en Estados Unidos y en Canadá, muchos cirujanos permanecieron fieles al éter, al punto de que su demanda indujo a los Laboratorios Squibb, en 1858, a fabricarlo expresamente para anestesia, mediante un proceso que aseguraba su alta pureza.18 Sombras sobre el cloroformo En el mes de enero de 1848 se comentaba en revistas médicas británicas un caso de muerte inesperada por anestesia clorofórmica.19 Se supo entonces que, fuera de Inglaterra, ya habían ocurrido otras tres, en Francia, Rusia y Estados Unidos, respectivamente. Y en julio del mismo año se discutía en la Academia de Medicina de París otro accidente fatal con amplia repercusión fuera del ámbito médico.20 La experiencia acumulada en Europa en los años siguientes condujo a la evidencia de que el cloroformo es un agente altamente peligroso. Así lo declaraba enfáticamente la Sociedad de Medicina de Lyon en 1859, recomendando utilizar el éter en su lugar.20 Sin embargo, la mayoría de los cirujanos franceses mantuvieron sus preferencias por el cloroformo. Luis Razetti, en su lección inaugural del curso de Clínica Quirúrgica dictado en 1928, refiere que ese era el único anestésico que se usaba en los hospitales de París en los años 1890 y siguientes, cuando él hacía en Francia sus estudios de cirugía.21 Precisamente, en el mismo año que menciona ese autor, el cloroformo había causado doce muertes en los hospitales de París, según referencia del conocido cirujano René Le Fort.22 En Estados Unidos, un profesor de Materia Médica de Filadelfia, Horatio C. Wood, quien había estudiado la acción del cloroformo en animales de laboratorio y en pacientes 100 | Volumen 578/ Número 2 quirúrgicos, condenaba abiertamente su empleo desde 1874. En 1890, Wood asiste al Décimo Congreso Internacional de Medicina, reunido en Berlín, y las evidencias muy bien documentadas que allí presenta influyeron decididamente sobre la actitud de los cirujanos, al punto de que en los cuatro años siguientes el éter había reemplazado al cloroformo en muchos hospitales de Alemania.23 Sólo a título anecdótico recordaremos que, en Venezuela, la primera víctima del cloroformo parece haber sido un paciente operado por el doctor Carron du Villards5 en 1856 y que ese mismo anestésico casi le cuesta la vida al General Cipriano Castro24 en 1907. En Inglaterra, mientras tanto, cirujanos y médicos anestesistas discutían sobre las causas probables de los ya numerosos casos conocidos de accidentes mortales por cloroformo.25,26 No era fácil allí condenar el uso de este anestésico, adversando la prédica insistente en su favor de personajes tan influyentes como el ya nombrado Simpson, el distinguido cirujano escocés James Syme (1779-1870) y su yerno, el ya famoso Lord Lister (1827-1912). La incertidumbre causada por la diversidad de criterios expuestos en las sociedades científicas y en las revistas médicas motivó la designación de sucesivas comisiones de estudio entre los años 1864 y 1891, pero ninguna de ellas llegó a proscribir formalmente el uso del cloroformo en anestesia.27 Las dificultades técnicas de la anestesia Cabe preguntarse, ¿por qué se tardó tanto en restablecer el uso del éter cuando ya, en todas partes del mundo, se había reconocido su mayor seguridad? La razón es muy simple, aunque no claramente señalada por los historiadores: con los métodos y dispositivos que entonces se usaban para administrar el anestésico, era difícil, sino imposible, conseguir con el éter una anestesia tan buena para el cirujano como la que fácilmente era obtenida con cloroformo.2830 En su primera demostración pública, Morton usó para dar el éter un simple balón de vidrio con dos aberturas y una esponja en su interior. Al día siguiente le agregó una válvula y una boquilla de bronce. Los primeros pacientes operados por Liston fueron anestesiados con un aparato de vidrio improvisado por Peter Squire, conocido químico de Londres. John Snow (1813-1858), el primer médico anestesista de Inglaterra, inventó en 1847 un aparato de metal donde al aire inspirado por el paciente pasaba encima del éter por un espacio espiral.31 El rendimiento de vapor anestésico de estos aparatos era muy pobre, y no fue mejor el de los vistosos inhaladores inventados después en Francia por Cloquet, Gilloux, Mathieu, Oudet y otros. En cambio, era muy fácil obtener una buena anestesia con cloroformo, humedeciendo con éste un pañuelo o una compresa convenientemente plegada y aplicada sobre la boca y la nariz del paciente. En el año 1862, un médico partero de La paradoja del aparato de Ombredanne escocia, Thomas Skinner, perfeccionó este procedimiento mediante el uso de un armazón de alambre cubierto con una franela, dispositivo que se impuso rápidamente en Europa, donde pronto se hicieron populares otros modelos de mascarillas cubiertas con gasas, como la de Esmarch (1877) y la de Schimmelbusch (1890). Estas eran excelentes para administrar cloroformo gota a gota y, más tarde (1894), fueron igualmente útiles para el cloruro de etilo, pero resultaron poco menos que inservibles para dar éter. Tampoco sirvieron para usar este anestésico los ingeniosos aparatos para cloroformizar inventados en Francia por Fredet, por Richard, por Dubois y tantos otros, ni el muy conocido dispositivo de Junker para insuflar con una pera de goma el vapor anestésico. Es que, para obtener una buena anestesia con cloroformo, bastaban concentraciones muy bajas de vapor, no más de dos a tres por ciento, mientras que con éter se necesitan concentraciones mucho más altas y más difíciles de alcanzar, dadas las características físicas del proceso de vaporización32, las que no parecían conocer bien los inventores de aparatos de esa época, a pesar de haberlas esbozado parcialmente el ya nombrado Snow31 en el año 1847. Renace la anestesia con éter En Estados Unidos se había logrado solucionar parcialmente las limitaciones físicas de la evaporación del éter, administrándolo gota a gota sobre las gasas de una mascarilla rodeada y parcialmente cubierta con una larga compresa o bien colocando sobre aquella un cono o cilindro de papel, cartón o lienzo. Este procedimiento, que luego se clasificaría como semiabierto, se hizo muy popular en ese país, en manos de hábiles enfermeras anestesistas. Un médico de Boston que visitaba Londres en 1872 demostró allí el empleo de esta técnica, la que pronto fue adoptada por algunos anestesistas ingleses deseosos de volver a utilizar el éter.33 Pero fue recién a partir del año 1877 cuando se restableció en Inglaterra el uso rutinario del éter, gracias a un nuevo inhalador inventado por el médico anestesista Joseph Clover (1825-1882). Este aparato consistía en una pequeña cámara esférica de metal, parcialmente llena con éter, atravesada por dos tubos concéntricos en cuyos extremos se adaptaban una bolsa de caucho, por un lado, y una máscara, por el otro. Haciendo girar la esfera sobre el tubo central, se abrían gradualmente dos ventanas interiores que hacían pasar sobre el éter el aire respirado por el paciente. Un pequeño depósito de agua adosado a la esfera debía atenuar el enfriamiento del éter al evaporarse. El aparato de Clover era en verdad muy efectivo para dormir a un paciente en diez a veinte minutos, y su empleo en Inglaterra se extendió rápidamente. Tenía, sin embargo, un grave defecto: no permitía la renovación del aire respirado, de modo que en el curso de la anestesia había que levantar reiteradamente la máscara, procurando no despertar demasiado al paciente. Frederic Hewitt, notable especialista inglés de esa época, admitía que la anestesia con el aparato de Clover podía depender en parte de esta incipiente asfixia inevitable y advertía sobre el riesgo de mantener cianótico al paciente durante toda la operación.28 En el resto de Europa, la rehabilitación de la anestesia con éter comienza, igual que en Inglaterra, alrededor del año 1877, cuando un conocido cirujano suizo, Gustave Julliard (1836-1911), presenta un nuevo modelo de máscara y da a conocer, en trabajos sucesivos, elocuentes estadísticas comparadas de mortalidad por anestesia. La máscara gigante de Julliard, de unos quince centímetros de altura, cubría toda la cara del paciente y, además de las consabidas capas de gasa, estaba cubierta por una tela impermeable. En su interior tenía un trozo de franela fruncida, la que era impregnada con unos 20 cm3 de éter, cantidad que debía renovarse después de algunos minutos de uso. Con este artificio por fin se consiguieron con el éter anestesias de rápida inducción y conveniente profundidad, pero al precio de una evidente restricción de la ventilación pulmonar. Otra solución, menos fisiológica aun, fue ideada por el cirujano danés Oscar Wanscher en el año 1880. Su dispositivo consistía simplemente en una máscara y una bolsa de caucho donde se vertía cierta cantidad de éter. Fue usado durante algún tiempo en algunos hospitales de Alemania. El aparato de Ombredanne Puede verse entonces que, al comenzar el presente siglo, ya se reconocía en toda Europa la superioridad del éter en lo concierniente a la seguridad de la anestesia; pero los dispositivos que permitían emplearlo con efectividad requerían mucha habilidad y experiencia para evitar la asfixia sin despertar al paciente. Es en esas circunstancias cuando un joven cirujano de París, el doctor Louis Ombredanne, decide estudiar en el terreno práctico los problemas técnicos de la anestesia con éter. Durante algunos años ensaya diversos modelos experimentales, todos construidos por él mismo, y finalmente diseña un aparato original que reúne todas las condiciones ideales comprobadas en sus anteriores experiencias. Después de usar personalmente este nuevo aparato en más de trescientas anestesias, lo da a conocer en un extenso y minucioso trabajo publicado a principios del año 1908. 34 ¿Quién era Louis Ombredanne? Él había nacido en París en 1871, hijo de un médico práctico que ejerció su profesión en el barrio Saint Antoine. Estudió en la Facultad de Medicina de París y se graduó en el año 1900. Dos años después fue nombrado Cirujano de Hospital. Su vocación no fue la anestesia sino la cirugía reparadora en pediatría, pero en su época la anestesia era un capítulo de la cirugía y en toda Europa eran los cirujanos quienes estudiaban y resolvían sus problemas. Revista Argentina de Anestesiología 2000 | 101 Artículo especial En 1907, Ombredanne es nombrado Profesor Agregado y Jefe del Servicio en el Saint Louis y luego en el Bretonneau. Finalmente, en 1925 sucede a Auguste Brocca en el Hôpital des Enfants Malades. Brillante cirujano y admirable jefe de escuela, sus clases clínicas y sus sesiones operatorias atraían a visitantes franceses y extranjeros. Dotado de singular habilidad manual, ingenio y espíritu innovador, fue creador de técnicas originales y de novedosos instrumentos quirúrgicos. Al retirarse de la práctica quirúrgica y la docencia, conservó su afición por la artesanía, y uno de sus pasatiempos favoritos fue la encuadernación, tema sobre el cual escribió su último libro.35 Falleció en 1956, a los 85 años de edad. Además de su intensa actuación en sociedades y congresos de cirugía, fue autor de numerosas publicaciones, de libros de texto y de obras de consulta. En la bibliografía de la Anestesiología, su nombre quedó inscripto no solamente por la descripción de su aparato, sino también por su estudio de una complicación anestésica, el síndrome de palidez hipertérmica36 presentado en el Congreso de Medicina Pediátrica de Montreal en 1922. Los modelos experimentales ensayados por Ombredanne cuando hacía sus primeras armas en cirugía lo habían convencido de que una de la condiciones básicas para obtener una concentración efectiva de vapor de éter es hacer respirar al paciente dentro de un espacio cerrado. Ese fue precisamente el secreto de la eficacia del aparato de Clover y de la máscara de Julliard. Pero había que permitir a la vez cierto grado de renovación del aire respirado sin interrumpir la narcosis, para lo cual Ombredanne agregó a su aparato una abertura de amplitud variable según la posición del control de profundidad anestésica. Vamos a omitir la descripción de este aparato por considerarlo suficientemente conocido por los médicos que no son demasiado jóvenes. Su originalidad consiste en que, con una sola llave de mando, se regulan simultáneamente la cantidad de vapor de éter inspirado por el paciente, la fracción de aire espirado que este vuelve a inhalar y la cantidad de aire nuevo exterior que se le agrega en cada inspiración; todo esto ajustado a una escala de magnitudes empíricas de concentración anestésica. Su característica bolsa de tripa o vejiga de cerdo era más pequeña que la del aparato de Clover, limitando así a lo estrictamente necesario la reinhalación del aire espirado. Los trozos de fieltro acondicionados dentro del aparato para favorecer la evaporación del éter podían retener unos 150 cm3 de este líquido. Trascendencia del nuevo aparato de anestesia El uso del aparato de Ombredanne se extendió rápidamente en Francia y en todos los países de Europa, con excepción de Inglaterra, donde el aparato de Clover estaba todavía en auge en el año 1915, según correspondencia enviada ese año desde Londres por el doctor Chacín Itriago37, 102 | Volumen 578/ Número 2 y seguiría allí en uso hasta imponerse los aparatos perfeccionados para óxido nitroso-oxígeno-éter, a partir de 1917. Tampoco se conoció el aparato de Ombredanne en Estados Unidos porque, igual que en Inglaterra, el diseño de los inhaladores para anestesia estaba allí en manos de médicos especialistas, interesados más por los sistemas para gases y éter, mientras las enfermeras anestesistas manejaban habitualmente el éter gota a gota en sistema semiabierto, según técnicas perfeccionadas por anestesiólogos de alto nivel como Gwathmey, Flagg y Lundy. Pero lo curioso e inexplicable es que el invento de Ombredanne no aparece siquiera mencionado en los tratados de Anestesiología anglosajones ni en los libros de historia de la anestesia publicados en esos países. En cambio, hasta hace pocos años no había libros de técnica quirúrgica o manual de anestesia de autores europeos o latinoamericanos donde no se describiesen ese aparato y su manejo. Los cirujanos de América Latina, que desde fines del siglo pasado acostumbraban actualizar conocimientos en visitas periódicas a Europa, no dejaron de admirar entonces el atractivo aparato que exhibían las firmas tradicionales de instrumental médico y que ellos veían usar en casi todas las sesiones operatorias que presenciaban en París, Lyon, Viena, Berlín o Ginebra. En todas partes, ya no se hablaba de anestesia con éter o con cloformo sino de anestesia con el aparato de Ombredanne, o sea, necesariamente con éter. La tarea de administrar anestesia en los hospitales de América Latina, igual que en la mayor parte de Europa, era entonces asignada a los estudiantes de los últimos años de medicina y a los jóvenes médicos que se iniciaban en la cirugía. Ellos aprendieron a manejar el nuevo aparato francés por instrucciones de quienes lo vieron usar en Europa, instrucciones que se transmitían luego de una a otra promoción. Por otro lado, cuando se operaba a pacientes de cierta posición social, la administración de la anestesia era confiada a los médicos de la familia u otros colegas, generalmente no cirujanos. Más tarde se irían formando enfermeras y técnicos diestros en el arte de la narcosis. Para todos estos anestesiadores, legos y profesionales, médicos y estudiantes, el aparato de Ombredanne iba a constituir, en pocos años, algo así como el símbolo de su casi ignorada pero vital misión en la cirugía. El valor histórico de ese instrumento en el marco de la cirugía venezolana se sintetiza en este breve comentario del doctor Salvador Córdoba: sólo en 1912 comenzó el éter a ganar adeptos y su prestigio aumentó con el conocimiento y el uso del aparato de Ombredanne»6. Y Razetti, en su ya mencionada lección inaugural del año 1928, comentaba: hoy todos preferimos el éter y yo tuve la satisfacción de haber sido su introductor en este hospital en 1915, junto con el aparato de Ombredanne»21. El primer autor venezolano que escribe concretamente sobre su empleo es, según nuestra pesquisa bibliográfica, el doctor Rafael González Rincones (1885-1958). En su artículo, publicado en 1915, relata su experiencia personal en La paradoja del aparato de Ombredanne el manejo del nuevo aparato en varias operaciones y dice que ha conseguido interesar a una droguería de Caracas en la importación de una marca de éter expresamente fabricado para anestesia.38 Por otra parte, Aquiles Fernández11, en su tesis doctoral, refiere que, en septiembre de ese mismo año, el doctor Domingo Calatrava operó una hernia inguinal bajo anestesia administrada con un aparato de Ombredanne que él había traído de Francia. No es necesaria mucha documentación bibliográfica para afirmar que desde fines del primer decenio de este siglo, tanto en Venezuela como en los demás países de América Latina, lo mismo que en Europa, el hábito de utilizar el aparato de Ombredanne se convirtió en una rutina en las salas de operaciones, y fue precisamente su adopción la que permitió, por fin, desterrar el uso del temible cloroformo en esa parte del mundo. Esta nueva fase del arte de la anestesia iba a mantenerse inalterada durante los años en que brillaron las grandes figuras de la cirugía moderna en América Latina. En esa época, algunos cirujanos, indudablemente hábiles, operaban en abdomen con anestesia local, igual que Paucheet y Finsterer en Europa, por temor a las complicaciones hepáticas y pulmonares de la general. En Venezuela, esa era la norma del doctor Corachán en cirugía gástrica.39 No pocos preferían la raquídea, pero la gran mayoría seguía adicta a la anestesia general, vale decir, casi sin excepción, anestesia con el aparato de Ombredanne. Es oportuno mencionar que dos autores de esa época, devotos de la local, nombran específicamente a ese aparato cuando reconocen que a veces hay que complementarla con ligera narcosis inhalatoria.40,41 En lo que concierne a Venezuela, una estadística elaborada entre los años 1929 y 1934 en un Servicio de Cirugía del Hospital Vargas42 refleja indudablemente el cambio operado en la elección del agente anestésico desde la introducción del aparato de Ombredanne. Sobre un total de 1.125 operaciones efectuadas en ese servicio durante dicho período, 782 se hicieron bajo anestesia general, de las cuales 740 fueron con éter y 11 con cloroformo. Como se ve, el uso de cloroformo no había desaparecido totalmente, porque todavía en los años treinta era preferido en Venezuela y en otros países de América y Europa para analgesia obstétrica y, ocasionalmente, en cirugía pediátrica.43 Se decía entonces que los niños pequeños no toleran bien el éter, concepto desvirtuado por el mismo Ombredanne y otros autores.44,45 Razones de su prestigio universal Al margen de toda consideración teórica, debe admitirse que lo que impuso la aceptación de este aparato fue la aparente simplicidad de su manejo y su indiscutible infalibilidad. Gracias a su ingenioso diseño, se pudo por fin obtener con el éter anestesias tan completas como las que se obtenían con el cloroformo, sin las interrupciones obliga- das por el aparato de Clover y la máscara de Julliard y sin la meticulosidad exigida por el método gota a gota en sistema semiabierto. Un anestesiólogo británico atribuía, un poco irónicamente, la popularidad de este aparato al excelente folleto de instrucciones incluido en su elegante estuche46, folleto que parecía contener en pocos párrafos toda la ciencia de la anestesia inhalatoria. Una de las características relevantes del aparato de Ombredanne era su escala graduada de cero a ocho, la cual, aunque arbitraria y sin indicar valores reales de concentración de vapor, era considerada tan confiable como la graduación de una jeringa de inyecciones. No pocas veces era el cirujano quien, sin apartar la vista del campo operatorio, indicaba al anestesista el número de la escala en que debía colocar el índice del aparato. Por otra parte, era habitual mencionar esas cifras como fieles expresiones de la profundidad anestésica. Daré dos ejemplos ilustrativos: Luis Razetti, en su traducción de El dolor en cirugía de Dartigues47, publicada en 1930, dice que él ha empleado la anestesia con avertina en varias operaciones de abdomen y que sólo unas pocas veces tuvo que completarla con el Ombredanne en el número uno. Y Jiménez Arraiz48 refiere que, siendo estudiante de cuarto año de Medicina, una paciente que él estaba anestesiando con el aparato de Ombredanne hizo un síncope respiratorio y falleció. Instintivamente, dice, llevé mi vista a la escala del aparato: no había pasado del tres, como se me había dicho que debía hacer.» Para el nivel de los conocimientos sobre la fisiología de la anestesia durante la que podríamos llamar la época del Ombredanne, parecía innecesario investigar en la clínica o en el laboratorio la incidencia del dispositivo usado para dormir al paciente sobre el equilibrio de sus funciones vitales. Esto explica el contraste entre la ya mencionada infaltable descripción de este aparato y de su manejo en los libros de anestesia y técnica quirúrgica de la primera mitad de este siglo, y la ausencia de trabajos metódicos de investigación clínica o experimental sobre sus efectos en el paciente, salvo dos que comentaremos más adelante. Los defectos del aparato de Ombredanne La cantidad de éter que admitían los fieltros del aparato no siempre alcanzaba para toda la anestesia, de modo que en operaciones algo prolongadas había que retirarlo en algún momento de la cara del paciente para agregarle más anestésico, con la consiguiente incomodidad para el operador. Por otra parte, el enfriamiento de la cámara y la condensación deI vapor de agua de la espiración reducían a menudo la evaporación del éter, afectando la calidad de la anestesia y falseando el control numérico de su profundidad. Por otro lado, en presencia de marcada depresión respiratoria, no era posible apoyar con este aparato la ventilación pulmonar y, desde luego, por esta misma razón, su Revista Argentina de Anestesiología 2000 | 103 Artículo especial empleo ya no sería posible en los pacientes relajados con drogas curarizantes, usadas en anestesia desde el año 1943. Pero más allá de estos inconvenientes prácticos, es preciso reconocer que para aceptar hoy el empleo del aparato de Ombredanne, habría que ignorar los conocimientos actuales de la fisiología respiratoria, bases fundamentales de las técnicas modernas de la anestesia. Este aspecto negativo de ese aparato ya había sido revelado por los datos aportados por Fohl y Eitel, en Alemania, citados por Killian49 en 1934, y por las experiencias de Monod y Arnal50 en Francia, publicadas en 1936. Estos autores comprobaron una reducción no despreciable de la concentración del oxígeno y un aumento progresivo del dióxido de carbono en la máscara y en la bolsa del aparato durante su empleo. En su trabajo original, Ombredanne reconocía la posibilidad de una discreta retención del dióxido de carbono espirado por el paciente, pero, igual que los ingleses de su tiempo, la consideraba útil para la narcosis, además de su acción favorable sobre la respiración y la actividad cardíaca. Debe hacerse notar, por otra parte, que en la época en que se publicaron las experiencias antes citadas, era habitual la administración de gas carbónico, puro o mezclado con oxígeno, al comenzar y al terminar la anestesia, atribuyéndole a esta práctica una cantidad de beneficios. Salvador Córdoba6, Hermógenes Rivero y Ricardo Baquero51 fueron sus promotores en Venezuela. Yandell Henderson, fisiólogo de prestigio universal, había exagerado, en abundante bibliografía desde el año 1910, los efectos indeseables de la pérdida excesiva de dióxido de carbono en los traumatismos graves y en las intervenciones quirúrgicas.52 ¿Era posible perfeccionar el aparato de Ombredanne? Pasando por alto los simples aditamentos de Desplas, Talheimer51 y otros53 para agregar gas carbónico al anestésico y el ingenioso dispositivo de Monod y Arnal50para cerrar momentáneamente la entrada de aire al comenzar la anestesia, cabe mencionar aquí una modificación más compleja ideada por Dogliotti y Giordanengo54en el año 1935. Estos cirujanos de Turín aplicaron el mismo sistema de control del modelo original en un aparato de forma cilíndrica con dos cámaras concéntricas, con una entrada para oxígeno y otra para iniciar la anestesia con cloruro de etilo. Una de las ventajas de este modelo era la facilidad de cambiar los fieltros o gasas encerradas en el depósito central. Nosotros, conservando la forma original del modelo de Ombredanne, intentamos una modificación más radical de su sistema de ventilación. En el año 1950, hicimos construir por la firma Lutz Ferrando de Buenos Aires un aparato completamente cerrado, con entrada para oxígeno y con una válvula espiratoria que se podía ocluir fácilmente con el pulgar cuando se necesitaba apoyar la respiración o reemplazarla artificialmente. Además, mediante una conexión flexible se podía acopiar el aparato a un tubo endotraqueal para hacer hiperpresión en cirugía del tórax. Pero después de esta experiencia nos adherimos al concepto de Marcel DAllemagne55, de Bélgica, expuesto en 1948 en su tratado 104 | Volumen 578/ Número 2 de anestesia: todo intento de corregir los efectos del aparato de Ombredanne para ajustarlo a las leyes de la fisiología le haría perder su condición esencial y lo transformaría en otro aparato distinto, uno más entre los muchos muy buenos que ya existen». El ocaso del aparato de Ombredanne En el campo teórico de la Anestesiología, el aparato de Ombredanne comenzó a perder jerarquía científica a partir del año 1924, cuando Ralph M. Waters (1883-1979), anestesiólogo norteamericano de prestigio universal, introduce el método de anestesia en sistema cerrado con absorción del dióxido de carbono y flujo constante de oxígeno 56, demostrando poco después la falacia de las teorías de Henderson sobre el papel de la acapnia en el desarrollo del shock quirúrgico.57 Sin embargo, en la mayoría de los hospitales de Europa y de América Latina, donde la anestesia seguía siendo todavía un arte empírico, el uso del aparato de Ombredanne iba a mantenerse durante muchos años más, hasta que, después de la Segunda Guerra Mundial, nuevos agentes anestésicos, nuevos sistemas y nuevas técnicas comenzaron a mostrar en los servicios de cirugía que había una manera mejor de dormir al paciente, más agradable para éste, más conveniente para el cirujano, más ajustada a los conocimientos modernos de la fisiología y con menor incidencia de complicaciones postoperatorias. En mi país natal, la declinación del uso del aparato de Ombredanne comenzó en el año 1936, con la promoción de los primeros médicos anestesiólogos diplomados, grupo numeroso al que tuve el privilegio de pertenecer. En ese año se estaba imponiendo un nuevo agente de anestesia inhalatoria, el gas ciclopropano, el que no excluía totalmente al éter pero exigía el empleo de nuevos sistemas y nuevas técnicas de anestesia. Lo mismo ocurrió en Venezuela, donde la primera información sobre el uso del ciclopropano en Estados Unidos fue publicada por el doctor Eugenio de Bellard58 en el año 1935. Los primeros profesionales venezolanos que utilizaron los nuevos aparatos de sistema cerrado fueron Carolina de Guzmán Blanco, Roberto Baptista y Rafael Salas Viloria 6, todos ellos a partir del año 1937. Y es también desde entonces, gracias a esos adelantos técnicos, cuando comienza a desarrollarse una nueva etapa de anestesia en toda América Latina y en el Continente Europeo. Sin embargo, sea por el peso de la rutina, por razones económicas o por falta de personal especializado, el aparato de Ombredanne iba a mantenerse todavía en uso durante varios años más59, particularmente en los servicios de emergencia de los hospitales públicos 60 y en los institutos asistenciales alejados de la grandes ciudades. En Francia, un anestesista de provincia61 refería, en 1950, que los nuevos métodos de anestesia por inhalación fueron durante varios La paradoja del aparato de Ombredanne años el privilegio de los centros especializados de cirugía, mientras en la mayoría de los hospitales, los cirujanos debían conformarse con la anestesia administrada con un aparato de Ombredanne. Las referencias personales obtenidas por mis relaciones con colegas de Europa y América, a partir del año 1936, así como la revisión de las ediciones no demasiado antiguas de tratados clásicos de cirugía y anestesia publicados en Alemania, Francia, Italia, Brasil y Argentina, nos permiten afirmar que el aparato de Ombredanne estuvo en uso durante no menos de cincuenta años. En lo que concierne a Venezuela, la estadística presentada por el doctor Oscar Malpica62 en las Segundas Jornadas Venezolanas de Anestesiología del año 1961 muestra la franca declinación de su empleo ese año, pero no todavía su total abandono: sobre un total de 29.738 anestesias por inhalación registradas entre julio de 1960 y junio de 1961 en 75 hospitales de todo el país, 415 fueron administradas con el aparato de Ombredanne. La admonición de un grupo de calificados anestesiólogos franceses en la Encyclopédie Médico-Chirurgicale de Lafont y Durieux63, publicada en el año 1958, encierra un reconocimiento del talento de Ombredanne y el más claro testimonio de la trascendencia histórica de su invento. Dicen ellos: Paradójicamente, las cualidades de este aparato extremadamente ingenioso, pueden considerarse responsables del desinterés de los cirujanos franceses ante métodos de anestesia más modernos, y responsables también del atraso en el desarrollo de nuestra especialidad, porque la simplicidad de su manejo hizo creer que podía ser confiado a manos poco expertas». Tal vez ellos tengan razón, pero ese ingenioso aparato, hoy inaceptable, merece ser recordado en la historia de la medicina, porque él hizo posible, en toda América Latina y en gran parte de Europa, abandonar el uso de un anestésico nefasto, el cloroformo, y porque durante casi medio siglo él fue uno de los pilares fundamentales del progreso de la cirugía en esa parte del mundo. Bibliografía 1. Wollman H. Why Crawford W. Long didnt publish for seven years? Am.Soc.Anesth.Newsletter, 1994, 58: 24-26. 2. Viets HR. The earliest printed references in newspapers and journals to the first public demostration of ether anesthesia in 1846. J.Hist.Med. 1949, 4: 149-169. 3. Bigelow HJ. Insensibility during surgical operations produced by inhalation. The Boston Med.and Surg.Journ. 1846, 35: 309-317. 4. Boott F. Surgical operations performed during insensibility (Letters to the editor). The Lancet. 1847, 1: 5-8. 5. Rodríguez Rivero PD. Apuntaciones para la historia de la cirugía en Venezuela. Acad. 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