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BOECIO, MAESTRO DEL PENSAMIENTO MEDIEVAL Alfonso Flórez Facultad de Filosofía Pontificia Universidad Javeriana 10 de abril del 2000 alflorez@javeriana.edu.co Al aceptar gustoso la invitación de los amables organizadores para que participara en este ciclo de conferencias sobre la Edad Media, hube de elegir un tema que tuviese tanto un valor intrínseco, como que no fuera de alta especialización filosófica, dados los objetivos del evento y, por ende, la preparación e intereses más amplios de los asistentes —de ustedes, a quienes quiero agradecer de modo muy especial su presencia esta tarde. Dada esta situación, me pareció que no había un tema que yo pudiera desarrollar mejor que hacer una presentación de Boecio, con la esperanza de que al final de la charla a todos nos quedaran algunas ideas acerca de la figura y la importancia de este personaje. No me propongo, pues, otra cosa que exponer unas cuantas ideas acerca de este pensador que les puedan servir de motivación para proseguir sus estudios del periodo medieval. Ustedes juzgarán si pude cumplir este propósito o no. Tras estos prolegómenos necesarios, podemos entrar en materia. Primero haré algunas reflexiones sobre el periodo histórico en el que vive Boecio y sobre la datación de la época medieval; luego hablaré de su vida y obra, discriminando los aportes de esta última para la posteridad; me centraré, por último, en su obra principal, la Consolación de la filosofía. 1. Contexto histórico La vida de Boecio se extiende aproximadamente entre los años 480 y 525, es decir, es un hombre del siglo VI, lo cual tiene alguna significación, como mostraré luego. Recordemos rápidamente los acontecimientos que marcan esta época. Como es sabido, desde principios del siglo V1 diversos pueblos bárbaros han comenzado a traspasar la frontera occidental del Imperio, en incursiones que primero son de saqueo, pero que van deviniendo asentamientos permanentes dentro de ese mismo Imperio, que se fracciona así en distintas regiones dominadas por el rey de un pueblo bárbaro. El final del Imperio Occidental es una catástrofe sin antecedentes para sus habitantes, no solo de modo simbólico —¡la caída de Roma!— sino también para su vida diaria, con un aumento en la inseguridad, disminución del comercio, hambrunas, todo lo cual lleva a fortalecer los vínculos próximos en detrimento de unidades administrativas y políticas mayores. Para la comprensión de estos duros sucesos no debe exagerarse, sin embargo, el componente simbólico hasta convertirlo en apocalíptico, como si la totalidad de una cultura hubiese sido desplazada, disuelta, para ser remplazada por una nueva y diferente de ella. No es imposible que algo así hubiera ocurrido de no haber mediado elementos de continuidad en este proceso. En primer lugar, los pueblos bárbaros no eran todos ajenos al espíritu del Imperio, ni del todo ajenos a él. De hecho, había pueblos enteros viviendo al interior de las fronteras del 1 En realidad desde antes, pero es a partir del siglo V que la tendencia se vuelve incontenible. Boecio, maestro del pensamiento medieval 2 Imperio, asimilados hasta cierto punto a él. Y los que en efecto llegaron de fuera para establecerse dentro del Imperio ya habían sido “conquistados” de algún modo por él, por la posibilidad de llevar una vida menos incómoda y precaria, y algunos incluso ya habían sido cristianizados. Sobre esto vuelvo enseguida. En medio de los desastres de toda guerra, los pueblos bárbaros tenían muy poco que oponer a la cultura del Imperio —el dominio de las armas— y sí mucho que ganar de una asimilación a él —los principios de la administración pública de los territorios conquistados—. El siglo V se nos presenta así como la sucesión de oleada tras oleada de hordas vandálicas que rompen aquello que quieren tomar. Cuando las condiciones se estabilizan, en efecto lo toman. Por eso encontramos a todos estos reyes rodeados de letrados romanos, juristas, retores y poetas, haciendo que les redacten en latín sus leyes, documentos y cartas2. Este modo de existencia germánico - romana decidirá el futuro de Occidente cuando un pueblo inasimilable le impida el uso adecuado de lo que hasta entonces había sido su medio natural de comunicación y transporte, el Mare nostrum latino, el Mar Mediterráneo. Al contrario de los hunos de Atila, los árabes llegarán para quedarse, en una confrontación que comienza a mediados del siglo VII y que alcanza su punto culminante en la batalla de Poitiers (732), que marca el punto culminante de la expansión musulmana. Pero el daño ya está hecho, y lo que otrora fue el Imperio de Occidente, ahora fragmentado en múltiples reinos, queda aislado por el sur, creándose las condiciones para el comienzo de “la vitalidad del norte”3, cuya resolución se dará con el Imperio fundado por Carlomagno. Es importante hacer la comparación entre las dos clases de invasiones, las bárbaras y la árabe, pues esta última, a diferencia de aquellas, y gracias a su celo y fervor religioso, primero, y al desarrollo de una elevada cultura propia, después, sí representa una amenaza efectiva para la continuidad institucional de Occidente. Este punto debe matizarse y ampliarse, pero me interesa ante todo señalar el contraste en las consecuencias entre invasiones que se dan casi paralelas: de las invasiones bárbaras surgirá el Occidente moderno4, con sus naciones, con sus lenguas, con su cultura, que, sin embargo, se sienten profundamente vinculadas a la herencia griega y latina; de la expansión árabe surgirá una cultura por completo diferente, que nunca pudo ser asimilada a “Occidente”. El segundo elemento que impedirá la abolición de la cultura clásica y su disolución en formas culturales bárbaras ya ha sido mencionado de pasada. En el transcurso de unos cuantos siglos, el cristianismo fue arraigándose en el Imperio de forma tan evidente que en el transcurso del solo siglo IV pasamos de las persecuciones de Diocleciano (303), al Edicto de tolerancia de Constantino (313), y a la elevación plena de la religión cristiana como religión de Estado por parte de Teodosio (381), con la prohibición explícita de los cultos paganos —cuya práctica se constituye en delito de alta traición5— y la celebración de los últimos juegos olímpicos (394). La transición no fue fácil para nadie. Los cristianos más lúcidos trataron de pensar qué significaba ser cristiano en el mundo de la cultura grecorromana —y encontramos así a los grandes Padres de la Iglesia del siglo IV—, mientras los más torpes se entregaban a la destrucción de templos y de obras de arte. Los invasores del siglo V arremeterán —como ya se ha dicho, es decir, asimilándose— contra la estructura política del Imperio, pero dentro de este Imperio, y sin confundirse con él —aunque así les hubiera podido parecer a algunos—, la 2 Curtius 46s. Matthew 53ss. 4 Hasta donde nos es posible ver, Carlomagno es el primer representante del mundo moderno. Curtius 40. 5 Curtius 43. 3 Boecio, maestro del pensamiento medieval 3 Iglesia será el signo de continuidad de los tiempos: de unos tiempos antiguos que ella no termina de asimilar muy bien, a unos tiempos nuevos para cuya asimilación su presencia será determinante. Queda extendido así el tapete donde se jugará la suerte de Occidente en los siglos que van de Teodosio a Carlomagno. Por razones que quizá ahora son más claras, el siglo VI reúne las condiciones para destacar en medio de una época de transformaciones aceleradas, de inmensas pérdidas, de gran incertidumbre. A principios del siglo V nos encontramos todavía autores que pasarán a los siglos siguientes parte del saber clásico, ante todo San Agustín (m. 430), pero también San Jerónimo —traductor de la Biblia— (m. 420), Orosio —historiador del cristianismo— (m. d. 418), Prudencio —primero de los grandes poetas cristianos— (m. c. 415), Macrobio —intérprete de Cicerón y de Virgilio— (fl. c. 400), y Marciano Capella — sistematizador de las siete artes liberales— (fl. 410-429). Pero nótese que estos nombres se amontonan todos en las primeras tres décadas del siglo, y sería muy sorprendente encontrar autores de relieve en las décadas más sombrías de las conquistas bárbaras, donde la obra poética y prosística del obispo de Clermont, Sidonio Apolinar (m. c. 487), luce como faro en la noche gala. Solo cuando a finales del siglo V y comienzos del siglo VI Odoacro (m. 493), y luego su sucesor Teodorico (m. 526), imponen un mando firme en Italia, se crearán las condiciones para un resurgimiento de la cultura. Aparecen entonces los nombres de Boecio (m. c. 425), Casiodoro —compilador y polígrafo— (m. c. 583), y más tarde, Gregorio de Tours — historiador de los francos— (m. 594), Venancio Fortunato —“último de los poetas romanos”6— (m. 610?), San Gregorio Magno —papa, y autor de escritos morales y edificantes— (m. 604). Adentrados ya en siglo VII, hallamos al enciclopedista ibérico Isidoro de Sevilla (m. 636), pero fuera de él no hay ningún otro nombre digno de mención, al menos en el Continente, porque en Irlanda, gracias a la labor evangelizadora promovida por Gregorio Magno, se incuban en los siglos VII y VIII las figuras que permitirán el resurgimiento de las letras en la corte de Carlomagno y sus sucesores en el siglo IX. Los nombrados constituyen los “fundadores de la Edad Media” (Rand), e incluso un historiador eminente de la literatura medieval ha podido decir que “casi todo lo característico de la Edad Media y mucho de lo que perdura más allá del Renacimiento se encuentra ya en los autores del siglo VI”7. A partir de lo dicho puede quedar claro que los nombres que se usan para referirse a épocas históricas tienen sobre todo una función de comodidad, en cuanto facilitan la comunicación entre los estudiosos, pero debemos cuidarnos mucho de ver en ellos algo más que una pura convención, como si el nombre apuntase a una esencia de la época, o algo por el estilo. Esto es particularmente cierto de la Edad Media, cuya dificultad de datación puede residir precisamente en que no hay una edad media, es decir, una época intermedia entre la Antigüedad y nosotros, modernos (posmodernos, según otros). Hubo un mundo antiguo —de Homero hasta las invasiones de los bárbaros— cuyo acervo cultural se perdió en gran parte, y que casi se pierde del todo, si no es por la labor de unos cuantos hombres, algunos muy brillantes, otros muy trabajadores, que se esforzaron por transmitirlo al nuevo mundo germano - románico - eclesial que se estaba forjando. Este es el mundo moderno que, según algunos historiadores, no concluye sino con la Revolución Industrial, hacia 1750, de consecuencias 6 7 Curtius 44. Almost everything that is common to the Middle Ages, and much that lasts beyond the Renaissance, is to be found in the authors of the sixth century. Ker 70. Cito según la traducción de Curtius 43. Boecio, maestro del pensamiento medieval 4 mucho más decisivas y perdurables que la Reforma o el Renacimiento. Lo que llamamos ‘Edad Media’ constituiría la primera etapa de conformación del mundo moderno occidental, con sus lenguas nacionales —la mayoría hondamente impregnadas del latín—, con la religión judeocristiana —ya helenizada desde los primeros siglos—, con la filosofía griega y sus explicaciones racionales del mundo, con el derecho romano y su noción de Estado fundado en normas. No puede entenderse este mundo moderno sin el mundo antiguo, y cuando la herencia de la Antigüedad se perdía, como ocurrió en Francia entre el 425 y el 475, el ocaso se abatía sobre el mundo moderno. Cito a Curtius para concluir esta digresión sobre nombres y periodizaciones: “Un nuevo ocaso comenzó en el siglo XIX y ha adoptado en el XX proporciones catastróficas; [pero] no es éste el lugar adecuado para discutir el significado de tal fenómeno”8. Si hay algo de verdad en todo esto, ello querrá decir que los autores del siglo VI han sido decisivos en la constitución no solo de la Edad Media sino de la propia Época Moderna. Este rápido bosquejo de la situación histórica general en la que vive Boecio nos permite entender las muchas facetas de su actividad personal y de su pensamiento. Veamos cuáles son estas. 2. Vida y obra Anicio Manlio Severino Boecio nació poco después del 480 en una noble familia de terratenientes. Habiendo quedado huérfano, fue adoptado por la aun más poderosa familia del senador Símaco, que había sido cónsul con Odoacro en el 485, y cuyo padre también había sido cónsul en el 446. En ese ambiente, se le ofrecieron a Boecio todas las facilidades para adquirir una esmerada educación, plena de oportunidades, que lo llevaron a él mismo al consulado en el 510. Se casó con Rusticiana, hija de Símaco, con quien tuvo dos hijos, Símaco y Boecio, que llegarían a su vez al consulado en el 522. Este nombramiento se hacía a instancias del emperador de Bizancio, Justino (m. 527), quien ya por esta época era aconsejado por su sobrino Justiniano (m. 565), quien lo sucedería y sería artífice de las conquistas bizantinas en el siglo VI. Ello quiere decir que Boecio era apreciado en Bizancio. Vale decir que la mayoría de los reyes bárbaros eran cristianos, pero arrianos, lo que alimentaba aun más las tensiones entre los pueblos germánicos, por un lado, y Bizancio y los pueblos autóctonos, por el otro lado, que no eran arrianos. La colaboración religiosa entre el pueblo romano, en este caso, y Bizancio podía muy bien entenderse como confabulación política contra el rey germánico —y muchas veces lo era—. En el mismo año 522, Teodorico nombró a Boecio Maestro de Oficios, un ministro directo del rey, con funciones administrativas y judiciales. Cuando en el 523 una serie de eventos políticos y religiosos, unidos a las intrigas de la corte precipitaron un cambio en las relaciones entre Ravena y Bizancio, Teodorico quedó aislado y se sintió vulnerable —en este momento tenía más de setenta años—. Boecio fue acusado de traición y brujería, cargo imposible de refutar, y encarcelado en Pavía. Casiodoro lo sucedió en el cargo, pero menos de una década después, y siguiendo el sino de los tiempos9, hubo de ponerse él mismo a salvo, huyendo con toda su biblioteca al monasterio de Vivarium, fundado por él mismo. En prisión Boecio compuso la obra que habría de hacerlo célebre a lo largo de la 8 9 Curtius 40. Pieper 48ss. Boecio, maestro del pensamiento medieval 5 Edad Media y mucho después: la Consolación de la filosofía. No están claras las razones de su prolongado encarcelamiento, pero es posible que Teodorico lo mantuviese como medio de presión contra Justino y Justiniano y contra sus propios amigos en el Senado romano, que habrían de estar aterrados con esta situación. Ni siquiera la cabeza del Senado, Símaco, el suegro de Boecio, escapó a las sospechas de Teodorico, quien lo hizo encarcelar y, finalmente, ajusticiar junto con Boecio. Que dos cristianos prominentes hubieran sido ejecutados por un rey arriano podía ser interpretado como un martirio religioso, con lo que la situación para Teodorico se agravó entre la población, sobre todo después de que el papa Juan fue hecho prisionero y torturado, muriendo cautivo. Pocos meses después el propio Teodorico murió repentinamente. En Pavía, Boecio fue venerado como santo, y la Santa Sede confirmó dicho culto local en 1883. La educación de Boecio lo preparó no solo en la cultura latina sino también en la literatura y en la filosofía griegas. Hoy se considera dudoso que haya pasado una temporada de su educación en Atenas o en Alejandría, pero de todos modos dominaba el griego, y como otros autores de su época estuvo muy influido por los autores platónicos especialmente: Proclo, Porfirio, Amonio, aunque su erudición se remonta a los propios Plotino, Platón y Aristóteles. En lo demás su educación fue la de un hombre culto de su época, lo que incluía, además de la filosofía, la aritmética de Nicómaco de Gerasa, la armonía de Nicómaco y Ptolomeo, la geometría de Euclides, la astronomía de Ptolomeo, la lógica de Aristóteles. Este modelo de educación se basaba en el programa de las nueve artes liberales de Varrón, retomado por Marciano Capella en su curiosa e influyente obra Las bodas de Filología y Mercurio, donde deja por fuera la medicina y la arquitectura, para dar el conocido número de siete artes liberales, en su orden de estudio: gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría (que incluía geografía), armonía (música) y astronomía. Las artes liberales no tienden al lucro y no deben incluyen por eso artes manuales, como la pintura o la escultura; por eso la música debe entenderse en el sentido pitagórico del estudio de la armonía, y no en el sentido empírico vocal o instrumental. Los escritos del joven Boecio sobre aritmética y música le ganaron fama inmediata, y pronto encontramos a Teodorico solicitándole la construcción de dos relojes, uno de sol y otro de agua o aceite, que quería regalarle al rey de los burgundios. Su siguiente empeño intelectual, traducción y comentarios de la lógica aristotélica, y aun manuales propios, fueron recibidos con indiferencia, y hasta hostilidad, por una nobleza romana educada en Cicerón y acostumbrada a pensar en la oratoria como lo más importante para hacerse una carrera pública; desde este punto de vista sus empeños en un tema tan seco eran vistos más como algo ostentoso que como algo útil10. Unos años después de haberse desempeñado como cónsul, el interés de Boecio se dirige al problema de entendimiento entre las Iglesias occidental y oriental, lo que daría ocasión a la composición del primero de sus cinco breves escritos teológicos, en donde busca con la claridad del lógico y la sagacidad del político poner a los interlocutores de acuerdo en la definición y uso de los términos como primer paso para superar sus diferencias, que en este caso tenían que ver con la relación de la persona de Cristo con su naturaleza humana y con su naturaleza divina. La cuestión no era solo doctrinal, sino que la posición que ganase obtendría también un reconocimiento dentro de la política eclesiástica. No es casualidad que la fórmula propuesta por Boecio fuera la acogida por Justiniano poco después, permitiendo el deseado acercamiento entre las Iglesias, lo cual, por cierto, habría de 10 Chadwick 24. Boecio, maestro del pensamiento medieval 6 tener consecuencias políticas indeseables desde el punto de vista de Teodorico. Los demás tratados teológicos, salvo el tercero, que tiene que ver con la bondad inherente a las sustancias en cuanto tales, tratan temas de dogmática eclesiástica —la Trinidad y la persona de Cristo— y con toda claridad son la obra de un cristiano interesado en temas de lógica11, marcando así un modelo para la Escolástica de siglos por venir, que pudo ver en ellos la anticipación de su tarea de exponer la fe en fórmulas racionales12. La obra de Boecio comprende, pues, cuatro bloques diferenciados con claridad: tratados sobre las artes liberales; obras sobre lógica; tratados teológicos; y la Consolación de la filosofía. Todos ellos serían importantes en la Edad Media, lo que convierte a Boecio en autor fundamental, superado quizá solo por Aristóteles y San Agustín. La aproximación de Boecio a las artes liberales delata sus preocupaciones últimas en un mundo que pierde su herencia. Las artes de la expresión, en particular la gramática y la retórica, están bien cubiertas por la propia tradición latina, con los grandes gramáticos Donato y Prisciano, y con Cicerón, Quintiliano y Mario Victorino en la oratoria. Pero las disciplinas matemáticas acusan una enorme debilidad en el mundo latino, y no es casual que Boecio dirija sus esfuerzos hacia ellas. Los precedentes más importantes en este campo, y que lo seguirán siendo en la Edad Media, son la exposición de todas las artes de Marciano Capella, la geografía astronómica en el Comentario al sueño de Escipión de Macrobio, y el comentario de Calcidio al Timeo. Boecio mismo entiende que estas cuatro disciplinas conforman una unidad, que él llama quadruvium —más tarde quadrivium13— por ordenarse el estudio de los inmutables matemáticos en cuatro vías que podrán llevar al alma a la cima de la perfección y a ver las matemáticas divinas en la creación14. En primer lugar se halla la aritmética, fundamento de las demás, incluso de la propia filosofía, ya que como estudio de la realidad, esta debe ocuparse del número y de lo numérico. Aristóteles ha enseñado15 a distinguir entre la magnitud y la multitud, es decir, entre aquello que es continuo y no tiene partes constitutivas, como un árbol o una piedra, y aquello que viene formado por muchas partes discernibles y que es un colectivo, como un rebaño, un coro, un manojo. La magnitud se divide entre la que se mueve y la que no se mueve. La multitud, entre la que es plural en sí misma, como los números, y la que es dependiente de otras, como las proporciones. La aritmética estudia la multitud en sí misma, mientras la música la estudia en su relación a algo más. La geometría estudia la magnitud inmóvil, y la astronomía, la móvil. La aritmética y la geometría son ciencias puras; la música y la astronomía, aplicadas, lo que determina su orden de estudio16. Parece que el proyecto de Boecio de escribir una introducción a cada una de las artes matemáticas no lo desarrolló sino para la aritmética y la música, pues un presunto tratado suyo de astronomía no se transmitió. Por ello, Boecio será el maestro medieval de las dos primeras disciplinas, mientras que para la tercera lo serán Macrobio, Marciano Capella y Casiodoro17. De geometría tampoco se conserva nada, o mejor, es casi seguro que lo que se ha transmitido bajo su nombre no es de su autoría, 11 Chadwick 174. Pieper 45. 13 Curtius 64. 14 Chadwick 73. 15 Categorías 6. 16 Chadwick 73. 17 Chadwick 102. 12 Boecio, maestro del pensamiento medieval 7 aunque es probable que sean suyas las traducciones de extractos de Euclides que los medievales conocen18. La geometría, de todos modos, es importante para un platónico como Boecio, no tanto por el interés práctico de agrimensura, lo fundamental para los romanos, sino por constituir una especie de mapa para el despliegue del conocimiento. El método geométrico pudo ser considerado ya por Aristóteles como modelo de desarrollo de la ciencia, basado como está en definiciones, axiomas y postulados, a partir de los cuales se siguen las consecuencias con necesidad ineludible. Boecio construye su tercer tratado teológico siguiendo “el ejemplo de las ciencias matemáticas y afines, estableciendo límites y reglas según los cuales se desarrollará todo lo que sigue”19. No es, pues, original Boecio en su tratamiento de las artes liberales, pero transmitiría al mundo medieval gran parte de lo que este llegó a saber de aritmética y, sobre todo, de música. Prosiguiendo con su idea de subsanar las deficiencias culturales de los romanos, fue natural que un filósofo de lengua latina como Boecio lamentase la carencia casi total en esta lengua de las obras de los mayores filósofos. Se propuso, pues, con un gesto cuya grandeza no es menor por el hecho de ser el proyecto prácticamente irrealizable, verter “al latín todo libro de Aristóteles que caiga en mis manos y todos los diálogos de Platón”20, y realizar comentarios a sus obras donde se mostrase la concordancia básica de las dos filosofías21. Esta idea no es nueva, ya se encuentra en Cicerón22, y la encontraremos en los filósofos neoplatónicos que, sin dejar de reconocer la primacía de Platón, que habla de la realidad espiritual y suprema, no dejan de estimar las contribuciones de Aristóteles a la comprensión del mundo sensible sublunar. Del ambicioso proyecto, Boecio solo alcanzó a completar la parte que tiene que ver con la lógica o dialéctica. Así, pues, tradujo el conjunto de obras aristotélicas que versan sobre la lógica, el llamado Órganon, incluyendo la introducción de Porfirio a las Categorías, conocido como Isagoge. Estimando, correctamente, que las obras aristotélicas eran ininteligibles sin comentarios que las explicaran, compuso también algunos de ellos, e incluso unos manuales de lógica. Este corpus constituiría uno de los elementos indispensables de la educación escolástica, cuyo influjo difícilmente puede exagerarse, pues formaba la base para todos los demás estudios, dotándolos de modos de razonar y de argumentar que iban más allá de cualquier frontera disciplinaria. Gracias a este corpus el nombre de Aristóteles pervivió en la alta Edad Media y, en cierto modo, preparó la recepción del resto de su obra a finales del siglo XII y comienzos del XIII, que tantas consecuencias tendría. Hubo, incluso, un aspecto particular de este corpus que tuvo consecuencias importantes mucho antes de que Occidente conociera al nuevo Aristóteles: se trata del comentario de Boecio a la Isagoge de Porfirio, el lugar clásico donde se plantea el problema de los universales, que desde Cousin, y durante muchas décadas, habría de determinar la interpretación de toda la filosofía medieval23. En este aspecto, como en el anterior, no puede decirse que Boecio sea original, pero la sola transmisión 18 Chadwick 103. Ut igitur in mathematica fieri solet ceterisque etiam disciplinis, praeposui terminos regulasque quibus cuncta quae sequuntur efficiam. Quomodo substantiae, 38s, l.14-17. 20 Ego omne Aristotelis opus, quodcumque in manus venerit [...] omnesque Platonis dialogos [...] in latinam redigam formam. In lib. Aristotelis Peri Hermeneias, ed. sec., en PL 64, 433. 21 [...] in plerisque quae sunt in philosophia maxime consentire. Ibídem. 22 Flasch 47. 23 Gilson 133. 19 Boecio, maestro del pensamiento medieval 8 de la lógica aristotélica habría bastado para hacerle un sitio de honor en la historia intelectual de la época. Atento siempre a los problemas culturales e intelectuales del momento, no podía pasar desapercibido para este dialéctico cristiano el estado caótico en el que se encontraban ciertas discusiones teológicas importantes en razón de la confusión terminológica y conceptual que las aprisionaba. Hay que buscar el origen de sus cinco tratados teológicos en su empeño por contribuir a aclarar tal estado de confusión. El cuarto tratado, Sobre la fe católica, investiga qué debe creerse con base en la autoridad y qué debe creerse con base en la razón. Los principios de la fe cristiana se hallan en las Escrituras, siendo inalcanzables para la mera razón. La exposición del estado de Dios en sí mismo, de la creación, la caída y la redención en Cristo sigue de cerca las ideas de San Agustín, especialmente La ciudad de Dios, enfatizando que esta es la verdad católica, de la que se han desviado el arrianismo, el sabelianismo, el maniqueísmo y el pelagianismo. La Iglesia católica se ha extendido a todo el mundo y la verdad de sus enseñanzas se basa tanto en la autoridad de las Escrituras como en su propia tradición, así haya diferencias menores en los ritos y en el gobierno de las iglesias particulares. Esta presentación destaca por su sencillez, y en ella no hay ni argumentaciones dialécticas, ni posiciones apologéticas, en el sentido de que no se ocupa del carácter racional de la fe católica, de cómo responde ella a las necesidades y a las más altas aspiraciones humanas, de cómo su doctrina asume en sí misma el pensamiento helénico. Estas notas hacen pensar que Boecio redactó el tratado como un modo de delinear, quizá para sí mismo, la confesión de fe de una forma tal que su verdad fuese patente antes de cualquier discusión teológica24. El quinto tratado, Contra Eutiques y Nestorio, es una pieza clave dentro de la producción boeciana. Allí, en efecto, Boecio busca desentrañar el sentido que puede tener el hecho de que Cristo sea tanto de naturaleza humana como de naturaleza divina y, sin embargo, sea solo una persona y no dos. Para ello, primero tiene que definir los términos de la discusión; términos como ‘naturaleza’, ‘sustancia’ y ‘persona’ adquirirán así carta de ciudadanía en la lengua latina y sus definiciones serán canónicas por muchos siglos no solo en el campo filosófico sino también en el jurídico. Boecio prosigue aquí la labor ya iniciada por Cicerón de trasladar los conceptos especulativos griegos a una lengua que solo poco a poco, y gracias a sus esfuerzos, devino apta para las abstracciones teóricas. Una vez definidos los términos, Boecio pasa a refutar los errores de quienes multiplican las personas al multiplicar las naturalezas — Nestorio— o de quienes reducen las naturalezas al reducir las personas —Eutiques—, antes de exponer él mismo el modo correcto de entender la unidad de la naturaleza divina y la naturaleza humana en la única sustancia que es Cristo. Más importante que estos casos particulares, es el modelo de aplicar distinciones y procedimientos dialécticos a cuestiones de fe, lo que está en la base del surgimiento de la teología como ciencia y de todo el proceder de la Escolástica, así muchos, entonces y después, consideraran inadmisible tal injerencia de la razón en el campo de la fe. El tercer tratado es el más técnico y el más comprometido con el pensamiento neoplatónico. En él se exploran las relaciones entre la existencia y el bien, pues no está claro cómo conciliar la afirmación de que todo ente es bueno por el mero hecho de existir con la afirmación de que los bienes particulares son buenos solo en la medida en que participan del bien supremo que es Dios. Con ello queda abierto un amplísimo campo de trabajo, en el que 24 Chadwick 179s. Boecio, maestro del pensamiento medieval 9 los axiomas establecidos en esta obrita ofrecerán rico material para que las mentes más especulativas se ejerciten en lo sucesivo25. Pero no solo en el ámbito de la metafísica habría de ser influyente este tratado sino que al estar construido more geometrico, enseñará a los medievales el método demostrativo, es decir, a argumentar a partir de suposiciones y definiciones expuestas con claridad a partir de las cuales se derivan las conclusiones. Los primeros dos tratados tienen que ver con la doctrina de la Trinidad, que plantea, en cierto modo, el problema contrario al de la Encarnación: cómo se distinguen Padre, Hijo y Espíritu Santo si cualquier predicado se predica igualmente de cada uno de ellos y de todos en conjunto, y de tal modo que no constituyen tres sustancias sino una sola. Es posible que la inmensa dificultad de este asunto marque un límite para la razón: “Debemos llevar nuestra investigación solo tan lejos como se le permita a la razón humana acceder a la altura del conocimiento divino”26. Este límite, de todos modos, se da asimismo en indagaciones de otras clases, “pues en otras artes también se establece como una especie de límite, lo más lejos que se puede llegar por la vía de la razón”27. No debemos ver en el dialéctico Boecio un racionalista ingenuo que cree que toda su fe cristiana, incluso la totalidad del campo de las artes, puede llegar a explicarse en términos racionales. Por eso, y en consonancia con lo que ha dicho en otro lado, Boecio recurre a la tradición cristiana, San Agustín en particular, como guía para el estudio de este tema. El enfoque de Boecio consiste en presentar una división de la filosofía especulativa según sus objetos, esto es, física, matemática y teología, para distinguir luego qué clase de categorías pueden aplicarse a cada una de ellas. Las categorías aristotélicas son propias del mundo de las formas sensibles, consideradas en la materia o en sí mismas, mientras que a las formas puramente inteligibles les corresponden las categorías platónicas del Parménides. Boecio toma este enfoque dual de Proclo, aunque sin su abigarrada multiplicación de deidades, y en la Consolación encontraremos muchos temas de raigambre neoplatónica pero sin su correspondiente interpretación cristiana. Es hora, pues, de examinar un poco qué nos presenta la principal obra boeciana. 3. La Consolación de la filosofía La obra que Boecio escribiría en prisión, después de haber sido condenado a muerte, habría de convertirse en una de las cimas de la producción literaria occidental, no solo por su calidad sino también por su rápida y amplia difusión. Ya en la propia Edad Media fue traducida al inglés por el rey Alfredo el Grande (siglo IX), al alto alemán por Notker Labeo (siglo IX), al francés por Jean de Meun (siglo XIII), e incluso al griego, español y hebreo28; traducciones posteriores fueron realizadas por Chaucer y por la propia reina Isabel I. Después de la invención de la imprenta, se cuentan más de cincuenta ediciones apenas hasta el siglo XVI, muchas de ellas comentadas. En lo que sigue, hablaré de algunos aspectos generales de la obra; 25 Chadwick 209s; Gilson 140. La fórmula citada por Gilson diversum est esse et id quod est es el segundo axioma del opúsculo boeciano. Quomodo substantiae, 40, l. 28. 26 Sane tantum a nobis quaeri oportet quantum humanae rationis intuitus ad divinitatis valet celsa conscendere. De Trinitate, 4, l. 22-24. 27 Nam ceteris quoque artibus idem quasi quidam finis est constitutus, quousque potest via rationis acceder. De Trinitate, 4, l. 24-26. 28 Pieper 37. Boecio, maestro del pensamiento medieval 10 luego, de las principales notas de su contenido; y concluiré haciendo unas alusiones a su influjo y recepción. a. Aspectos literarios en la Consolación de la filosofía29 La Consolación es una obra compleja no solo en su contenido sino también en su composición. Es irónico que el hecho de haber estado encarcelado en los meses en que escribió la obra, en condiciones, por ende, poco favorables para la consulta de su biblioteca, provea apoyo importante a la suposición de que Boecio cita de memoria sus fuentes, confirmando con ello la amplitud de su erudición. La primera nota que salta a la vista al acercarse a la obra es la alternancia de secciones en prosa y secciones en verso. El prosimetrum —como se llama este género— se remonta a Menipo de Gádara (siglo III a.C.), cuya obra se ha conservado en las Sátiras menipeas de Varrón, donde la obra y la sátira tienen, siguiendo a la tradición cínica, una intención didáctica y moral. Este género se presenta, entonces, desde el principio en un contexto filosófico. En Menipo los versos no son propios sino que son citas acomodadas, lo cual influye en el modo de citar los poetas en la Consolación. En Varrón la prosa predomina sobre el verso, aunque como novedad incluye versos propios en todos los metros. El predecesor inmediato más importante en lo que hace al género prosimétrico es Marciano Capella, cuya obra enciclopédica Las bodas de Filología y Mercurio presenta la alternancia regular de prosa y verso que encontramos en la Consolación; valga decir que las dos obras comienzan con el mismo metro lo que, junto a otros testimonios, confirma el conocimiento que Boecio tuvo de aquella obra. Hay que hacer notar que otras obras enciclopédicas de la Antigüedad tardía están redactadas en el mismo género, cuya finalidad no es otra que conceder reposo y alivio con los versos al lector fatigado con el estudio de lo que se presenta en la prosa: Mas veo que te vas fatigando, abrumado como estás por el peso y la trascendencia del problema. Una poesía, hermosa y agradable, te prestará algún alivio: aspira, pues, las auras poéticas que te reconfortarán para ulteriores esfuerzos. CPh 4, 6, 57. Boecio no solo ha conocido la enciclopedia de Enodio (m. 521), sino que al asumir el género está consciente de su finalidad didáctica. El prosimetrum aparece también en otros géneros como la biografía, las confesiones e incluso el epistolar. Los dos primeros, sin duda, pueden rastrearse en la Consolación. Boecio, además, ayuda a establecer este género al hacer corresponder las secciones en prosa y en metro no solo en su contenido sino también en su extensión. En suma, aunque la forma prosimétrica es de origen griego, fue desarrollada por autores latinos, hasta alcanzar su punto culminante en la Consolación de la filosofía. Los metros de la Consolación sirven para rastrear los modelos y dependencias del autor con mayor facilidad que las partes en prosa. Así, los poetas más importantes para esta obra son Virgilio y Ovidio, y también Horacio y Séneca. Otros poetas cuyo influjo aparece son Lucano, Estacio, Prudencio y Claudiano. Apenas rastreables son los elegíacos Marcial y Juvenal. La presencia de Virgilio es omnipresente, no solo en la poesía sino también en la prosa; Ovidio aparece en el primer metro (1m1) y luego en el tema de las estaciones y de las épocas doradas (2m5), por lo demás influye en la elección del vocabulario a todo lo largo de la obra. Lo mismo vale para Horacio. El influjo de las Tragedias de Séneca tiene que ver sobre todo con el 29 La exposición de esta sección depende casi por completo de Gruber 16-45. Boecio, maestro del pensamiento medieval 11 contenido de algunos metros {así Fedra 959-988 con 1m5}. Lucano es citado (4, 6, 33), pero influye poco lingüísticamente. Los modelos clásicos se notan en la elección de las palabras y en la construcción de los metros y de los poemas. A diferencia de la prosa, los metros se hallan prácticamente libres de influencias posclásicas o tardías. El conjunto de los metros se organiza alrededor del metro central de 3m9, lo que indica que la obra fue pensada y ejecutada como un todo, y que no quedó inacabada, como alguna vez se sugirió. Los juicios sobre el valor poético de los metros boecianas van de los más los más elogiosos del Humanismo a los más desfavorables del siglo XIX. La crítica contemporánea reconoce en la Consolación versos de gran intensidad, compromiso y belleza poética, aunque hay otros cuya función es puramente formal para respetar la estructura de la obra. El metro que abre la obra es una elegía de consolación, pero después cada metro está al servicio de la argumentación filosófica precedente, como una especie de lírica intelectual, primero consolando y tranquilizando, y después contribuyendo en forma decisiva al hilo del pensamiento. Como su nombre lo indica, la obra presenta el proceso de consuelo que la filosofía da a Boecio condenado a muerte. El motivo de la consolación no es nuevo como género literario, y en él ya se han desarrollado tópicos de consuelo que se aplican según la situación concreta. Para este caso son pertinentes los de De morte —sobre la muerte— y los de De exsilio —sobre el destierro—. En línea con la tradición de Cicerón y Séneca, el condenado obtiene consuelo de su ocupación con la filosofía y del conocimiento de la Naturaleza, lo que explica que aquí se hallen reflexiones sobre el cielo [astronómico], sobre el tiempo y la eternidad, sobre el azar y la determinación, sobre la suerte y la libertad. También aparecen motivos clásicos de la consolación, como son el liberarse de los afectos y de las opiniones falsas, que desembocan en las preguntas filosóficas del final, lo que marca la transición de la filosofía práctica a la teórica. La obra recoge asimismo de las Consolationes de Séneca el tema de la curación del alma, donde la filosofía no solo consuela sino que también sana. Dentro del género más amplio de la consolación, la obra se inscribe en la clase de obras cuyos autores se consuelan a sí mismos, como ocurre en Cicerón, Ovidio y Séneca. Al presentarse desde el principio, ante la filosofía, como alguien necesitado de consuelo, Boecio ya está tomando distancia ante su propio destino. La literatura de consolación se encuentra en estrecha relación con los tratados de la filosofía popular de la época, o diatribas. Es propio de estas presentar catálogos de bienes, rechazar algunos de ellos y valorar otros, apelar a ejemplos (lo que también se encuentra en las tragedias), presentar a las virtudes y a los vicios mismos hablando, motivo que deriva de la sofística y de la comedia. En la obra este se muestra cuando la fortuna toma la palabra, lo cual no es ajeno a las diatribas, que incluso la presentan —como en Aristófanes, Pródico o Prudencio— luchando con la filosofía por el alma de un hombre. No solo en estos temas influye la diatriba en la literatura de consolación sino también en el estilo, caracterizado por preguntas directas y agudas, la ironía, la reducción al absurdo. Todo esto puede encontrarse en la obra boeciana. La naturaleza misma del consuelo que se ofrece y del modo de ofrecerlo hace que quien lo busca deba acercarse a la filosofía. En este sentido la Consolación no solo consuela sino que también lleva a la filosofía. Los tratados de la Antigüedad que invitan a la filosofía conforman el género de los protréptikos, pero a diferencia de los tratados tradicionales la Consolación no quiere llevar al sujeto por primera vez a la filosofía sino reconducirlo a ella, recuperarlo para sí, pues infortunios de la vida lo han llevado a que se aleje de ella, pero permanece un vestigio del primer encuentro (anamnesis), que permite la recuperación; a partir de allí el discurso toma Boecio, maestro del pensamiento medieval 12 la forma de un filosofar neoplatónico - religioso. A pesar de estas diferencias, la Consolación tiene muchos motivos comunes con los tratados tradicionales de este género, que son el Protréptiko de Aristóteles, el Hortensio de Cicerón y el Protréptiko de Galeno, aunque fue un género tan popular que incluso de halla entre los cristianos (el Octavio de Minucio Félix y el Protréptiko de Clemente de Alejandría). La Consolación fusiona elementos de la literatura de consolación, la diatriba y los protréptikos, en una síntesis de prosimetrum y de diálogo. El desarrollo de la obra corresponde, en efecto, a un intercambio dialogal entre la filosofía y Boecio, aquella como maestra, este como discípulo; aquella como sanadora, este como enfermo. Por la estructura dialogal, Boecio se encuentra inscrito con toda claridad dentro de la tradición platónica. La interlocutora de Boecio, la diosa Filosofía, cuenta con una larga tradición que se remonta a Parménides, aunque en él su figura no está determinada, solo su función como anunciadora de la verdad. En Platón ya obtiene la figura de una persona (Gorgias 482 a; Fedón 82 d ss). Mientras mayores son las relaciones del filosofar como curación del alma, mayor es la cercanía de la figura de la filosofía al dios de la medicina, Esculapio, patrón de sabios, artistas, eruditos, que incluso llega a competir con Jesús como sanador pagano. En la literatura romana la figura de la filosofía se encuentra en Cicerón y Séneca. El filosofar como curación se basa en una representación de la salud espiritual que no se disocia del paralelismo alma - cuerpo (pitagóricos), dándosele a la música un lugar especial al poder suscitar estados afectivos que curan el alma (2, 1, 8). Demócrito conoce la relación entre sabiduría y medicina, que en Platón es corriente. Para Aristóteles la ética es una medicina del alma. La comparación filosofía - medicina continúa con la Stoa, por ejemplo en Crisipo, en quien se encuentra un completo paralelismo del alma y el cuerpo con sus estados de salud y enfermedad. En contraste con los estoicos, cuyo ideal de curación consiste en apartar los afectos para poder llegar a la apátheia, la filosofía de la Consolación quiere ir más allá, hasta suscitar estados anímicos e intelectuales positivos. Ahora bien, para la terapia correcta es decisivo el diagnóstico correcto, que puede lograrse solo en un proceso que incluye el contacto físico con el paciente, así como la atención a su situación general. Todos estos elementos aparecen en el primer libro de la Consolación. Como se ha podido ver, en la Consolación de la filosofía hay múltiples influjos, por lo que no es apropiado plantear la pregunta por las “fuentes” de la obra, que en todo caso serían muchas. Para encarar esta cuestión hay que recordar la situación de penuria de libros en que se halla Boecio al escribir la Consolación (1, 4, 3 y la respuesta de la filosofía en 1, 5, 6). En su composición, el autor recurre al saber acumulado en una vida de ocupación con Platón y Aristóteles y con la literatura latina. Cuando cita una fuente lo hace de memoria, sabiendo que hay una diferencia con el original e incluso algunas de sus referencias son de segunda mano así él esté aludiendo al texto primario (2, 7, 8 cita la República de Cicerón según Macrobio; 5, 4, 1 cita Sobre la adivinación de Cicerón según San Agustín; 5, 1, 12 cita la Física de Aristóteles, pero en realidad se trata de la Metafísica). Con todo, hay secciones enteras de la obra que no se pueden remitir a ninguna fuente conocida; por eso, es preferible hablar de tradiciones de la Consolación, salvo cuando se puedan documentar dependencias innegables. A pesar de todos los elementos griegos, Boecio es romano y la tradición de la humanitas romana hace presencia clara en su obra, como lo permiten ver su referencia a la situación inmediata en las digresiones filosóficas y el énfasis en la responsabilidad pública y la resistencia al destino. Otros aspectos son tomados, sin duda, de la literatura latina, como son la referencia a la persona, el asunto político y el problema de las relaciones entre romanos y Boecio, maestro del pensamiento medieval 13 bárbaros con la contraposición entre libertad y tiranía, el papel de las instituciones tradicionales como el senado, el consulado y el pretoriado, la contraposición entre otium y negotium, entre vita activa y vita contemplativa, la afirmación del factor jurídico, la contraposición entre affectus y ratio, incluso la capacidad de asimilación del pensamiento griego por influjo de la auctoritas de la filosofía. También corresponden al pensamiento romano las alusiones a la gloria (3, 6), la gravitas del sabio (4, 1, 1), la significación de la cura (1m2, 5) y la innocentia (1, 4, 19; 4, 6, 35), y el repetido recurso a los exempla, que proviene todos de la historia romana antigua. Pero sobre todo debe destacarse la referencia al destino propio y personal. Puede decirse que en la Consolación los elementos tradicionales ganan peso y un porte propio. Tratándose de una obra no solo literaria sino también filosófica, es necesario hacer alusión a la tradición filosófica que recoge la Consolación. En general podemos distinguir elementos platónico - académicos, aristotélico - peripatéticos, neoplatónicos y estoicos, los epicúreos son escasos. Por intermedio de Platón hace referencia a Heráclito, y hay una cita de Parménides. Son elementos platónicos directos la alusión a la prisión (1m2, 25 ss; República 514 a ss), que se repite varias veces; la doctrina de la anamnesis, presupuesto para la curación (1, 2, 6; Menón 81 c s); el himno de 3m9, cuyos principales temas se refieren al Timeo; la discusión sobre recompensa y castigo de 4, 2 que enlaza con el Gorgias. Hay muchos otros aspectos de la Consolación que pueden rastrearse en Platón —se han contado más de trescientos—, lo que atestigua el amplio conocimiento y aprecio que Boecio tenía de Platón. Aristóteles también es mencionado y citado (3, 8, 10; 5, 1, 12; 5, 6, 6). Además del Protréptiko, se menciona la imagen del motor inmóvil (3m9, 3) y se alude a la doctrina de los bienes de la Ética a Nicómaco, y eso sin entrar en detalles particulares de los dos últimos libros que, por su tema —azar y necesidad, providencia y libertad—, se prestan a consideraciones desde el pensamiento aristotélico. De la Stoa primera se encuentran argumentos de la consolación y la doctrina de los bienes. De Cicerón hay referencias explícitas al Sueño de Escipión y a Sobre la adivinación, y puede rastrearse el influjo del Hortensio; toda la obra trasluce la actitud general romana de la humanitas, con su desprecio a la muerte, el soportar el dolor, etc. El influjo de Platón se completa y refuerza con elementos neoplatónicos — recordemos que la distinción platónico/neoplatónico es moderna—, cuyos principales elementos son la salida del Uno y la vuelta a él, que es a la vez el Bien supremo y Dios; la discusión sobre la eternidad del mundo; la doctrina del mal; la doctrina de la providencia y de los dos modos de necesidad; y la interpretación del Timeo de 3m9. Boecio, sin embargo, evita posiciones neoplatónicas extremas, como la doctrina de los demonios de Jámblico, pues se ve a sí mismo como un platónico auténtico. Hechas estas reflexiones más bien formales sobre la obra, puede presentarse una descripción de su contenido30. El diálogo se inicia con un lamento de Boecio por su situación actual, agravada por el recuerdo de los días plenos que vivió en su juventud. La filosofía se le presenta en la imagen alegórica de una mujer madura, pero joven, de estatura normal, pero que se eleva hasta el cielo31. Sus vestiduras tienen bordadas unas gradas, en cuya parte inferior se encuentra la letra Π y en la superior la letra Θ; han sido rasgadas por los intentos de diversas escuelas filosóficas de apoderarse de ella. Boecio se queja de las acusaciones injustas levantadas contra él y del giro de la rueda de la fortuna que lo llevado de una posición 30 31 Marenbon 18. Curtius 155. Boecio, maestro del pensamiento medieval 14 importante a la prisión. Solo espera que la muerte ponga un fin rápido a su sufrimiento. La filosofía lo trata como a alguien que está enfermo. La caída le ha hecho olvidar la sabiduría que, desde su juventud, él aprendido con ella. Él todavía conserva el conocimiento de que existe un Dios que rige el universo, pero ya no sabe cuál es el fin de todas las cosas. Juzga que aunque las obras de la Naturaleza siguen un orden racional, no sucede lo mismo con los asuntos humanos donde los malvados triunfan con toda libertad y sojuzgan a los buenos. La filosofía comienza su labor de curación con lo que ella llama ‘remedios suaves’, un conjunto de argumentos para mostrarle que su situación no es la desgracia que él se imagina. En particular, insiste en que no puede culpar a la fortuna de voluble, pues tal es su naturaleza, y los bienes de fortuna, como riquezas, dignidad, poder y gloria, son por necesidad pasajeros. Boecio ahora está preparado para los remedios más fuertes, sus argumentos acerca del bien supremo. La filosofía argumenta que cuando los hombres buscan los diferentes bienes de la fortuna lo hacen motivados por un verdadero deseo por el bien, pues no podemos desear sino lo que es bueno, pero por ignorancia del bien supremo se desvían hacia bienes particulares, aquellos bienes que la fortuna atine a poner a su alcance. El error radica en buscar los bienes particulares uno por uno, en lugar de aspirar a aquel bien del cual todos los otros derivan. El bien supremo es la felicidad, pero puesto que Dios es aquel ser tal que nada mejor que él puede concebirse, él es perfectamente bueno. Por lo tanto, Dios mismo es el bien supremo al que todos aspiran, pero que la mayoría no logran conseguir por ignorar su naturaleza indivisa. A una objeción de Boecio, la filosofía responde que, a pesar de todas las apariencias, los malvados no son poderosos, ni los buenos, débiles. Distingue la voluntad de obtener algo y la capacidad de hacerlo. Todos quieren la felicidad, pero solo el bueno, al serlo, puede lograr la felicidad, mientras el malvado es incapaz de ello. Dios, explica ella, no ha abandonado a la humanidad a su propia suerte, pues la providencia divina todo lo ordena en la eternidad; el destino solo es el desarrollo del plan providencial divino concebido en el intelecto puro de Dios. Para quien lee esta obra, rica en alusiones literarias y filosóficas a la Antigüedad greco - latina, escrita por un cristiano que espera la ejecución de su sentencia de muerte, la pregunta no puede ser sino por qué en la Consolación no hay referencias a la fe cristiana. Aunque la última afirmación puede matizarse algo —pues un par de pasajes recuerdan textos bíblicos, por ejemplo, 3, 12, 22, Sabiduría 8, 1; 3m10 1s, Mateo 11, 28s—, ello no hace sino empeorar la situación del intérprete, pues tendría que explicar, además, por qué, de ser ciertas las alusiones bíblicas, se presentan de forma tan ambigua que solo son accesibles al ojo experto. La ausencia de toda referencia cristiana condujo incluso a poner en duda la autoría de sus tratados teológicos, pues no podía concebirse que un autor cristiano tomase tanta distancia de su religión en el momento supremo. Por razones externas e internas esta vía de solución ha quedado cerrada, pero no deja de ser interesante el que alguna vez hubiera podido plantearse como principio de interpretación de un autor, como si lo que nosotros nos imaginamos que debe ser la religión para un hombre tuviera que serlo necesariamente para él. Se propuso, entonces, una interpretación herética del último Boecio: al perderlo todo, el noble romano abjuró de un cristianismo que no lo poseía y retornó a su humanismo constitutivo32. Una interpretación menos radical es que, sin dejar de ser cristiano, no pudo recurrir a su fe en el último momento, por no ser la fe algo disponible para cada quien sino un don que se recibe o 32 Chadwick 248s. Boecio, maestro del pensamiento medieval 15 no se recibe33. Me parece que en todo esto solo hay una verdad: no sabemos por qué Boecio no recurre a su fe cristiana en su obra postrera. Decir que la Consolación presenta la actitud valerosa y erguida de un humanista romano34 es describir qué hay en la obra, mas no explicar por qué esa actitud está allí cuando esperamos otra o, al menos, una matización de la misma. Hay que reconocer, por cierto, que la obra está escrita con tal delicadeza que no excluye que su autor sea cristiano ni, por lo tanto, una lectura en clave cristiana35. De otro modo, otra hubiera sido su suerte durante el periodo medieval. Sin duda, parte de las razones que explican la permanencia de esta obra es la posibilidad que ofrece de ser leída tanto por pensadores cristianos, como por pensadores que quieren abordar sus temas sin ningún compromiso cristiano explícito36. Entre innumerables ejemplos posibles, quiero mencionar solo dos del siglo XIV que representan bien las dos tendencias aludidas: Dante y Chaucer. Chaucer, el primer poeta representativo de Inglaterra37, se inspira en fuentes clásicas, francesas e italianas, traduce la Consolación, algunos de cuyos temas aparecen en sus Cuentos de Canterbury, como el de la nobleza del alma y no por dignidades exteriores, cuando recomienda: Lee a Séneca, y lee también a Boecio: allí verás claramente, sin duda alguna, que es noble el que ejecuta acciones nobles38, clara referencia al tratamiento de los bienes externos que se halla en la Consolación (3, 6 y 3, 9), pero que se remonta a la tradición clásica39, siendo retomada por Dante40, a quien, por cierto, también cita Chaucer: Bien habla acerca de este particular el sabio poeta de Florencia que se llama Dante. Oye sus palabras: “Muy rara vez se deriva la excelencia del hombre de su genealogía, pues Dios, en su bondad, quiere que reclamemos de él nuestra nobleza”41. El tema de la nobleza del alma tiene un cimiento metafísico más amplio, cual es el de no malinterpretar el mundo recurriendo a las causas segundas, los entes corruptibles y fragmentarios, sino tener siempre presente su fundamento único e inconcuso del cual procede42. Chaucer asume, pues, los remedios más fuertes que la filosofía le administra a Boecio: La Naturaleza no recibió sus principios de ninguna porción o fragmento de cosa, sino de un ser perfecto e invariable, aunque la misma Naturaleza, degradándose, haya llegado a corromperse43, que en la Consolación reza así: 33 Pieper 39ss. Chadwick 251; Flasch 73s. 35 Chadwick 251s. 36 Marenbon 24. 37 Curtius 60. 38 Cuento de la mujer de Bath, 310. 39 Curtius 259. 40 El convite, 4, XIV ss. 41 Cuento de la mujer de Bath, 309. 42 Ker 75. 43 Cuento del caballero, 71. 34 Boecio, maestro del pensamiento medieval 16 La Naturaleza no empieza por lo amenguado e incompleto; al contrario, su punto de partida es lo intacto, lo perfecto, para venir a terminar poco a poco en lo bajo y deficiente (3, 10, 5). La referencia a Dante acabada de citar procede de El convite, obra de madurez del poeta, cuya redacción queda interrumpida cuando comienza el trabajo en La divina comedia. El convite se concibe como un banquete filosófico a la manera de Platón, donde el alimento será repartido de catorce maneras, es decir, catorce canciones tan sustanciosas de amor como de virtud44, con lo que ya queda planteada su intención filosófica y moralizadora, que arraiga en las circunstancias personales difíciles del poeta, desterrado de Florencia y lanzado a una vida de vagabundeo e inseguridades: Y por esto, para comenzar otra vez desde el principio, digo que apenas hube perdido el primer deleite de mi alma, del cual he hecho mención más arriba, quedé embargado con una tristeza tan grande que no me valía alivio alguno. Sin embargo, pasado algún tiempo, mi mente, que deseaba sanar, determinó, ya que ni yo ni los demás me podían consolar, recurrir al modo que cierto desconsolado había tenido para hallar consuelo; y me puse a leer el libro, desconocido para muchos, de Boecio, con lo cual, prisionero y desgraciado, se había consolado45. Dante toma, pues, como modelo a Boecio, y también a Cicerón, por lo que toda esta obra se halla salpicada de alusiones directas e indirectas a la Consolación boeciana. Aparece, incluso, la filosofía bajo la figura de una hermosa dama46, grande y humilde a la vez, ante cuya presencia el poeta toma la misma actitud de abatimiento y letargo que tenía apresado al filósofo en su prisión de Pavía. Este honor es poco comparado con el de encontrar a Boecio en el primer grupo de personajes del cielo solar, en compañía de otros sabios como Alberto Magno, Tomás de Aquino, Graciano, Pedro Lombardo, el rey Salomón, Dionisio Areopagita, Paulo Orosio, Isidoro de Sevilla, Beda el Venerable, Ricardo de San Víctor y Sigerio de Brabante. Las dos ternas de versos que se refieren a Boecio dicen: Dentro goza de la contemplación de todo bien El alma santa que las falacias del mundo Pone de manifiesto a quien las escucha El cuerpo de donde fue expulsada yace Allá abajo, en Cieldauro, y desde el martirio Y el destierro vino a esta paz47. Y aun faltaba el homenaje final del poeta al filósofo48, a saber, el del último verso del Paraíso, y con ello la terminación de una de las cimas del espíritu humano: A la alta fantasía le faltaron aquí las fuerzas; Pero ya giraban mi deseo y mi voluntad Como rueda que igualmente es movida Por el amor que mueve el sol y las demás estrellas49. 44 El convite, 1, I. El convite, 2, XII [XIII]. 46 El convite, 2, I. 47 Paraíso, X, 124-129. 48 Ker 73. 49 Paraíso, XXXIII, 142-145. 45 Boecio, maestro del pensamiento medieval 17 El último verso recuerda el metro de 2m850: Si todas las cosas se suceden y encadenan de este modo Es porque las tierras y los oceanos obedecen a una guía Que también manda en los cielos: el amor. Conclusión Quiero dejar al erudito historiador de la cultura medieval, William Ker, la última palabra en esta presentación de Boecio, pues creo que sus palabras, breves y precisas, compendian de modo óptimo lo que he querido decir hoy: No hay ningún autor en este periodo, y pocos en cualquier otro momento de la historia, con tantos defensores, discípulos e imitadores; la razón para ello es que él, de un modo u otro, percibió lo que era más necesario en la época de confusión intelectual en la que vivió. Todavía es un nombre esperanzador, no solo en razón de los honores que se le han ofrecido, sino por la luz tranquila y clara que difunde, por su fidelidad a Platón, y por su adhesión al modo de pensamiento de la Antigüedad griega, en momentos en que la claridad y la sencillez eran cada día más difíciles51. Bibliografía Fuentes primarias Boecio, The Theological Tractates, trads. H. F. Stewart, E. K. Rand, S.J. Tester — The Consolation of Philosophy, trad. S. J. Tester, Harvard University Press, Cambridge, MA 1973. Boecio, Consolación de la filosofía, Imprenta Grafoprint, Bogotá 1994. Si no se especifica, todas las referencias serán a esta obra, así: número del libro y número de la prosa o metro. Entonces, 3P10 hace alusión al libro 3, prosa 10, y 2M8, al libro 2, metro 8. Boecio, Tratados teológicos, trad. C. Montemayor — La consolación por la filosofía, trads. E.M. de Villegas, A. de Aguayo, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México 1989. Geoffrey Chaucer, Cuentos de Canterbury, Vols. I - II, trad. J. G. de Luaces, Iberia, Barcelona 1946. Dante Alighieri, Obras completas, trad. N. González, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1980. 50 Dante lo conoce, pues lo cita en La monarquía, 1, IX [XI]: Por todo lo cual se demuestra manifiestamente que es necesario para el bien del mundo que haya una monarquía o principado único llamado imperio. Por esta razón suspiraba Boecio cuando decía: ¡Oh feliz género humano si rigiera vuestras almas el amor que rige el cielo! 51 Ker 80. Boecio, maestro del pensamiento medieval 18 Fuentes secundarias H. Chadwick, Boethius: The Consolations of Music, Logic, Theology, and Philosophy, Oxford U.P., Oxford 1981, 19982. E. R. Curtius, Literatura europea y Edad Media latina, Vols. I - II, trads. M.F. Alatorre, A. Alatorre, Fondo de Cultura Económica, México 1975. K. Flasch, Das philosophische Denken im Mittelalter, Reclam, Stuttgart 1988. É. Gilson, La filosofía en la Edad Media, trads. A. Pacios, S. Caballero, 2a. ed., Gredos, Madrid 1982. J. Gruber, Kommentar zu Boethius De Consolatione Philosophiae, Walter de Gruyter, Berlín 1978. W. P. Ker, The Dark Ages, The New American Library of World Literature, Nueva York 1958. J. Marenbon, “Boethius: from antiquity to the Middle Ages”, en J. Marenbon (Ed.), Routledge History of Philosophy, Volume III: Medieval Philosophy, Routledge, Londres - Nueva York 1998, 11-28. D. Matthew, Europa medieval, trad. Thema, S.A., Círculo de Lectores, Barcelona 1989. J. Pieper, Filosofía medieval y mundo moderno, trad. R. Cercós, 2a. ed., Rialp, Madrid 1979.